Preguntas al viento

16/09/2001
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Frente al televisor, como millones de ciudadanos de todo el mundo, miraba atónita como una y mil veces un avión se estrellaba contra las torres de Nueva York, para, después ver como se desplomaban los dos grandes símbolos del poder actual: el financiero y el militar, en el mismo corazón del Centro del Mundo. Pasó mucho tiempo antes de tener conciencia que aquello era real. Escuchaba al locutor y entendía lo que decía, pero la información oral no llegaba a producirme el sentimiento de horror que correspondía con lo que estaba sucediendo. Y las imágenes, virtuales aún para mi cerebro, me produjeron una inexplicable sensación de satisfacción: ver desplomarse, literalmente, el mayor centro de poder de la mayor potencia mundial, no dejaba de ser un espectáculo impresionante. (Supongo que formaba parte de lo que se denomina “anomia moral”, que según algunos autores causa la repetida sucesión de barbaridades en la pantalla, lejos del drama humano: ver sin sentir; información sin emoción) Cuando, por fin, pude reconciliar la información con la emoción, lo primero que sentí fue el pánico terrible de todas las personas que quedaron atrapadas, calcinadas y despedazadas en el terrible ataque: las víctimas, como siempre, eran ciudadanos y ciudadanas ajenas a la guerra que estaba empezando. Fueron los primeros “daños colaterales” de la feroz contienda que se estaba avecinando. Al terror, siguió la indignación. Una profunda indignación al comprobar que, una vez más, hombres y mujeres inocentes e indefensos pagaban con su sufrimiento y su vida las barbaridades de unos fanáticos suicidas que, en nombre de dios sabe qué dios, perpetraban una masacre escalofriante. Y desde esta indignación, me sumé a todas las voces que condenaban, sin remisión, la barbarie del acto. Después, conforme iban pasando las horas, los días, las informaciones, los discursos, los artículos, aparecieron las preguntas. Preguntas al viento, porque no tienen respuestas. Pero preguntas imprescindibles para poder resituarme después de la indignación por un ataque terrorista que se cobraba sus víctimas en un país acostumbrado a que todas las víctimas sean siempre en suelo ajeno. ¿Cómo es posible que con todo el arsenal militar, nuclear, biológico, misiles y contramisiles, con todos los sistemas de control, centrales de información, medios tecnológicos, etc, etc, que tiene la mayor potencia militar, no haya sido capaz de desbaratar un atentado de este calibre? ¿Cómo es posible que tantos jóvenes (20 como mínimo), inteligentes, formados y preparados, fueran capaces de destinar todos sus saberes y destrezas, adquiridas con tiempo y esfuerzo, a su propia destrucción, amén de la ajena? ¿A qué extraña patología pertenecían? ¿Cómo es posible que, de no saber nada, EE.UU. en menos de 4 días, pasaran a saberlo todo sobre los culpables: quién era el cerebro, los protagonistas, las intenciones, el lugar, el dónde y el cómo del atentado? ¿Cómo es posible que, después de descubrir que quien había formado, financiado y de alguna manera “creado” al gran terrorista Bin Laden, era nada menos que la CIA, no haya habido ninguna “guerra infinita” contra ella? No quedamos en que lo primordial era atacar a quien haya dado soporte a Bin Laden? ¿Cómo va a hacer el Presidente Bush para declarar la guerra a su propio país, si lo que hay que declarar es la guerra contra “cualquier país que aloje a terroristas, teniendo en cuenta que todos ellos llevaban mucho tiempo en EE.UU.? ¿Cómo explicar a las mujeres afganas, humilladas, marginadas y maltratadas por el gobierno talibán, que durante años han denunciado los terribles atropellos a que les han sometido, sin que nadie en la comunidad internacional les haya hecho ningún caso, que, ahora, de repente, todo el mundo ha decidido condenar a este gobierno? ¿Es que su sufrimiento y su muerte no eran suficientes? ¿Cómo explicar a los miles de afganos, sumidos en la miseria por un grupo de poder aupado por los EE.UU. en tiempos de guerra fría, que ahora, van a sufrir los misiles de parte de los mismos que armaron a sus terribles gobernantes? ¿Cómo se entiende que nuestro Presidente en el Gobierno, tan decidido a acabar con la violencia “venga de donde venga”, esté ahora dispuesto a colaborar en una acción violenta, solamente porque lo manda el Gran Jefe? ¿Cómo será posible luchar contra el fundamentalismo islámico, desde el fundamentalismo occidental-neoliberal-estadounidense? ¿Quién va a decidir, a partir de ahora, lo que es el terrorismo y quiénes son los terroristas? Serán los okupas, los jóvenes antiglobalización y los viejos antisistema, considerados terroristas? ¿Se considerará terrorismo financiar golpes de Estado, apoyar dictaduras feroces, vender armas a grupos que esclavizan niños, matar de hambre a centroamericanos, asesinar indígenas, bombardear palestinos? ¿Quién va a decidir, en esta lucha entre el Bien y el Mal, quienes son los buenos y quienes son los malos? Puede considerarse que el Bien es este occidente-neoliberal que ha matado de hambre y miseria a más inocentes de los que caben en todas las torres de Manhattan?. Es evidente que el Mal son los terroristas, pero ¿cómo hacer para saber quién es el Bien? (Supermán se quedó paralítico, y el cielo no existe. Me siento perdida!) ¿Si la causa es el fundamentalismo religioso, cómo haremos con nuestro querido Santo Padre, qué haremos con los obispos que echan al paro a sus profesores porque se casan con divorciados? ¿Cómo explicar a mis alumnos que delante de una agresión no tienen que responder con otra agresión, que el diálogo es la única forma de resolver los conflictos, que la violencia sólo engendra más violencia? ¿Creen ustedes que no se van a reír a carcajadas la próxima vez que intente darles estos argumentos? Y si no puedo darles estos argumentos porque la gente importante que dirige el mundo les da los contrarios ¿cómo quieren que yo eduque a mis jóvenes alumnos en los valores de la tolerancia, en la cultura de la paz, en las actitudes cívicas y de diálogo, en la ética de la justicia y la no violencia? Y si no puedo educar a mis alumnos, ni puedo eliminar el terrorismo, ni puedo parar la guerra, si no puedo defender a las mujeres afganas, ni darles papeles a los sin papeles, ni devolverles la tierra a los indígenas y la dignidad a los excluidos, si no puedo liberar a los niños esclavos, ni puedo dar comida a los niños guatemaltecos, ni proteger a mi hija contra los jóvenes violentos, ¿qué me queda para hacer?, ¿en qué mundo me tocará seguir viviendo? ¿Será posible que con tantos millones de hombres y mujeres inteligentes y honrados que hay en este mundo, seamos incapaces de decir BASTA YA, seamos incapaces de imponer cordura, de exigir justicia, de luchar por la paz, de crear este Otro Mundo, que sí es posible? Y si no, yo, como Mafalda: “Paren el mundo, por favor, que me bajo en la próxima estación”. * Rosa Cañadell Psicóloga y profesora Miembro de EUiA i USTEC.STEs
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