Alimentos, hambre, obesidad y paraísos

11/04/2016
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En pleno Decenio de acción sobre la nutrición, a partir de 2015 y hasta 2025, a cargo de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura y la Organización Mundial de la Salud, según la declaración hecha el 1 de abril por la ONU, con los objetivos centrales de erradicar el hambre y prevenir todas las formas de malnutrición, el desperdicio anual de alimentos alcanza la fabulosa cantidad de 750 mil millones de dólares (a precios de productor del año 2009), equivalentes a 1,300 millones de toneladas de alimentos, producidos en 1,400 millones de hectáreas, territorio superior al de Canadá e India juntos.

 

En la aldea globalizada por el capitalismo salvaje en todas sus modalidades bastante diferenciadas, porque no es tan expoliador, irracional y depredador del medio ambiente y los trabajadores el modelo sueco que el mexicano; sin embargo, forman parte del mismo sistema-mundo (Pablo González Casanova dixit) en el que subsisten 800 millones de personas con subalimentación crónica y 2 mil millones con deficiencias nutricionales, en paralelo a mil 900 millones con sobrepeso, la tercera parte de ellas obesas.

 

Globalizada aldea por el gran capital hegemonizado por apenas dos centenares de trasnacionales que evaden pagar obligaciones fiscales a los Estados para que éstos atiendan necesidades como el hambre, la subalimentación y la obesidad, por un monto de 7.6 billones de dólares, cifra superior al producto interno bruto de Alemania y Reino Unido juntos, en 73 paraísos fiscales.

 

Eso fue lo que exhibió la investigación Los papeles de Panamá, realizada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación y que el Departamento de Estado acaba de reconocer sin ambages que la financió, como lo advirtió Vladimir Putin al atribuirla a la Central Americana de Inteligencia, mejor conocida por sus siglas en inglés, CIA.

 

Resulta pertinente, por lo anterior, la pregunta formulada por la jornalera Rayuela: “Entre los guardaditos de Panamá y el desperdicio de comida, la pregunta que salta es: ¿de qué viven los demás?”

 

Lo que revelan la FAO y la OMS es que con otros patrones de consumo –no los del individualismo exacerbado que promueve con mucha eficacia el neoliberalismo para destruir los lazos comunitarios y el espíritu solidario entre las mayorías, su obra más trascendente y negativa–, con distintas formas de almacenamiento y de comercialización es posible afrontar durante los próximos 10 años el desperdicio de alimentos y erradicar el hambre y prevenir la malnutrición.

 

Al sur del río Bravo, según la Comisión Económica para América Latina, fue donde más se avanzó en la última década en abatir el hambre, aunque el desperdicio alimentario equivale al contenido de 10 centrales de abasto como la de la Ciudad de México, la más grande del orbe. Aquí se tiran 127 millones de toneladas de alimentos, 223 kilos por persona o el 9.7 por ciento de la pérdida global. Con ello se alimentaría a 300 millones de latinoamericanos y caribeños.

 

La pérdida de alimentos se da en las cinco etapas de las cadenas de suministro, el porcentaje mayor ocurre tanto al principio como al final: producción y consumo, pues cada una concentra 28 por ciento de las calorías desperdiciadas. Otro 22 por ciento se esfuma en el manejo y almacenamiento, y lo mismo ocurre con 17 por ciento en la distribución y mercadeo. En el procesamiento la pérdida sólo alcanza 6 por ciento.

 

Aparte están los costos económicos y ambientales del irracional derroche que, sin embargo, garantiza enormes utilidades a un puñado de trasnacionales en demérito del derecho humano a la alimentación adecuada.

 

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