Occidente y su desencanto como forma de vida

28/02/2014
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Desde siempre, por siempre, la historia de Occidente, de la cultura occidental, es la historia del desencanto, del desánimo generalizado, de la incertidumbre, de las lágrimas, del desconocimiento de su propio futuro. Las ciudades no son precisamente los lugares más interesantes para la felicidad, sino para la crueldad, para la insatisfacción, para el estrés, para las infames formas del tragarse todo, a costa de la sobrevivencia. Las ciudades han dejado de ser los lugares idílicos de la revolución industrial (allá en el siglo XIX), donde la especie humana encontraba felicidad y nuevas oportunidades de realización. Hoy las ciudades son conglomerados de masas amorfas, infelices, con velocidades monstruosas pisándose todos al mismo tiempo. Y aceptando las formas más inhumanas de sobrevivencia: altos costos de los insumos y la vivienda, altos costos de los alimentos, violencia generalizada, transporte caótico, deshumanización de todos los valores básicos supuestamente acordados por occidente. En definitiva, las ciudades ya no son las primeras comunidades organizadas, sino masas amontonadas por las apariencias del modelo: ofrecimientos por doquier de felicidad y realización humana. Ese profundo desánimo de las masas citadinas, son nomás la parte más importante de la incumplida promesa de tierra prometida, del modelo capitalista occidental.
 
 En Bolivia, las ciudades como copia y remedo de las ciudades del occidente industrial, no ofrecen nada, sino desconcierto, desolación, miseria, discriminación y racismo. Disimulados y encubiertos por enormes propagandas del sistema. Pero lo curioso es que esa desolación casi apocalíptica siga siendo el agujero negro de la mayoría de los habitantes. Algo les salva en Bolivia: la mezcla misteriosa con costumbres indígenas, que de alguna manera le dan sostenibilidad cultural y económica. Las fiestas como baluarte de realización místico-corporal de nuestras culturas, barnizan nuestras ciudades de vez en cuando. Equilibrando la inercia de lo aburrido, frío y estresante cotidiano del modelo occidental. Las ciudades en Bolivia son producto de los desarrollos mal copiados. Que a fuerza de martillo occidental han sido impuestos, no respondiendo a las características de sus poblaciones, sino de unas poblaciones con costumbres ajenas y exóticas. Y pues por tanto, la infelicidad, y el desconcierto generalizado son sus características. Las noches sus desahogos, no de felicidad sino de desesperanzas.
 
 Sin embargo, estos procesos sociales nuevos y todavía esperanzadores, pueden ser una oportunidad de encontrarnos a nosotros mismos. El enorme valor agregado que tenemos es la tierra. En las ciudades ya en manos de mercantilistas y extranjeros absolutamente fuera de lugar; pero que nadie les impone ley. Son nuestras áreas rurales las que otra vez nos dan respuestas, a algunas interrogantes claves de la sobrevivencia de las nuevas generaciones. Y esos territorios serán los que humanicen y desconcentren a nuestras inhumanas ciudades. Las nuevas políticas de Estado deben considerar nuevos reordenamientos. Más humanos y creativos, que ya no respondan a las actuales ciudades  sin futuro y congestionadas, sino a nuevas y con mejores estándares humanos de vida: parques, ministerios desconcentrados, horarios humanizados, espacios verdes realmente kilométricos y no las miserables jardineras que hay a nombre de bosques, lugares de bicicletas y espacios de caminatas, protegidos por ley. Es decir, como pocos países Bolivia tienen la oportunidad de rediseñar y resolver sus problemas futuros de espacios. También la oportunidad de salir de esa locomotora arrolladora, de crueldad como fábrica de infelicidad, llamada civilización occidental. Donde la individualidad destruye todo a su paso. Las áreas rurales son y serán por muchos años, la respuesta a los nuevos desafíos, a los enormes desafíos, de los nuevos procesos sociales en el siglo XXI.
 
 En este caso, para reordenar las insalubres, inhumanas y nada prometedoras de nuestras ciudades. Se necesitan medidas demasiado creativas, agresivas y democráticas, para crear valores agregados y salirse de lo clásico y costumbrista: ciudades. Y ciudades que ya conocemos: sin futuro alguno. El enorme espacio que tiene Bolivia, nos permite definitivamente soñar con ciudades intermedias más humanas, menos occidentales, más lentas y que realmente permitan la realización plena de las nuevas generaciones. El enorme espacio que tiene Bolivia es una oportunidad para la convivencia, más civilizada, humana y fuera de las copias y calcas occidentales de su desarrollo, que son almacenes de inhumanidad, estrés y polución ambiental.
 
La Paz, 27 de febrero de 2014.
https://www.alainet.org/es/articulo/83565
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