La legalización de la piratería en América Latina
- Opinión
Con un parche en el ojo y un guacamayo en el hombro, la creatividad es muy menospreciada por el universo latinoamericano, que no se cansa de duplicar la llave maestra de la propiedad intelectual, para poder abrir la puerta sin pedir permiso al autor.
Navegando con el sombrero de Barbarroja, todos los barcos y piratas que bombardean con ilegalidad a las aguas latinoamericanas, solamente buscan prostituir el color de sus borrosas neuronas, cada vez que compran, venden, y reproducen el maldito material pirateado.
El festival latinoamericano de la piratería, incluye: películas de estreno hollywoodense, canciones pegajosas de reguetón, los mejores momentos pornográficos, musicales en alta definición, documentales de Bob Marley, videos cristianos subtitulados, programas de computadora en español, videojuegos bélicos en doble capa, libros en formato digital, sistemas operativos desbloqueados, series de televisión por temporada, comiquitas japonesas, la nueva aventura de Disney, y el sucio beso de judas.
Te lo queman en CD y DVD, te lo graban en Blu-Ray, te lo guardan en el Pen-Drive, te lo suben a la nube, te lo envían por correo electrónico, te lo descargan por el torrente sanguíneo, te lo doblan al castellano, te imprimen la carátula a full color, te agregan los cortes del director, te lo venden por lote, te lo ponen en cola para el fin de semana, te lo prueban sin compromiso, te lo prenden frente al cliente, y te lo entregan en tus sucias manos.
En las soleadas calles, en los soleados centros comerciales, en las soleadas casas de familia, en las soleadas universidades, en los soleados semáforos, en las soleadas plazas, en los soleados mercados de pulgas, en los soleados autobuses, en las soleadas páginas Web, en los soleados hipódromos, en las soleadas iglesias, y hasta en la soleada suciedad de los tribunales.
A plena luz del sol se legaliza la piratería en Latinoamérica, y hay un disco compacto muy sucio y muy rayado, girando una y otra vez en la oscuridad del crepúsculo occidental.
El astro rey, las palomas y el azulado cielo, son diariamente testigos del ilegal intercambio comercial, que realizan los delincuentes en las principales calles de nuestra geografía continental, para adquirir rápidamente los maravillosos contenidos audiovisuales y los programas informáticos, que son expuestos públicamente a lo largo y ancho del entorno plagiado, buscando que los hijos de Barbanegra disfruten de la más novedosa piratería revolucionaria.
Como ocurre con las drogas, la piratería se extendió y se legalizó en todo el territorio latinoamericano, siendo muy fácil encontrar la mercancía ilegal a buen precio, y sin ningún riesgo de salir perjudicado por el delito.
Aunque usted no lo crea, la adicción de comprar y vender la bravucona piratería, es un problema multicultural dentro de la sociedad latinoamericana, que no se limita a los estereotipos configurados por la población.
Los policías compran material audiovisual pirateado.
Los jueces también compran material audiovisual pirateado.
Los fiscales siempre compran material audiovisual pirateado.
Los abogados compran material audiovisual pirateado.
Los estudiantes compran material audiovisual pirateado.
Las amas de casa desesperadas compran material audiovisual pirateado.
Los políticos de la derecha compran material audiovisual pirateado.
Los políticos de la izquierda compran material audiovisual pirateado.
Los ladrones compran material audiovisual pirateado.
Los sacerdotes compran material audiovisual pirateado.
Las prostitutas compran material audiovisual pirateado.
Y hasta los peores escritores, compran material audiovisual pirateado.
Niños, jóvenes, adultos y ancianos, han convertido a Latinoamérica en una región tan pirateada, que la piratería de contenidos audiovisuales e informáticos, es parte del aparato productivo que sustenta a los bolsillos de nuestras naciones.
Ya no es necesario visitar un almacén abandonado, un pueblo fantasma o una fábrica clandestina, para que un asqueroso bigotudo con pinta de drogadicto, te entregara la lista alfabetizada de contenidos pirateados, que podían ser fácilmente negociados, copiados, y comprados con olor a cigarrillo.
Estamos abordando un tema complejo para la colectividad latinoamericana, pues la piratería es un vicio que no discrimina a nadie.
Fíjense que durante mis estudios de Comunicación Social en la Universidad del Zulia (Venezuela), un gran número de profesores obligaban a comprar materiales pirateados, con la excusa de utilizarlos para realizar trabajos investigativos.
Incluso, algunos profesores recomendaban ir hasta “Las Playitas”, que es un famoso mercado callejero ubicado en la ciudad de Maracaibo, donde se vende mercancía ilegal a oriundos y foráneos.
Por culpa de los profesores universitarios, muchísimos alumnos tuvimos que comprar películas piratas como: “Man on Fire”, “Dogville” y “The Butterfly Effect”.
Por culpa de los profesores universitarios, muchísimos alumnos tuvimos que comprar programas piratas como: “Adobe PageMaker”, “Adobe Photoshop” y “Microsoft Office 2007”.
Por culpa de los profesores universitarios, muchísimos alumnos tuvimos que fotocopiar libros como: “Memoria de mis putas tristes”, “Una escalera al cielo” y “El agujero negro”.
Si la escuela enseña a cometer el delito, pues el delito corromperá al prójimo.
En pleno siglo XXI, la piratería se adueñó de nuestra querida patria latinoamericana, y su aceptación y popularidad ha permitido que los oportunistas piratas, obtengan legalmente los documentos jurídicos que amparan el delito.
Los piratas tienen empresas legalmente registradas, tienen sucursales en los cuatro puntos cardinales, tienen dominios autorizados por los gobiernos para vender en el ciberespacio, y debido al acelerado crecimiento de las redes sociales y del alojamiento virtual de datos compartidos, los piratas encuentran tierra fértil y luz verde para continuar delinquiendo, gracias al apoyo incondicional de Facebook, de Taringa y de MEGA.
Cuando podemos tirar la piedra y esconder la mano, pues somos los mejores animales del Tercermundismo, que compramos y vendemos la piratería de la calle, porque la actual crisis económica de Latinoamérica no permite adquirir legalmente, los contenidos audiovisuales e informáticos que son vendidos a precios exorbitantes, en las tiendas especializadas que ofertan esos productos.
Pero cuando no podemos tirar la piedra y esconder la mano, pues somos los mejores ciudadanos del Primer Mundo, que exigimos justicia para los presos políticos, que pedimos el resguardo de los derechos humanos, y que invocamos el poder de la democracia para resolver los conflictos sociales.
Somos un concierto de falsedad, hipocresía y desvergüenza.
La libre comercialización y legalización de la piratería, demuestra que nuestros valores éticos y morales, se encuentran en el fondo de un abismo de trifulcas, donde jamás hay espacio para respetar el trabajo intelectual del erudito, y donde siempre hay cabida para la delincuencia organizada del corrupto.
El consumismo de productos tecnológicos ha golpeado con fuerza a los latinoamericanos, y la tremenda locura por consumir lo más nuevo de lo nuevo, justificando el fin por el medio para conseguirlo, nos hace sufrir una terrible ansiedad capitalista, que desea emular el éxito internacional de The Walking Dead, desnudando el folklore venezolano de los Diablos danzantes de Yare.
La transculturación impone su propia ley, su propio destino, y su propia naturaleza.
Por eso el libertinaje comercial a favor de la piratería, ha permitido que más del 90% de los programas informáticos y de los contenidos audiovisuales, que se compran y que se venden a diario en las calles de Latinoamérica, sean productos ilegales ofertados por la industria de la piratería nacional y extranjera.
El software libre, la trova cubana y la literatura mapuche, no pueden competir con las ventanas de los androides, que siempre queman el hielo del pingüino.
La normativa legal castiga de palabra, pero olvida por la espalda. Vemos que las leyes latinoamericanas que protegen el derecho del autor, son las mismas leyes que protegen el derecho de robar al autor, para que sigamos esclavizados a las coloniales e imperialistas reglas de juego.
Las nocivas reglas de juego condenan a los artistas latinoamericanos, que son tentados a vender su cuerpo y a prostituir su arte en las calles, antes de componer la letra de una nueva poesía escarlata, porque La Biblia dice que no solo de pan vive el Hombre, y porque la familia no se alimenta con simples palabras bonitas.
De hecho, yo he visto como mis artículos de opinión sobre temas ecológicos, han sido compilados y vendidos en formato PDF a través de MercadoLibre.com, y no existe vía conciliadora para que la gente sin escrúpulos se llene de escrúpulos.
El tiempo de dedicación, el sacrificio corporal, y la libertad de imaginación, se nutre con el pago de la pasta, con el pago de la réplica, y con el pago de la torre.
La furiosa piratería no es una caprichosa moda. La furiosa piratería es una verdadera profesión. Es un sustantivo que perturba el arte, es un adjetivo que violenta el arte, y es un verbo que destruye el arte.
La piratería de contenidos audiovisuales e informáticos, es parte de la armoniosa cotidianidad de América Latina.
No hay escándalo, no hay crimen, no hay culpables. Es tolerada, es masificada, y es rentabilizada. No hay proceso, no hay multas, no hay cárcel.
La marginación del intelecto fluye al pie del cañón, y a veces no sabemos cuándo escaparemos del infierno.
Yo siempre escucho el álbum “Megatón” de la banda Santos Inocentes. Es un disco producido hace más de quince años, pero lo compré legalmente en una tienda venezolana, y todavía me sirve de inspiración en la vida diaria.
Yo siempre veo la película iraní titulada “El Sauce Llorón”. Es una historia sin asombrosos efectos especiales computarizados, pero su simpleza me ayuda a practicar el agradecimiento, y me ayuda a no perder el norte existencial.
Yo siempre leo el libro “Periodismo y lucha de clases” de Camilo Taufic. Es un librito con más de veinte años de amargura, pero lo compré legalmente en una librería venezolana, y todavía me sirve de reflexión en la lucha comunicacional diaria.
Sigo sin escuchar el último disco de Lady Gaga, no he visto la última película de Los Vengadores, y no leí el último libro de Harry Potter.
Pero aquí estoy, vivito y coleando. Escribiendo, soñando despierto, cantando, filosofando, llorando, y desarrollándome artísticamente.
Yo conozco a muchísimos compatriotas latinoamericanos, que ya escucharon el nuevo disco de Lady Gaga, que ya vieron la nueva película de Los Vengadores, y que ya leyeron el último libro de Harry Potter.
Pero lamentablemente, ellos son incapaces de construir un paralelepípedo.
Hay cosas más importantes en la vida que comer, cagar y dormir.
Esas cosas que por ser cosas no tienen nombre, representan el único camino para recuperar las cosas más importantes de la vida, que se basan en el arte de amar, concienciar y cambiar.
Cambiar es una triste utopía latinoamericana, y pese a que la piratería seguirá expandiéndose como el cáncer, en el enfermizo cerebro de todos los hijos de Sandokán, nosotros hoy cumplimos con el valioso y necesario deber de educar.
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