La muchedumbre política en Colombia
Del motín bogotano de 1893 a la marcha del 4 de febrero de 2008
08/03/2008
- Opinión
Digo, para empezar, lo más obvio y aceptado: por el número de personas que salieron a las calles a condenar a las FARC las marchas del 4 de febrero de 2008 fueron un acontecimiento impresionante. Han pasado pocos días y quizá por ello aún no encontramos análisis de cierta profundidad que rompan el nivel de la impresión. Para sectores del establecimiento tal análisis no es necesario. Les parece provechoso dejar el acontecimiento en suspenso para tratar de extraer ganancias políticas. Entre los lugares comunes que se repiten está aquel del 4 de febrero como evento sin precedentes. En la historia cada hecho es único e irrepetible, pero en Colombia, este país que vivió el 9 de abril de 1848 el “sin precedentes” a propósito de multitudes políticas no puede usarse de manera tan inopinada. Este año conmemoramos los sesenta años del levantamiento popular espontáneo de abril y del genocidio con el que fue respondido por el gobierno de entonces. El año que viene tendremos los ochenta años de las jornadas de las masas urbanas del 4 al 9 de junio de 1929 y el año pasado conmemorábamos la movilización formidable: los treinta años del Paro Cívico Nacional del 14 y 15 de septiembre de 1977. No son los anteriores los únicos acontecimientos de ese tipo. En distintos momentos de la historia contemporánea de Colombia la muchedumbre política se ha hecho presente. Es cierto que los individuos participantes en las diversas protestas no estaban recordando las anteriores. Pero en el análisis si hace falta entrar en el examen de las trayectorias de esos hechos colectivos.
Para los sectores alternativos sí es necesario superar la perplejidad y buscar profundizar en análisis que deben de abrirse paso por entre las espumas de la impresión. El Polo Democrático Alternativo sumergido en el remolino del desconcierto en los días anteriores al 4 de febrero y en la fecha misma ofreció un pobre espectáculo. Al invitar a esta mesa redonda la inquietud de los organizadores era la de crear espacios de reflexión sobre un acontecimiento aportando una perspectiva histórica de contraste. No es la única manera de ganar distancia, pero es un procedimiento importante.
Son conocidas obras y autores de quienes han investigado los hechos y trayectorias de la multitud política. Es el Marx del XVIII Brumario y son los trabajos de los historiadores George Rudé y Eric Hobsbawm. En el período reciente Loic Wacquant, con sus estudios sobre La marginalidad a comienzos del milenio, aporta un enfoque para comprender las lógicas y las posibilidades de acción de las muchedumbres en la era de la globalización y bajo el efecto catalizador de políticas neoliberales.
En la exposición de los primeros pensadores citados un aspecto que de entrada se destaca es el de la ubicación histórica de esas manifestaciones políticas entre 1730 y 1850. Período que va desde la etapa previa a la revolución francesa y que se extiende hasta la Revolución Industrial. La premisa común que Rudé destaca es la de constituir años de transición que condujeron a la nueva sociedad industrial. Para las movilizaciones de la era de la globalización la transición está atada a la descontextualización geográfico-política de los procesos de trabajo y su reconfiguración en el escenario planetario.
Los fenómenos ocurridos en Colombia destacan a la muchedumbre socialmente abigarrada de múltiple composición. Es cierto que al hacer una disección de las diversas muchedumbres se encontrará que algunos sectores se destacaron más que otros pero sin que se hubieran configurado como el núcleo dirigente: los estudiantes el 13 de marzo de 1909 al lado de los artesanos, los estudiantes otra vez en 1929. Pero las 20.000 personas que marcharon el 6 junio, las 30.000 que lo hicieron el 7 y las muchas más que acompañaron el féretro del estudiante Bravo Pérez el 8 de junio de 1929 no se sentían convocadas por nadie, compartían el repudio explícito a la rosca apoderada de las empresas públicas y la administración de la ciudad de Bogotá y en el fondo el rechazo a un régimen político desprestigiado, incompetente y represivo. El Paro de 1977 fue convocado por las centrales obreras pero la gente que salió a las calles el 14 y el 15 de septiembre muy probablemente no tenía idea de quienes eran Tulio Cuevas, Pastor Pérez, Baena o Apécides Alvis, dirigentes de las cuatro centrales obreras que habían convocado al Paro. Esos eventos de 1893 a 2008 no son a mi juicio los hitos para una historia de la sociedad civil sino mojones para la historia política de un país que aún hoy no ha podido construir esa sociedad civil que sigue siendo el desideratum.
Desde el punto de los objetivos, en sus diversos capítulos la muchedumbre se identifica en un objetivo generalmente plasmado con gran economía, en una fórmula: Abajo el tratado con los Estados Unidos, Contra la Rosca, Mataron a Gaitán, Abajo Rojas, Contra la carestía de la vida, Contra Las FARC. Lo importante en cada caso es la realización de análisis minuciosos de las premisas históricas concretas que permitan el esclarecimiento de los fenómenos que están en el fondo pero que encontraron en una consigna, en una frase, la grieta por donde irrumpe la avalancha de las aguas contenidas.
A propósito del 4 de febrero resulta para muchos (as) indignante la crucial asimetría entre la disposición para condenar los crímenes de las FARC y el olvido de los genocidios y demás atrocidades de los Paras. Ello es posible en una sociedad que en la larga historia del conflicto interno y en la ubicua connivencia con la economía del narcotráfico ha construido su visión de la vida colectiva sobre el pragmatismo amoral. Pero el aspecto de mayor fondo es el siguiente. La persistencia de las formas de la muchedumbre política se explica en un país que no ha logrado aclimatar las pautas de una cultura democrática y que carece de canales efectivos, orgánicos, de tramitación de las demandas. Así los comportamientos espasmódicos, la salida abrupta de las tensiones es funcional históricamente, al menos al nivel del clima político emocional, de una sociedad atravesada por el autoritarismo. Los Paras son brutales pero son defensores del establecimiento, de un orden, han actuado para afianzar un modelo de acumulación. Sus atrocidades pueden indignar, pero no sacan de casillas a grandes sectores de la sociedad atrapados en las redes de la obediencia. Las guerrillas son antisistémicas, se remiten a otro orden. Son intolerables para la gente inscrita en pautas de obediencia, pero resultan insufribles, porque la gente no vive feliz en ese mundo de redes de obediencia y jerarquía. Los motivos de la propia insatisfacción individual y la incapacidad de transformar ese mundo, desemboca con angustia en esos torrentes aluviales que condenan al diferente, al desobediente. Por supuesto suscribo el hecho de que ese diferente concreto es condenable, pero pregunto qué convierte a un genocida de una cifra de mi mundo, qué me lleva a cubrirlo bajo el manto del silencio o de la complicidad moral. La remisión al papel de los medios y al ensamble en un mismo tejido de las redes de la parapolítica no son suficientes para explicar la asimetría de la que hablo y que pondrá otra vez en evidencia la convocada marcha del 6 de marzo. Por otro lado el pragmatismo amoral compele a la gente a buscar y usar la ocasión de unirse como las gotas en una ola que quiere precipitarse contra aquel conjunto que es señalado como el malvado. Será entonces una catarsis purificadora que sin embargo tendrá una longitud de onda muy limitada y que sobre todo dejará, pasado el carnaval, instalado de nuevo el malestar, la manía o la anomia. Por ello no creo que la muchedumbre política sea un factor idóneo para la construcción de un país democrático
La muchedumbre política suele ser paradójica. No salgo de mi asombro como historiador, cuando una y otra vez me encuentro comparando dos muchedumbres que se escenificaron con pocos días de diferencia: la del 9 de abril, la de el levantamiento popular espontáneo y la del 17 del mismo mes en el entierro del Gaitán. En la primera la orgía de la rebelión y la revancha, la segunda: la de la multitud compungida, sumergida en un dolor insondable que escuchaba en silencio a uno de los enemigos políticos del caudillo asesinado: el dirigente liberal, Carlos Lleras Restrepo. Quizá la misma gente o al menos en buena parte participó en las dos multitudes, pero en la segunda vez ya había regresado a las redes de la obediencia bipartidista, católica, a la reinscripción en el ordenamiento jerárquico.
La muchedumbre política y sus resultados. Cómo juzgar el fenómeno desde el punto de vista de su eficacia. No se puede extraer una regla, De las muchedumbres registradas en Colombia las hay que se asocian a resultados acordes, al menos parcialmente a las exigencias. Las hay sin resultados ciertos y también se tienen las que ofrecen unos resultados adversos a las intenciones que se pusieron de manifiesto los protagonistas durante la movilización.
Desde esa perspectiva me referiré a ciertos resultados de la protesta del 9 de marzo de 1909, a las jornadas de junio de 1929, al 9 de abril de 1948, al Paro Cívico de 1977 y haré una glosa algo hipotética a la marcha del 4 de febrero. En la primera los resultados fueron importantes: el retiro por parte del gobierno de la discusión de la Asamblea Nacional Constituyente de los tratados con los Estados Unidos y con Panamá que habían sido el detonante de la protesta. La caída del Gobierno del General Reyes que había devenido en dictadura. La protesta presentó un alto nivel de eficacia. Las jornadas de junio se proyectaron también como movilizaciones con evidentes éxitos. En primer lugar cayó la rosca que medraba mediante la corrupción en las empresas de servicios públicos, salieron del gobierno los funcionarios más repudiados de la administración conservadora de Abadía Méndez. En este aspecto importantes resultados pudieron verse al instante: “El 8 de junio la comisión es recibida por el presidente de la República. Mientras transcurre esta reunión, una muchedumbre, acompañando el cadáver del estudiante asesinado, se dirige al palacio. En esas condiciones el presidente no ve otra salida que aceptar el cambio de Cortés Vargas, jefe de la policía nacional y verdugo de los obreros de las bananeras, del ministro de obras públicas y del gobernador de Cundinamarca. Sin embargo, el presidente se resiste a sustituir a Ignacio Rengifo, ministro de Guerra, el personaje más odiado y a la vez más representativo del régimen conservador. Cuando los manifestantes declaran que continuarán hacia el palacio, cae también” ( fragmento tomado del libro de Medófilo Medina: La protesta urbana en Colombia en el siglo XX, Bogotá, 1984, pág.42). En el mediano plazo la incidencia de junio tuvo alcances históricos. Tiene razón Gerardo Molina cuando señaló apropósito de junio de 1829: “La suerte del conservatismo quedó definida en aquellas jornadas y desde entonces ya nadie dudó de que sus días de dominación estaban contados” ( Las ideas liberales en Colombia, T.II, pág.235)
Al contrario de las anteriores jornadas los resultados del 9 de abril de 1948 fueron contrarias a las reivindicaciones de las masas gaitanistas. La represión cruenta desencadenada por el gobierno de Ospina Pérez puso fin a la lucha que venía dándose desde 1945 entre los círculos del poder reaccionario y los sindicatos, las organizaciones de izquierda y del liberalismo gaitanista. La victoria de la reacción impuso la orientación política y removió los diques que obstaculizaban el desencadenamiento de la Violencia. El Paro Cívico Nacional de 1977 alcanzó éxitos en el corto plazo. En el curso de los ocho meses siguientes el salario mínimo nominal registró aumentos en tres ocasiones. El salario real promedio en la industria subió en un 16. 1%. Al paro siguió un auge en el movimiento huelguístico y en los paros cívicos municipales y regionales. A más largo plazo el paro estimuló una cruda polarización engendrada por unas lecturas distorsionadas de la protesta de septiembre. La Insurgencia quiso ver en el PCN una insurrección frustrada. El evento había que replicarlo pero acompañándolo de la acción armada. El M- 19 se encaminó hacia la radicalización militar y lo propio hicieron las FARC en una línea de acción que se afianzó en la VII Conferencia de la organización en 1982. Por su parte el establecimiento asimiló el Paro como la inminencia de la revolución y generó una política antisubversiva pero extendiéndola al conjunto de la sociedad. El hito inicial de esa política fue la adopción del decreto 1923 del 6 de septiembre de 1978 que estableció el Estatuto de Seguridad. No podría decirse de manera simplista que el PCN originó la nueva etapa de violencia en la que se sumergiría el país desde finales de los años setenta pero por lo menos es claro que contribuyó a su agudización.
El sentido común en el que se construyeron las marchas del 4 de marzo de 2008 fue el de respaldo a la política de aniquilamiento militar de las FARC. Ese sentido dominante no es incompatible con los matices y reservas que pudieron expresar algunos de quienes tomaron parte en las marchas. Hubo voces numerosas que establecieron relación con el proyecto de la reelección de Uribe. Pero no hay razón para pensar que las coordenadas del 4 de febrero puedan prolongarse por un cierto tiempo. No se ven en la escena fuerzas y mecanismos capaces de retener orgánicamente el cúmulo de sentimientos y disposiciones de actuar que se manifestaron en las movilizaciones. Es bien posible que quienes se sintieron más estrechamente vinculados con el 4 de febrero se encuentren con ambigüedades y con el fortalecimiento de tendencias contradictorias con el sentido que tuvieron las marchas.
Medófilo Medina
Historiador
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas
Corporación Viva la Ciudadanía.
www.vivalaciudadania.org
Para los sectores alternativos sí es necesario superar la perplejidad y buscar profundizar en análisis que deben de abrirse paso por entre las espumas de la impresión. El Polo Democrático Alternativo sumergido en el remolino del desconcierto en los días anteriores al 4 de febrero y en la fecha misma ofreció un pobre espectáculo. Al invitar a esta mesa redonda la inquietud de los organizadores era la de crear espacios de reflexión sobre un acontecimiento aportando una perspectiva histórica de contraste. No es la única manera de ganar distancia, pero es un procedimiento importante.
Son conocidas obras y autores de quienes han investigado los hechos y trayectorias de la multitud política. Es el Marx del XVIII Brumario y son los trabajos de los historiadores George Rudé y Eric Hobsbawm. En el período reciente Loic Wacquant, con sus estudios sobre La marginalidad a comienzos del milenio, aporta un enfoque para comprender las lógicas y las posibilidades de acción de las muchedumbres en la era de la globalización y bajo el efecto catalizador de políticas neoliberales.
En la exposición de los primeros pensadores citados un aspecto que de entrada se destaca es el de la ubicación histórica de esas manifestaciones políticas entre 1730 y 1850. Período que va desde la etapa previa a la revolución francesa y que se extiende hasta la Revolución Industrial. La premisa común que Rudé destaca es la de constituir años de transición que condujeron a la nueva sociedad industrial. Para las movilizaciones de la era de la globalización la transición está atada a la descontextualización geográfico-política de los procesos de trabajo y su reconfiguración en el escenario planetario.
Los fenómenos ocurridos en Colombia destacan a la muchedumbre socialmente abigarrada de múltiple composición. Es cierto que al hacer una disección de las diversas muchedumbres se encontrará que algunos sectores se destacaron más que otros pero sin que se hubieran configurado como el núcleo dirigente: los estudiantes el 13 de marzo de 1909 al lado de los artesanos, los estudiantes otra vez en 1929. Pero las 20.000 personas que marcharon el 6 junio, las 30.000 que lo hicieron el 7 y las muchas más que acompañaron el féretro del estudiante Bravo Pérez el 8 de junio de 1929 no se sentían convocadas por nadie, compartían el repudio explícito a la rosca apoderada de las empresas públicas y la administración de la ciudad de Bogotá y en el fondo el rechazo a un régimen político desprestigiado, incompetente y represivo. El Paro de 1977 fue convocado por las centrales obreras pero la gente que salió a las calles el 14 y el 15 de septiembre muy probablemente no tenía idea de quienes eran Tulio Cuevas, Pastor Pérez, Baena o Apécides Alvis, dirigentes de las cuatro centrales obreras que habían convocado al Paro. Esos eventos de 1893 a 2008 no son a mi juicio los hitos para una historia de la sociedad civil sino mojones para la historia política de un país que aún hoy no ha podido construir esa sociedad civil que sigue siendo el desideratum.
Desde el punto de los objetivos, en sus diversos capítulos la muchedumbre se identifica en un objetivo generalmente plasmado con gran economía, en una fórmula: Abajo el tratado con los Estados Unidos, Contra la Rosca, Mataron a Gaitán, Abajo Rojas, Contra la carestía de la vida, Contra Las FARC. Lo importante en cada caso es la realización de análisis minuciosos de las premisas históricas concretas que permitan el esclarecimiento de los fenómenos que están en el fondo pero que encontraron en una consigna, en una frase, la grieta por donde irrumpe la avalancha de las aguas contenidas.
A propósito del 4 de febrero resulta para muchos (as) indignante la crucial asimetría entre la disposición para condenar los crímenes de las FARC y el olvido de los genocidios y demás atrocidades de los Paras. Ello es posible en una sociedad que en la larga historia del conflicto interno y en la ubicua connivencia con la economía del narcotráfico ha construido su visión de la vida colectiva sobre el pragmatismo amoral. Pero el aspecto de mayor fondo es el siguiente. La persistencia de las formas de la muchedumbre política se explica en un país que no ha logrado aclimatar las pautas de una cultura democrática y que carece de canales efectivos, orgánicos, de tramitación de las demandas. Así los comportamientos espasmódicos, la salida abrupta de las tensiones es funcional históricamente, al menos al nivel del clima político emocional, de una sociedad atravesada por el autoritarismo. Los Paras son brutales pero son defensores del establecimiento, de un orden, han actuado para afianzar un modelo de acumulación. Sus atrocidades pueden indignar, pero no sacan de casillas a grandes sectores de la sociedad atrapados en las redes de la obediencia. Las guerrillas son antisistémicas, se remiten a otro orden. Son intolerables para la gente inscrita en pautas de obediencia, pero resultan insufribles, porque la gente no vive feliz en ese mundo de redes de obediencia y jerarquía. Los motivos de la propia insatisfacción individual y la incapacidad de transformar ese mundo, desemboca con angustia en esos torrentes aluviales que condenan al diferente, al desobediente. Por supuesto suscribo el hecho de que ese diferente concreto es condenable, pero pregunto qué convierte a un genocida de una cifra de mi mundo, qué me lleva a cubrirlo bajo el manto del silencio o de la complicidad moral. La remisión al papel de los medios y al ensamble en un mismo tejido de las redes de la parapolítica no son suficientes para explicar la asimetría de la que hablo y que pondrá otra vez en evidencia la convocada marcha del 6 de marzo. Por otro lado el pragmatismo amoral compele a la gente a buscar y usar la ocasión de unirse como las gotas en una ola que quiere precipitarse contra aquel conjunto que es señalado como el malvado. Será entonces una catarsis purificadora que sin embargo tendrá una longitud de onda muy limitada y que sobre todo dejará, pasado el carnaval, instalado de nuevo el malestar, la manía o la anomia. Por ello no creo que la muchedumbre política sea un factor idóneo para la construcción de un país democrático
La muchedumbre política suele ser paradójica. No salgo de mi asombro como historiador, cuando una y otra vez me encuentro comparando dos muchedumbres que se escenificaron con pocos días de diferencia: la del 9 de abril, la de el levantamiento popular espontáneo y la del 17 del mismo mes en el entierro del Gaitán. En la primera la orgía de la rebelión y la revancha, la segunda: la de la multitud compungida, sumergida en un dolor insondable que escuchaba en silencio a uno de los enemigos políticos del caudillo asesinado: el dirigente liberal, Carlos Lleras Restrepo. Quizá la misma gente o al menos en buena parte participó en las dos multitudes, pero en la segunda vez ya había regresado a las redes de la obediencia bipartidista, católica, a la reinscripción en el ordenamiento jerárquico.
La muchedumbre política y sus resultados. Cómo juzgar el fenómeno desde el punto de vista de su eficacia. No se puede extraer una regla, De las muchedumbres registradas en Colombia las hay que se asocian a resultados acordes, al menos parcialmente a las exigencias. Las hay sin resultados ciertos y también se tienen las que ofrecen unos resultados adversos a las intenciones que se pusieron de manifiesto los protagonistas durante la movilización.
Desde esa perspectiva me referiré a ciertos resultados de la protesta del 9 de marzo de 1909, a las jornadas de junio de 1929, al 9 de abril de 1948, al Paro Cívico de 1977 y haré una glosa algo hipotética a la marcha del 4 de febrero. En la primera los resultados fueron importantes: el retiro por parte del gobierno de la discusión de la Asamblea Nacional Constituyente de los tratados con los Estados Unidos y con Panamá que habían sido el detonante de la protesta. La caída del Gobierno del General Reyes que había devenido en dictadura. La protesta presentó un alto nivel de eficacia. Las jornadas de junio se proyectaron también como movilizaciones con evidentes éxitos. En primer lugar cayó la rosca que medraba mediante la corrupción en las empresas de servicios públicos, salieron del gobierno los funcionarios más repudiados de la administración conservadora de Abadía Méndez. En este aspecto importantes resultados pudieron verse al instante: “El 8 de junio la comisión es recibida por el presidente de la República. Mientras transcurre esta reunión, una muchedumbre, acompañando el cadáver del estudiante asesinado, se dirige al palacio. En esas condiciones el presidente no ve otra salida que aceptar el cambio de Cortés Vargas, jefe de la policía nacional y verdugo de los obreros de las bananeras, del ministro de obras públicas y del gobernador de Cundinamarca. Sin embargo, el presidente se resiste a sustituir a Ignacio Rengifo, ministro de Guerra, el personaje más odiado y a la vez más representativo del régimen conservador. Cuando los manifestantes declaran que continuarán hacia el palacio, cae también” ( fragmento tomado del libro de Medófilo Medina: La protesta urbana en Colombia en el siglo XX, Bogotá, 1984, pág.42). En el mediano plazo la incidencia de junio tuvo alcances históricos. Tiene razón Gerardo Molina cuando señaló apropósito de junio de 1829: “La suerte del conservatismo quedó definida en aquellas jornadas y desde entonces ya nadie dudó de que sus días de dominación estaban contados” ( Las ideas liberales en Colombia, T.II, pág.235)
Al contrario de las anteriores jornadas los resultados del 9 de abril de 1948 fueron contrarias a las reivindicaciones de las masas gaitanistas. La represión cruenta desencadenada por el gobierno de Ospina Pérez puso fin a la lucha que venía dándose desde 1945 entre los círculos del poder reaccionario y los sindicatos, las organizaciones de izquierda y del liberalismo gaitanista. La victoria de la reacción impuso la orientación política y removió los diques que obstaculizaban el desencadenamiento de la Violencia. El Paro Cívico Nacional de 1977 alcanzó éxitos en el corto plazo. En el curso de los ocho meses siguientes el salario mínimo nominal registró aumentos en tres ocasiones. El salario real promedio en la industria subió en un 16. 1%. Al paro siguió un auge en el movimiento huelguístico y en los paros cívicos municipales y regionales. A más largo plazo el paro estimuló una cruda polarización engendrada por unas lecturas distorsionadas de la protesta de septiembre. La Insurgencia quiso ver en el PCN una insurrección frustrada. El evento había que replicarlo pero acompañándolo de la acción armada. El M- 19 se encaminó hacia la radicalización militar y lo propio hicieron las FARC en una línea de acción que se afianzó en la VII Conferencia de la organización en 1982. Por su parte el establecimiento asimiló el Paro como la inminencia de la revolución y generó una política antisubversiva pero extendiéndola al conjunto de la sociedad. El hito inicial de esa política fue la adopción del decreto 1923 del 6 de septiembre de 1978 que estableció el Estatuto de Seguridad. No podría decirse de manera simplista que el PCN originó la nueva etapa de violencia en la que se sumergiría el país desde finales de los años setenta pero por lo menos es claro que contribuyó a su agudización.
El sentido común en el que se construyeron las marchas del 4 de marzo de 2008 fue el de respaldo a la política de aniquilamiento militar de las FARC. Ese sentido dominante no es incompatible con los matices y reservas que pudieron expresar algunos de quienes tomaron parte en las marchas. Hubo voces numerosas que establecieron relación con el proyecto de la reelección de Uribe. Pero no hay razón para pensar que las coordenadas del 4 de febrero puedan prolongarse por un cierto tiempo. No se ven en la escena fuerzas y mecanismos capaces de retener orgánicamente el cúmulo de sentimientos y disposiciones de actuar que se manifestaron en las movilizaciones. Es bien posible que quienes se sintieron más estrechamente vinculados con el 4 de febrero se encuentren con ambigüedades y con el fortalecimiento de tendencias contradictorias con el sentido que tuvieron las marchas.
Medófilo Medina
Historiador
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas
Corporación Viva la Ciudadanía.
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