Entender la revolucion cubana

16/08/2006
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Desde que la salud de Fidel es un secreto de Estado, son muchas las opiniones que se limitan a describir las miserias de la revolución cubana y más los deseos de que acabe quien la ha sojuzgado por casi cincuenta años. No encuentro análisis de la historia de la revolución con sus sueños, sus gentes, sus vaivenes internacionales, sus logros y fracasos. Hay quien confunde una revolución con una dictadura y la de Castro sería la de aquellas que no ha dejado a los cubanos sino “los ideales mínimos de la supervivencia cotidiana o la fuga desesperada hacia las playas del infierno capitalista...pues adormecidos, sometidos y guiados por las mentiras oficiales no saben sino dejarse arrear y salir a vitorear a un tirano octogenario que los castra y anula” (M. Vargas Llosa, El País, 13-Agosto-2006). Salta la vista que Fidel es un “dictador atípico”. Díganme si no qué hay de común entre Fidel y Ströner, Fidel y Pinochet, Fidel y Trujillo, Fidel y Duvalier, Fidel y Somoza, o entre Fidel y las “democracias” de Salinas, Fujimori, Meden y otras del ámbito latinoamericano. Díganme cómo trató a uno y a otros la política del país más poderoso de la tierra. Las opiniones de hoy son casi todas contra Fidel y atizan la idea interesada de la democratización de Cuba. Nadie narra lo realizado por la revolución, bueno o malo. Es un presupuesto indiscutible que la revolución cubana es toda ella una dictadura cruel, encarnada en Castro. Y contra esa dictadura vale todo, no hay concesiones, sino anátemas contundentes. Yo me alejo de las cantinelas de una y otra parte. No me interesan las sentencias totalitarias al estilo de Vargas Llosa. No hacen justicia a la realidad. El itinerario histórico de la revolución cubana es otro. ¿Qué han investigado ideólogos a lo Vargas Llosa sobre los bloqueos, chantajes, mentiras y sobre las luchas, sufrimientos y heroísmos de la popular revolución cubana? Porque la revolución cubana no es sólo Fidel, ni se ventila con acabar con él. Hay todo un pueblo detrás y, para acabarla, hay que acabar con todo un pueblo. Me comportaría neciamente si me conformarse con oir que el régimen de Fidel Castro es una dictadura o una democracia al estilo occidental. Fidel Castro ha podido creer indispensable su perpetuación en el poder. Y tiene, seguramente, razones para ello. Porque nadie como él ha conocido la voluntad de acabar con la revolución cubana desde la política norteamericana y nadie como él ha decidido luchar contra esa voluntad. Antonio Gades dijo: “A Cuba no se le perdona el que haya hecho una revolución popular y haberse mantenido firme , sin claudicar, frente al país más poderoso de la tierra”. Haga lo que haga, esta revolución recibió sentencia de muerte desde el principio: con Eissenhover, con Kennedy, con Jonhson, con Nixon, con Carter, con los Buhsses, y con todos los demás presidentes norteamericanos, bajo el pretexto de ser aliada del comunismo internacional, de la URSS y de constituir una amenaza para la seguridad nacional, la democracia, los derechos y las libertades humanas. En contra de todas las resoluciones de la ONU, Estados Unidos mantiene años tras año su bloqueo contra Cuba: más de 72.000 millones de dólares convertidos en acoso y distorsión de un pueblo, de su imagen, de su productividad, de su comercio y progreso. Pero esto viene de lejos: “Si tenemos necesidad de tomar América Central , lo mejor que podemos hacer es obrar como amos, ir a esa tierra como señores” (Brown). “El comercio mundial es y será nuestro” (Alberto J. Beverige). “Cuando en nuestras posesiones se cuestiona la quinta libertad (la libertad de saquear y explotar) los Estados Unidos suelen recurrir a la subversión, al terror, o a la agresión directa para restaurarla” (Noam Chomsky). Históricamente aparece claro el destino que Estados Unidos reserva a Cuba: “Cuba sólo puede gravitar políticamente hacia la Unión Norteamericaana” (Adams). La realidad es que Europa no ha mirado a Cuba con respeto y equidad antes de dictar medidas punitivas contra ella. En tiempo del gobierno de Aznar, “Estados Unidos vió cómo la Unión Europea se plegaba a las condiciones impuestas sobre la ley Helms-Burton” (El País, 13 de Noviembre de 1996). El progreso y bienestar de un pueblo se miden a base de índices objetivos. Pueden verse los de Cuba en relación con otros países de América Latina: analfabetismo: 0,2 contra 11,7 %; escolarización en la Enseñanza Primaria: 100 por 100 contra 92 %; alumnos que alcanza quinto grado: 100 por 100 contra un 76 por %; mortalidad infantil por cada mil nacidos vivos: 6,2 % contra un 32 %; incidencia anual de SIDA por un millón de habitantes: 15,6 % contra 65,25; calidad de educación sobre una evaluación de 12 países en lenguaje y matemática: 25 % contra 60,80 %; industria farmacéutica: “Cuba posee una industria farmacéutica de las más avanzadas de América Latina y marcha a la vanguardia en cuanto a la producción de productos farmacéuticos y vacunas que se venden en el mundo” (John Bolton, subsecretario de Estado, poco antes del 11 de septiembre). En el campo de la investigación, Cuba dispone ya de 500 patentes , depositadas en el exterior, algunas de ellas galornadas con la Medalla de la Organización Mundial de la Propiedad intelectual. Y está sacando al mercado más de 50 nuevos productos entre biofármacos, vacunas y diagnósticos. En los 47 años de revolución más de 34. 307 médicos y trabajadores de la salud han prestado servicios gratuitos en gran números de países . Actualmente, son más 2.700 los que cumplen su misión en lugares apartados e inhóspitos de América Latina, El Caribe y Africa. Procedentes de 120 países del Tercer Mundo, 39.800 jóvenes se han graduado en Cuba en 33 especialidades universitarias y técnicas. Y hoy, a pesar del bloqueo, más de 8.000 jóvenes de América Latina, El Caribe y Africa cursan estudios de Medicina en Cuba – carrera que en EE.UU. cuesta más de 200.000 dólares- sin pagar un centavo. Incluso jóvenes norteamericanos , sin recursos para estudiar Medicina, han recibido cientos de becas en la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas. Ultimamente, en Venezuela y Nicaragua , son decenas de miles los ciudadanos que mediante la “operación milagro” están recuperando en Cuba la vista. ¿A cuánto no se rebajaría la dictadura económica de la Unión Europea y de EE.UU. si, a ejemplo de Cuba, sus democracias practicasen la solidaridad con los países más explotados? ¿Demuestran con su realpolitik ser más demócratas que Cuba? A la revolución cubana se la juzga sólo por la falta de libertad y de pluralismo político. Implantar la libertad es deber y tarea incesante de toda política, pero instalarla a base de entronizar privilegios y monopolios de poderosas minorías, equivale a sacrificar bienes y derechos fundamentales de la población, lo que es una enorme injusticia. Hemos entendido bien aquello de que “La libertad sin justicia es como una flor sobre un cadáver”. Los datos aportados pertenecen a la revolución cubana –no sé cosa igual de ninguna dictadura- y brotan del espíritu de Fidel, del Che, de Camilo y de otros miles de revolucionarios que sienten la dignidad de ser libres y de colaborar a la emancipación y justicia de los países pobres, en medio de un pertinaz acoso y aislamiento internacional. Cierto que en Cuba no hay libertad, no hay pluralidad de partidos, no hay economía libre, no hay lugar para la iniciativa individual y competencia libre. Pero, de haberla, ¿quiénes se habrían beneficiado? ¿Quién se habría apoderado de su soberanía? ¿Son de verdad libres y justos los países que, con democracia, viven dominados, humillados y usados como títeres del capitalismo? La revolución de Cuba, con Fidel y a pesar de él, sigue en pie y es emblema para los que todavía sueñan con una sociedad donde la economía no prime sobre la ética y el derecho. En Cuba, se necesita una regeneración colectiva, donde las conciencias, sin abdicar del inmenso potencial solidario inculcado por la revolución, reivindiquen el protagonismo de su dignidad, el derecho a obrar como personas libres o, en todo caso, a ser activos y responsables militantes en el Partido como espacio para impulsar los derechos de la persona y los intereses de las mayorías. ¿Sólo en Cuba hay falta de libertades? ¿Cuántos desmanes y cadáveres hemos visto a lo largo y ancho del Tercer Mundo y en países denominados democráticos en América latina? Siempre he pensado que ninguno de los dos dilemas es deseable: ni la libertad sin justicia, ni la justicia sin libertad. No es bueno socializar la justicia a base de hipotecar los sueños de libertad; ni es bueno socializar la libertad a base de hipotecar los sueños de justicia. El neoliberalismo está por la socialización de la libertad, porque sabe que siempre acaba siendo libertad de los más fuertes. Y el socialismo está por la socialización de la justicia, con propensión al secuestro de la libertad. Pero, en nuestra América latina la bandera de la libertad esgrimida por los poderosos ha servido casi siempre para aplastar la justicia y acabar con la liberación. Me parece entrever, cuando paseo por las calles de La Habana, el esplendor apagado de una revolución, la tragedia de una población que vibró por un ideal de justicia y hermandad, y que luego los amos extranjeros del capital le obligaron a mermar y desdeñar, no fuera que se hiciera verdad y los pueblos despertaran del sueño de unas democracias aparentes, celebradas como gobierno del pueblo. La revolución era demasiado bonita, demasiado solidaria, demasiado temible para mentes obsesivamente individualistas. El culto del individualismo no tolera en Occidente los aires frescos de un proyecto social más igual y comunitario. Ese proyecto, añorado en el fondo por todos, pasa a ser proscrito, porque se ha impuesto feroz la lucha de unos contra otros. No la justicia, el amor y la libertad de todos, sino la libertad de unos pocos a costa de la servidumbre de muchos. Eso es, por más que me lo nieguen, lo que crepita en el rescoldo de la revolución cubana y es lo que, a mí por lo menos, me hace defenderla críticamente en contra de retóricos detractores, que no han vislumbrado nunca las grandes causas, porque nunca han sabido compartir la dignidad y altivez de quienes una y otra vez fueron relegados al cubo de basura de la historia. ¿A qué dictaduras, de las de verdad, no han entrenado, aupado y consolidado las políticas colonizadoras e imperialistas? ¿Y a cuántas de esas dictaduras han dedicado los demócratas sus esfuerzos de crítica, de lucha y derribo, como los demostrados contra Cuba? La revolución cubana sigue resistiendo. Pero, la resistencia no es norma que debe instalarse como algo habitual en la convivencia de un pueblo. Las utopías necesitan traducirse en hechos, como ya ha ocurrido en parte en Cuba, pero necesitan también unas condiciones socioeconómicas, culturales y políticas normales, lejos de la forzada vigilancia de un Estado acosado y agredido y lejos sobre todo de unos Estados neoliberales que patrocinan la voracidad de las multinacionales y el dominio de los grupos de poder. Cuba necesita que le dejen ensayar un nuevo modelo, desde la experiencia y larga defensa de su soberanía, por su sentido altamente socio-comunitario y por su excelsa solidaridad con los países más pobres. El Estado, bajo cualquiera de sus acepciones, no puede suplantar a la persona ni mutilar sus recónditos anhelos de participación y protagonismo social. Como decía el Che el hombre nuevo debe forjarse a base de troquelar la conciencia con profundos estímulos morales, los cuales le impiden convertirse en marioneta de cualquier poder político. El poder político no tiene sentido en sí ni para sí, sino que emerge de la comunidad y es a ella a la que sirve teniendo como base y límite de su actuación la dignidad humana y sus derechos. Quien ame a la revolución cubana reconocerá que en la Cuba actual asoma un malestar interno, que delata fuerte insatisfacción entre Régimen-Gobierno y Sociedad. Los revolucionarios deben ser creativos en la búsqueda de salidas a la situación actual. Lo cual no se puede llevar a cabo sin terminar por completo el vergonzoso bloqueo que impide una política serena y razonable. En este sentido, los cubanos no quieren ser liberados a base de liquidar su soberanía, ni pueden depender en su economía, como ahora está ocurriendo, de las remesas exteriores familiares ni de las compras sucesivas a los granjeros norteamericanos. El cubano debe encontrar dentro de su país condiciones positivas y estables para su realización y no sentirse tentado de abandonar su patria. Tal cosa es imposible mientras no se logre la autodeterminación económica de los cubanos y los coloque fuera de la interacción económica mundial. Y no es menos importante asegurar también los derechos humanos dentro de una convivencia plural, políticamente hablando. Pero, ¿cómo enfrentar este desafío? Se trata -y en esto me limito a detectar ideas y deseos susurrados entre muchos cubanos- de desactivar todos los conflictos, preparando el terreno para una transición pacífica. Y esto supone un diálogo inclusivo, que abra el hogar nacional a todos y, como condición primera indispensable, la salvaguarda del valor de la independencia y soberanía de Cuba y de los cubanos. El paso hacia una transición tranquila – sigo escuchando esos crecientes susurros- debe satisfacer una serie de requisitos, que actuarán como garantía de una real propuesta. Los requisitos son: la gradualidad, la confianza, la moderación, la inclusión positiva y la seguridad colectiva. Gradualidad en cambios escalonados que permitan establecer prioridades y ciertos cambios básicos ; confianza que considera el proceso de cambio como necesario y positivo para todos; moderación que apunta a metas posibles, mediante un diálogo que evita la descalificación y toda confrontación estéril; inclusión positiva, que trata de ir a favor de todos; seguridad colectiva, que asienta como intocable la soberanía de Cuba y su no aislamiento en la comunidad internacional. Los cubanos entienden que la revolución debe avanzar hacia una mayor democratización, pero sin que eso suponga entrar en la condición de una democracia asistida. Independencia y democratización son dos pilares inseparables. Desde una apuesta por el futuro, se pueden diseñar unas bases que garanticen la transición pacífica de Cuba, a base de un gran acuerdo. Acuerdo de todos: 1. Que haga que la transición se haga sin la injerencia de potencia extranjera alguna. 2. Que imposibilite cualquier ajuste de cuentas por agravios pasados y permita resolver y sellar las fracturas políticas y culturales. 3. Que asegure a los actuales inquilinos o usufructuarios la propiedad de sus bienes. 4. Que excluya toda forma de terrorismo, preserve la integridad de la persona y condene todo acto de violencia. 5. Que asegure un consenso para preservar las instituciones de servicio actualmente existentes y ponga en práctica políticas desde el Estado o Sociedad civil contra las fracturas y exclusiones sociales presentes y futuras. 6. Que reconozca el diálogo como vía para resolver las diferencias y conflictos. Desde estas BASES, Cuba y la comunidad internacional debieran apoyar esta transición pacífica, que comenzaría por aplicar las siguientes medidas: 1. Liberación incondicional de todos los prisioneros políticos y de conciencia. 2. Promover la creación de una Comisión Nacional de Derechos Humanos. 3. Promover la cooperativización extensiva de los servicios, permitir la inversión de los capitales que poseen los cubanos y ampliar las categorías del Trabajo por Cuenta Propia. 4. Promover y apoyar el reconocimiento público y social de un Diálogo y Consulta Nacionales sobre Independencia, Soberanía y Democratización en Cuba. 5.Promover una acción ciudadana de soberanía preventiva. 6. Desplegar una diplomacia activa para recabar apoyo a esta Propuesta Global. - Benjamín Forcano, Sacerdote y teólogo
https://www.alainet.org/pt/node/116587
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