Bolivia ante su condición: clasismo, racismo y golpe
- Análisis
Cuando Eduardo Galeano graficaba la colonización de forma sencilla –no por ello simplona-, decía: "Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: 'Cierren los ojos y recen'. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia". En la constelación de la dominación indígena y el despojo latinoamericano se enuncian la política y la religión. La política como instrumento de coerción y la religión como forma de domesticación. No es muy difícil identificar el saldo de ese ejercicio político-religioso: pueblos indígenas silenciados (es más justo decir masacrados) y cosmovisiones ultrajadas.
Finalmente, luego de infinidad de intentos, se concreta por estas horas un obsceno y perverso Golpe de Estado sobre una de las revoluciones culturales y sociopolíticas más virtuosas en la historia del capitalismo periférico reciente. La osadía del MAS (Movimiento al Socialismo), como un emergente político de la resistencia campesina-indígena en Bolivia, es mucho más trascendente que lo que nuestros registros “democráticos” pueden apuntar: el proceso de irrupción popular en Bolivia expresa una impugnación al ejercicio político de las clases dominantes, por un lado; y el reconocimiento de espiritualidades hegemonizadas, por otro.
Las razones del Golpe
Tal como lo demuestra su originalidad de lucha, el gobierno de Evo consolida un bloque de poder subalterno en ejercicio de funciones estatales. La nacionalización de los hidrocarburos y la convocatoria de una Asamblea Constituyente, o la finalización de los negocios que le representaban a Bolivia una sangría económica histórica y la soberanía energética y política sobre los recursos propios del territorio andino, explican los motivos de la empresa fascista por estos días. No en vano, Luis Fernando Camacho y su familia (parte de la oligarquía monopólica boliviana, afectada por las medidas de Evo que consagraron el acceso a los servicios de gas y energía como un derecho social gestionado por el Estado) lideran este proceso de desestabilización.
Otra de las causales de este momento fundante del epicentro racista y de clase en Bolivia, remite a una vieja querella: el cristianismo dominador occidental, como sustento religioso del imperio, no pierde productividad cuando de construir hegemonía se trata. La irrupción de un indio-militante en el gobierno de un país que pasó de ser el más pobre de Nuestra America, a constituirse en uno de los que mejores resultados económicos y sociales exhibe (en un contexto regional que es una lágrima), ha implicado que la anquilosada religión del imperio deje de ser oficial y que la mística de la pachamama también recorra los palacios oficiales de Bolivia. Lo de Evo en el poder es también una cuestión ancestral que, solo para empezar, merece una matemática de 500 años.
Los dos componentes que repelen la revolución boliviana se llaman clasismo y racismo. Ambos expresan una forma de política y religión contrapuestas. El clasismo de esos sectores económicos corporativos actúa el mejor libreto de Trump y se animan con los Bolsonaro y los Macri en la región, en una Bolivia rica en litio y recursos naturales. Y el racismo antiindígena histórico, que fundó parte de los territorios latinoamericanos negando y quemando los colores infinitos del rastro aborigen (no por nada hoy se incinera la whipala como gesto de revancha).
Walter Benjamin solía decir que “ni los muertos estarán seguros ante el enemigo si éste vence…y es ese enemigo que no ha cesado de vencer”. Lo que ahora le espera al pueblo pobre boliviano, a Evo Morales, a Álvaro García Linera, a las organizaciones campesinas, sindicales y movimientos sociales, no es ver vencer a los viejos enemigos de Nuestra America, sino rearmar con paciencia esa veterana esperanza que camina por América Latina.
Oscar Soto
Politólogo. Facultad de Ciencias Políticas-UNCuyo / CEFIC-Tierra (UST-Movimiento Nacional Campesino Indígena)
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