Invierno

05/03/2018
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El frente frío llegado desde Siberia puso en alerta a Europa a lo largo de toda la semana pasada, pues cobró la vida de 10 personas en los últimos tres días. Los 16 grados bajo cero, sin embargo, poco tienen en común con los -42 grados que más gocé que padecí en Moscú, en 1978. Valga, pues, el siguiente testimonio del libro Remembranzas:

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Julio le insistió con ese tono de voz entre dulce y claridoso:

 

–Hermano, tráenos a Alexis. Sólo abrígalo muy bien. Tan protegido y cuidado va a estar en nuestra casa como en la tuya. Tú y Albita podrán dedicarse a trabajar.

 

–Julio, por favor, no insistas –contestó convencido el padre del niño mexicano, pero ruso entre los soviéticos a la hora de convivir de lunes a viernes, desde las nueve hasta las 17 horas, e integrarse al grupo escolar moscovita. “Tiene mejor pronunciación que nuestros niños”, decía orgullosa la educadora.

 

–Muy bien, Julio. Sólo esperemos a que sea mediodía para que el sol caliente un poco más y salimos para tu casa.

 

Vestir al niño de cuatro años no fue mayor problema. Los padres lo convirtieron en una alargada y redonda bola de la que sólo se veían sus coloridos ojos.

 

Padre e hijo caminaron una cuadra para tomar el trolebús que los condujo a la estación del metro.

 

En ese trayecto una, dos, tres babushkas –abuelas, una institución hasta nuestros días– lo increparon:

 

--¡Ciudadano! ¡Es usted un irresponsable! ¿Cómo se le ocurre salir a la calle con su hijo? ¡Habrase visto tanta irresponsabilidad!

 

–Sí, abuelita.

 

Contradecirla no tenía sentido. Amén de que el padre de Alexis tenía un manejo del idioma ruso más que elemental, primitivo.

 

No me conteste que sí. ¡Déme una explicación! ¡Dígame una razón que explique su conducta! ¿Acaso no está enterado que las escuela suspendieron labores? ¿Que nuestro gobierno y nuestras autoridades sanitarias prohibieron la salida a la calle de nuestros niños y ancianos?

 

–Entonces, ¿qué hace usted, abuelita, en la calle? –preguntó para sus adentros el papá medio molesto, pero incapaz de verbalizarlo porque era arriesgarse a una reprimenda mayor, ya no individual sino colectiva.

 

El padre apresuró el paso. No tanto como deseaba porque resbalarse implicaba caer sobre la gruesa capa de nieve junto con aquel adorado bulto, que sólo podía cargar con los dos brazos extendidos. Ni así alcanzaba a abarcarlo completamente. Y una mala caída podía significar daños tan severos como los sufridos por aquella periodista mexicana que se lastimó la columna vertebral.

 

Enseguida tomaron el trolebús bajo la severa mirada acusatoria de los pocos pasajeros que ahí viajaban. Se bajaron a las puertas de la estación del metro Sokol. Lo abordaron, y las miradas se reprodujeron hasta abandonar el tren subterráneo para tomar el tranvía. Tres medios de transporte para una distancia no mayor a los cinco kilómetros.

 

Tocó el timbre de la casa de Julio y Klava (Claudita). Abrieron enseguida. Los rostros felices de la moscovita y el ucraniano de Odesa transmitieron el gozo a un padre regañado, acusado.

 

Klava tomó al niño. Julio ordenó, mientras el padre empezaba a quitarse la chabka, para seguir con el abrigo, la bufanda y los zapatos como indican las buenas costumbres rusas para entrar a una casa:

 

–¡Primero tómate esto! ¡Tómatelo, hermano!

 

Era un abundante trago de vodka. El más reconfortante de los muchos que había ingerido aquí y allá.

 

La felicidad de los abuelos y del nieto adoptivo la interpretó el papá como un momento en el que no debe interferirse.

 

El padre de Alexis preguntó a Julio dónde podría adquirir carnes frías y productos lácteos que escaseaban en su barrio desde hacía un par de semanas.

 

La respuesta fue sorprendente. Esos productos y muchos más podría comprarlos a unas cuantas cuadras.

 

Sin dificultad ubicó la tienda. Y en efecto, había de todo, hasta sidra y estaba cerca el fin de año. Optó por comprar un arcón de 30 rublos y salió feliz a tomar el trolebús. Como no pasaba, decidió tomar un taxi. Sin embargo, todos iban ocupados o no querían detenerse. Empezaba a oscurecer. El frío arreciaba. La noche amenazaba con imponerse. El frío le caló hondo, muy hondo. Comenzó a dar pequeños brincos hasta que se descubrió dando saltos. En esas estaba cuando se percató que no sentía la punta de la nariz ni los lóbulos de las orejas.

 

Tomó nieve del suelo y se la restregó enérgicamente en nariz y orejas. Recuperó la sensibilidad. Descubrió que no había una sola alma en la calle. Eran las seis de la tarde. Finalmente, un taxista se apiadó del padre mexicano. Nuevo regaño. Ahora por parte de un conductor:

 

–¿Qué hacía usted allí?

 

–Esperando un taxi –contestó sin pensar mientras sentía un calor placentero como pocas veces en sus 28 años de vida.

 

–¡Respóndame bien! Es un ciudadano irresponsable. Me paré porque lo vi desesperado, brincando y frotándose con nieve.

 

–Ciudadano taxista: No tengo varios productos alimenticios indispensables en casa. Los encontré en esta zona y los compré. Y algunos de sus compañeros me negaron el servicio.

 

–¿Sabe usted, ciudadano, desde cuándo no hacía el frío de anoche y el que están anunciando para hoy?

 

–¡No tengo idea!

 

–Desde 1944, cuando el Ejército Rojo empezó a frenar a las tropas nazis a la entrada de Moscú. Lo mismo que le ocurrió a Napoleón.

 

–Gracias.

 

–¡44 grados bajo cero! Ciudadano aventurero e irresponsable.

 

–¿Alimentar a mi familia es irresponsable?

 

El silencio del taxista fue la respuesta. Llegaron a la esquina que forman las calles Walter Ulbricht y Otto Kuusinen. El costo del servicio fue el que marcó el taxímetro.

 

No alcanzó a tocar el timbre del departamento. Alba lo esperaba. Seguramente Julio Rosovski la previno. (Él vivió en México de 1925 a 1930, cuando lo expulsó el gobierno de Emilio Portes Gil, como a Tina Modotti y muchos comunistas e internacionalistas más).

 

El padre intentó iniciar el ritual de la casa de Julio y Klava, de cualquier casa rusa, cuando la mamá de Alexis le dijo con voz imperativa:

 

–¡Tómatelo!

 

–¿Cómo? ¡Si me críticas porque bebo licor!

 

–¡Tómatelo y deja de enchinchar! Muchas gracias por lo que hiciste.

 

 

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