En el Perú, ¿existe riesgo de hambruna?

02/10/2012
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Nuevamente, subieron los precios de algunos alimentos básicos en el mercado internacional. Al impactar en los precios nacionales, dicha subida perjudica sobre todo a las poblaciones de menores ingresos, lo cual nos lleva a reflexionar sobre la seguridad alimentaria en el Perú, la persistencia de la desnutrición infantil y los riesgos de una eventual hambruna.
 
Desnutrición crónica
 
Aunque en el país la desnutrición crónica infantil ha disminuido de manera importante en la última década, todavía aqueja a cerca del 20% de nuestros niños, más en el campo que en la ciudad (tabla 1).
 
El 31% de los niños que fueron desnutridos en el año 2000, serán una parte importante de los pobres del año 2021, cuando el Perú celebre doscientos años de independencia de la metrópoli española (acaso se preguntarán: «¿De qué sirvió la independencia?»). En 2030 ocurrirá lo mismo con ese casi 20% de niños que hoy día están afectados por desnutrición crónica. Como se sabe, la desnutrición infantil deja secuelas físicas y mentales  (problemas de aprendizaje), y condena a quien la sufre a una situación de desventaja y de escasas oportunidades a lo largo de su vida. Más aún, la Cepal revela una información absolutamente chocante: que entre los años 1941 y 2005 murieron en el Perú cerca de 1.4 millones de niños menores de cinco años por problemas asociados a la desnutrición (1).
 
Hay una relación entre la desnutrición infantil y la discriminación o exclusión: un reciente estudio muestra que «los niños con una trayectoria de malnutrición sistemática hasta los ocho años tienden a ser indígenas, tienen una madre menos educada, más hermanos, menores los recursos económicos en el hogar (en activos y en ingresos) y viven en áreas más remotas, centros poblados ubicados en áreas rurales y en zonas de mayor altitud» (2). Posiblemente estos hallazgos no nos sorprendan, pero esta vez no son materia de opinión, de sentido común ni de impresiones, sino de un examen científico de la realidad, de un seguimiento sistemático de niños y niñas de entre 1 y 8 años de edad. Enfrentar la desnutrición crónica depende mucho de políticas inclusivas, que van mucho más allá de programas de asistencia alimentaria; entre ellas: más y mejor educación, mejores servicios de salud, desarrollo rural y acceso a activos productivos como la tierra.
 
Hambruna
 
Pero hay un tema que en el país no es materia de discusión ni de debate, por considerarse que el Perú está «blindado»: el riesgo de una hambruna. ¿Qué es una hambruna? Es la incapacidad absoluta de una población de acceder a alimentos durante un tiempo. Esta incapacidad se puede deber a la falta de alimentos o, más frecuentemente —como ha fundamentado el premio Nobel de Economía, Amartya Sen—, a la pérdida de medios, por la población, para acceder a los alimentos, aun cuando no haya escasez.
 
El recordado político Carlos Malpica relató lo más cercano que ha estado una región del país, Puno, de una real hambruna, en el contexto de una sequía que se prolongó entre 1956 y 1958. La población rural perdió la mitad de sus cosechas y no tenía ingresos monetarios para adquirir alimentos. La agricultura y la ganadería daban empleo a cuatro de cada cinco trabajadores. Los diarios de la época informaron que la población de Macusani redujo su consumo en 1958 a apenas 1,015 calorías diarias, y 860 en Cuyo-Cuyo. Proliferaron epidemias y hubo un éxodo a las ciudades. «Los primeros afectados fueron los ancianos y los niños, víctimas inocentes que pagaron con su vida la imprevisión y negligencia de quienes gobernaron el país» (3).
 
Las donaciones de alimentos no pudieron ser aprovechadas debidamente por la ausencia de vías de transporte adecuadas para grandes volúmenes de ayuda, por la insuficiencia de almacenes y depósitos, y por la corrupción: gran parte de la ayuda no llegó a su destino, pues fue vendida a comerciantes de Perú y Bolivia.
 
La posibilidad de hambrunas no sería tan remota. Una de las manifestaciones del cambio climático es, precisamente, la ocurrencia de prolongadas sequías que afectan los medios de subsistencia de la población rural. Infraestructura e instituciones insuficientes que impidan una rápida y eficaz respuesta a las poblaciones afectadas, y la corrupción, causarían un desastre mayor que una insuficiente disponibilidad de alimentos.
 
En abril del año pasado, la crecida del río Ucayali dejó 15 mil familias damnificadas, sobre todo shipibos y conibos. Esta población en su mayoría era ya extremadamente pobre, y la pérdida de sus cosechas la dejó en una crisis alimentaria extrema, pues ya el 70% de los niños sufrían de desnutrición. El Comercio dio la información inicial, pero no hubo un seguimiento del problema (4). No es imposible que se haya presentado una situación de hambruna. El hecho de que las poblaciones vulnerables estén en áreas remotas y mal comunicadas, vuelve invisibles situaciones como estas.
 
Una estrategia de seguridad alimentaria debe contemplar la eventualidad de la ocurrencia de hambrunas, por remotas que puedan parecer actualmente. Los desastres no avisan.
 
Notas
Cepal. El costo del hambre. Impacto social y económico de la desnutrición infantil en Perú. 2008.
Javier Escobal, Jaime Saavedra y Renos Valkis. ¿Está el piso parejo para los niños del Perú? Lima: Grade/ Banco Mundial, 2012, p. 125.
Carlos Malpica. Crónica del hambre en el Perú. Lima: Moncloa-Campodónico, 1970.
4 Diario El Comercio, 14 de abril de 2011.
 
 
- Fernando Eguren, CEPES para La Revista Agraria
https://www.alainet.org/fr/node/161847?language=en
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