Conocí al Viejo Pete y la diferencia entre la nueva canción estadounidense y la chilena

30/01/2014
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Osvaldo Torres, Pete Seeger y Fernando Torres. Festival de la Canción Política Alemania del Este. 1986. Foto de Thomas Hartrich.
Debo aclarar que “viejo” es una palabra antigua que los prisioneros políticos chilenos la utilizábamos para irradiar el calorcito del respeto, el cariño o para reemplazar aquella palabra tan difícil de pronunciar entre rejas: amor. Encerrado fue que entendí por primera vez que la palabra, como un memento sagrado, íntimo y familiar, nos recordaba a nuestros padres y traía consigo el recuerdo tibio de la experiencia y la caricia del cuidado. Los gendarmes no eran viejos, eran vigilantes y uno que otro epíteto enrabiado. Nosotros éramos los viejos. Y el apodo con que nos bautizaban a todos los que entrábamos a cumplir penas era como una jineta ganada por los golpes de la vida, como bienvenida, una llave de entrada al círculo de los compañeros. La ternura de la palabra nunca se fue de mis poros. Viejos, si. Viejos éramos todos.
 
Como un párrafo, la vida tiene puntos seguidos, finales y comas. A veces las comas son momentos que no se aprecian y otras que no se entienden o que se olvidan. Como todos, yo he tenido en mi vida variadas comas, de todas las especies y - porque no decirlo - de todos los tamaños. Pausas que invitan a la reflexión antes de la próxima frase, encuentros inesperados, instancias fugaces, momentos decisivos. Uno de esos comasos fue cuando conocí al Viejo Pete Seeger en el Berkeley de 1982.
 
Con su portenta estatura, sus ojos claros y sus dedos llenos de uñetas guitarreras, el Viejo Pete inmediatamente nos habló de Víctor Jara dándole la perspectiva que solo los avezados artistas populares podrían dar. Arriba y abajo del escenario el Viejo Pete era un habilidoso contador, un cuenta-cuentos, un narrador simple, entretenido y profundo. Me di cuenta inmediatamente que al hablarnos de Víctor, nos quería vocalizar su disposición solidaria. Sin decirlo, nos estaba ofreciendo su mano generosa y armoniosa. Rafael Manríquez no dejaba de acariciar su guitarra mientras escuchaba más que atento. Recuerdo que sus palabras formalizaban todo, que tenía un candor y un hambre por nuestras historias. A pesar de su ya avanzada sordera el Viejo Pete era también un excepcional oyente.
 
En el Community Theater de Berkeley, en un concierto benéfico para el Centro Cultural La Peña, el Viejo Pete recitaba el último poema escrito por Víctor, Ellen Moore y Lichi Fuentes a mi lado sollozaban.
 
Con Toshi su compañera de toda la vida a su lado, el Viejo Pete nos regaló un íntimo y maravilloso recorrido por lo que era y fue la canción protesta en los Estados Unidos que por no se qué razones nunca se le llamó The New Song, aunque lo intentos de bautizarla de esa manera fueron varios. En la vivencias del pueblo hay infinidades de canciones que todavía no han visto la luz, recuerdo haberle escuchado decir.
 
Esta canción que tuvo como fuente principal el movimiento laboral, obrero, tuvo como su eje principal la participación de la audiencia. La canción comunitaria, colectiva y utilitaria. El Viejo Pete nos hacía cantar todo su repertorio porque sus pegajosos estribillos estaban hechos para eso. Estos son repetitivos y fáciles de recordar y sus frases que parecen simples cobijan una rigurosa estética tanto en el contenido como en la rima.
 
La nueva canción chilena también contó con esas características pero su avanzado y continuo desarrollo la llevó a poner el acento en la virtuosidad musical, la presentación casi teatral, formal y los arreglos vocales. Claro, hay excepciones importantes pero en rasgos generales la impecabilidad de sus más importantes promotores la alejó de la participación popular demandando una atención casi religiosa de sus oyentes. En numerosas ocasiones el Viejo Pete interrumpía sus canciones y se tomaba el tiempo para enseñar el estribillo a la audiencia. Contrario a la chilena, la relación artista, escenario y público se transformaba en artista y público, directamente.
 
Tiempo después participando con el Grupo Raíz me encontré con Toshi y Viejo Pete en el Festival de la Nueva Canción Latinoamericana en Nicaragua en abril de 1983. Inmediatamente, apresurado por Toshi que lucía incómoda por el sofocante calor, el Viejo Pete nos llevó a la orilla de un hermoso lago, nos pidió que le corrigiéramos algunos textos en español y nos enseñó unas canciones las cuales las cantamos en el festival. Desde lejos Alí Primera nos observaba impaciente por regarle sus últimas grabaciones. Allí el Viejo Pete nos habló de algunas historias sandinistas, historias que los propios comandantes guerrilleros no paraban de compartir con él.
 
Con esa atrayente humildad que lo destacaba más que su estatura, y su español atragantado, el Viejo Pete se ganó el corazón de los nicaragüenses, fue un éxito rotundo. Desde un lado del escenario yo miraba sus corroídos pantalones y sus grandes pies dentro de unas chancletas que no paraban de moverse.
 
La última vez que nos encontramos con el Viejo Pete y Toshi fue en el Festival de la Canción Política en Berlín del Este, Alemania, en 1986. Junto con Hector Salgado, yo viajaba como charanguista acompañando a mi hermano Osvaldo. Compartimos un vuelo que se inició en Paris.
 
Al llegar al aeropuerto una turba de periodistas lo esperaban a la salida del avión. Toshi me cogió del brazo y me dijo “no te muevas de mi lado. No quiero caminar sola” y nos fuimos al interior del aeropuerto. Entre la multitud periodística, a lo lejos, pude ver de reojo al Viejo Pete mirando hacia los cielos como solía hacerlo para responder alguna pregunta o para comenzar alguna canción.
 
Ayer, enero 27 del 2014, el Viejo Pete se fue a encontrarse con su Toshi, el amor de toda su vida. Juntitos habrán de estar.
 
Desde EEUU, 27 de enero de 2014
 
Fernando Torres, periodista de Antofagasta, ex preso de Tres Álamos, hoy avecindado en Berkeley, California.
 
Fuente: Mapocho Press
 

https://www.alainet.org/es/articulo/82795
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