Boicot a la CELAC y rumbo incierto
06/11/2014
- Opinión
Uno tiene derecho a preguntarse si esa maniobra en virtud de la cual los diputados de la Comisión de Hacendarios dejaron sin presupuesto al gobierno para la celebración de la reunión de la CELAC en enero próximo, fue un acto imprudente y descuidado de los parlamentarios o si, por el contrario, fue una maniobra orientada a cumplir con los objetivos que indicaremos
El primero consiste en boicotear un legítimo esfuerzo latinoamericanista que pueblos hermanos han propuesto, con el fin de fortalecer, como nunca antes; la unidad y la colaboración entre nuestros países. De modo que tenemos derecho preguntarnos ¿Cómo pudo ocurrir que desvalijaran al gobierno y en particular al Ministerio de Relaciones Exteriores, y lo dejaran sin fondos para atender esa reunión trascendental? ¿Puede alguien entender que semejante saqueo presupuestario fuera posible sin que el Gobierno y los Ministerios a cargo se empeñaran con firmeza y determinación, a sumar votos decentes en la Asamblea Legislativa para impedirlo? ¿Es aceptable que diputados progresistas de cualquier partido, "vieran para el ciprés" mientras se realizaba la maniobra?
En segundo lugar, pensamos que podría tratarse de una jugada, cuyo propósito haya sido sacarle las castañas del fuego al actual gobierno. Porque, la verdad sea dicha. No podemos ignorar que don Luis Guillermo se encuentra acosado por las fuerzas más conservadoras y que parecen llevar la iniciativa. Al menos hasta ahora, han logrado que el Presidente avance, concesión tras concesión, hacia la reconfirmación del viejo orden político, en vez de comenzar a asumir las legítimas exigencias de un cambio verdadero, tal como fue plebiscitado y aprobado por una aplastante mayoría en el recién pasado proceso electoral y prometido hasta la saciedad.
Como ha ocurrido tantas veces en el pasado, esas fuerzas de extrema derecha saben que jamás serían capaces de ganar un proceso electoral. Pero saben también que los partidos políticos, casi sin excepción, sólo existen durante esos mismos procesos. Por experiencia saben que, pasadas las elecciones, casi todos los Partidos desaparecen como fuerzas de organización y movilización social y que, por lo tanto, los gobiernos quedan completamente desvalidos de direcciones programáticas o centros activos de dirección intelectual y política, incluido el propio gabinete.
Es entonces cuando las clases económicamente dominantes, bien organizadas en grupos de influencia y sólidamente apoyados por los grandes aparatos mediáticos, se hacen presentes y adquieren un inusitado poder. Estimulan las divisiones internas y externas, rodean a los gobiernos, sugieren personajes suyos para los puestos claves y sensibles, proponen, con refinada astucia, mecanismos de coordinación extra política, examinan en detalle las debilidades de cada funcionario y finalmente logran imprimirle su propio rumbo a las principales decisiones gubernamentales.
No nos engañemos. Estas fuerzas, económicamente dominantes y políticamente retardatarias, se han propuesto enterrar, de una vez por todas, las esperanzas expresadas categóricamente por el pueblo costarricense, de iniciar cambios reales hacia la recuperación del Estado Social de Derecho y de Servicio Público, cuya demolición iniciaron los neoliberales hace más de 30 años.
Hasta ahora, la única ganancia concreta de las exigencias de un cambio por parte del pueblo, ha sido el ascenso al gobierno de un grupo de personas honorables dispuestas a impedir que se repitan los viejos pactos y métodos de la corrupción institucional. Pero esto no es, en absoluto, ni suficiente ni congruente con los cambios prometidos. Porque la honradez no debería ser una conquista, por duro que parezca, sino un estado natural, una reivindicación elemental de la ciudadanía. De modo que los pueblos no votan sólo para tener dirigentes honorables, sino para confirmar sus anhelos históricos de bienestar y justicia y en nuestro caso, para derrotar en toda la línea, a las cofradías que han puesto a Costa Rica en el mapa continental de la desigualdad y la miseria creciente y como plaza abierta de las corporaciones transnacionales.
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