Educación en el lenguaje y la literatura

13/08/2018
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En la trayectoria académica e intelectual de Walter Navia Romero se destacan tres fundamentales preocupaciones: sobre el lenguaje, la comunicación y el hombre. Las mismas se han cristalizado en aportes como Comunicación y hermenéutica: implicaciones sociales y educativas (2001), La palabra viva, Lectura, escritura y expresión oral (2006) y El hombre en y más allá de Heidegger (2016). No se trata de preocupaciones aisladas, sino más bien de tres momentos y formas de pensar que se articulan en Educación en el lenguaje y la literatura (2018).

 

Aunque esta nueva entrega se puede comprender como importante en los campos de la lingüística, la comunicación y la filosofía, es en el terreno de la educación donde tiene mayor relevancia crítica. Dicha relevancia no se restringe a la enseñanza de lenguaje y literatura, en lo que hoy se denomina “Comunicación y lenguajes” en Bolivia. Ello se debe a dos razones: primero, a que no es posible pensar en ningún relacionamiento educativo que no involucre al lenguaje y que eso no presuponga comunicación. Segundo: el uso de la literatura para educar en el lenguaje implica competencias que tienen una razón social y cultural de ser, competencias sin las cuales el horizonte de los hombres y mujeres no se puede enriquecer o ampliar. Es así que todo acontecer humano, ya no sólo de carácter educativo, se da en y por el lenguaje.

 

Ambas particularidades, sitúan la educación en el lenguaje y la literatura al nivel de paradigmas como el conductual, contextual, cognitivo o constructivista. A lo largo, ancho y profundo de su pensamiento, Walter Navia ha argumentado la tesis de la educación en el lenguaje y la literatura frente a cada uno de esos puntos de vista, específicamente en lo que corresponde a sus concepciones de lenguaje, modelos de comunicación y comprensión del hecho educativo. Ello ha dado lugar a un peculiar deslinde del pensamiento de Navia: la educación en el lenguaje consiste en formar seres humanos, en y desde sí mismos, con la finalidad de conducirlos a ser auténticos. Martín Heidegger se expresó al respecto de la siguiente manera: “El que nunca dice nada, no tiene la posibilidad de callar en un determinado momento. Sólo en el auténtico discurrir es posible un verdadero callar. Para poder callar, el Dasein debe tener algo que decir, esto es, debe disponer de una verdadera y rica aperturidad de sí mismo.” (Heidegger, 1997, 165).

 

Los paradigmas de la educación no se han preocupado por la autenticidad del ser humano, porque su centro de gravitación no ha sido el lenguaje. Ésta es una característica de la obra de Navia, en el entendido de que la autorrealización de los hombres y mujeres en un medio lingüístico tiene radicales implicaciones éticas, antes que meramente cognitivas. La Educación en el lenguaje y la literatura, de hecho, también puede ser comprendida como el efecto de la interpretación del lenguaje en relación a la ética y viceversa, algo que Navia ha revisado desde Aristóteles, pasando por las filosofías de Ludwig Wittgenstein, Heidegger y Hans George Gadamer, hasta Jürgen Habermas y Karl Otto Apel. Una de las consecuencias más fehacientes de este recorrido es la afirmación de que “Vivir en el lenguaje, desarrollarse en el mismo (perfeccionarse o desmejorar), implica en primer lugar la conciencia de reglas de la acción humana.”

 

Entre varias otras razones, esto ha permitido avanzar hacia la liberación del lenguaje de las reglas de ortografía y de la gramática, así como a liberar a la literatura de definiciones de géneros, biografías de autores, del historicismo enciclopédico de las escuelas y preceptiva literarios, que impedían -aún es así- promover y desarrollar la lectura de textos como experiencia existencial y la competencia comunicativa a nivel escrito. Es así como el planteamiento de la educación en el lenguaje y la literatura da lugar a su propio correlato didáctico. Esta es otra de las peculiaridades de la obra de Navia: traduce la fundamentación teórica y crítica de la educación en el lenguaje a una didáctica para el trabajo en aula.

 

Ello genera condiciones de posibilidad concretas y reales, para no fracturar la continuidad que es imprescindible entre la teoría y la práctica, hecho que no ha sido el carácter de las formulaciones educativas de otros autores. Y ocurre que la mayor y mejor suficiencia de un planteamiento educativo no está en que sea consistente en el plano de la teoría, sino en que ella sea la consecuencia de las certidumbres y orientaciones que ha aportado la práctica, o que la teoría sea capaz de resistir los condicionamientos de las diferentes circunstancias histórico-sociales. La educación en el lenguaje y la literatura, sin lugar a dudas, es uno de los mejores ejemplos de que, en el campo de la educación, la práctica es el mejor pastor de la teoría.

 

Para descolonizar la enseñanza de lenguaje y literatura de las concepciones instrumentales del lenguaje y de la concepción enciclopédica de literatura, Walter Navia plantea las actividades de hablar, escuchar, leer y escribir, en base a textos originales de autores de las humanidades y de las ciencias sociales. Este planteamiento es valioso porque cada una de esas prácticas -una implicada en otra- son perfiladas como experiencias existenciales que no se reducen a ser acontecimientos meramente lingüísticos, destinados a la instrucción y repetición de contenidos en procesos apócrifos de comunicación, es decir, en relacionamientos pedagógicos que no involucran la exteriorización de la subjetividad de los estudiantes.

 

Se trata más bien de prácticas -la de hablar, escuchar, leer y escribir- por medio de las cuales se puede redimensionar éticamente el horizonte de los educandos (precisamente lo que no ocurre con la concepción instrumental del lenguaje y con la perspectiva enciclopédica de la literatura). Hablar o escribir sobre la literatura es una experiencia existencial, sólo si está orientada a profundizar y ampliar el mundo de los educandos con los mundos que traen consigo, por ejemplo, los textos ficcionales (novelas o cuentos). El valor educativo de la literatura reside en ello, no en ser una finalidad en sí misma, sino en ser uno de los ejercicios estéticos más prominentes del lenguaje, a través del cual se puede formar a los hombres y mujeres en el uso ético y moral del lenguaje, en contextos y procesos reales de comunicación.

 

Aquí es necesario puntualizar que el redimensionamiento del horizonte de las personas no es el efecto de la acumulación de conocimientos, sino de la experiencia con los mismos. ¿Qué quiere decir esto? Que la educación en el lenguaje deja redescubrir la concepción del currículo como un conjunto de experiencias, y ya no como un simple cúmulo de información. Pero a diferencia de John Dewey, la experiencia en la obra de Navia tiene la importancia de ser un indicador de que se está siguiendo el camino de la formación en el lenguaje. La ausencia de experiencias de aprendizaje en el educando, por lo tanto, no superaría la tradición de creer que, cuanto más contenido se encuentre transcrito en las carpetas y/o cuadernos de los educandos, mejor se está educando.

 

Esto reivindica la figura del maestro, sin el cual no sería posible conducir a los educandos por el sendero de su formación. Walter Navia ya había expresado esta preocupación en la Palabra viva, donde se había referido a la importancia de este tipo de actor de la siguiente manera: “Sin una reorientación substancial de los mismos, es decir, sin la formación y autoformación de nuevos contingentes de docentes, no se transformará la educación nacional, por más que se invierta millones en la elaboración de materiales innovadores o en la reestructuración del sistema escolar. Una nueva realidad educativa requiere un maestro capacitado e innovador.” (2006, 11).

 

Sin olvidar que ya desde la Grecia antigua Homero había respondido que el maestro debía ser alguien con dominio del lenguaje y con la capacidad de acción, la Educación en el lenguaje y la literatura presupone que el maestro, y no sólo el de literatura o de Comunicación y lenguajes, debe ser competente en el lenguaje, de tal modo que su relación con los educandos pueda dar lugar a experiencias educativas en cualquiera de lo que actualmente se denomina campos de conocimientos en la educación boliviana. Lo contrario a esto no es el ideal del maestro heideggeriano que aventaja al aprendiz porque “tiene que aprender todavía más que éste, pues tiene que hacerse con la capacidad de hacer aprender. El maestro ha de tener la capacidad de estar más dispuesto a aprender que los aprendices mismos.”

 

¿Cuál sería la relevancia de este modo de interpretar la investigación de Walter Navia? La siguiente: la transición de la educación con fundamento en la razón a una educación con fundamento en el lenguaje. El conocimiento por el conocimiento ya no es la finalidad de la educación, de aquella que se reducía a ser instructiva. En su lugar, debería ser preciso pensar en una educación en el lenguaje y en el conocimiento, comprendiendo que cualquier contenido disciplinario es susceptible de ser comprendido a través de las prácticas del hablar, escuchar, leer y escribir. La razón requiere comunicarse y ello es sólo posible en y con el lenguaje. De lo contrario la razón estaría condenada al desierto de la soledad, algo que tomando en cuenta la contribución de Walter Navia es equivalente a la ausencia de lenguaje, a la ausencia de seres humanos que pueden hablarse, escucharse, leerse y escribirse.

 

Lo referido hasta aquí, permite proyectar la educación en el lenguaje ya como la base de la cual son dependientes todos los posibles desarrollos curriculares de las ciencias, disciplinas o campos de conocimientos, ya sea en educación primaria, secundaria o superior. Ello reiterando que no existen relacionamientos educativos o de cualquier otro carácter entre humanos que no involucren al lenguaje y que, por eso mismo, no presupongan proceso de comunicación, es decir, de formación en base a las experiencias existenciales de hablar, escuchar, leer y escribir sobre psicología, historia, geografía, religiones o ciencias naturales.

 

Para concluir, pero también poner de relieve la tesis sobre la que se levanta la anterior convicción, dejo que la Educación en el lenguaje y la literatura inicie su recorrido en la voz del maestro Walter Navia: “El hecho fundamental es el siguiente: nacemos por la palabra, existimos, nos desarrollamos y perfeccionamos (o nos degradamos) en la palabra, y terminamos de morirnos también sin la palabra…”.

 

Bibliografía

 

Heidegger, Martín. (1997). Ser y tiempo. Traducción, prólogo y notas de Jorge Eduardo Rivera. Santiago de Chile: Universitaria.

 

Navia Romero, Walter. (2001). Comunicación y hermenéutica: implicaciones sociales y educativas. La Paz: Instituto de Estudios Bolivianos.

 

Navia Romero, Walter. (2006). La palabra viva, Lectura, escritura y expresión oral. La Paz: Instituto de Estudios Bolivianos.

 

Navia Romero, Walter. (2016). El hombre en y más allá de Heidegger. La Paz: Autodeterminación.

 

Navia Romero, Walter. (2018). Educación en el lenguaje y la literatura. La Paz: Universidad Mayor de San Andrés-Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/194667
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