Acerca de una ponencia del dirigente sindical Isidor Boix
- Opinión
Isidor Boix [1] constata situaciones que son evidentes: la crisis actual y sus repercusiones negativas sobre las clases modestas (para decirlo de alguna forma) y lo que él llama la crisis de los modelos sociales alternativos y con relación a esta última se pregunta si es necesario superar esta última y agrega: “cabe preguntarse hoy si podría ser útil tener, o construir, un modelo alternativo de referencia o como objetivo”.
Es indiscutible que no son modelos para ser adoptados ninguna de las experiencias de transformación social anteriores y ya desaparecidas y algunas actualmente en situación de muerte clínica.
En ese sentido se puede hablar de crisis de modelos. Hay que construir un modelo (o mejor dicho modelos adaptados a cada situación, lo que no es para nada fácil, pues hay que tener bases teóricas para poder imaginárselos y métodos de elaboración adecuados – en primer lugar amplia participación popular- para construirlos).
Y eso es lo que falta. Y que yo llamo crisis del pensamiento y de la práctica política de la “izquierda” (con comillas).
Es obvio lo que dice Boix de que es muy difícil aplicar una alternativa como lo demuestra el caso de Grecia. Donde hubo condiciones internas favorables pero un factor externo (la descarada extorsión de la Eurozona, con características mafiosas) e internamente la traición de Tsipras que utilizó cínicamente a la izquierda griega e internacional para finalmente apuñalarla por la espalda.
Aquí llegamos a un punto de profunda discrepancia con Boix, cuando escribe:
“En la última etapa, sin embargo, han surgido interesantes planteamientos que apuntan a la solución de lo inmediato como prioridad, sin pretender explicar demasiado la sociedad futura”.
Plantea como apropiada una escisión entre las reivindicaciones inmediatas y el proyecto político de una sociedad que Boix llama prudentemente “futura”. Y que nosotros preferimos llamar socialista.
La práctica ha demostrado ampliamente que tal escisión lleva inevitablemente a una “impasse”.
Porque la sociedad y dentro de ella la economía, no es estática sino dinámica. Las reivindicaciones inmediatas que se logran hoy –si se logran- se pierden mañana- si no están articuladas con un proyecto de cambios estructurales profundos que las hagan irreversibles. Esta carencia es la clave de la ineficacia e inoperancia de las políticas socialdemócratas y populistas de “izquierda”.
Una ruptura con el sistema dominante implica necesariamente una primera etapa de sacrificios, que ningún pueblo va a aceptar si no está claro para las mayorías que dicha ruptura forma parte de un proyecto de sociedad justa, fraternal y solidaria. Y eso ahora falta, porque las mayorías son ahora conservadoras: prefieren el statu quo a dar lo que consideran un salto en el vacío.
Dicho de otra manera, el ideal de una sociedad nueva está en hibernación. Y eso se debe en buena medida a la profunda crisis ideológica de los que se consideran de izquierda. Crisis acompañada por tendencias personalistas o caudillistas, por posiciones sectarias, por disputas entre capillas sobre temas abstrusos que eluden el análisis riguroso de los hechos y por un invariable oportunismo electoralista.
Entonces el problema no es la crisis de un modelo alternativo (mejor dicho la falta de tal modelo) pues dicho modelo hay que construirlo, sino que el problema es la crisis del pensamiento de izquierda, que está en el origen de sus desaciertos políticos.
Boix concluye esta parte diciendo que puede haber una respuesta social negando la necesidad de un modelo alternativo y escribe:
“Por todo ello, ante la actual crisis en tantos órdenes de la vida colectiva, para la necesaria acción social que imponga cambios sustanciales, para la organización que la sustente, no considero necesario tener hoy un modelo alternativo como referencia o como objetivo. Estoy convencido de la posibilidad de una respuesta social sin necesidad de tener encendido el faro de una utopía (sin negar la posible utilidad de ésta) como lo es la fe, las fes. La historia indica que las utopías pueden haber contribuido a impulsar importantes procesos colectivos y a alcanzar resultados, aunque éstos no siempre hayan resultado acordes con los postulados iniciales. Pero en este momento, me parece que para impulsar la respuesta a la actual problemática social, conviene considerar si es necesaria, o no, la existencia previa de un modelo alternativo a fin de poder derivar del mismo el rumbo de la acción colectiva. Por mi parte creo que en este momento la exigencia previa de un modelo global podría incluso bloquear o desorientar la acción inmediata”.
En la frase siguiente matiza un poco pero la pauta está dada en la frase precedente y de manera coherente después aparece la idea de adaptarse (mejor sería decir someterse) al sistema vigente en crisis profunda y aceptar las consecuencias.
Es con este enfoque que Boix aborda tres temas vitales y de rigurosa actualidad para la clase trabajadora: la flexibilidad laboral, la austeridad y la solidaridad internacional de los trabajadores .
Como veremos, Boix se inscribe en la actual línea de la socialdemocracia, que fue alguna vez reformista y hace rato que ya no lo es porque el capitalismo actual no deja espacio para reformas más o menos consecuentes y las políticas que se imponen y se aplican son las del gran capital, vehiculizadas tanto por los políticos “socialistas” o los de derecha o por coaliciones de ambos, justificadas a veces éstas con el argumento de “cerrarle el paso a la extrema derecha”.
1. Sobre la flexibilidad laboral escribe Boix:
“En etapas recientes lo hemos visto ante el fenómeno que se denominó “flexibilidad” en el sistema productivo. Hoy lo preconizamos desde el sindicalismo (con matices para la “interna” y la “externa”) para hacer frente a la nueva realidad productiva y comercial, cuando en una primera etapa, en los años 80 y 90 del siglo pasado, era un tema tabú. Incluso era ya pecado, blasfemia, sólo mencionarlo (era una palabra “de los capitalistas”). Para muchos empresarios era ciertamente sinónimo de discrecionalidad, de arbitrariedad, traduciéndolo en iniciativas claramente negativas. Pero hemos aprendido que hoy constituye una necesidad productiva a la que hemos de incorporar un gobierno sindical para disputar a los empresarios sus contenidos concretos y su aplicación, teniendo en cuenta la existencia de intereses contradictorios como son los derivados de las exigencias de la producción que también “interesan” a las personas que en ella intervienen, y los resultantes de las condiciones de vida y de trabajo de éstas, las actuales, y de su historia”.
Según Boix, entonces, la flexibilidad es “una necesidad productiva”. Para que los capitalistas aumenten sus beneficios, agregamos nosotros. Pero no para los trabajadores y tampoco lo es objetivamente para asegurar el ciclo de la producción.
Veamos por qué.
La productividad aumentó enormemente en los últimos decenios, como consecuencia de las nuevas tecnologías aplicadas a la producción, de la organización “científica” del trabajo y del aumento de la intensidad del mismo. Sin embargo los salarios reales no han seguido – ni aproximadamente- el mismo ritmo de crecimiento. Tampoco ha disminuido la jornada de trabajo pues, la ligera tendencia a la disminución de la misma durante el llamado Estado de bienestar se invirtió en los últimos decenios.
Por ejemplo, según las estadísticas oficiales del INSEE (Institut national de la statistique et des études économiques) una hora de trabajo asalariado en Francia era 2,3 veces más productiva en 2004 que en 1975 [2].
En Gran Bretaña entre 1950 y 2000 la productividad aumentó 2,7 veces [3].
En ambos países, en los mismos períodos, la jornada anual convencional (no la real) de trabajo disminuyó un cuarto (aproximadamente de 1900 a 1500 horas anuales). Estas cifras son aproximadas y dependen de la metodología empleada en las estadísticas.
Como consecuencia del aumento de la productividad en más de dos veces, el tiempo de trabajo social necesario para reproducir la fuerza de trabajo atendiendo a las necesidades materiales y no materiales de los asalariados pasó a ser mucho menor. Aun teniendo en cuenta la aparición de nuevas necesidades.
Pero como la jornada de trabajo disminuyó sólo un cuarto, el trabajo excedente generador de plusvalía destinada a la reproducción ampliada del capital y a la ganancia de los capitalistas aumentó notablemente. Dicho de otra manera: aumentó la explotación capitalista.
Puede estimarse “grosso modo” que el aumento de la productividad registrado en el período mencionado de 20 o 30 años, permitiría establecer una jornada de trabajo diaria de cuatro horas, incluso si se mantuviera al mismo nivel el tiempo de trabajo excedente [4].
De modo que la nueva tecnología, la organización “científica” del trabajo y el consiguiente aumento de la intensidad del trabajo, aun manteniéndose el mismo horario de trabajo, incrementa el beneficio capitalista como plusvalía relativa (menos trabajo necesario y más trabajo excedente). Y si aumenta la jornada laboral también aumenta el beneficio capitalista (plusvalía absoluta como la que el capitalista obtiene durante la jornada normal de trabajo) aunque se mantenga la misma proporción entre trabajo necesario y trabajo excedente. Véase Marx, El Capital , Libro I, sección 5, Cap.XIV (Plusvalía absoluta y plusvalía relativa).
En una relación de fuerzas favorable a los trabajadores el aumento de la productividad del trabajo debería estar lógicamente acompañada por una reducción del tiempo de trabajo (diario, semanal y anual) y de la reducción de la intensidad del mismo.
Ello ocurrió así de manera general hasta culminar en el decenio de 1920 cuando las luchas de los trabajadores, ayudadas por el temor de los capitalistas al ejemplo de la Revolución de Octubre en Rusia, lograron la jornada hebdomadaria de 48 horas.
Pero con el fordismo aumentó la intensidad del trabajo, como muestra agudamente Chaplin en el film Tiempos Modernos. Desde entonces la jornada de trabajo se mantuvo estable, aunque disminuyó la jornada anual como resultado de las vacaciones más prolongadas y en algunos países disminuyó también la jornada semanal.
Pero en los últimos años, pese a que continuó aumentando la productividad, esa tendencia a la reducción de la jornada laboral se invirtió y también aumentó la intensidad del trabajo y se generalizó la flexibilidad laboral, que consiste, por una parte, en facilitar a los patrones las posibilidades de despido “legal” y por la otra, en regular los horarios del trabajador –que es remunerado según el tiempo de trabajo efectivo - pero que debe estar todo el tiempo a disposición del patrón en función de las fluctuaciones de la demanda.
De modo que contrariamente a lo que escribe Boix, la flexibilidad no es una “necesidad productiva” y sólo sirve para incrementar el beneficio y la explotación capitalistas y perjudica gravemente las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores.
A la “flexibilidad laboral” hay que oponer la reivindicación de la disminución del tiempo de trabajo (diario, semanal y anual) que Boix “olvidó” en su ponencia. Y el derecho a la estabilidad en el empleo.
2. En su ponencia, (Párrafo 6.1) Boix sostiene que es un error rechazar globalmente las políticas de austeridad y escribe al respecto, entre otras cosas:
“Ahora, asumiendo el absoluto desprestigio del concepto de “austeridad” por cómo se ha aplicado, sólo quiero dejar constancia de por qué entiendo que nos hemos equivocado al rechazarla de plano, sin entrar a discutir “qué austeridad”, “con qué condiciones”, “con que garantías y contrapartidas”, “con qué instrumentos de intervención social””.
Boix, matices aparte, parece adherir al TINA -"There Is No Alternative"- formulado en su momento por Margaret Tatcher y actualizado hace poco por la directora general del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde: “No hay alternativa a la austeridad” (Diario Le Monde y AFP, 2 de mayo de 2013).
Ni siquiera retoma las ideas de Keynes que veía, no en la austeridad, sino en las políticas destinadas a promover el consumo de masas, la manera de superar las crisis. Keynes escribía hace más de 80 años: “Estoy convencido que algunas de las cosas que se requieren urgentemente en el terreno práctico, tales como el control central de las inversiones y una distribución distinta de la renta, de manera tal de proporcionar un poder adquisitivo que garantice una salida al enorme producto potencial que permite la técnica moderna, tenderán también a producir un mejor tipo de sociedad... la técnica productiva ha alcanzado un tal nivel de perfección que ha hecho evidentes los defectos de la organización económica que siempre ha existido” [5].
Boix parece desconocer al ultramediatizado Piketty, quien en su libro El Capital en el Siglo XXI ha demostrado, con cifras irrefutables al apoyo, algo que no es ninguna novedad: que el crecimiento de las desigualdades en la distribución de las riquezas es de larga data y que ha llegado a cifras que califica de “aterradoras” y que son necesarias las intervenciones redistributivas del Estado.
El libro de Piketty carece de valor teórico, pues, entre otras cosas, comete el error garrafal de confundir patrimonio con capital, pero tiene el mérito de haber vulgarizado el hecho de que es una constante del sistema capitalista la creciente desigualdad en la distribución de las riquezas.
Alfred Dubuc [6] escribe “…En toda la historia del capitalismo, desde la gran revolución industrial de fin del siglo XVIII hasta nuestros días, el sistema económico se ha desarrollado por movimientos sucesivos de inversiones y de innovaciones tecnológicas. Esos movimientos parecen principalmente vinculados a las dificultades inherentes al proceso de acumulación del capital: este, en un momento dado, se traba y todo se cuestiona: la regulación, los salarios, la productividad. La innovación tecnológica es una manera de salir de la crisis, pero no viene sola: ella afecta directamente, a veces el nivel del empleo, siempre la organización del trabajo y el control ejercido por los trabajadores sobre su oficio y sobre sus instrumentos de trabajo y por sus organizaciones sobre el nivel de los salarios, sobre la disciplina en el trabajo y la seguridad laboral…”.
Esta dinámica cíclica del sistema capitalista que describe Dubuc explica el constante aumento de la productividad del trabajo, que no se debe solamente a las innovaciones tecnológicas sino al aumento de la intensidad del trabajo humano y no pocas veces también al aumento de la jornada laboral.
Pero la mayor parte del beneficio resultante del aumento de la productividad engrosa la renta capitalista y una mínima parte se incorpora al salario, aunque no siempre. Es así como es una constante inherente al sistema capitalista la profundización de la desigualdad en la distribución de las riquezas producidas por el trabajo humano.
Viendo cómo funciona la flexibilidad en los hechos (flexibilizando a favor de los patrones las posibilidades de despido y regulando los horarios del trabajador –que es remunerado según el tiempo de trabajo efectivo pero que debe estar todo el tiempo a disposición del patrón en función de las fluctuaciones de la demanda y la austeridad, que se traduce en congelación y aun reducción de los salarios, en el deterioro creciente de los servicios públicos esenciales y de la seguridad social, todo ello en beneficio exclusivo de una ínfima minoría de los más ricos, no se puede menos que rechazar sin vacilaciones las propuestas del señor Boix.
Hace 140 años, en 1865, Marx ya dio la respuesta adecuada a estos planteos “reformistas” de Boix, que lo llevan a aceptar la flexibilidad laboral y la austeridad.
En Salario, precio y ganancia, que es el título que se le ha dado al informe que presentó Marx en junio de 1865 al Consejo general de la Asociación Internacional de Trabajadores para refutar al trabajador inglés John Weston, quien sostenía la tesis de que la elevación de los salarios no puede mejorar la situación de los obreros. En el capítulo XIV y último del Informe Marx escribe: …”surge ahora por fin el problema de saber hasta qué punto, en la lucha incesante entre el capital y el trabajo, tiene éste perspectivas de éxito”. Y más adelante agrega: “Esta necesidad de una acción política general, es precisamente la que demuestra que, en el terreno puramente económico de lucha, el capital es la parte más fuerte”. Y concluye sosteniendo que la lucha cotidiana en defensa de los salarios es ineludible y debe estar y está íntimamente ligada a la lucha por la abolición del sistema del trabajo asalariado (“Si en sus conflictos diarios con el capital [los trabajadores] cediesen cobardemente, se descalificarían sin duda para emprender movimientos de mayor envergadura”.
3. La solidaridad internacional de los trabajadores. En el párrafo de su ponencia titulado ¿Existen intereses globales? Boix se refiere a la existencia de intereses contradictorios entre los asalariados de distintas partes del mundo (del mundo “desarrollado” y del mundo “subdesarrollado”)
Y escribe: “Si partimos de la heterogeneidad de las actuales condiciones de vida de las poblaciones del mundo, del Norte al Sur, y también en el mismo Norte y en el mismo Sur, así como de los procesos de deslocalización para provocar relocalización en otra, podemos concluir que no parecen demasiado evidentes los posibles intereses comunes con capacidad de movilización…”.
En efecto, “no parecen demasiado evidentes”, pero existen, son fundamentales y es necesario ponerlos en evidencia.
Cuando en una industria de un país desarrollado la empresa, esgrimiendo la amenaza de la deslocalización a un país subdesarrollado, obliga al personal a aceptar peores condiciones de trabajo (por ejemplo en materia de horarios y/o de salarios) ese personal puede ver a los trabajadores de ese otro país como competidores “desleales” porque cobran salarios mucho más bajos y tienen jornadas más prolongadas que ellos.
Lo mismo ocurre cuando la deslocalización se concreta y los trabajadores de la empresa que emigra pierden su trabajo.
Pero lo que Boix parece no ver es lo que ya hace años describió Robert Reich, Secretario de Trabajo de Clinton.
David Korten escribió en El fracaso de las instituciones de Bretton Woods:
"Robert Reich, secretario americano del Trabajo en la administración Clinton, explicaba en su libro The Work of Nations (1991) que la mundialización económica promovida con tanto éxito por las instituciones de Bretton Woods llevó a las clases más ricas a separar su interés del de la nación y, por eso mismo, a no sentirse interesados por sus vecinos menos favorecidos ni obligados en forma alguna hacia ellos. La ínfima minoría de los muy ricos ha formado una alianza apátrida en virtud de la cual el interés general se confunde con los intereses financieros de sus miembros. Esta separación se ha producido casi en todos lados con tal amplitud que la distinción entre países del Sur y del Norte ya no tiene mayor significación. La división no es más entre países sino entre clases. Cualquiera haya sido la intención, las políticas propiciadas por las instituciones de Bretton Woods que tuvieron éxito permitieron inexorablemente a los muy ricos reivindicar las riquezas del mundo entero a expensas de sus semejantes, de las otras especies y de la viabilidad de los ecosistemas del planeta" [7].
Es decir que no son los trabajadores quienes compiten entre si, sino el gran capital que los pone en situación de competencia, como lo explica bien el economista francés François Chesnais en el prefacio al libro de Claude Pottier “Les multinationales et la mise en concurrence des salariés”[8]:
“Los grupos industriales multiplican las experiencias tecnológicas y de organización que les permiten obtener niveles de productividad elevados en los NIP (nuevos paises emergentes) y en Europa del Este. Estos no son exactamente los mismos que en los países de origen, pero son mucho más elevados que antes y aumentan constantamente”…”buscan sacar ventaja de la situación extraordinariamente favorable que les ofrece esa convergencia “milagrosa” entre el aumento de la productividad y el mantenimiento de disparidades muy acentuadas en materia de salarios, de condiciones de trabajo (seguridad e higiene) y de niveles de protección social”…
“Los países llamados “en desarrollo” siempre han representado para las empresas de los países industriales del centro del sistema capitalista mundial una reserva de mano de obra con la que pueden contar según sus necesidades, al ritmo y en la escala que les conviene. Durante la fase (1950-1975) de crecimiento rápido de las economías todavía autocentradas y de producción fordista, hizo falta “importar” esa mano de obra, organizar los flujos migratorios hacia las metrópolis industriales. Era ya una forma de establecer la competencia entre los asalariados, pero con límites estrictos. Las relaciones políticas y sociales internas impedían excluir completamente a los inmigrantes de los sistemas de protección social. Aparte de la construcción, las normas de seguridad eran las mismas para todos los trabajadores. Para defender los salarios de los trabajadores más calificados, los sindicatos se vieron obligados, aunque no estuvieran realmente interesados en ello, a defender los salarios de los trabajadores inmigrantes no calificados. La nueva configuración de la competencia entre los trabajadores es completamente diferente. Las empresas van al encuentro del ejército de reserva de trabajadores para explotarlos “in situ”, allí donde viven. Se aprovechan de la disciplina política, de la competencia local entre los trabajadores, y de las condiciones de bajo costo de la reproducción de la fuerza de trabajo en los países de implantación. La convergencia de los niveles de productividad permite a las empresas internacionalizar la competencia entre los trabajadores, tomando como referencia los niveles de salario y de protección social más bajos. Al mismo tiempo se reducen las necesidades de mano de obra inmigrante”…
De modo que así aparece evidente el interés común de los trabajadores de todo el mundo que consiste, entre otras cosas, en promover la solidaridad activa de los trabajadores de los países centrales con la lucha reivindicativa –en general en condiciones muy difíciles- de los trabajadores de los países donde dichas condiciones laborales son peores.
Porque cuando mejoran las condiciones de trabajo en los países de más bajos salarios, más difícil se le hace al poder económico transnacional poner en competencia a los trabajadores de las distintas regiones. Eso se advierte por ejemplo en el hecho de que, a causa de los aumentos de salarios en China, algunas empresas de países centrales que emigraron a dicho país retornan a sus países de origen.
Es con las ideas de dirigentes sindicales como Boix, en el sentido de que hay que adaptarse a las condiciones de la mundialización capitalista, que la solidaridad internacional de los trabajadores es prácticamente inexistente.
Sobre la mundialización de la economía Boix escribe: “Una discusión posible es si el proceso de globalización es reversible. Creo que en teoría todo es posible (como por ejemplo lo que podría resultar de una catástrofe nuclear), pero en este momento considero oportuno situarse en su irreversibilidad, no sólo por el cálculo de probabilidades sino porque a pesar de sus impactos, incluidos los peores, es lo preferible”.
No cabe duda alguna que la mundialización de le economía es un hecho irreversible.
En materia de preferencias, queda por resolver si dicha mundialización debe funcionar al servicio del capital transnacional y de una obscena acumulación de las riquezas en manos de una ínfima minoría o debe estar al servicio de las grandes mayorías para que estas se liberen de la explotación, de la miseria moral y material y de las hegemonía ideológica del sistema dominante.
Con el pretexto de combatir la crisis y la desocupación y de “salvar” la seguridad social, en lugar de disminuir el tiempo de trabajo y de aumentar los salarios y las pensiones en función del aumento de la productividad, se congelan o disminuyen los salarios, se aumenta la jornada de trabajo, se introduce la “flexibilidad laboral” que se quiere hacer aceptar con el argumento de la “flexiseguridad” [9], se aumenta la edad de la jubilación y se reducen las pensiones y jubilaciones. Y mientras se reducen o se limitan los impuestos a las grandes ganancias (cuya magnitud astronómica a nivel de la elite más rica escapa al entendimiento común) se dice que no hay recursos para la salud pública, la vivienda popular decente, la educación y la seguridad social.
Está claro que con las ideas de dirigentes sindicales como Boix la clase trabajadora tiene mucho que perder y nada que ganar.
[1] Isidor Boix, miembro de la Secretaría de Internacional de Comisiones Obreras ( CCOO) de Industria, de España, Responsable de Responsabilidad Social Empresarial en dicha Secretaría, Coordinador del Grupo de Trabajo de Promoción de la RSE del Consejo Estatal de RSE de las Empresas: Otra globalización es posible. Y necesaria. Apuntes para la acción social local, autonómica, estatal y transnacional 2016. Texto reelaborado de la ponencia preparatoria de la sesión del 13 de octubre de 2015 en Barcelona del X Curso de derechos sociales del Observatorio DESC (Drets Econòmics, Socials i Culturals) y del debate que resultó de su presentación en la misma.
[3] A.Maddison, The World Economy. A Millennial Perspective, OCDE, París, 2011; A.Maddison, The World Economy: Historical Statistics, OCDE, París, 2003; Naciones Unidas, World Populations Prospects, The 2004 Revision, Nueva York, 2005; A. Maddison, Phases of Capitalist Development, Oxford University Press, Oxford, 1982. Véase: http://es.wikipedia.org/wiki/jornada_de_ocho_horas
[4] Betrand Russel escribía en 1932 en el Elogio del Ocio, que la técnica moderna ha hecho posible reducir enormemente la cantidad de trabajo requerida para asegurar lo imprescindible para la vida de todos y que la jornada laboral podría reducirse a cuatro horas. La idea de que el pobre debe disponer de tiempo libre es escandalosa para los ricos. Hoy las gentes son menos francas, pero el sentimiento persiste.
[5] John Maynard Keynes, El Dilema del socialismo moderno (Society for Socialist Inquiry, 13 de diciembre de 1931) en L’assurdità dei sacrifici, Ed. Manifestolibri, Roma, junio de 1995.
[6] Quelle nouvelle révolution industrielle? en: Le plein emploi à l’aube de la nouvelle révolution industrielle. Publicación de la Escuela de Relaciones Industriales de la Universidad de Montreal , 1982. https://papyrus.bib.umontreal.ca/jspui/handle/1866/1772)
[7] David C. Korten, L'échec des institutions de Bretton Woods, en Le procés de la mondialisation, bajo la dirección de Edward Goldsmith y Jerry Mander, ediciones Fayard, París, marzo 2001, pág. 91. (edición original en inglés: The Case again the globalisation).
[8] François Chesnais, Prefacio del libro “Les multinationales et la mise en concurrence des salariés” de Claude Pottier. Edit. L’Harmattan, Collection travail et mondialisation, Paris, mayo 2003.
[9] Escribe José Manuel Quintana Hernández :La flexibilidad, fantasma que recorre Europa desde hace varias décadas, mutó en las instituciones europeas en flexiseguridad, como expresión de un intento de integrar
los intereses contrapuestos de la relación laboral, como una estrategia de la instituciones de la Unión Europea para afrontar los nuevos tiempos modernos: flexibilidad laboral a cambio de medidas compensatorias, acogidas bajo el término «seguridad». José Manuel Quintana Hernández: ¿Flexibilidad laboral, flexiseguridad o flexplotacion? (http://www.ehu.eus/ojs/index.php/Lan_Harremanak/article/view/7094
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