A cien años del “Octubre Rojo” en Rusia
- Análisis
La insurrección de los obreros, los campesinos y los soldados de toda Rusia, bajo las banderas de la lucha por la paz, la tierra, el pan y todo el poder a los Soviets, demostró que los de abajo sí pueden ganar.
A las siete de la noche del veinticinco de febrero de mil novecientos diecisiete, el Zar Nicolás le envía un telegrama urgente al general Jávalov, jefe del Estado Mayor del Ejército: “Ordeno que mañana mismo se ponga fin a los disturbios en la capital, intolerables en los difíciles momentos de guerra contra Alemania y Austria”, a pesar de esta lacónica misiva, la realidad era otra, todo el aparato estatal de la monarquía se desmoronó en unas semanas, los obreros paralizaron las fábricas y los trenes, la situación en los cuarteles y en los frentes de guerra era dramática, la hambruna hacía estragos en la población. La Duma -el parlamento- se reúne en el Palacio de Táurida en busca de una solución a la estrepitosa crisis política en curso, mientras que el Soviet de obreros, soldados y marinos de San Petersburgo se pronuncia por la República Democrática. El dos de marzo el Zar abdica. La dinastía de los Romanov llega a su fin. Comienza la primera fase de la revolución rusa.
La tormenta política se expresó en la dualidad de poderes, por una parte, se instala un Gobierno Provisional, presidido por Kerenski, en el que confluyen partidos de las más diversas tendencias, y por la otra, se conforman los Soviets, -palabra rusa que significa consejos- con delegados obreros elegidos en las fábricas y por militares electos en asambleas que se reúnen en los cuarteles.
El Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (bolchevique) se moviliza en todo el país, sale de la clandestinidad a la lucha política abierta, sus diputados son puestos en libertad al aprobarse una amnistía general, reaparece su diario, “Pravda”, luego de años de proscripción. Su líder, Vladimir Ilich Uliánov –Lenin- regresa a Rusia el tres de abril con sus “tesis”: en las que plantea que en el orden del día está el problema del poder, que la revolución democrática puede ser dirigida por las clases trabajadoras, y que es posible abrirle paso a la revolución socialista.
La contienda política gira en torno al carácter del nuevo gobierno, la elección de una Asamblea Constituyente, la hambruna y la guerra. Se reúne en junio el primer Congreso de los Soviets de toda Rusia, los partidos –socialista revolucionario-, eseristas, y el ala menchevique del POSDR son mayoría en ese momento. La posición que asumirán los Soviets frente al Gobierno Provisional, dominado por los partidos derechistas, es el punto álgido.
El eserista Tsereteli toma la palabra para defender al gobierno de Alexandr Kerenski y afirma:
- ¡No existe un partido capaz de tomar el poder en sus manos!
- ¡Existe! –dijo Lenin dese su escaño.
El jefe bolchevique se levanta y refuta a Tsereteli:
- El paso del poder al proletariado revolucionario, apoyado por los campesinos pobres, es el paso a la lucha revolucionaria por la paz.
En lo que la historia conoce como el “Octubre Rojo” se forma el Comité Militar Revolucionario del Soviet de San Petersburgo, la crisis política es gravísima, la decisión del comité central bolchevique es aprovechar la coyuntura que se ha creado, se lanzan a la insurrección, escribe Lenin en la tarde del 24 de octubre: “La situación es crítica en extremo (…). Poniendo en ello todas mis fuerzas quiero convencer a los camaradas que hoy todo pende de un hilo, de que figuran en el orden del día problemas que no pueden resolverse por medio de conferencias, ni de congresos (aunque sean, incluso, congreso de los soviets), sino únicamente por los pueblos, por medio de la lucha de las masas armadas”.
Sin pausa alguna, el Comité Militar Revolucionario pone en marcha el plan insurreccional en San Petersburgo, Moscú y otras importantes ciudades, los bolcheviques obtienen una nítida victoria en las elecciones de delegados de los soviets en todo el país. Los revolucionarios asaltan el Palacio de Invierno y toman el control de los puntos vitales de la capital. El Gobierno Provisional fue depuesto. El II Congreso de los Soviets de toda Rusia, ahora constituido por una amplia mayoría de delegados bolcheviques y eseristas de izquierda, decide formar el primer gobierno soviético, el Consejo de Comisarios del Pueblo, Lenin lo preside.
Comienzan las complicadas negociaciones con Alemania para alcanzar la paz, queda abolida la gran propiedad sobre las tierras agrícolas, los obreros asumen el control de la producción y se aprueba una resolución sobre los derechos de las nacionalidades. La situación económica era catastrófica. El mismísimo Lenin formula la pregunta: ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder? León Trotski, uno de los grandes artífices de la epopeya, será el organizador del Ejército Rojo, con el que afrontaron las sublevaciones de las fuerzas reaccionarias y la intervención de potencias imperialistas, que intentaron hacer naufragar a la naciente república soviética.
A manera de un brevísimo itinerario sobre los días que conmovieron al mundo, como lo escribió el periodista y comunista estadounidense, John Reed, se puede anotar que:
10 de octubre: el Comité Central del POSDR –bolchevique- adopta la resolución sobre la insurrección armada y elije un buró político encabezado por Lenin.
11/13 de octubre: Congreso de los Soviets de la región norte.
15 de octubre: el Comité Central del partido bolchevique estudia el plan insurreccional.
16 de octubre: en la reunión del CC del partido bolchevique se nombra el Comité Militar Revolucionario.
24/25 de octubre: insurrección armada de los obreros, soldados y marinos de Petrogrado.
26 de octubre: los insurrectos se apoderan del Palacio de Invierno y detienen al Gobierno Provisional.
25/27 de octubre: el II Congreso de los Soviets de toda Rusia proclama el poder soviético, aprueba los decretos sobre la paz y la tierra, y elige un nuevo gobierno.
Entre los miembros del Comité Militar Revolucionario, que dirige la insurrección estuvieron: León Trotski -quien lo presidió- Félix Dzerzhinski, Andrei Búbnov, Yákov Sverdlov, Iosif Stalin, Moisei Uritski, Iván Gaza, Vlas Chubar, Anatoli Zhelezniakov, Iván Fleróvski, Mkrtich Ter-Arutiniants, Alexandr Ilin – Zhenévski, la mayoría de ellos obreros y militares de larga trayectoria en el partido bolchevique.
El Manifiesto del 25 de octubre de 1917 quedó para la historia:
“¡A los ciudadanos de Rusia!
El Gobierno Provisional ha sido depuesto. El poder del Estado ha pasado a manos del Comité Militar Revolucionario, que es un órgano del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado y se encuentra al frente del proletariado y de la guarnición de la capital.
Los objetivos por los que ha luchado el pueblo –la propuesta inmediata de una paz democrática, la supresión de la propiedad agraria de los terratenientes, el control obrero de la producción y la constitución de un Gobierno Soviético- están asegurados.
¡Viva la revolución de obreros, soldados y campesinos!”.
La revolución que cambió al mundo había comenzado, por primera vez en la historia el poder político pasó a manos de los obreros y los campesinos pobres, y el POSDR (b), que en adelante se identificará como: Partido Comunista de Rusia (bolchevique), inicia la construcción del socialismo. La ola revolucionaria se expande, el poder soviético es instaurado en todas las naciones que integraban el vasto Imperio de los Zares, el 29 de diciembre de 1922 fue constituida la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, como un Estado plurinacional y multiétnico con unos 150 millones de habitantes.
Uno de los momentos más apremiantes para el nuevo gobierno fue la firma del Tratado de Brest-Litovsk con Alemania. Era imperativo alcanzar la paz, principal propuesta de los bolcheviques antes de Octubre, Lenin, con la tenacidad que lo caracterizaba, logró que la dirección del partido comprendiera la justeza del acuerdo, sin embargo, se libró una dura lucha interna en el bolchevismo, aparece la “oposición de izquierda”, que cuestionó el tratado.
La larga lucha por el socialismo en Rusia
Sin lugar a dudas, es imprescindible anotar algunos acontecimientos que precedieron al “Octubre Rojo”, como fue la primera revolución rusa en 1905, que tuvo como punta de lanza las huelgas obreras, en las que se enarbola un programa con un punto principal: el derrocamiento del zarismo y la instauración de la república democrática. Aún con la derrota sufrida quedan muchas enseñanzas de ese proceso, y dos logros históricos: el surgimiento de los soviets y la consolidación del partido bolchevique.
Además, hay que agregar que el panorama político estaba constituido por los partidos monárquicos que sustentaron al régimen zarista, y por tres corrientes opositoras al absolutismo: la socialdemocracia, de nítida raíz marxista, cuyo partido, el POSDR, se funda efectivamente en 1903, en su II Congreso, del que surgen dos tendencias: la bolchevique –mayoritaria- y la menchevique –minoritaria-. También están los ‘narodnicki’, -que en español quiere decir populistas- quienes aplican la práctica de “ir al pueblo” y realizan acciones armadas de envergadura, en 1902 fundan el Partido Socialista Revolucionario. La otra corriente es la de los “marxistas legales”, cuyos dirigentes engrosarán las filas de los partidos liberales.
Destacados teóricos marxistas integraron la socialdemocracia rusa, ahora bien, quien planificó y puso en marcha la construcción orgánica del partido fue Vladimir Ilich Uliánov, -Lenin-, con el periódico “La Chispa” como instrumento fundamental, y librando una dura lucha en el campo de las ideas con los ‘narodnicki’ y los ‘marxistas legales’. Deportado en un lejano pueblito de Siberia redacta su primera obra científica: “El desarrollo del capitalismo en Rusia”. Lenin no solo estudia a profundidad “El Capital” de Carlos Marx, sino que formula una estrategia política con base en el análisis de la realidad de su país. Insistirá, una y otra vez: “sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario”.
¿Qué hacer? No es solo el título de un libro de Lenin, es la delimitación de las fronteras en el campo de las ideas, es la definición del carácter de la clase obrera como sujeto revolucionario, y síntesis de los objetivos a conquistar: la revolución democrática y la revolución socialista, como momentos diferenciados de un proceso que es, en sí mismo, un todo. Vladimir Ilich Uliánov aporta –también- que la dinámica decisoria del partido, ha de basarse en el “centralismo democrático”, que no es otra cosa que la aplicación de las leyes de la dialéctica a un aspecto cardinal de la práctica política.
Una de las características de la tendencia bolchevique fue su fuerte conexión con la clase obrera en los principales centros fabriles de Rusia, vale decir, obreros formando parte de la organización del partido y de sus instancias de dirección. Estudian a Carlos Marx y a Federico Engels, y a los más importantes teóricos revolucionarios de su tiempo, -cuenta Nadieszhda Krupskaya. Sostuvieron que el marxismo no es un dogma sino una guía para la acción, y las definiciones de su línea política partían del “análisis concreto de la situación concreta”.
La fertilidad de las discusiones teóricas en la socialdemocracia rusa, que tiene como antecedente la polémica entre Carlos Marx y Vera Zasulich, repercutirá en la concreción del programa del gobierno soviético, en particular, la cuestión agraria, asunto que jugó un rol decisivo en el momento de tomar decisiones políticas en los soviets en octubre de mil novecientos diecisiete. ¿Se trata de crear una nueva economía política y de una nueva teoría del Estado? ¿Es posible construir el socialismo en un solo país? ¿La revolución es permanente o ininterrumpida? ¿Las “comunidades agrarias” rusas pueden ser fuente primigenia de la nueva sociedad? ¿Es la “comunidad” una derivación del Estado? ¿La revolución es obra de los movimientos populares o de las estructuras del Estado?
Soplando la potente fragua
Toda la socialdemocracia europea sufre una crisis de consecuencias radicales cuando estalla la primera guerra mundial, aunque en todos los congresos de la II Internacional Socialista se aprobaron mociones en las que se planteó una firme oposición al conflicto bélico que devastaba a Europa, los partidos socialdemócratas claudicaron, solo una minoría se opuso a la guerra -los bolcheviques entre otros- y propusieron que debía detenerse la matanza y alcanzar la paz. Con el triunfo de la revolución rusa el deslinde se precipita, una buena parte de los líderes de la socialdemocracia europea cuestionaron al poder soviético, la reacción de los bolcheviques no se hizo esperar, convocaron a los partidos a varias conferencias, y el 4 de marzo de 1919 fundaron la Tercera Internacional, que se organizó como un partido mundial.
Teniendo como principio el internacionalismo, los revolucionarios rusos están atentos a la evolución de los acontecimientos en Europa. Aunque los obreros derrocharon heroísmo en épicas batallas, la revolución alemana fue derrotada y asesinados sus insignes dirigentes: Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo. La revolución en Hungría no alcanzó a consolidarse, ni la insurrección anarquista en España, las sublevaciones obreras en Estados Unidos también fracasaron, igual resultado tuvo el movimiento de los consejos de fábrica en Turín. Mientras en Rusia se asaltaba el Palacio de Invierno y se instauraba el poder de los soviets, en México, luego de casi diez años de guerra popular revolucionaria, se aprueba la progresista Constitución de 1917. En el lejano oriente, un potente movimiento democrático derribó al milenario Imperio de China, mientras que en la India las voces independentistas cobran fuerza.
Ahora bien, en los primeros años de la revolución socialista, el gobierno soviético enfrentó y venció las conspiraciones de los imperialistas y de los remanentes del régimen zarista. Ganaron la guerra civil pero el país quedó devastado, con millones de ciudadanos pasando hambre. Ante esa realidad, Lenin, con sus dotes de conductor, aplicó un drástico y rápido viraje, el más importante fue pasar del “comunismo de guerra” a la “nueva política económica” la NEP, que Lenin la explica como: “… es la alianza entre el proletariado y los campesinos, la alianza de la vanguardia del proletariado, con las grandes masas campesinas”, y deja claro que su objetivo económico es: asegurar el triunfo de las relaciones socialistas de producción.
El valor de los bolcheviques es haber hecho la revolución, fueron capaces de producir orden, de entender lo que significa el Estado, lo que significa la guerra, crearon el Ejército Rojo, tuvieron una enorme flexibilidad táctica, fue ésta una experiencia en la que se impuso el arte de hacer posible lo que parecía imposible, lo que quiere decir, entonces, que ‘los de abajo sí pueden ganar’. Avanzaron, retrocedieron, dieron vueltas, zigzaguearon, tomaron atajos, pero, cumplieron con el programa que le propusieron al pueblo.
Rosa Luxemburgo expone en: “La revolución rusa. (Un análisis crítico)”: “El bolchevismo se ha demostrado capaz de realizar lo que un partido auténticamente revolucionario está en condiciones de realizar dentro de los límites de las posibilidades históricas. Una revolución proletaria modelo en un país aislado, consumido por la guerra, asfixiado por el imperialismo y traicionado por el proletariado internacional, representaría un milagro, y ellos no pueden pretender hacer milagros. Lo esencial es saber distinguir en la política de los bolcheviques lo sustancial de lo accesorio. En este último período, que precede luchas decisivas en todo el mundo, el problema primordial del socialismo es el problema candente del día: no este o aquel detalle táctico, sino la capacidad del proletariado para la acción, la energía de las masas, en general, la voluntad socialista de conquistar el poder…” y puntualiza: “He aquí lo sustancial y perdurable de la política bolchevique. En este sentido, su mérito perdurable es haberse ubicado en la vanguardia del proletario internacional con la toma del poder político y haberse planteado en la práctica el problema de la concreción del socialismo”.
Momentos de acelerados ascensos, tiempos de barricadas, de insólitas ofensivas, a menudo son seguidos por reflujos del movimiento popular, y al contrario, luego de períodos de pasmosa quietud, se desencadenan volcánicas fuerzas revolucionarias. Esa es una enseñanza de la historia. Las revoluciones se presentan por oleadas, no son un acto, son procesos en los cuales ha de producirse un desborde democrático de la sociedad, una ruptura de los dispositivos fácticos y culturales de la dominación y, huelga decir, en los resortes esenciales del poder político.
Precisar de manera exacta los momentos de auge y los de reflujo de los movimientos revolucionarios es ‘de suyo’ importante, ello tiene valor táctico y estratégico, el camino a seguir no es, entonces, un acto de voluntarismo –por muy heroico que sea-, es la derivación del estudio de la realidad y de una labor política colectiva, porque la disputa por la hegemonía cultural y la resolución práctica de las correlaciones de fuerza se resuelven en el campo de la política, hay momentos ‘jacobinos’ y hay tiempos de ‘guerra de posiciones’.
La ecuación es: Gramsci + Lenin, plantea García Linera.
Giuliano Procacci, en su análisis sobre “El Gran Debate: el socialismo en un solo país”, -que publicó Siglo XXI Editores-, [1973], dibuja el contexto en el que discute la dirección comunista de Rusia, vale decir, en un período que se caracterizó por la “estabilización relativa del sistema capitalista”, consideración hecha por un plenario de la III Internacional, en el que se concluye que la ola revolucionaria que se inició con la Revolución de Octubre se había agotado y que “…la perspectiva de una revolución proletaria en Europa Occidental que, al menos hasta el fracaso de la tentativa revolucionaria de octubre de 1923 en Alemania, que se había considerado abierta, debía ahora evaluarse como postergada por un tiempo indefinido”.
Resulta obvio, que si la correlación es favorable a las fuerzas populares, las transformaciones estructurales han de avanzar de manera acelerada, lo más acelerado posible, ganando tiempo, construyendo el bloque social de la revolución; y al contrario, cuando la correlación de fuerzas es adversa, ha de marcharse con cautela, y no pocas veces, hay que asumir una posición defensiva, prudente, eso sí, sin perder -¡jamás!- la iniciativa política.
Fue ésta la situación que vivieron los bolcheviques en los primeros años de la revolución rusa, una verdadera tormenta se desató al interior del partido comunista, unos plantearon que podía construirse el socialismo en un solo país, otros, mantuvieron una opinión contraria.
“Una de las características –apunta Procacci- de la teoría leninista de la revolución de Octubre, consistía, según Stalin, en haber aprehendido que el desarrollo económico y político desigual de los países capitalistas hacía posible la ruptura del sistema capitalista mundial en su “eslabón más débil” y, por tanto, la victoria del socialismo en un solo país”. Trostki, Zinoviev, Radek, Kámenev, y otros bolcheviques, sostuvieron una tesis diametralmente opuesta a la formulada por Stalin, la división del bolchevismo se concretaría al cabo de unos años.
La tesis del “socialismo en un solo país” se impuso en la URSS, la historia ha demostrado que esa fue una decisión incorrecta, la ruptura del “eslabón más débil –como comenta César Villalona: “no significa que ese eslabón pueda construir el socialismo solito, es imposible en la sociedad capitalista, que es mundial, y no puede permitir socialismo mientras haya imperialismo. Revolución y socialismo no es lo mismo.
También aporta una cita de Lenin esclarecedora: “No hemos acabado de construir ni siquiera los cimientos de la economía socialista y las potencias hostiles del capitalismo moribundo todavía son capaces de privarnos de ellos. Debemos apreciar esto claramente y admitirlo con franqueza; no hay nada más peligroso que las ilusiones. Y no hay nada absolutamente terrible en admitir esta amarga verdad; siempre hemos defendido y reiteramos la verdad elemental del marxismo: que para la victoria del socialismo son necesarias fuerzas conjuntas de los trabajadores de varios países desarrollados” [Lenin: la economía y la política en la época de la dictadura del ´proletariado. 1919].
- Sobre este punto, –añade Villalona-, el Comandante Chávez expresó en el Foro Social Mundial, realizado en enero de 2005, lo siguiente: “Es absolutamente imposible la revolución en un solo país. Estamos debilitando las columnas del sistema capitalista, pero, o cae en todo el mundo o no cae en ninguna parte”. La idea del socialismo a escala mundial es una verdad científica.
Si alguna enseñanza ha de ser rescatada de estas discusiones, es la referida a que no existe un “modelo” de socialismo, pero: -¿quién puede poner en duda la necesidad de revisar las “experiencias socialistas”, de la “centuria corta”, como llamó Eric Hobsbawm, al siglo XX?- Una consideración de tal naturaleza, entonces, indica que el estudio de la realidad mundial, y la de cada país, es un imperativo, si hemos de resolver colectivamente la crisis que hoy existe en el pensamiento económico y político universal. Hay, eso sí, una indeclinable toma de posición: la existencia de las clases sociales y de la lucha de clases en la sociedad moderna. Toda la narrativa neoliberal, de Margaret Thatcher en adelante, se funda en la premisa de que las clases sociales no existen, y mucho menos la lucha entre ellas, y es ese un asunto vital, si el discurso capitalista reconociera que existe una lucha histórica entre la clase trabajadora –que es la que produce valor- y la clase capitalista, poseedora de los medios de producción, el sustrato ideológico del capitalismo se derrumbaría.
A fines de 1922 se deteriora la salud de Vladimir Ilich Uliánov, en sus últimos artículos alerta sobre el peligro que significa que un solo dirigente tenga en sus manos todo el poder del Estado y del partido, en enero de 1924 falleció, y no cabe duda que este hecho marca una etapa en la historia de la revolución rusa. Lenin fue un líder mundial de la lucha por el socialismo, siempre tuvo claro el papel que le corresponde a la clase obrera en la sociedad moderna, que no es otro que ser “la potente fragua que el hombre libre ha de forjar”, como dice el himno del proletariado universal: La Internacional.
A contracorriente: el Socialismo del Siglo XXI
No es menester de este brevísimo ensayo el abordaje de otros temas, como las divisiones en el PCUS y la polémica sobre el rumbo a seguir en la construcción de una nueva sociedad; el papel del Estado y del partido; la heroicidad sin límite del pueblo y de los comunistas soviéticos en la II Guerra Mundial, cuando fueron capaces de vencer a la poderosa maquinaria bélica de los nazis; o las consecuencias de la crítica a Stalin en el vigésimo Congreso del PCUS; el cisma con la dirección comunista china, y con los yugoslavos. Además, del hecho incontrovertible de haber construido un sistema económico social que elevó el nivel de vida de los ciudadanos soviéticos, la creación del campo socialista y su amplio apoyo a los movimientos de liberación nacional, más no se puede dejar de mencionar que la URSS emergió como una gran potencia que desafió al imperialismo norteamericano.
La Unión Soviética y su partido comunista vivieron diversas etapas, luego de la muerte de Stalin, Nikita Jruschov empujó importantes cambios, que serían profundizados por Leonid Brézhnev, el breve gobierno de Yuri Andrópov anunció nuevas transformaciones, pero será con Mijail Gorbachov en la década de los ochenta del siglo pasado, cuando se impulsaría la renovación del socialismo, conocida como “perestroika”. Proceso que terminó con la derrota del socialismo en el este de Europa, la restauración del capitalismo en esas naciones y la desintegración de la Unión Soviética en mil novecientos noventa y uno.
Schafick Handal –líder revolucionario salvadoreño- aporta una reflexión profunda sobre este hecho, y sobre el socialismo como transición, en la entrevista que le hizo Rubén Zardoya, para la revista cubana: Contracorriente. [Abril: 1997].
“… ¿sigue siendo cierto que se puede ir al socialismo saltando etapas? ¿Desde cualquier nivel de desarrollo se puede avanzar hacia el socialismo? Yo creo que uno de los aspectos erróneos del modelo de socialismo soviético es que, para acelerar el proceso, se concentró en el Estado actividades que no necesariamente tenían que haberse concentrado en él y que podían haber estado más en manos de la sociedad. Creo que el socialismo del futuro va a ser un socialismo más socializado”. (…) “La tesis de que la propiedad del Estado era propiedad de todo el pueblo no se confirmó. En la Unión Soviética de los últimos tiempos, la burocracia del Estado y del Partido se comportaba como dueña y el resto de la sociedad que no se sentía dueña, se desmotivó. Aquella era una propiedad por delegación, como por representación; el ejercicio de los derechos y de la propiedad tenía lugar por representación. Esto lo podemos extender también al plano político. ¿Quiénes ejercían el debate y la toma decisiones? ¡Era por delegación! ¿A qué viene esto? Insisto en que esa estatización tan absoluta está vinculada con el esfuerzo por saltar etapas y con la intención de dirigir racionalmente la sociedad, en correspondencia con un plan. Ello dio resultado por un período y fue espectacular. ¡Fue casi un milagro! Y esa experiencia no se puede echar en saco roto: de ella concluimos que concentrar en manos del Estado una serie de importantes recursos puede arrojar resultados muy positivos en una serie de campos. Lo que debe ponerse en cuestión es si esa forma de organización económica y política puede convertirse en permanente en un sistema socialista sostenible”.
“Ya está quedando claro, -agrega Handal-, primero, que por su naturaleza, el capitalismo no es humanizable; segundo, que tras el derrumbe del socialismo (soviético), los problemas de la humanidad se han agudizado, son más graves que antes; y tercero, que la opción socialista sigue en pie, y que la superación de los grandes problemas de la humanidad está más allá de las fronteras del capitalismo”.
A cien años del Octubre Rojo en Rusia, y en la perspectiva de formular una teoría sobre la revolución socialista mundial en este siglo, es preciso profundizar en el estudio del rumbo seguido por el “socialismo con características chinas” que impulsa el Partido Comunista de China, bajo la guía teórica y política de Deng Xiaoping, la “actualización” del socialismo cubano, y la “renovación” del socialismo en Vietnam. Este centenario ha de servir, también, para discutir los límites y los logros del “Estado de Bienestar”, que impulsó la socialdemocracia europea, y que paradójicamente se derrumbó con el “Muro de Berlín”, y claudicó ante el empuje del neoliberalismo, a escala mundial.
- ¿Cómo analizó este contradictorio proceso el Comandante Hugo Chávez, líder histórico de la revolución bolivariana?
- En un discurso del 11 de enero de 2002, al asumir la presidencia del Grupo de los 77, en la sede de las Naciones Unidas, expuso:
“En estos últimos años, en mi criterio, pareciera que la política, la gran política, fue desterrada de los espacios del mundo. Claro, me parece que eso fue parte de un plan. Después de la caída del Muro de Berlín, después de la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas –URSS- se pretendió imponer en el mundo la idea del fin de la historia: se acabó el camino, se impuso la idea del pragmatismo, ya no hace falta la política, es la mano invisible del mercado la que todo lo puede y lo que todo arregla, es la tesis del neoliberalismo salvaje, nefasta tesis que tanto daño le ha hecho al mundo durante siglos, y ahora, a finales del XX, pues vino de nuevo con su veneno, con su egoísmo, sin alma, a tratar de desterrar la política. Ya Platón, mucho antes de Cristo, hablaba y escribía de la politeya, la toma de decisiones que afectan al colectivo. Entonces creo que la política fue desterrada o quiso ser desterrada. Creo que ahora viene la revancha de la política, el retorno de la gran política”, y más adelante:
“Hemos visto como en pocos años, el neoliberalismo amenaza con acabar pueblos enteros, amenaza y ha echado abajo gobiernos, ha llevado a países que de estar rozando el segundo y el primer mundo, de repente han dado un salto al quinto infierno: el desempleo, la pobreza, la explotación, la desigualdad, la injusticia, y de allí a los conflictos sociales y de allí a los conflictos políticos, y de allí a los conflictos violentos, solo hay un paso, de allí a las guerras intestinas solo hay un paso. Es diabólico el neoliberalismo…”
El “cambio de época” en América Latina es una contienda en desarrollo, con derrotas y victorias, y con una singularidad: distintos procesos de cambio en diversos países que se producen simultáneamente, como sucedió con las rebeliones comuneras e indígenas de 1781-1782, y la gesta independentista. Un enemigo común y problemas comunes, hacen de la epopeya latinoamericana y caribeña de este tiempo, un hecho que impacta al mundo. Esta batalla apenas comienza, y tiene como horizonte la convocatoria que hiciera el Comandante Chávez al debate sobre lo que denominó el Socialismo del Siglo XXI, que no es otra cosa que construir una sociedad de hombres y mujeres libres.
Roy Daza, periodista venezolano, y militante del PSUV, el 5 de octubre de 2017
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