Una pasión endeudada
07/10/2010
- Opinión
El modelo de negocio del fútbol no es sostenible. Según un estudio de la consultora AT Kearney, si la liga inglesa, la española y la italiana operaran como empresas corrientes, tendrían que declararse en bancarrota en un período que no superaría los dos años. Mientras que gobiernos, sectores económicos y compañías acometen reformas para mitigar los efectos de la crisis financiera, el deporte rey continúa viviendo en una burbuja que parece aislada de la coyuntura económica.
En España, esta burbuja no sólo afecta a los propios equipos, sino a la Administración, principal responsable de la situación actual. Al inicio de los años 90 era aprobada la Ley del Deporte, que obligaba a los clubes deportivos profesionales con deudas a convertirse en Sociedades Anónimas Deportivas, con el fin de garantizar la transparencia del deporte profesional. Dicha ley abrió la puerta a empresarios que, al no tener que responder con su patrimonio, estiraban la capacidad de endeudamiento de unos clubes que a su vez les proporcionaban popularidad y mayores posibilidades a sus negocios. Además, durante la última década se sucedían los acuerdos entre administraciones locales y clubes para acometer recalificaciones urbanísticas millonarias, que les proporcionaban una fuente de ingresos desorbitada y que los consistorios esperaban compensar gracias al sector de la construcción. La crisis española del ladrillo ha acabado por romper un negocio jugoso para ambos.
En 1992 la deuda del deporte profesional español era de 172 millones. Hoy, sólo el fútbol debe 3.000 millones de euros, más de 600 a Hacienda y 4 a la Seguridad Social. Ante ello, el Parlamento español ha instado al Gobierno a tomar medidas para cobrar la deuda del fútbol.
El Bloque Nacionalista Gallego pactó con el PSOE un texto que propone establecer un límite salarial y de gasto en fichajes, algo impensable en un fútbol donde sus dos principales clubes, Real Madrid y FC Barcelona, han gastado en diez años 1.022 y 700 millones de euros, respectivamente, sólo en fichajes. Ni Madrid ni Barcelona se rigen por la Ley de Sociedades Anónimas, por lo que no están sujetos a un control estricto de sus cuentas por parte de terceros y, gracias a su capacidad para generar ingresos y al aval de su patrimonio, tienen una capacidad de endeudamiento casi ilimitada. La deuda de Madrid y Barcelona puede superar, en ambos casos, los 600 millones de euros.
El fútbol inglés se ha consolidado en los últimos años como el campeonato más atractivo. Los ingresos de sus equipos en materia de derechos televisivos han supuesto un reclamo para inversores extranjeros que veían en éste un negocio redondo. Buen ejemplo de ello es el Manchester City, desde 2008 controlado por Sulaiman Al-Fahim, un jeque árabe que amasa una fortuna de unos 23.000 millones de dólares. Desde su llegada al club, ha gastado casi 600 millones de euros en fichajes, sueldos y remodelación de las infraestructuras. En el último ejercicio económico ha declarado 140 millones de pérdidas, “ninguna sorpresa” para su director ejecutivo. Su vecino, el Manchester United, arrastra una deuda de más de 800 millones de euros y el histórico club del Liverpool, inmerso en su peor crisis deportiva en 46 años, no puede hacer frente a los préstamos que tiene contraídos con el Royal Bank of Scotland y Wells Fargo, que llegan a unos 300 millones de euros y que vencen en el mes de octubre.
Los clubes ingleses acaparan el 56% de las deudas del fútbol europeo y la pasada temporada el Porstmouth, institución con 110 años de historia, se convirtió en el primer equipo inglés en ser administrado judicialmente tras suspender pagos. Uno de sus últimos dueños fue, precisamente, quien ahora controla el Manchester City.
La burbuja ya ha estallado en las categorías más humildes del fútbol, donde jugadores y entrenadores anónimos pagan las negligencias de un negocio que vive por encima de sus posibilidades. Aún está por llegar, más temprano que tarde, el verdadero “crack” del fútbol, y no se trata de un Messi o un Ronaldo en ciernes. Las deudas crecen sin parar y los perjudicados no serán empresarios ni políticos. Serán los clubes y, por tanto, los aficionados, que invierten algo más importante que el dinero: su pasión incondicional.
- Javier García Ropero es Periodista
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