El futuro ya no es lo que solía ser
- Opinión
El 11 de agosto el pueblo argentino votó contra la política económica del gobierno de Mauricio Macri y se precipitó un escenario que plantea interrogantes de corto y largo plazo.
En rigor, es posible pero no probable que el actual Presidente se revalide en las urnas para otro mandato, razón por la cual operaremos aquí con la tácita hipótesis de que Alberto Fernández será, a partir del 27 de octubre próximo, el nuevo mandatario argentino. Por lo demás, nada de lo que aquí se expresa perdería validez en el caso de que las cosas ocurrieran de otro modo.
Por estos días, es todo coyuntura. Y cuando todo es coyuntura, es mejor mirar hacia la etapa para desentrañar posibles desarrollos futuros. Y aun si la etapa tampoco respondiera las preguntas, entonces queda, todavía, la mirada que se pierde en el vacío, el horizonte, la estrategia y más allá las utopías que ya están, por cierto, todas muertas y bien muertas... hasta que regresen, tal vez, algún día, como impensada epifanía.
Por ahora, la única epifanía a mano es la súbita irrupción de lo demoníaco, el espectro populista, que no irrumpió porque sí y sin causa. Antes bien, podríamos decir que es la soberbia de clase lo que los perdió. Porque esa soberbia les impidió calibrar la importancia suprema que tenía construir un "frente único" con el "peronismo racional" a la hora de lanzarse a hacer lo que nadie había podido hacer en la Argentina: achicar el Estado para agrandar la Nación, Videla dixit. Ese frente único era la alianza con el peronismo de derecha, es decir, era un frente para gobernar. Había que convocarlo a ese peronismo. Pero había que convocarlo desde el inicio de la gestión, luego del muy ajustado triunfo del macrismo, allá por 2015. Porque lo que querían hacer era lo que ni las dictaduras militares han podido hacer en este país. Entonces, cabe la pregunta ¿cómo fue posible que alucinaran que iban a poder hacer lo que no se pudo hacer ni con un genocidio...? Hoy están pagando su miopía y su ignorancia de la historia.
Siempre lució un poco irreal el macrismo nucleado en esos apelativos de ocasión que bautizaron, en sellos que se sucedían como un tren fantasma, Pro, Cambiemos, Juntos por el Cambio. En rigor, lo que se amontonaba allí, en esos sellos, no era "el macrismo", sino, por detrás, ese frente agrario, esa industria y esos bancos que ayer aspiraban a una Argentina a su medida confrontando con su antítesis, es decir, con todo lo que ellos no son: el movimiento obrero, la clase media en todos sus estratos y el débil empresariado nacional. Confrontar y doblegarlos, ese era el designio.
El fracaso de Macri no es monocausal pero se explica, de entrada, porque el PRO y luego Cambiemos fueron más la expresión política de un odio muy específico, que una alternativa de política económica ofrecida a la consideración del electorado. En el borde exterior de esa alucinación clasista tremolaba el espectro de la Venezuela bolivariana, mientras que en el escenario doméstico eran llamados a filas los descendientes de aquellas "legiones patrióticas" juveniles y violentas que habían odiado con fruición al populacho yrigoyenista y aplaudido bombas sobre niños de primaria, y que ahora eran convocadas ante el peligro de que el pobrerio del conurbano y el interior profundo no tuvieran otra opción política que la que ofrecía un kirchnerismo potencialmente antisistémico. Vinieron, ante todo, a prevenir la rebelión y sólo después a ofrecer algo parecido a un proyecto de país. La derecha, esta derecha, también tiene genealogía.
Si algo faltaba para exhibir esa realidad sociológica que ubica a los presidentes como gerentes de un "poder real" que opera en las sombras, el propio Macri acaba de declarar que "El poder actúa como si ya no estuviéramos...". Y, en efecto, ese poder ya negocia o pretende negociar con Alberto Fernández, es decir, con aquel jefe de gabinete que supo, junto a Néstor Kirchner, qué es eso de enfrentarse a los poderes globales. Unas fichas ahí, para Alberto.
Sin embargo, debe quedar claro que no vuelve el espíritu Mar del Plata 2005. Aquel espíritu fue hijo de su tiempo y ahora lo que vuelve es un programa de "sensatez" frente a los acreedores pero con un cable extendido hacia el pueblo profundo, que es aquel que sufre siempre y que, en los últimos cuatro años, se debatió entre la miseria y el dolor a extremos que sólo eran irrelevantes para unos medios y unos periodistas que ahora, rápidos para oler lo que se viene, prorrumpen en "autocríticas" dictadas por el temor que los asalta cuando se dan cuenta de que han venido mintiendo al servicio de una causa que, al final, no resultó causa sino una patética farsa protagonizada por un hombre sin atributos y que, para mayor daño, condujo a un pandilla de financistas crónicos y amigos y entenados y parientes, a cebarse en operaciones financieras con información calificada para acrecentar sus fortunas personales. Un juez, ¡ahí...!
Para hacer lo que la derecha quería (y todavía quiere) tendrían que contar con un líder que no se parezca a Macri o, mejor, que esté en las antípodas de Macri. O dicho de otro modo: hay que contar con un Fernando Henrique o alguien de su estatura y el caso es que la derecha de este país no cuenta con un líder a la medida de sus intereses, que nunca son, en primer lugar, los de la sociedad.
La burguesía argentina, entonces, no dispone ya de jefes. No los tuvo con Macri, que resultó una ensoñación, y tal constatación, ahora, deviene dramática, mucho más cuando el reverso de la medalla está mostrando que el "populismo" sí los tiene en una CFK que -como dicen algunos con inquina- por ahora calla. Es decir, ayer hablaba demasiado; hoy calla. Mal Cristina, ayer. Mal hoy. Lo cierto es que, por una mirada de Cristina, el cielo; por una sonrisa, el mar... Por una palabra, ¡qué no daría la derecha por una palabra de Cristina...!
El futuro, en América Latina, ya no es lo que era. Se mueven y reptan, en lontananza, fantasmas autoritarios de nuevo tipo. El futuro de los argentinos, en un escenario global con líderes como Trump, Boris Johnson o Mateo Salvini, por no mencionar al más cercano Bolsonaro, consistirá en la ardua tarea de apuntalar la gestión del próximo gobierno de Alberto y Cristina que, con toda seguridad, deberá enfrentarse a un escenario global pleno de complejidades. El poder global, más pronto que tarde, le presentará un "programa" de gobierno vinculado a la deuda y a las inversiones en recursos naturales... y al "ajuste", es decir, a garantizar al capital una rentabilidad esquiva recortando al trabajo su retribución y sus conquistas. A Néstor Kirchner también le presentaron un programa al día siguiente de su triunfo electoral.
Guillermo Calvo, hombre de credenciales neoliberales indiscutibles, lo ha puesto, recientemente, en blanco sobre negro: “... No estoy a favor de Cristina (Kirchner) ni de su gente, pero debo reconocer una cosa: si sube Cristina, ella puede mirar para atrás y decir «miren el lío que nos dejó este hombre y ahora yo tengo que hacer el ajuste que él debió haber hecho y que no hizo». La ventaja de la izquierda en esas situaciones es que la oposición es la derecha, y ellos hacen política de derecha (…) Sí. De repente Cristina es lo mejor que le puede pasar al país, curiosamente (…) Porque va a aplicar el ajuste con apoyo popular, culpando al gobernante previo" (Entrevista concedida al medio chileno Diario Financiero, el 24/7/2019).
Clarito, el hombre. El ajuste. De eso se trata. Eso es lo que los desvela. Su fundamento es el "déficit fiscal". Hay que ajustar porque hay déficit fiscal. Y eso, a veces, hasta los propios se lo creen.
Tenderá a reconfigurarse el espacio del conflicto. La coyuntural alianza grande del antimacrismo cumplirá, al parecer, su cometido: disputar con éxito las elecciones. Pero, más allá, debería mantenerse igual a sí misma, es decir, unida. Allí es donde irrumpe la dinámica tendencial de reconfiguración. Una oposición eventualmente triunfadora el 27 de octubre será interpelada nuevamente pero no ya en los viejos términos: ahora los actores del Frente de Todos podrían decantar a ambos lados de un vector que uniría, en un polo, a los partidarios de algún tipo de "reformas estructurales" frente a los que, en el otro, creen que la disputa de fondo no es modernidad versus populismo sino trabajo versus capital, y que la ecuación puede comenzar a resolverse sin condenar al pueblo a la extinción por hambre y convocando a inversores del espacio global a apostar por un país al que ni los Estados Unidos ni la Unión Europea han mirado hasta ahora más que con ojos ávidos de obtener ventajas unilaterales protegiendo su mercado propio y exigiendo a la Argentina que abra el suyo. China, Rusia y la India no exigen esto. Son, en ese sentido, socios más confiables. Abrirse al mundo es, también, despojarse de anteojeras ideológicas y es, asimismo, ejercer la soberanía nacional contra viento y marea. El problema aparenta ser económico pero es, en esencia, un problema de decisiones políticas.
Es la única manera de no ajustar, porque es la única manera de solucionar el déficit sin matar a un pueblo que nunca se dejará matar. Aumentar la producción creando trabajo mediante inversiones genuinas que vendrían de actores del escenario global más interesados en el orden mundial multilateral que en expoliar a un continente en función de un expansionismo que no practican.
Pues a esos actores, con que se consagre el multilateralismo como principio rector de un nuevo orden internacional, les alcanza. Pero, para ello. América Latina debe ser libre y soberana. Es un caso típico de coincidencia del interés nacional de un actor con el interés nacional del otro actor. Rusia y China, por caso, tal vez no tendrían objeción a la entrada de una Argentina estable en los BRICS. Sería la condigna respuesta al talibán que gobierna, de facto, en Brasil: Paulo Guedes, el ministro de Economía de Bolsonaro. Con Lula fue posible plantear la cuestión. Una razón más, entonces, para transitar el camino que ya empezó a caminar Alberto Fernández: incorporar a la agenda la libertad de Lula. Este también es un tema político, aunque parezca jurídico.
Todo indica que el próximo 27 de octubre tocará a su fin un espantoso experimento político, social y cultural. Existió la "grieta" en estos años, en este desangelado tiempo de sufrimiento popular. Existió tal grieta porque el kirchnerismo, con toda legitimidad, insinuó tocar los puntos nodales del poder real en la Argentina. Pero no fue el macrismo, en aquel infausto 2015, el que venció al kirchnerismo, fue una cierta inconsistencia del kirchnerismo la que permitió el triunfo del macrismo y su despliegue nacional como opción política.
El nuevo turno histórico exhibirá escenario y actores nuevos. Mejorar en octubre lo hecho en las PASO, dejaría al nuevo gobierno con mayoría en las dos cámaras. Y de éstas depende la composición del Consejo de la Magistratura. Desde éste, a su vez, se puede diseñar una política de saneamiento del Poder Judicial. Es este escenario el que preocupa a la derecha.
Las "fuerzas en presencia" (Poulantzas) se estabilizan momentáneamente. Se estudian y se miden. También pasan revista a sus propias carencias. El macrismo puro y duro contaba con la porción de poder que el ejercicio del gobierno permite, pero la estrategia diseñada por CFK lo ha dejado al borde del colapso. Comprende, entonces, que la coyuntura le está exigiendo que exhiba lo que no tiene, lo que nunca tuvo en realidad: oficio para transitar el andarivel que une al Estado con los partidos políticos. Como nació en probeta y no en la vida, el PRO y su "vieja guardia" comprueban que no tienen respuestas cuando la política les empieza a exigir destreza para reconstruir mayorías ganadoras y experiencia para la construcción de consensos. A riesgo de desnaturalizar su esencia ideológica (el antiperonismo) y de abdicar de su modo de gestionar (en el límite de lo legal, como lo prueba la "causa Dolores"), la realidad lo empuja a borrar con el codo lo que escribió con la mano, a sacrificar su "doctrina" en el altar de unas medidas de las que siempre abominó y al patético intento de enmendar exabruptos pidiendo lo que cabe pedirle a Dios pero no a la política: el perdón de los pecados. Un vaho de alcohol adulterado se les ha subido a la cabeza, y se les nota.
El bloque de poder real de la Argentina no le ha podido imponer su orden al pueblo y éste no está en condiciones de imponer el suyo a aquel bloque clasista. Cuando esto ocurre estamos en presencia de una crisis política. Hacia adelante, el nuevo poder está envuelto en espesa bruma. Está en potencia. No hay que meter cuñas en el seno del Frente de Todos y al movimiento obrero le alcanzará, en la nueva etapa posdiciembre, con realizar un programa reivindicativo vinculado a su calidad de vida y a sus necesidades básicas como punto de partida para organizarse en una perspectiva de largo plazo. Esto y la opción geopolítica y geoestratégica que haga la Argentina en el tablero global constituyen el programa mínimo y único al que, dada la correlación de fuerzas, puede aspirar el pueblo argentino.
Cae un sistema al que nadie, no se sabe bien por qué, llamó régimen. Medios, jueces, servicios de inteligencia y amigos del poder urdieron una trama siniestra que hizo de la persecución una política, de la calumnia una herramienta, de la mentira un insumo electoral y del desprecio al pueblo una ideología. Esto también, o principalmente esto, es lo que toca a su fin.
Días hubo en este país en que resultaba deporte alegre y hasta bien pago insultar a Cristina Fernández de Kirchner. Merman ya las injurias y la infamia se toma un respiro, el que aconseja una prudencia innecesaria pues nada tienen que temer los que ayer colmaban de improperios a una mujer, madre y maestra, como la iglesia y, como la iglesia, una estratega que ve tan lejos como no ven otros con más de cuarenta años militando en el peronismo y que ahora culminan su patética saga como actores de un sainete al que le falta hasta la épica de la derrota. No es, por cierto, Rolando en Roncesvalles el que muere en la batalla sino más bien el paje de un Nerón sin los incendios y con sólo el ansia de poder.
Sólo lo que se esconde es profundo y verdadero. De ahí la fuerza de los sentimientos viles, supo dictaminar un rumano ilustre llamado Émile Cioran. Y así hemos vivido, qué duda cabe, estos últimos cuatro años. Lo que Macri escondía ha quedado a la intemperie. Los vicios de su rutina existencial han quedado a la intemperie. Macri expresaba, de tanto en tanto y mejor que nadie, lo peor que vivía escondido en ese marchamo de color amarillo que un malhadado día se encaramó en el gobierno de este país extraño. Ha de estar, tal vez, reflexionando acerca del inconveniente de haber nacido, para seguir con Cioran.
En tanto, el espesor político de Cristina Kirchner sigue siendo el dato duro de la política argentina. Y la esperanza. El futuro -afortunadamente y como dijo Paul Valéry- ya no es lo que solía ser.
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