El viejo sueño de los golpistas travestidos
- Análisis
El capital político de Uruguay en declive
Cuarenta años atrás, el Capitán Nino Gavazzo reventó a piñas a mi abuelo cuando el viejo tenía las manos atadas en un interrogatorio. Ese era el método, la regla del procedimiento. Ese ha sido el concepto del “honor” y “valentía” de los cobardes profesionales que se llenan la boca y el pecho con el valor, el patriotismo y la defensa de la nación.
Cuarenta años después, para continuar la vieja historia, y para estar a tono con el estratégico neo fascismo en América latina, también en Uruguay los militares de alto rango tantean las aguas de un golpe de Estado en el caso de que la “coalición multicolor” que integran no gane el balotaje de mañana, 24 de noviembre. Como es muy probable que ganen con el aporte minoritario del diez por ciento de su electorado, no necesitarán echar mano al histórico Plan B y, como antes en tantos otros países del continente, se hablará de “recuperación de la democracia” y de “la herencia maldita”.
Sí, en dicha coalición hay demócratas, y nada de malo tiene la alternancia política en el poder. Todo lo contrario. El problema es cuando un demócrata comienza a recibir apoyos de los nazis y fascistas, de quienes conspiran en las sombras, desde sus bastiones de poder de las grandes empresas y de los cuarteles, de aquellos que amenazan desde distintos grupos asociados al ejército (supuesta institución neutral subordinada al Estado), cuando se les pide un “voto patriótico” a los familiares de los uniformados y no se pregunta por qué.
Una ironía trágica radica en que los autoproclamados “patriotas” y los “ultra nacionalistas” de todo el mundo no odian otras naciones tanto como odian a sus propios connacionales que no piensan como ellos y, además, tienen el descaro de gobernar cuando son elegidos. Casi todo el tiempo se pasan combatiendo a otros con su propia ciudadanía. Si a veces el discurso es contra el extranjero, ello se debe a un desplazamiento semántico: no pueden decir que odian o quieren exiliar a sus connacionales, como los racistas hablan de naciones y no de razas, pero todas sus energías se invierten contra sus propios compatriotas. Dividen en nombre de la Unión. No los une la Patria, la integración del otro que vive en su propio país, sino el odio al diferente, el odio a quien se atreve a pensar y reclamar su derecho a decirlo y hacerlo conforme a las leyes.
En todos los índices internacionales, incluido los de grupos conservadores como el británico Democracy Index, en los últimos años Uruguay se ha posicionado por encima de países como Estados Unidos en calidad de democracia y en el ejercicio de las libertades individuales. Como la estrategia discursiva ha sido siempre el efectivo divorcio narrativa/realidad, se han encargado, desde militares hasta políticos, en insistir en lo contrario: “en Uruguay hay dictadura”, etc. Vieja y conocida página cuarta del manual.
Este clan hermético y conspirativo, como una serpiente que se muerde su propia cola, ha vivido retro alimentándose de la literatura política inventada durante la Guerra fría por las agencias propagandísticas de los servicios de inteligencia extranjeros (no es una opinión, es una vieja y múltiple confesión de parte, disponible en los documentos desclasificados del gobierno de Estados Unidos). Así, continúan repitiendo el cuento de Caperucita roja como un rosario, para no perder la fe y para mantenerla viva en un grupo significativo de gente que los defiende con fanatismo pese a haberlos sufrido de múltiples formas indirectas.
Quienes gozan del dinero seguro de los impuestos acusan a otros en el gobierno o en el servicio público de hacer lo mismo. Quienes violaron los Derechos Humanos más básicos o silenciaron estas violaciones gritan que “La ley debe caer no suave sino implacablemente sobre los corruptos de toda condición”. Hasta ese grado de desvergüenza puede llegar un hombre.
El Klan amenaza cada vez que puede, con anónimos colectivos o personalizados desde diferentes medios con una impunidad familiar, desde sus oscuros búnquers, con sus medias palabras o con silencios significativos cuando las víctimas de su pasado régimen fascista le reclaman la verdad sobre sus familiares desaparecidos.
O con discursos como el más reciente del senador electo Gral. Manini Ríos, violando la veda electoral y reconociendo (ahora de forma explícita) el perfil político e ideológico de las fuerzas armadas latinoamericanas desde finales del siglo XIX. El General se olvida de su alto grado castrense y de haber sido ascendido por ese gobierno que desprecia y declara, al estilo de los Comunicados del pasado: “a ellos esta vez los soldados les contestamos que ya los conocemos”. La conocida frase (suficientemente ambigua, como lo indica el Manual) que suele aplicarse también a quienes no somos políticos ni pertenecemos a ningún partido.
Es verdad, ustedes los conocen y nos conocen. Conocen lo que decimos y lo que hacemos, porque no escondemos nada. Nosotros no andamos tramando a escondidas, ni en cuarteles ni en sectas. Todo lo que pensamos, equivocados o no, lo decimos en público, en entrevistas, en nuestras clases; lo publicamos en libros, en artículos, con firma, nunca de forma anónima.
En los últimos quince años, Uruguay nunca tuvo una recesión económica, se convirtió en el país latinoamericano con mayor PIB per cápita al tiempo que en el país que mejor distribuye la riqueza en medio de un contexto regional que desde hace años arde en profundas crisis económicas y sociales. Por eso mismo, el coronel Carlos Silva asegura que es precisamente ese gobierno que ha llevado al país a la ruina porque es “marxista” (supongo que marxista como el presidente Donald Trump, quien construye una torre y tiene negocios allí). Por si fuese poco, el gobierno democrático de su país es traidor y antipatriota.
Para los fascistas, todos quienes no piensen como ellos son antipatriotas. Sin embargo, y con excepciones, si en los países latinoamericanos hubo injerencia directa y efectiva, si fue posible la entrega de los recursos nacionales y los derechos más básicos de sus poblaciones bajo dictaduras a lo largo de 150 años, fue gracias a esos autoproclamados “patriotas” que se cuelgan medallas unos a otros, mientras se llenaban la boca con el cuento de que salvaron al país de ser entregado al interés extranjero.
El General Manini Ríos acusa a sus adversarios políticos de ser “los mismos que no se han cansado de insultar a aquel que viste un uniforme”. No, general. No ha sido la gente, ni los críticos, ni ningún partido político que “ha insultado la institución armada”; con las inevitables excepciones a la regla, la historia y el presente dicen que han sido ustedes mismos, sus capitanes y generales, con la complicidad sádica de unos algunos soldados y la complicidad interesadas de muchos civiles.
JM, noviembre 2019
- Jorge Majfud es escritor uruguayo estadounidense, autor de Crisis y otras novelas.
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