El poder en la Iglesia y las reformas que requiere

26/02/2014
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1. Encuadre del tema
 
Estamos viviendo un tiempo propicio, que nos permite abordar este tema con la conciencia de que, a juicio de la máxima autoridad de la Iglesia, no somos sospechosos de herejía por poner a examen este tema tan importante. No siempre fue así, y no lo fue en estos 40 años posconciliares, donde el clima dominante era hacer tabla rasa del concilio Vaticano II y volver a reafirmar los planteamientos tradicionales más duros de una Iglesia jerárquica de pensamiento uniforme y absolutista.
 
Estamos ahora retomando el espíritu y las pautas básicas de un concilio que, bajo dos pontificados (Juan Pablo II y Benedicto XVI) fue desactivado y cancelado. “Estamos saliendo, me decía en carta reciente Leonardo Boff, de un largo y tenebroso invierno eclesial”.
 
A nuestra generación, que le tocó vivir esperanzada la renovación del Vaticano II, le ha tocado también sufrir la ofensiva involucionista y restauradora de dos Papas. Fueron precisamente los teólogos, muchos de ellos testigos presenciales del acontecimiento conciliar y artífices de sus documentos, los que más directamente hubieron de soportar el golpe de la censura y marginación, del silencio y exclusión de la enseñanza, de su multiforme docencia, de sus escritos y publicaciones.
 
A muchos se les planteó un dilema: obedecer o ser fieles a su propia conciencia; obedecer renunciando a su pensamiento crítico y libre, y dejar muerta la renovación o no obedecer resistiendo a mandatos ilícitos; obedecer fomentando el atraso y el rechazo de la renovación, o no obedecer y potenciar la fuerza liberadora del Evangelio.
 
Tres ejemplos de lo que digo.
 
El primero es el del teólogo Ives Congar. Es anterior al concilio y nos lo cuenta él mismo, desde su exilio inglés, en una carta que escribe a su madre. Nunca él fue elocuente en exponer sus sentimientos, por lo que su carta revela especial interés. Escribe, aludiendo a la causa de sus males:
 
"(Todo me sobreviene por) haber abordado problemas sin alinearme en el único artículo que quieren imponer al comportamiento de toda la cristiandad y que consiste en: no pensar, no decir nada sino que hay un Papa que piensa todo, que dice todo, y respecto al cual toda la cualidad del católico será obedecer... El Papa actual, sobre todo después de 1950, ha desarrollado, hasta llegar a ser una obsesión, un régimen paternalista consistente en que él, él solo, diga al mundo y a cada uno lo que es necesario pensar y cómo hay que actuar. Desea reducir a los teólogos a simples comentadores de sus discursos y a dejarse la veleidad de pensar cualquier otra cosa, o a emprender una dirección al margen de ese comentario; salvo, ciertamente, en problemas sin importancia...Me es evidente que Roma jamás ha buscado ni busca sino una sola cosa: la afirmación de su autoridad. El resto no le interesa sino como lugar de ejercicio de esa autoridad. Salvo un cierto número de casos, representados por hombres de santidad y de iniciativas, toda la historia de Roma es reivindicación, fundamentación de su autoridad, y destrucción de todo aquello que no se conforme con la sumisión...".
 
“Prácticamente me han destruido. Todo aquello en lo que he creído y a lo que me he entregado me ha sido retirado: el ecumenismo, la enseñanza, las conferencias, la acción con los sacerdotes, la colaboración en Témoignage chrétien; etc., participación en grandes congresos con los intelectuales católicos, etc.…. Me han retirado todo eso, lo han pisoteado, y me han herido profundamente… Yo sé que cuando persiguen a alguien es hasta la muerte. Han permitido al P. Sertillanges volver a Francia cuando tenía 80 años. Y al final puede acontecer incluso que digan bien de uno, o que permitan decir bien de uno. Los judíos también construyeron monumentos funerarios a los profetas, después de haberlos matado...".
 
Un segundo testimonio es el del admirado y superconocido P. Bernhard Háring, uno de los mejores moralistas de la Iglesia católica. Ocurrió en 1979. La directiva del Santo Oficio, representada en este caso, por Jamer y Bovone, le convocó para exigirle el compromiso de abstenerse en el futuro de toda crítica sobre los documentos o comunicaciones de la Congregación, como teólogo no podía disentir de su Magisterio. Escribe el P. Häring:
 
Agotado e indignado, respondí que, gracias a Dios, no estaba dispuesto a confundir la Iglesia con la CDF; de otra forma, no hubiera podido permanecer allí un instante más. Precisamente porque había creído siempre en la Iglesia también como institución, afrontaba con seriedad y respeto el proceso doctrinal, a pesar de la incompetencia de los “expertos” que redactaron el pliego de mis acusaciones. Salí, tras casi dos horas de interrogatorio y de reprimendas, que me hicieron sentir como un crío ante el preceptor. Deshecho, asqueado, y con la cabeza a punto de estallar; pero contento en mi interior y dando gracias a Dios que me había ayudado a no someterme a ningún acto servil” (Mi experiencia con la Iglesia, Ed. Covarrubias, 1992, p. 87).
 
Un tercer testimonio es el de Leonardo Boff. Tras un pulso en que se le exigía silencio por cinco años y se les desterraba a Corea del Norte, hizo pública una carta en la que decía:
 
Hay momentos en la vida en que una persona, para ser fiel a sí misma, tiene que cambiar. Cambié. No de batalla sino de trinchera. Dejo el ministerio presbiteral pero no la Iglesia. Me aparto de la Orden Franciscana, pero no del sueño tierno y fraterno de San Francisco de Asís. Continúo siendo y seré siempre teólogo, de matriz católica y ecuménica, a partir de los pobres, contra su pobreza y en favor de su liberación.
 
De antemano digo: salgo para mantener la libertad y para continuar un trabajo que me estaba siendo grandemente impedido. Este trabajo ha significado la razón de mi lucha en los últimos 25 años. No ser fiel a las razones que dan sentido a la vida, significa para alguien, perder la dignidad y diluir la propia identidad. No lo hago. Y pienso que Dios también no lo quiere.
 
Recuerdo la frase de José Martí, notable pensador cubano del siglo pasado: "No puede ser que Dios ponga en la cabeza de personas un pensamiento y que un obispo, que no es tanto como Dios, prohíba expresarlo".
 
Tiene sobrada razón el Papa Francisco cuando en la GE escribe:
 
“No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. En la evangelización no es indispensable imponer una determinada forma cultural y a veces hemos caído en la vanidosa sacralización de la propia cultura” (GE 117)
 
”La teología, en diálogo con otras ciencias y experiencias humanas, tiene gran importancia para pensar cómo hacer llegar la propuesta del Evangelio a la diversidad de contextos culturales y de destinatarios. La Iglesia, empeñada en la evangelización, aprecia y alienta el carisma de los teólogos y su esfuerzo por la investigación teológica, que promueve el diálogo con el mundo de las culturas y de las ciencias. Convoco a los teólogos a cumplir este servicio como parte de la misión salvífica de la Iglesia”(GE, 133).
 
La evocación de estos hechos nos sirve ciertamente para ver de dónde venimos y no idealizar la comunidad eclesial en donde nos encontramos.
 
Los abusos y patologías del poder eclesiástico son reales, han dejado huellas en la historia de muchas vidas y sociedades, y no desaparecen de un día a otro. Están presentes, muy presentes y necesitamos documentación, libertad, paciencia y firmeza para hacer la reforma que nos impone el Evangelio , nos propuso el concilio Vaticano II y nos demandan los cambios y necesidades del mundo actual.
 
Afortunadamente, tenemos dentro de la Iglesia un camino recorrido en este campo por muchos seguidores de Jesús, de ayer y de hoy, que guían y sustentan nuestro compromiso.
 
2. Preludio antropológico
 
Quiero hacer ahora una reflexión antropológica, previa a la presentación de la actitud de Jesús ante el poder.
 
1ª) El poder desnaturaliza e incapacita para una relación de igualdad entre personas. El usufructuario del poder se considera superior a los demás, porque cree que el poder le viene de lo alto y le serviría como señal que confirma esa superioridad.
 
2ª) Dicha desnaturalización supone olvidar, si no anular, la tendencia más íntima del ser humano a reconocerse uno más dentro de la comunidad humana. Ejerzas la actividad que ejerzas, en todas te acompaña esa responsabilidad de verte a ti mismo en el otro como otro yo. En virtud de esa identidad, admites que “debes tratar a todo el mundo como tú deseas que todo el mundo te trate a ti”. Es la regla de oro: “No quieras para los demás lo que no quieras para ti”.
 
3ª) Descuidar este aspecto es ser infiel a sí mismo y embarcarse por un camino de realización que no se hará sin dañar y provocar la oposición de los que te rodean.
 
En el fondo, el guiado por el afán de dominio muestra una carencia de conciencia de este plano de igualdad. E intentará construir la convivencia sobre el menosprecio y marginación del otro y no sobre el respeto y una adecuada participación mutua. No logrará conocerse y valorarse en lo que es, hueco que intentará rellenar con la negación o apropiación de los otros.
 
3. Las perversiones del poder
 
Este enfoque de la personalidad delata algunas perversiones.
 
La primera es aquella en la que, tengas el poder que tengas, tratas de afirmarte en contra del otro. Ves al otro como amenaza o contrincante y no como otro yo con el que colaborar y avanzar. Te riges por la ética disyuntiva del tú o yo y no la conjuntiva del tú y yo, nosotros.
 
Si no atiendes y respetas la dignidad y razones del otro, creas hostilidad y tratas de imponerte por la fuerza y te reafirmas queriendo triunfar con la arbitrariedad. Evidentemente, la arbitrariedad es tanto mayor cuanto mayor es el poder. Esta actitud sólo se cura sabiendo compartir con otros en igualdad, no igualitarismo, que sabe convivir poniendo en común la la peculiaridad y riqueza del otro con la de uno pòrpio.
 
La segunda es la de que la religión, y en este caso la católica, ha hecho alianza con el poder de la política, por lo común dictatorial o muy poco democrática. Y ese consorcio hace que asimile o haga suyos el talante y procedimientos políticos.
 
Esta alianza llegó a romperse en la modernidad gracias a las conquistas de la racionalidad y de la democracia. La Iglesia, en vez de autoexaminarse y confrontarse con el Evangelio y las exigencias de esa racionalidad y democracia, opta por atrincherarse en su pasado y defender a ultranza sus posiciones de siempre.
 
Es precisamente en este círculo cerrado cuando llega y se produce el Vaticano II , con espíritu y planteamientos que apuntan un nuevo modelo de Iglesia y de relación con el mundo: retorno al Evangelio, fidelidad al estilo de Jesús, opción por los pobres, crítica y compromiso frente a las estructuras sociopolíticas despersonalizadoras, injustas o esclavizadoras.
 
4. Jesús de Nazaret, prototipo de lo humano: el hombre está constituido para servir, no para dominar
 
Jesús tiene y actúa con poder, pero su poder es de amor. Es el poder que Dios le ha dado, un poder que se centra en anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, en el cual todos entran por igual: se acabaron las desigualdades, las injusticias, las grandezas, las dominaciones. Se acabó el binomio amos y siervos. En ese Reino no hay más ley que la del amor, raíz y forja de la fraternidad, todos hermanos y si hermanos iguales; y si iguales sin lugar para la injusticia, la opresión o la discriminación. Los jefes de las naciones dominan y oprimen, es lo suyo; los seguidores de Jesús servidores y esclavos de todos, pues El, el Señor, no vino a ser servido sino a servir.
 
Poseídos por la soberanía del amor, a los cristianos les resulta connatural la igualdad, la sencillez, la confianza mutua, la gratuidad, la cooperación desinteresada, la misericordia, la humildad, el compromiso por la dignidad y libertad de todos, la ausencia de cualquier tipo de título, honor, privilegio o monopolio.
 
5. Las denuncias de Jesús
 
1. La idolatría del poder político
 
Vivimos en una comunidad inmensa, que se extiende de punta a punta de la tierra, que ha crecido entre vaivenes, progresos y estancamientos, acuerdos y hostilidades de muchas épocas. En ese despliegue histórico la Iglesia ha ido acumulando muchas costumbres, ideas y normas que no concuerdan con los valores del Evangelio. Y es peciso hacer la criba o la quema, criba que selecciona o quema que purifica.
 
Sería iluso pensar que Jesús tuvo como cometido una labor puramente espiritual, ajena a la sociedad y política. Ese Jesús ahistórico no existió. De haber existido, no hubiera vivido como vivió ni hubiera acabado como acabó. Jesús fue un ciudadano normal, en medio de su sociedad y pudo ir captando sus procesos, intereses, conflictos, proyectos y grupos de poder que, dentro de ella, intentaban dominarla y conducirla.
 
Jesús no fue neutral, no pasó indiferente ante nada que afectase al bien del hombre. Y tomó partido, claramente, ante el proyecto imperial y religioso entonces vigente. Y, guiado por su propio proyecto, el Reino de Dios, y sus propias convicciones, habló, expuso, contradijo, desenmascaró, y fustigó los errores y contradicciones de los sistemas vigentes y de sus dirigentes. No era político, ni aspiraba a gobernar desde una determinada facción o partido político. En todo estaría presente para denun ciar y combatir toda idea civil o religiosa que inspirase la alienación o esclavitud del hombre.
 
Actuó coherentemente y se enfrentó a la prepotencia y mentiras de unos y otro poder y ambos poderes se confabularon para eliminarle.
 
El teólogo Schillebeckx escribe que el interés indirecto de Jesús por la política es un hecho de primera magnitud. El Reino que predicaba, el trato que daba a los oprimidos, la denuncia contra toda suerte de esclavitud y discriminación, su opción y preferencia por los más pobres y excluidos, eran un grito subversivo de cambio y transformación social y religiosa.
 
Para Jesús, nada hay absoluto sino el Reino de Dios, que lo lleva a vivir en permanente actitud de entrega y denuncia, de compromiso frente a las realizaciones injustas o perversas de los poderes que dominan. Por ello, fue detenido, juzgado y crucificado. Un rebelde que no transigió con los engaños, abusos e hipocresías del imperio y del sanedrín. Y lo mataron.
 
2. La idolatría del poder económico
 
La riqueza en sí, en abstracto, no existe. Existen personas, grupos, naciones que poseen la riqueza frente a otros que carecen de ella o la tienen en menos medida. Es decir, existe una relación real, dialéctica entre riqueza y pobreza, que se plasma en sujetos que son ricos y que son pobres.
 
Pero esta relación es al mismo tiempo causal: los ricos lo son porque se apoderan de la riqueza y hacen que otros sean pobres. Hay un nexo entre los dos extremos, de modo que el rico lo es porque roba, sustrae y se apropia de bienes que pertenecen a los pobres. Los ricos existen a causa de los pobres. No habría empobrecidos sin empobrecedores.
 
Y esta es la razón por la que la riqueza es para Jesús perversa y maldita, porque se convierte en medio de creación, explotación y opresión del pobre. La riqueza es maldita porque es injusta y , al ser injusta, genera pobreza, marginación, hambre, enfermedad, analfabetismo, atraso, sufrimientos.
 
En Lucas, Jesús aparece como el apasionado defensor de los pobres. La malicia última de la riqueza es que es relacional, que no se da sin que a la otra parte haya pobres y oprimidos. En este sentido, la riqueza se erige como un falso dios, generador de muerte, frente al Dios verdadero, generador de vida. Y entre ambos no hay posible acuerdo: “No podéis servir al Dios y al dinero” (Mt 6,24; Lc 16,13).
 
Elegir la riqueza como centro de la vida es, por tanto, hacer de ella un dios y, por eso, es considerada como “el peligro más grande a la hora de sevir a Dios” (Sicre; en “Los dioses olvidados”).
 
3. La idolatría del poder ideológico: la ley
 
Dentro de Israel, podemos señalar dos grupos importantes que se cuidaban de enseñar la ley (Fariseos) y ejecutarla (Escribas).Unos y otros eran el referente intelectual y práctico de cómo se debía entender y aplicar la ley.
 
Jesús observa si el uso que hacen de esa ley sirve para llevar los hombres a Dios u oprimirlos. Ciertamente, además de presumir de ser sus mejores intérpretes y cumplidores, no dudan en utilizarla para oprimir al pueblo. Es esto lo más indigno e intolerable, que se tengan por maestros y cumplidores perfectos y encima esa sabiduría religiosa les sirva para engañar y oprimir. Lucas lo pone a Jesús en escena, en casa de un fariseo que lo ha invitado y que se extraña de que antes de comer no se haya lavado las manos. Jesús va directo, y les dice: limpiáis por fuera la copa y el plato, pagáis el diezmo de la hierba buena, de la ruda y de toda verdura, gustáis de los asientos de honor y de la reverencias, y sois como tumbas que la gente pisa sin saberlo. Y, ante un jurista, que le dice sentirse ofendido por sus palabras, dice: vosotros abrumáis a las gentes con cargas insoportables, edificáis mausoleos a los profetas que vuestros padres mataron, os quedáis con la llave de la sabiduría y no entráis ni dejáis entrar a los que estaban entrando, lleváis dentro una levadura que se llama hipocresía. (Lc 11, 37-53). Tragáis el camello y coláis el mosquito, sois de verdad guías ciegos (Mt 23, 17.19.24).
 
Conclusión: los que son o pasana por ser los portadores del saber de la ley, no enseñan ni cumplen la verdad y , lo más grave, oprimen y ofenden al pueblo.
 
4. La idolatría del poder religioso: el templo
 
Es aquí, donde Jesús se muestra más contundente y desconcertante. Para los israelitas, el templo simbolizaba el lugar por antonomasia del culto a Dios, en torno a él se organizaba como grupo encargado de asegurar ese culto la casta sacerdotal. Jesús vió y analizó los abusos, el sistema por ellos montado para fomentar sus negocios y amparar la opresión. Y tuvo que clamar que aquello era indecente, que habían convertido la casa de Dios en cueva de ladrones, y que allí no quedaría nada, sería derribado para dar lugar a otro tiempo y a otro lugar: (Jn 3, 19). “Créeme , mujer, ha llegado la hora en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre con espíritu y verdad” (Jn 4,212-23).
 
5. La lucha de Jesús es contra los idólatras, no contra los ateos.
 
He hablado de la idolatría de uno y otro poder desenmascarada y combatida por Jesús. Ni a El ni a nosotros interesa un planteamiento en el que se trate de probar o negar la existencia de Dios o de demostrar que el ateísmo es preocupante porque va en aumento. Puede haber ateos que, siéndolo, traten a sus semejantes con justicia, con respeto y amor. El Che, que era ateo, estaba dispuesto a dar la vida por la justicia y liberación de sus hermanos.
 
Por eso, he hablado de idólatras, de cuantos hacen del poder un dios que les consiente maltratar, destruir y matar al hombre. Estos dioses existen, aunque no se les llame dios, y hacen de sus seguidores fieles y devotos incondicionales. Son en sentido estricto idólatras, que adoran a falsos dioses, pero a dioses que el mundo moderno no reconoce como tales por no disputar a la Divinidad su categoría, como si la lucha fuera entre el Dios verdadero o falso de una u otras religiones, y dando como supuesto que frente al Dios verdadero estarían los falsos, que son ídolos.
 
No, no me refiero a esos ídolos que las religiones detestan por referencia al Dios verdadero, pero sin determinar por qué el uno es verdadero y los otros los falsos. Son creencias en una realidad misteriosa, supraterrenal, que cada uno es libre de admitir o rechazar, pero que no incide para nada en el curso de las vidas y de la sociedad. Una guerra entre dioses que nuestra racionalidad moderna desecha por ilusa e irrelevante para los humanos. Idolos e idólatras hoy inexistentes y que lo más los recordamos como piezas de museo.
 
No, Jesús contrapone al Dios de la vida a fuerzas y poderes de este mundo que, absolutizados, actúan en el hombre en contra de la vida. El Dios verdadero, que es el Dios de la vida, está en contra de los dioses que combaten la vida. Esos dioses son el dinero, como símbolo de todo poder, utilizado para explotar, oprimir, dominar y matar. Esos dioses o fuerzas absolutizadas, se apoderan del ser humano, quien les rinde culto, como si fueran el centro de su vida. Es entonces cuando Jesús clama: “No podéis servir al Dios y al dinero”. Imposible. Imposible querer adorar a Dios, que es Dios de la vida, de la igualdad, de la justicia, de la libertad, del amor y de la paz, de la razón y del derecho, y adorar al dios dinero, símbolo de la injusticia, de la dominación, de la opresión, del sufrimiento y de la muerte. ¡Son incompatibles! Los ateos pueden ser justos, solidarios, honrados, pacíficos. Los idólatras, no.
 
Es la idolatría del poder, el que sea, que pervierte y perturba la convivencia. El idólatra no conoce ni ama a Dios porque aborrece al hermano. El amor a Dios y al prójimo son una misma cosa, van inseparables.
 
6. Presencia y actuación del poder hoy en la Iglesia. Cómo hacerlo pasar de dominación a servicio.
 
Necesitamos dos cosas, si queremos llegar a lograr determinadas reformas de la Iglesia actual. Una, volver al Evangelio, para percibir que nos hemos alejado de él y que necesitamos cambiar. Y otra, que la vuelta no es para destruir sino reconstruir la Iglesia. Vamos con la primera.
 
1. El Papa Francisco ha visto, quizás como nadie, que este es el camino. Antes que doctrinas, dogmas y leyes, necesitamos redescubrir la razón de ser la Iglesia. Ella no existe por sí ni para sí, no puede ser entendida en sí misma. Entonces no tiene más remedio que, después de siglos de caminar, pararse y autoexaminarse y confrontarse con quien le dio origen y existencia. En la raíz de ella, está Jesús de Nazaret. Y Jesús de Nazaret fue quien convocó y desencadenó el movimiento de cuantos se comprometieron a seguirle. A seguirle para vivir como El, a seguirle para luchar y actuar como El. Y el actuar y pensar de Jesús estuvieron definidos por un proyecto: el Reino de Dios. El predicó ese Reino y por anunciarlo fielmente, sin transigir con la naturaleza, las exigencias y promesas de otros reinos, hubo de soportar la persecución y sufrió la crucifixión.
 
Y ese proyecto quedó claro y esculpido a fuego en la vida de sus primeros y muchos posteriores seguidores. Y seguirá para siempre, aunque muchos lo desfiguren o se aparten de él.
 
Nada, pues, tan urgente como volver a presentar en toda su fuerza la originalidad y novedad de ese proyecto. Porque sólo advirtiendo la distancia, el desacuerdo a que hemos llegado con ese proyecto, podemos entonar el arrepentimiento y emprender la reforma. Pero, para eso, necesitamos ponernos de frente al Evangelio, cara a cara, y mirarnos en él como en un espejo. Pero, este cara a cara no lo podemos hacer sin dejarnos poseer por la figura, la vida y el mensaje del Nazareno. Y ese cara a cara nos lo impide o cierra por muchas partes la nube de incontables abusos, traiciones y desaciertos de la historia. Sólo quien beba en Jesús, en sus fuentes, en la manera de ser y actuar que El tuvo, según nos lo narran hoy los mejores exegetas y testigos de su seguimiento, podrá emprender la reforma.
 
Lo hizo Francisco de Asís, que quiso volver al Evangelio como regla única, sin glosa. Y el Evangelio ha tenido muchas glosas en la historia. Hoy, la más importante, la que nos afecta más directamente, es la del Vaticano.
 
Comentaremos enseguida por donde comenzar a desmontar esa glosa. Porque llegar al Evangelio es, en este caso, tan difícil como que un camello entre por el agujero de una aguja.
 
2. La segunda cosa es que, tras dos milenios de historia, no podemos ignorar la hondura y complejidad de esta Institución que se llama Iglesia de Jesús. No somos cuatro ni somos de ayer. Hemos logrado innumerables bienes y avances, hemos evitado la arbitrariedad, la dispersión y el anarquismo, pero hemos quedado atrapados en costumbres, fallos, procedimientos y leyes que nos hacen en muchas cosas irrecognoscibles como seguidores de Jesús. Vivimos en el siglo XXI y, ya en él, se han dado muchos descubrimientos y conquistas, que nosotros hemos ignorado y combatido.
 
La escisión con el mundo moderno nos ha dejado anclados en la Edad Media. Y hemos dejado de penetrar en la cultura y hacer creíble el Evangelio. Hemos tenido miedo a lo nuevo, al protagonismo de la razón y de la ciencia, a los avances sociales y nos hemos rezagado en la historia.
 
Y en estos 50 últimos años malogramos y dilapidamos el patrimonio y esperanza del Vaticano II. Un doble pecado de atraso e infidelidad: al progreso del hombre y al espíritu del Evangelio.
 
Todo esto hace que consideremos el tiempo actual como un período nuevo para la Iglesia, de recreación de la enorme institución que nos alberga, un período instituyente, de búsqueda, innovación y adaptación
 
- Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo.
https://www.alainet.org/es/articulo/83506
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