Se acabó la paz!
19/03/2003
- Opinión
Recién salía yo de la infancia cuando una exclamación entusiasta se
escuchaba de boca en boca: "¡Se acabó la guerra!" Es una de esas
imágenes que siempre recordaré de los primeros años de mi vida. Se
trataba, por supuesto, de la Segunda Guerra Mundial, en la cual Cuba
también participó como ínsula beligerante junto a los aliados, contra el
nazi-fascismo. Era un entusiasmo entibiado el que conserva mi memoria
porque se sabía que el final de la guerra pondría fin también a unas
"vacas gordas" centradas en los precios del azúcar en un paisaje que no
sufrió el rugido de los cañones ni el silbido de las bombas. Por eso
tampoco olvido haber oído decir antes, paradógicamente, "Menos mal que
estamos en guerra".
"¡Se acabó la guerra!", "The war is over!", "La guerre est finie!" fue,
sin embargo, una exclamación importante para un mundo que había vivido un
conflicto bélico sin precedente por su magnitud y extensión. Un
conflicto que alteró la historia. No es posible ignorar que el siglo XX
fue sacudido y moldeado, en buena medida, por las dos guerras mundiales.
Este concepto – guerra mundial – no alude solamente a una dimensión
cuantitativa, ligada al número de los países involucrados, sino a un
significado cualitativamente nuevo del conflicto bélico en el plano
político–militar. Se relaciona sobre todo con el radio de las
implicaciones
La cuestión que se nos viene encima otra vez es el fantasma de una
tercera guerra mundial, vaticinada por no pocos especialistas militares.
Fantasma que algunos creyeron ver rondar la guerra de Korea a principios
de los 50, la de Viet Nam a finales de los 60, y la del Golfo Pérsico a
principios de los 90. Y que informa la discutida teoría del choque de
civilizaciones que pronostica Huntington para el presente siglo. Si va a
darse una tercera guerra mundial las circunstancias parecerían indicar
que nos encontramos en el buen carril. Que en el momento justo en que se
descargue el poderío norteamericano movilizado para invadir a Irak, se
podrá exclamar: "¡Se acabó la paz!".
Pero los escenarios han cambiado, y no podemos estar tan seguros de que
quepa hablar ya de otra guerra mundial en los términos en que nos
referimos a las dos anteriores, porque ahora nos encontramos otra vez con
algo cualitativamente distinto en todos los sentidos a los conflictos
precedentes. En primer término, desde el punto de vista logístico
sabemos de qué se trata. Vencedores y vencidos están fatalmente
definidos mucho antes del comienzo, sin necesidad de ataques sorpresivos
ni de cálculos de efectivos, dada la descomunal asimetría de las
tecnologías militares y de los recursos para financiarla. Donde figure
Estados Unidos como fuerza beligerante se diría que sobran los cálculos,
según se viene demostrando – allí mismo, en la región – desde hace más de
10 años. Es una guerra en la que no hace falta el combate para vencer,
que se ha vencido antes de comenzar, y que por lo tanto no reporta
victoria propia. Podría afirmarse incluso que el halo fundamentalista, de
cruzada redentora, tiene un sentido estrictamente ideológico. Quienes
pelean esta guerra no tienen porque entender su verdadera naturaleza, más
bien lo contrario, y deben necesitar además una buena coartada para el
abuso sin paralelo que adquiere la confrontación. Tienen que sentirse
portadores de algún tipo de purificación.
En segundo lugar, no se enfrentan objetivos coyunturales. Todos estos
son secundarios. Poco importan los resultados de las inspecciones de la
ONU, ni el cumplimiento de la Resolución 1441, ni el desarme del país, ni
la salida de Saddam Hussein del mapa de Irak, ni el terrorismo en el
mundo; nada de esto habrá definido que se invada o no. Ya se sabe de
sobra la conjunción de intereses geopolíticos y geoeconómicos que están
detrás de la decisión de ocupar Irak. Y de permanecer allí, con la
anunciada disposición de ayudar a la reconstrucción democrática del país.
Seguramente con una tutela muy estrecha y muy prolongada. Donde
probablemente habrá preferencias energéticas para los aliados que los
ayudaron en la aventura, y castigos para los que se negaron a participar
en este acto insólito de devastación. Aunque deben saber también los
invasores que, al margen de cual pueda ser el balance de los sentimientos
políticos internos, no van a ser bienvenidos como libertadores por los
derrotados.
En tercer lugar, la actuación a espaldas del Consejo de Seguridad, al
cual ni siquiera acudieron para no tener que encarar la oposición a una
resolución que legitimara la intervención, constituye un golpe al sistema
de Naciones Unidas del cual difícilmente se recupere la organización. El
retiro de la misión de inspectores y la pusilanimidad mostrada por la
Secretaría General ante la violación flagrante que implica la decisión de
invadir se convertirán en una página triste que nadie podrá olvidar. La
ONU habrá perdido después de este episodio lo que de credibilidad le
quedaba como poder multinacional. Y el invasor habrá dejado demostrado
que el último reducto del sistema al cual su prepotencia guardaba aun
cierta consideración – el Consejo de Seguridad – tampoco sirve como
entidad representativa de los Estados que lo integran. Dure lo que dure,
la ONU ha terminado con lo poco que le quedaba de efectividad
multilateral.
Finalmente, se ha evidenciado de sobra que la intervención es contraria a
los intereses y la voluntad de los pueblos. Las manifestaciones de
protesta han mostrado, de mil maneras diversas, un vigor formidable.
Marchas y concentraciones gigantescas, programas televisados, millones de
cartas, de listas de firmas, oraciones, servicios religiosos, y protestas
públicas de los más connotados lideres del mundo de la fe, de
intelectuales, y cualquier cantidad de expresiones de rechazo de la
sociedad civil de todo el orbe. No es que a la Casa Blanca le haya
interesado mucho nunca lo que piensan los pueblos. Se diría más bien que
quisieran creer que no piensan o, en última instancia, que lo esencial es
que no importe que piensen. Pero todo indica que algunos de los
gobiernos que les están acompañando hasta el final en esta aventura no
podrán remontar la crisis que esta decisión les va a acarrear.
¿Cómo va a cobrar forma el desencanto de varios miles de millones de
seres que se oponen a lo que se va a hacer en Irak? Esta intervención
armada implica además el derroche de muchísimos miles de millones de
dólares que pudieran utilizarse en mitigar el hambre y la miseria,
restaurar el deterioro del medio ambiente, dar respuesta masiva a
necesidades de asistencia sanitaria, o cualquier otra urgencia de la
humanidad.
La gran pregunta es, para mí, ¿cómo será el mapa del mundo después de
esta guerra? Si, como es de esperar, se disparan los precios del
petróleo, se deprimen los valores y reduce el movimiento de inversiones,
y se producen otros efectos económicos de crisis, la distancia entre los
centros y la periferia crecerá, tal vez incluso precipitadamente, y el
desamparo verá una expansión que desmentirá todos los anuncios de lucha
contra la pobreza.
Incluso el propósito de erradicar el terrorismo que sirvió de pretexto
para desencadenar esta escalada de terror que comenzó con Afganistán,
puede quedar sin sentido. ¿Qué recurso de respuesta, y de resistencia,
queda al acusado, compelido a desarmarse, desamparado por los organismos
internacionales, invadido militarmente con un alto costo de vidas
humanas, oprimido por una intervención o por una "tutela" extranjera? El
terrorismo supone la habilidad de convertir en armas de destrucción cosas
que no lo son. Si después del 11 de septiembre del 2001 nadie pudo volar
sin un poco de miedo, después de la guerra de Irak vamos a tener que
sortear una sombra de pánico cada vez que subamos a un avión.
¡No! Me resisto a calificar lo que tenemos delante de nuestros ojos como
el comienzo de una tercera guerra mundial. Creo que es probable que no
haya otras guerras de ese tipo. Lo que estamos mirando es el comienzo de
la guerra contra el mundo, que no me atrevo aun a escribir usando la
mayúscula para no consagrar su nombre antes de que sea una realidad. Y
que nos veamos obligados a exclamar ya: "¡Se acabó la paz!" Ahora con
verdadero pavor, pensando en la irreversibilidad.
La humanidad quizás no pueda evitar que esta guerra comience, pero eso no
quiere decir que no pueda detenerla aun. Tendría que lograrlo, sin
embargo, con rapidez, porque la ocupación de Irak puede cambiar de manera
radical el mapa del mundo. Y dejar implantado un totalitarismo más
implacable que todos los que haya podido vivir la historia hasta nuestros
días, que termine por no dejar espacio alguno a la más elemental
manifestación de resistencia.
https://www.alainet.org/fr/node/107127
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