La economía colombiana y la moraleja del Titanic

21/07/2013
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En 1912 cuando se lanzó al agua el HMS Titanic, que en ese momento era el barco de pasajeros más grande del mundo, nadie imaginó que se convertiría en una tragedia histórica que ha trascendido por años, no solo por la dimensión del costo de la tragedia, sino por los factores humanos que estuvieron tras el hundimiento: la codicia, el orgullo infinito y el conjunto de mentiras (es un barco a prueba de hundimientos, por ejemplo) que se tejieron de forma fatal y que llevaron al famoso barco a hundirse bajo las aguas del Atlántico Norte.
 
En 2010 otro lanzamiento sufría de los mismos síntomas, pero esta vez no era un barco, se le presentó al público bajo la forma de un conjunto de locomotoras, que se desplazarían por la senda del progreso para llevar a la economía colombiana al nivel de las más desarrolladas de América Latina y del mundo. Las famosas “locomotoras” del gobierno Santos arrancaron su marcha con muchas fanfarrias y los ánimos exaltados, especialmente de la clase empresarial, que veía el mantenimiento de un sistema patriarcal de Estado que siempre ha favorecido sus intereses y al que se han acostumbrado históricamente muy bien. Incluso cuando los miembros de los gremios empresariales proclaman odas al libre mercado, reclaman por otros medios a grito entero, la urgente intervención del Estado cuando sus ganancias no se corresponden a sus exigentes demandas, fueron ellos los principales propagandistas del modelo Santos para impulsar la economía.
 
Como en Fuenteovejuna, todos proclamaron la bonanza de este nuevo modelo basado en un desarrollo netamente extractivista, donde la más fuerte de las locomotoras es la del desarrollo de la minería, unidas a una continuidad en la política económica del gobierno Uribe, empecinado en firmar acuerdos de libre comercio, especialmente con los EEUU, tarea que Santos (a diferencia de su antecesor) logró culminar con éxito tras vencer los reatos de los congresistas demócratas del Congreso norteamericano.
 
Todo estaba despejado para que el “Titanic” colombiano se pusiera a la altura de las mejores economías del mundo: ya era reconocido como un país emergente que se consolidaba en ese grupo de “segunda línea” de los invitados al desarrollo llamado CIVETS (grupo de países “emergentes” conformado por Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica), el crecimiento rondaba la “mágica” cifra del 4% anual, la inflación controlada, y  pesar de la constante revaluación del peso, parecía que todo podía salir bien gracias al aumento de los precios de nuestros principales bienes de exportación. En la vía de la locomotora colombiana todo parecía despejado, incluso hace pocos meses sorprendió la noticia según la cual éramos invitados de honor a la OECD lo cual nos marcaba como uno de los países más desarrollados del mundo.
 
Sin embargo, las locomotoras de Santos arrastraban un pesado lastre desde su partida: una economía que en lo industrial se renovaba lentamente a pesar de los cuantiosos estímulos que la administración Uribe entregó por la vía tributaria, un modelo que se había afincado en los últimos 10 años en el desarrollo primario exportador, con un elevadísimo énfasis en los productos minerales, que experimentaron un boom gracias a las especulación de los precios de los commodities en los mercados internacionales, unas pésimas fórmulas de negociación de los tratados comerciales que entregaron renglones estratégicos de la industria y el agro colombianos a los productos extranjeros sin que hubiera un plan coherente de reconversión y estímulos, o sin que se delinearan líneas estratégicas en defensa de la soberanía nacional (cosa que todos los países con los que negociamos hacen), la renuncia del Estado a establecer herramientas de control e intervención económica (regla fiscal, banco central independiente, régimen de libre flotación del tipo de cambio) unido a una tremenda deuda en materia social acrecentada bajo el mandato de Uribe, pero que ha sido el signo clásico de la economía colombiana desde el siglo pasado, en fin, una economía basada fundamentalmente en la especulación (financiera, terrateniente, industrial), sumado a un mediocre desarrollo de infraestructura, donde la mayor parte de sus vías de comunicación son casi las mismas de mediados del siglo XX.
 
Todo ello ha conducido a que hoy la economía colombiana se haya topado de frente con sus propio “icebergs”: la desindustrialización como el síntoma más claro de un modelo de desarrollo que apostó por devolvernos un siglo en materia de desarrollo económico, donde el 75% de nuestras exportaciones son bienes primarios de origen mineral, un desempleo que se ha ocultado cínicamente a través de continuos cambios en los indicadores que miden esta variable, o mitigado por potentes subsidios del Estado que inducen a las personas a no trabajar, un sector agrícola que está arruinado con sectores que ya se han declarado en quiebra por la imponente competencia de los bienes importados, en fin, una economía que solamente se destaca por la acumulación de su sector financiero, el cual ya contabilizaba en el primer trimestre de 2013 ganancias por 5 billones de pesos.
 
Este golpe frontal con la recesión económica, es resultado (al igual que en la tragedia del Titanic) de varios factores humanos: 1. La propaganda del gobierno Santos que invisibilizó durante los primeros dos años de su gestión, el deterioro de los balances exteriores del país y la tendencia a una balanza comercial negativa, y la sustituyó con la idea del “milagro colombiano”  2. La excesiva atención en el conflicto armado como única política del gobierno, y único punto de referencia del debate público, 3. La torpeza de los economistas del régimen quienes parece que en su formación (en privilegiadas universidades) no leyeron obras de economía fundamentales como la de David Ricardo, la cual les hubiera enseñado mucho sobre los términos de intercambio y como en el comercio internacional vender café y petróleo para comprar motos y computadores siempre es un mal negocio y 4. La incapacidad de construir alternativas económicas que permitan superar las evidentes limitaciones del modelo de “subdesarrollo” de los gobiernos Uribe y Santos en la medida en que los movimientos sociales y quienes criticamos el régimen no ponemos suficiente atención a estos temas y terminamos enredados en las agendas que el gobierno coloca.
 
Temas como el exagerado costo de la deuda del gobierno nacional, las consecuencias de la implementación de una regla fiscal, los costos enormes de las políticas tributarias “paternalistas” de los gobiernos de Uribe, el descontrol de la corrupción que ha desviado cuantiosos recursos públicos hacia bolsillos de poderosos carteles del robo organizado contra las arcas del Estado, las desorientadas y desatinadas políticas que en materia económica ha emprendido el gobierno, por ejemplo, el fracaso de su política de reactivación agrícola y de restitución de tierras, han pasado a un segundo plano.
 
Por ello, las protestas, paros, revueltas, y bloqueos que hoy se anuncian en el país, por parte de diferentes sectores, no son el resultado de la actividad de las FARC para desestabilizar el Gobierno, sino fundamentalmente la consecuencia de un modelo de desarrollo hecho para empobrecer el grueso de la economía nacional, favorecer unos intereses muy exclusivos (importadores, terratenientes, grandes industriales, banqueros) y desecar los canales de riqueza para llevar las ganancias fuera del país.  Es por ello que es previsible que no solo este ambiente de inestabilidad social mejore, sino que progresivamente en la medida en que el gobierno siga (al igual que el capitán y el constructor del Titanic) creyéndose sus propias mentiras, el hundimiento de la economía en un ciclo recesivo será inevitable. Mientras tanto ¿estaremos condenados a ser los pasajeros de tercera clase que se ahogaron en el océano por las pésimas decisiones, y la incompetencia de los que toman las decisiones? O estaremos en capacidad de tomar el control de la locomotora para evitar su inevitable choque contra el muro de la recesión: las elecciones de 2014 parecen ser en este sentido una prueba que debería no solo evaluar la “popularidad” del presidente, sino la efectividad de todo un modelo económico con el cual como país hemos perdido mucho y ganado muy poco.
 
Jairo Bautista
Docente – Universidad Santo Tomás
 
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 360
Semana del 19 al 25 de julio de 2013
Corporación Viva la Ciudadanía
https://www.alainet.org/fr/node/77875
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