El Papa Francisco, 7 años marcando el nuevo rumbo de la Iglesia
- Análisis
1. Hoy empezamos un camino Obispo y Pueblo para Evangelizar
Hablar del Papa Francisco a cristianos no debiera ser una novedad. Son ya 7 los años desde que fue nombrado Papa el 13 de marzo de 2013.Tras la renuncia del Papa Benedicto XVI , Jorge Mario Bergoglio fue el nuevo elegido, a la quinta votación, adoptando el nombre de Francisco en honor del santo de Asís, figurando como el Papa 266 de la Iglesia católica.
La elección no resultó del todo inesperada, pues ya en el anterior cónclave obtuvo 40 votos de los 77 requeridos y eso, a pesar de que entre los cardenales electores, había circulado un dossier en contra de él y él mismo, sabedor de que otros trabajaban para que fuera elegido, les rogó vivamente que no lo hicieran.
Bergoglio tenía 77 años y vivía no en el palacio episcopal de su diócesis sino en un modesto apartamento, él mismo se cocinaba la comida, había renunciado a su limusina, también al chofer particular, utilizaba el transporte público y ya tenía reservada ,para cuando se retirarse, una habitación en una residencia para sacerdotes mayores o enfermos.
No abrigaba, pues, ninguna intención de que pudiera ser elegido Papa. Pero, lo fue y con marcadas novedades. El cardenal Claudio Hummes le sugirió que adoptara el nombre de Francisco y le dijo: “No te olvides de los pobres”.
Otros le sugirieron llamarse Adriano, Clemente…. Este último, seguramente en recuerdo o quizás de venganza por haber sido este Papa quien prohibió que los jesuitas fueran elegidos Papas.
Y ahora Francisco era el primer Papa Jesuita, el primer Papa de América Latina, el primer Papa no europeo desde el año 744, renunciaba a los zapatos rojos, a la moceta roja (se acabó el carnalval, dijo), a la cruz de oro, a vivir en el Palacio Apostólico Vaticano, y eligió la residencia de Santa Marta . Y, asomado al balcón de la gran plaza del Vaticano dijo:
Hermanos y hermanas, buenas tardes. Sabéis que el deber del cónclave era dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo; pero aquí estamos. Os agradezco la acogida. La comunidad diocesana de Roma tiene a su obispo. Gracias. Y ante todo, quisiera rezar por nuestro obispo emérito, Benedicto XVI. Oremos todos juntos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo proteja. (Padre nuestro. Ave María. Gloria al Padre). Y ahora, comenzamos este camino: obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad. Deseo que este camino de Iglesia, que hoy comenzamos y en el cual me ayudará mi cardenal vicario, aquí presente, sea fructífero para la evangelización de esta ciudad tan hermosa. Y ahora quisiera dar la bendición, pero antes, antes, os pido un favor: antes que el obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis para el que Señor me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la bendición para su obispo. Hagamos en silencio esta oración de vosotros por mí... Ahora daré la bendición a vosotros y a todo el mundo, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. (Bendición). Hermanos y hermanas, os dejo. Muchas gracias por vuestra acogida. Rezad por mí y hasta pronto. Nos veremos pronto. Mañana quisiera ir a rezar a la Virgen, para que proteja a toda Roma. Buenas noches y que descanséis.
2. El Papa Francisco guiado por la misericordia
No voy a describir ahora la larga estela del cardenal Bergoglio antes de ser elegido Papa: su vida de familia, de técnico químico, de profesor de literatura y Psicología, de jesuita y sacerdote ordenado a los 33 años, de Superior provincial de los jesuitas, de presidente de la Conferencia Episcopal de Argentina, de cardenal en el 2001, etc.
Solamente quiero recalcar algo que él llevaba en su corazón y lo expresaba en su escudo episcopal: Miserando atque Eligendo, poseído por la misericordia, el nuevo Papa se compromete a que la Iglesia entera gire en torno a él y lo tenga como camino, modelo y liberación de la humanidad.
Hubo quienes , contra la evidencia , mantenían un enconado escepticismo respecto a este Papa, no haría nada nuevo; hubo quienes deseaban que actuase con la yerática majestad de siempre; y otros que creímos que con él se abría la primavera interrumpida en el posconcilio por los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Un gran desafío éste que requería conocer bien la historia y discernir en ella lo que había de contradicción con el Evangelio, de oposición y ruptura con el mundo, de menosprecio de la dignidad y valores humanos, de apego a un sistema vertical absolutista que repugnaba en muchos aspectos a la razón humana, a la ciencia, a la libertad, al legítimo progreso.
3. La inesperada renuncia del Papa Benedicto XVI
Los ojos del mundo estaban puestos en el Papa Francisco.
Los últimos años de Ratzinger como Papa, abrieron un espacio inesperado a lo que se daba por cerrado. Su mismo gesto de renunciar al ministerio petrino, revelaba el extremo a qué había llegado la situación interior de la Administración Vaticana.
Se consideraba casi inmutable el permanecer hasta el final en el cargo pontificio. Pero el Papa Benedicto XVI, sabio él y eminente teólogo, no tuvo dudas ni escrúpulo alguno: la misión, que se le había encomendado y que él había aceptado, era para el bien y servicio de la Iglesia, y no al revés. Y con humildad y firmeza anunció retirarse, por no sentirse capaz física ni espiritualmente para llevarla a cabo.
Gran parte de la cristiandad recobraba cierta esperanza y creía que era el momento de proseguir los cambios apuntados por el Vaticano II. La primavera del concilio fue breve y sobrevino un período invernal, que duro casi 35 años
Los perdedores del Vaticano II, nostálgicos de la Edad Media y del concilio de Trento, contaron con la palanca de la curia y desactivaron el dinamismo renovador del Vaticano II.
Era hora, por tanto, de acometer el cambio esperado. Con un poder tan concentrado y absoluto, transferido al innecesario y anti-moderno colegio cardenalicio y en gran parte al aparato curial, difícilmente se podían emprender las muchas reformas pendientes.
4. La soberanía del pueblo de Dios, lo primero
La descentralización era un imperativo. La soberanía del pueblo de Dios es lo primero. En él todos somos iguales, con la misma dignidad. Y de esa dignidad derivan los ministerios o servicios para el bien de la comunidad.
El sacerdocio cristiano, derivado del de Jesús, es común a todos los fieles y está por encima del ministerio presbítero. Este no tiene más razón que hacer efectivo el buen ejercicio del sacerdocio común. Jesús de Nazaret no dejó ninguna base para erigir un grupo de poder tal como ha venido funcionando hasta la actualidad.
En este sentido, sólo si la Iglesia se siente y camina como pueblo de Dios, podía descubrir la reforma esencial: la de ser y aparecer en el mundo como “iglesia de los pobres”. Ella debe hacer visible que el Dios de Jesús es un Dios de los pobres y de las víctimas y proclamar ante los poderes económicos que no es compatible creer en Dios con el culto al dios Dinero. “Es imposible servir a Dios y al dinero”.
Considero de obligada necesidad ahondar en ese mundo que hemos heredado, para descubrir sus desfasados presupuestos y hasta una falsa defensa en nombre del Evangelio. Difícil, pero no imposible, pues hemos tenido un posconcilio, con muchos censurados, marginados y hasta martirizados, ciertamente, pero que han sido fieles al Evangelio y a su conciencia y han hecho posible revertir el ritmo de la vida eclesial, sin abdicar de su dignidad.
5.Situación en la que nos hallamos
“Hoy, escribe José Arregi, vivimos un tiempo espiritual postsecular y postreligioso a la vez…En el continente europeo, sólo quedó el cristianismo. Pero hoy, a su vez, ¿no está quedándose el propio cristianismo solo y aislado, disociado del marco de lo “creíble” y practicable, perdida su credibilidad cultural?
La razón crítica, la difusión de las ciencias y el principio de la libre decisión personal acarrean inevitablemente la superación de todas las religiones tradicionales, incluido el cristianismo. En esta situación nos hallamos. Ése es el horizonte que se abre ante nosotros”.
No podemos entrar de inmediato a analizar la figura del Papa Francisco sin conectarla con la realidad global de la Iglesia y, a ésta con el pasado que por siglos la ha ido tejiendo y configurando. El Papa no es un meteorito caído desde el cielo, somos comunitarios e históricos. Y toda comunidad tiene una historia, hecha de un pasado, de un presente y de un futuro. Quien quiera explicar su presente sin referencia a su pasado, no podrá hacerlo ni dispondrá de los elementos necesarios para comprender la singular religiosidad de su momento presente.
7.Pasamos de la sacralización a la secularización
Desde siempre, la historia religiosa de la humanidad parece avanzar entre dos polos: la sacralización y la secularización.
Sacralizar significa despojar a lo creado de su verdadera consistencia por motivos religiosos, despojar a las personas de sus valores o bloquear su desarrollo por causas religiosas, poner las instituciones al servicio de lo religioso.
Secularizar significa la condición misma de la realidad: cosas, personas, instituciones, que tienen sus objetivos y funcionan según normas propias.
Ambos polos puede deformarse, bien porque lo sagrado se ensalza con desconocimiento y deterioro de lo secular, bien porque se ensalza lo secular con negación o deterioro de lo sagrado. Y entonces surge el secularismo, que niega lo sagrado y la trascendencia.
Un planteamiento correcto trata de relacionar ambos polos buscando un equilibrio entre ellos.
8. La secularización al interior de la Iglesia
Jesús de Nazaret, fiel a la línea profética del Antiguo Testamento, se manifiesta plenamente secular y así lo enseña a sus discípulos. Esto explica que los cristianos, en los tres primeros siglos, fueran considerados ateos, pues no estaban dispuestos a admitir que categoría humana o natural alguna pudiera ser Dios. Ni la naturaleza es Dios, ni lo es el hombre. Tampoco el emperador y por eso se negaban a quemar incienso en su altar.
Pero en el siglo IV, con los emperadores Constantino y Teodosio surge la primera Iglesia Imperial Cristiana. Y acepta características de la antigua y sacralizante religión pagana, en alianza de gobernadores y obispos con privilegios y poderes indebidos y una transferencia de la pompa de la corte a la liturgia cristiana.
Es importante subrayar que el movimiento secularizador es netamente laico y en su gran mayoría cristiano. Pero, la cultura desacralizada se hizo cada vez más independiente de la Iglesia, precisamente porque la Iglesia oficial reacciona hostilmente contra ella.
La culminación filosófica de esta nueva cultura se da con lo que se llama Ilustración (s.XVIII), cuyas ideas se proyectan en el orden político por la revolución francesa y alcanzan un nuevo cambio de la sociedad con la industrialización y aparición de la clase proletaria, una gran transformación de la vida por la técnica y la máquina.
Un texto marcadamente desacralizador es éste de: NIETZSCHE.-
”Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales. Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son moribundos y están , ellos también, envenenados; la tierra está cansada de ellos: ¡Ojalá desaparezcan! En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con El han muerto también esos delincuentes… ¡Evitad a todos los incondicionales de esa especie! Es una pobre especie enferma, una especie plebeya: contemplan malignamente esta vida, tienen mal de ojo para esta tierra” (Idem, Así habló Zaratustra, Madrid, 1975, pp. 34 y 391).
Que tiene eco en estas palabras de: J. MOLTMAM.-
“Si la modernidad ha convertido al hombre en palabra iconoclasta contra Dios….es porque al Dios auténtico se le ha convertido en palabra iconoclasta contra el hombre” (J.Moltmam, El hombre, Salamanca, 1973, p.145)
Es difícil imaginar lo que de novedad representó el concilio Vaticano II y las expectativas de cambio que a todos nos hizo abrigar. Había una conciencia colectiva de los graves problemas de la humanidad, de que muchos de ellos no encontraban respuesta adecuada en la en la Iglesia, de que la Iglesia debía salir de sí misma y establecer un puente de diálogo y colaboración con la sociedad, de que nuestro momento histórico era antropológica, científica, sociopolítica y culturalmente nuevo y requería una adaptación valiente.
Por algo, el Papa Pablo VI repetía que el concilio era el nuevo catecismo para todos los católicos.
Pero, el concilio quedo cómo un libro, cerrado por más de 35 años, sustrayendo las respuestas que aportaba a las nuevas situaciones culturales y socio-políticas de nuestro tiempo. A los siglos de retraso que arrastrábamos, se sumaba ahora este atrincheramiento contra la modernidad: un nuevo período posconciliar que, desde el vértice más representativo de la Iglesia , ignoraba y combatía las reformas del Concilio Vaticano II.
El alejamiento, la indiferencia y el abandono de la Iglesia fue en aumento. Hoy es ya innegable una búsqueda de algo intramundano absoluto que reemplace al Dios cristiano y confiera unidad y consistencia al funcionamiento de la sociedad y de la convivencia humana.
9.La secularización según el concilio Vaticano II
El nuevo pensar del concilio se había ido fraguando lentamente en la conciencia cristiana.
E. Schileebeeckx lo reivindicaba de una manera contundente: “El concilio Vaticano II consagró los nuevos valores modernos de la democracia, de la tolerancia, de la libertad. Todas las grandes ideas de la revolución americana y francesa, combatidas por generaciones de papas; todos los valores democráticos fueron aceptados por el concilio… Existe ahora la tendencia a ponerse contra la modernidad, considerada como una especie de anticristo. El Papa actual parece negar la modernidad con su proyecto de reevangelizar a Europa. … Para Evangelizafr Europa es necesario superar la modernidad y todos los valores modernos y regresar al primer milenio…Yo critico es retorno porque los valores modernos de la libertad de conciencia, de religión, de tolerancia, no son, desde luego, los valores del primer milenio” (Soy un teólogo feliz, pgs. 73-74)
Y el concilio mismo no dejaba lugar a dudas:
“Vivimos en un momento en que el espíritu científico modifica profundamente el ambiente cultural y las maneras de pensar. Todo el género humano corre una misma suerte y hemos pasado de una concepción más bien estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva de donde surge un nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis. Asistimos a un cambio de mentalidad y estructuras que somete con frecuencia a discusión las ideas recibidas,. Las instituciones y las leyes, las maneras de pensar y sentir, heredadas del pasado , no siempre se adaptan bien al estado actual de cosas. Surge una perturbación en el comportamiento y hasta en las mismas normas reguladoras de este” (Cfr. GS 1-7).
Por eso mismo, suenan como melodía desacostumbrada las palabras del papa Francisco:
“La teología, en diálogo con otra ciencias y experiencias humanas, tiene gran importancia para pensar cómo hace llegar la propuesta del Evangelio a la diversidad de contextos culturales y destinatarios. La Iglesia, empeñada en la evangelización, aprecia y alienta el carisma de los teólogos y su esfuerzo por la investigación teológica, que promueve el diálogo con el mundo de las culturas y de las ciencias. Convoco a los teólogos a cumplir este servicio como parte de la misión salvífica de la Iglesia” (GE 133).
10. Imagen de Iglesia, previa a la eclesiología del Vaticano II
Es un hecho singular la incorporación en el 313 de la Iglesia al Estado por el edicto de Milán del emperador Constantino. Hasta tal punto llega su intromisión que es él quien convoca los concilios y se sienta en el sillón del aula conciliar. Los obispos se sienten pertenecientes a las clases distinguidas del Imperio y aceptan el uso del poder político para facilitar la aceptación de la verdad y la superación del error.
En el año 380, Teodosio declara la religión cristiana como religión oficial del Estado, prohíbe todos los cultos paganos, destruye sus templos, confirma el domingo como día legal para el descanso y, por suponerla mayoritaria en el Imperio, declara la religión cristiana obligatoria para todos. “El cristianismo, escribe Juan L. Segundo, se oficializa y el poder político impone a la fuerza la verdad”.
De esta manera el concepto del Dios imperial “Vencedor de los enemigos” y de que “la fe se impone por obra del poder” penetra en la conciencia eclesial.
Desde el siglo IV, comienza a funcionar eso que llamamos “régimen de cristiandad”, donde la unidad cristiana es a la vez imperativo político e imperativo eclesial. En estas circunstancias, la jerarquía se transmuta en grandes señores del Imperio y grandes señores de la Iglesia. Se produce una especie de “faraonización” del ministerio. Lo que era servicio se convierte en poder: indumentaria, insignias, títulos, etc.
En esta dirección, y entrado ya el siglo V, se da la centralización del ministerio episcopal a través del obispo de Roma. Comienza la historia del primado de Roma.
11. La reforma del Papa Gregorio VII. El modelo eclesiológico tridentino.
Con Gregorio VII llega, hacia comienzos del siglo XI, el mayor giro respecto a la comprensión y organización de la Iglesia: el poder espiritual de la Iglesia pasa a ser el poder de Occidente.
El papa comienza a ser considerado soberano, -“basileus”- de Estados y exige para sí insignias imperiales, incluida la tiara y todo el ceremonial cortesano correspondiente. Gregorio VII asegura como nadie la monarquía papal: sobre la “piedra” que es Pedro y su sucesor el papa de Roma, debía fundamentarse todo “orden” en el mundo: el eclesiástico y el temporal. En sus Dictatus papae enuncia sus poderes dentro de la Iglesia y sobre el orden temporal,que resultan dominantes hasta el Vaticano II:
- La Iglesia es como un Estado, en cuya cumbre está el Papa, y que justifica su hegemonía sobre los demás Estados.
- El estatuto constituyente de la Iglesia se caracteriza por la desigualdad, a base de dos géneros de cristianos: los clérigos y los laicos.
- En ella lo básico es la jerarquía clerical con sus diversos rangos. La desigualdad se despliega de arriba abajo, en una visión piramidal y estamental: la pirámide tiene un vértice, que es el Papa y de él deriva el poder de los obispos, la nobleza eclesiástica y, más abajo, está el bajo clero, los llamados propiamente “sacerdotes”. Por abajo de todo, está el estamento laical: vasallos, siervos de la gleba, gente menuda.
- Esta estructura eclesiástica sería de derecho divino y, por tanto, inmutable.
- Esta Iglesia realiza el Reino de Dios desde el “poder eclesiástico”, que desciende piramidalmente hasta los mismos fieles.
- Para esta Iglesia, el reino de Dios es cosa “del más allá”, y no un proyecto histórico con exigencias de transformación para las personas y la sociedad presente.
- Esta Iglesia olvida la característica fundamental del reino de Dios que anuncia Jesús: un Reino de los pobres y para su liberación.
12. La eclesiología del Vaticano II
En contraste con este tipo de Iglesia, surge el nuevo modelo del Vaticano II.
- El punto de gravitación en la Iglesia es la comunidad (pueblo de Dios) y no la jerarquía. Lo primero y más importante en la Iglesia es el Pueblo de Dios. En ella todos los creyentes viven en pie de igualdad. Los sustantivo en la Iglesia es la comunidad y lo relativo la jerarquía. Una jerarquía sin comunidad es incomprensible.
- La función de la jerarquía debe ser definida por referencia a su fuente: Jesús de Nazaret. El es el siervo sufriente y no el pantocrator, señor de este mundo. La autoridad en la Iglesia se remite a un crucificado, derrotado por los poderes de este mundo. “La Iglesia entera, escribe J. Sobrino, se pone en la periferia, en la impotencia de los pobres, a los pies de un crucificado, para desde allí alimentar una esperanza cristiana y propiciar la necesaria eficacia en su acción”.
- Desaparece la Iglesia como “sociedad de desiguales”: “No hay en Cristo y en la Iglesia ninguna desigualdad” (LG, 32). Ningún ministerio puede ser colocado por encima de esta dignidad común. La secular dicotomía de clérigos/laicos debe ser reformulada desde la nueva perspectiva de comunidad / ministerios.-
- “Todos los bautizados son sacerdocio santo” (LG, 10). Esta realidad del sacerdocio común supera la idea tradicional de que sólo los clérigos son “sacerdotes”. El Nuevo Testamento habla de este sacerdocio común y evita llamar sacerdotes a los que hoy denominamos tales. Y es que “En Cristo se ha producido un cambio de sacerdocio” (Hb 7,12). Jesús fue sacerdote “por la fuerza de una vida indestructible” (Hb 7,16), “por haber hecho de su vida una ofrenda” (Hb 7,27) que le llevó a la cruz. Por su sacerdocio, Jesús “se hace en todo semejante a sus hermanos”. Lo cual quiere decir que, para ser sacerdote, no se retira al ámbito de lo sagrado, de los ritos, sino que accede a él a través del sufrimiento, de una existencia destrozada precisamente por haber llevado el amor hasta el extremo. Jesús no deja de ser un laico, aun constituido como “sacerdote”.
Este original sacerdocio de Jesús es el que hay que proseguir en la historia, es la base para entender todo otro sacerdocio dentro de la Iglesia y, por supuesto, el sacerdocio común.
El sacerdocio del pueblo pertenece al plano sustantivo; el otro, el presbiteral, es un ministerio y no puede entenderse desligándolo del común. El sacerdocio común es superior y el presbiteral, como ordenado al común, es inferior.
13. El Papa Francisco: la Iglesia, sirvienta de la humanidad, no dominadora.
a) Retomando el espíritu y las pautas del Vaticano II
Estamos retomando bajo la guía del Papa Francisco el espíritu y las pautas de un concilio que, bajo dos pontificados (Juan Pablo II y Benedicto XVI) fue desactivado y cancelado.
A muchos se les planteó un dilema: obedecer o ser fieles a su propia conciencia; obedecer renunciando a su pensamiento crítico y libre y dejar muerta la renovación o no obedecer resistiendo a mandatos ilícitos; obedecer amparando el rechazo de la renovación, o no obedecer y potenciar la fuerza liberadora del Evangelio.
Sobrecoge, a este respecto, leer el testimonio de algunos teólogos eminentes (Congar, Häring….):
“Hay momentos en la vida en que una persona, para ser fiel a sí misma, tiene que cambiar. Cambié. No de batalla sino de trinchera. Dejo el ministerio presbiteral pero no la Iglesia. Me aparto de la Orden Franciscana, pero no del sueño tierno y fraterno de San Francisco de Asís. Continúo siendo y seré siempre teólogo, de matriz católica y ecuménica, a partir de los pobres, contra su pobreza y en favor de su liberación.
De antemano digo: salgo para mantener la libertad y para continuar un trabajo que me estaba siendo grandemente impedido. Este trabajo ha significado la razón de mi lucha en los últimos 25 años. No ser fiel a las razones que dan sentido a la vida, significa para alguien, perder la dignidad y diluir la propia identidad. No lo hago. Y pienso que Dios también no lo quiere.
Recuerdo la frase de José Martí, notable pensador cubano del siglo pasado: "No puede ser que Dios ponga en la cabeza de personas un pensamiento y que un obispo, que no es tanto como Dios, prohíba expresarlo" (Leonardo Boff). .
14. La actitud de Jesús ante el poder
Es aquí donde yo quería llegar:
1. El poder desnaturaliza e incapacita para una relación de igualdad entre personas. El usufructuario del poder se considera superior a los demás, porque cree que el poder le viene de lo alto y le serviría como señal que confirma esa superioridad.
2. Dicha desnaturalización supone olvidar, si no anular, la tendencia íntima del ser humano a reconocerse uno más dentro de la comunidad humana. El verte a ti mismo en el otro como otro yo, te hace “tratar a todo el mundo como tú deseas que todo el mundo te trate a ti”. Es la regla de oro: “No quieras para los demás lo que no quieras para ti”.
3. Descuidar este aspecto es ser infiel a sí mismo y embarcarse por un camino de realización que no se hará sin provocar la oposición de los que te rodean y dañar a ellos y a ti mismo.
15. Las perversiones del poder
Este enfoque de la personalidad desde el poder delata algunas perversiones.
La primera, es aquella en la que, tengas el poder que tengas, tratas de afirmarte en contra del otro. Ves al otro como amenaza o contrincante y no como otro yo con el que colaborar y avanzar. Te riges por la ética disyuntiva del tú o yo y no la conjuntiva del tú y yo, nosotros.
La segunda es la de que la religión, y en este caso la católica, ha hecho alianza con el poder de la política, por lo común dictatorial o muy poco democrática. Y ese consorcio hace que haga suyos talante y procedimientos nada humanos ni evangélicos.
Esta alianza llegó a romperse en la modernidad gracias a las conquistas de la racionalidad y de la democracia. La Iglesia, en vez de autoexaminarse y confrontarse con el Evangelio y las exigencias de esa racionalidad y democracia, opta por atrincherarse en su pasado y defender a ultranza su hegemonía impositiva.
Es precisamente en este círculo cerrado cuando llega y se produce el Vaticano II, con planteamientos que apuntan un nuevo modelo de Iglesia y de relación con el mundo: retorno al Evangelio, fidelidad al estilo de Jesús, opción por los pobres, crítica y compromiso frente a las estructuras sociopolíticas despersonalizadoras, injustas o esclavizadoras.
16.Jesús de Nazaret: el ser humano constituido para servir, no para dominar
Jesús tiene y actúa con poder, pero su poder es de amor. Es el poder que Dios le ha dado, un poder que se centra en anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, en el cual todos entran por igual: se acabaron las desigualdades, las injusticias, las grandezas, las dominaciones. Se acabó el binomio amos y siervos.
En ese Reino no hay más ley que la del amor, raíz y forja de la fraternidad, todos hermanos y si hermanos iguales; y si iguales sin lugar para la injusticia, la opresión o la discriminación. Los jefes de las naciones dominan y oprimen, no así los seguidores de Jesús que son servidores y esclavos de todos, pues El, el Señor, no vino a ser servido sino a servir.
Poseídos por la soberanía del amor, a los cristianos les resulta connatural la igualdad, la sencillez, la confianza mutua, la gratuidad, la cooperación desinteresada, la misericordia, la humildad, el compromiso por la dignidad y libertad de todos, la ausencia de cualquier tipo de título, honor, privilegio o monopolio.
17. Las denuncias de Jesús
Sería iluso pensar que Jesús tuvo como cometido una labor puramente espiritual, ajena a la sociedad y a la política. Ese Jesús ahistórico no existió. De haber existido, no hubiera vivido como vivió ni hubiera acabado como acabó. Jesús fue un ciudadano normal y pudo ir captando los procesos, intereses, conflictos y grupos de poder que existían dentro de su sociedad.
Jesús no fue neutral, no pasó indiferente ante nada que afectase al bien del hombre. Y tomó partido ante el proyecto imperial y religioso entonces vigentes. Y, guiado por su propio proyecto, el Reino de Dios, y sus propias convicciones, habló, desenmascaró, y fustigó los errores de los sistemas vigentes y de sus dirigentes. No era político, ni aspiraba a gobernar desde una determinada facción. Pero sí que actuó coherentemente y se enfrentó a la prepotencia y mentiras de uno y otro poder y ambos poderes se confabularon para eliminarle.
El teólogo Schillebeckx escribe que el interés indirecto de Jesús por la política es un hecho de primera magnitud. El Reino que predicaba, el trato que daba a los oprimidos, la denuncia contra toda suerte de esclavitud y discriminación, su opción y preferencia por los más pobres y excluidos, eran un grito subversivo de cambio y de transformación social y religiosa.
Para Jesús, nada hay absoluto sino el Reino de Dios, que lo lleva a vivir en permanente actitud de entrega y denuncia, de compromiso frente a las realizaciones injustas o perversas de los poderes que dominan. Por ello, fue detenido, juzgado y crucificado.
18. La lucha de Jesús es contra los idólatras, no contra los ateos.
Ni a Jesús ni a nosotros interesa un planteamiento en el que se trate de probar o negar la existencia de Dios o de demostrar que el ateísmo es preocupante porque va en aumento. Puede haber ateos que, siéndolo, traten a sus semejantes con justicia, con respeto y con amor. El Che, que era ateo, estaba dispuesto a dar la vida por la justicia y liberación de sus hermanos.
Por eso, Jesús habla de los idólatras, de cuantos hacen del poder un dios que les constriñe a maltratar, destruir y matar. Estos dioses existen, aunque no se les llame dios, y hacen de sus seguidores incondicionales devotos.. Son en sentido estricto idólatras, que adoran a falsos dioses, pero a dioses que el mundo moderno no reconoce como tales por no disputar a la Divinidad su categoría, como si la lucha fuera entre el Dios verdadero o falso de una u otras religiones, y dando como supuesto que frente al Dios verdadero estarían los falsos, que son ídolos.
Los ídolos que las religiones detestan por referencia al Dios verdadero, son creencias en una realidad misteriosa, supraterrenal, que cada uno es libre de admitir o rechazar, pero que no incide para nada en el curso de las vidas y de la sociedad. Una guerra entre dioses que nuestra racionalidad moderna desecha por ilusa e irrelevante para los humanos. Ídolos hoy inexistentes y que lo más los recordamos como piezas de museo.
Jesús contrapone el Dios de la vida a fuerzas y poderes de de este mundo que, absolutizados, actúan en contra de la vida. El Dios verdadero, que es el Dios de la vida, está en contra de los dioses que combaten la vida. Esos dioses son el dinero, como símbolo de todo poder, utilizado para explotar, oprimir, dominar y matar. Esas fuerzas absolutizadas, se apoderan del ser humano, quien les rinde culto, como si fueran el centro de su vida. Es entonces cuando Jesús clama: “No podéis servir al Dios y al dinero”. Imposible. Imposible querer adorar a Dios, que es Dios de la vida, de la igualdad, de la justicia, de la libertad, del amor y de la paz, de la razón y del derecho, y adorar al dios dinero, símbolo de la injusticia, de la dominación, de la opresión, del sufrimiento y de la muerte. ¡Son incompatibles! Los ateos pueden ser justos, solidarios, honrados, pacíficos. Los idólatras, no.
Es la idolatría del poder, el que sea, que pervierte y perturba la convivencia. El idólatra no conoce ni ama a Dios porque aborrece al hermano, cuando el amor a Dios y al prójimo son una misma cosa, van inseparables.
19. Volver al Evangelio y reconstruir la Iglesia
Necesitamos dos cosas: volver al Evangelio y reconstruir la Iglesia.
1ª).El Papa Francisco ha visto, quizás como nadie, que este es el camino. Antes que doctrinas, dogmas y leyes, necesitamos redescubrir la razón de ser la Iglesia. Ella no existe por sí ni para sí, no puede ser entendida en sí misma. En la raíz de ella, está Jesús de Nazaret. Y Jesús de Nazaret fue quien convocó y desencadenó el movimiento de cuantos se comprometieron a seguirle. Seguirle para vivir como El, para luchar y actuar como El. Y el actuar y pensar de Jesús estuvieron definidos por un proyecto: el Reino de Dios. El predicó ese Reino y por anunciarlo sin transigir con las exigencias de otros reinos, hubo de soportar la persecución y sufrió la crucifixión.
Y ese proyecto quedó claro y esculpido a fuego en sus primeros y posteriores seguidores. Y seguirá para siempre, aunque muchos lo desfiguren o se aparten de él.
Sólo advirtiendo la distancia, el desacuerdo a que hemos llegado con ese proyecto, podemos entonar el arrepentimiento y emprender la reforma. Pero, para eso, necesitamos ponernos de frente al Evangelio, cara a cara, y mirarnos en él como en un espejo. Pero ese cara a cara nos lo impide por muchas partes la nube de incontables abusos, traiciones y desaciertos de la historia. Sólo quien beba en Jesús, podrá emprender la reforma.
Lo hizo Francisco de Asís, que quiso volver al Evangelio como regla única, sin glosa. Y el Evangelio ha tenido muchas glosas en la historia. Hoy, la más importante, la que nos afecta más directamente, y acaso la más peligrosa es la del Vaticano.
2ª). La segunda cosa es que, tras dos milenios de historia, no podemos ignorar la complejidad de esta Institución que se llama Iglesia de Jesús. No somos cuatro ni somos de ayer. Hemos logrado innumerables bienes y avances, hemos evitado la arbitrariedad, la dispersión y el anarquismo, pero hemos quedado atrapados en costumbres, fallos, procedimientos y leyes que nos hacen en muchas cosas irreconocibles como seguidores de Jesús. Vivimos en el siglo XXI y, ya en él, se han dado muchos avances y conquistas, que nosotros hemos ignorado y combatido.
La escisión con el mundo moderno nos ha dejado anclados en la Edad Media. Y hemos dejado de penetrar en la cultura y hacer creíble el Evangelio. Hemos tenido miedo a lo nuevo, al protagonismo de la razón y de la ciencia, a los avances sociales y nos hemos rezagado en la historia.
Y en estos 50 últimos años malogramos el patrimonio y esperanza del Vaticano II. Un doble pecado: de infidelidad al progreso humano y al espíritu del Evangelio.
Todo esto hace que consideremos el tiempo actual como un período nuevo para la Iglesia, de recreación de la institución que nos alberga, un período instituyente, de búsqueda, innovación y adaptación.
20. El estilo del Papa Francisco
El tiempo de que disponemos es propicio para acoger y compartir el estilo el Papa Francisco. Hay que renovarse para evangelizar y poder hacerlo con alegría. Su ejemplo es, en el acontecer de los Papas, casi inédito. El secreto hay que buscarlo donde nadie imagina: en el poder. En el poder, sí.
Porque nadie pensaba que el Papa Francisco iba a escapar al severo control de la burocracia vaticana. Había mostrado gestos que se salían de lo establecido, pero acabaría –nadie lo dudaba- entrando en el redil de los Papas.
Bien a la vista, tenía él, el ejemplo de los dos Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. Juan Pablo II, aquejado de larga enfermedad y Benedicto por su timidez dieron alas para que la curia se afianzase, al margen de uno y otro, más en su poder, que viviera internos enfrentamientos y alimentase ambiciones e instintos mundanos.
En el caso de Benedicto XVI la cosa fue fulgurante: se sintió tan asfixiado e incapaz de actuar ante lo que sabía y estaba viviendo, que decidió quitárselo de encima anunciando su dimisión. Quitase, claro, el poder de la curia.
Pero, Bergoglio venía observando, y sabía mucho de ese drama, el hábito del poder no se quita sino con la muerte. Y ahora le tocaba a él lidiarlo. Fuera de la curia, seguía creciendo su crédito, pero dentro crecía el desconcierto. Y la mayor parte seguía soñando que, más allá de los gestos , terminaría entrando en el redil de los Papas.
Nadie acaba de averiguar por dónde iba a tirar. Bergoglio llegó solo y seguía prácticamente solo. Nadie sabía a ciencia cierta quiénes formaban su equipo y en quiénes confiaba a ciegas. Y, además, se extrañaban de cómo, sin aparentarlo, se enteraba de todo.
La explicación parece estar a la vista: Francisco, es llano, habla con todos, despierta empatía, todos van a contarle sus cosas, todos lo quieren.
Pero, no basta. Se puede ser muy popular…, pero no basta. Francisco, tiene algo más, algo que los curiales han ido descubriendo no sé si con asombro o con temor: Francisco ejerce un poder, es un lider, está dispuesto a empeñarse a fondo para cambiar la Iglesia. Elegido a los 78 años, él enciende a las 4,30 de la mañana la luz de su habitación 201 de la residencia de Santa Marta, reza durante más de una hora, celebra Misa a las 7 y luego desayuna.
A los pocos días de su elección, Francisco ante cientos de periodistas dijo: “Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”. Bergoglio estaba demostrando que lo dicho por él no se iba a quedar en una frase bonita. El cambio estaba en marcha y para ello posee y ejerce el mando necesario y no va a dejar que nadie mande por él. Está pendiente de todos los detalles. Los discursos los escribe él mismo, le gusta hacerlo, no lee nada que no haya escrito. Sabe que tiene cambiar la Iglesia y por eso tiene prisa, tiene que hacerlo ya.
Después de lo expuesto, quiero ahora referirme a dos cosas fundamentales, que son como la palanca de la reforma que él pretende implantar en La Iglesia: su estilo evangelizador y el principio de misericordia.
Primero:ANUNCIAR EL EVANGELIO
La misión de todos en la Iglesia es evangelizar, anunciar el Evangelio, lo cual no es posible sin haberse prendado de Jesús de Nazaret. La adhesión a Jesús –el Resucitado- abre un nuevo horizonte en nuestra vida y nos colma de alegría. Alegría que nadie nos podrá arrebatar y que nace de sabernos infinitamente amados . Es en El, donde nuestro ser alcanza su plenitud.
Pero, esta alegría, gratuitamente recibida, es para comunicarla y conseguir que otros la disfruten descubriendo la fuente de la misma.
La tristeza es consecuencia de una opción por una vida cómoda y avara, que no deja espacio para interesarse por los demás. Poseídos por el espíritu de Jesús, dejamos a un lado el aislamiento y buscamos compartir en comunidad un mismo bien.
A un cristiano, no le atemoriza lo que es la causa e todos los miedos: la muerte, por saber y creer que ese miedo ha sido vencido por la resurrección de Jesús.
Evangelizar es tarea de todos, para desarrollaría entre quienes, bautizados, apenas saben o se enteraron del compromiso que contrajeron o entre quienes poco o nada saben de él.
Es este HOY el principal desafío: Jesús no es conocido, y si no es conocido mal puede ser amado y seguido. Y no lo es, sobre todo, en las periferias de la sociedad. Quien lleva dentro la alegría del Evangelio, siente que tiene que comunicarla y difundirla. Y difundirla con gestos de servicio y acompañamiento en los más necesitados. Y esto requiere una conversión, un abandonar la introversión en que nos hallamos metidos.
En este sentido, nos dice el Papa Francisco que:
- Nadie puede evangelizar si no sale de la rutina de siempre, si presenta el Evangelio como una obligación enojosa, si no es capaz de entender a los que nos critican y nos alejamos de ellos desconfiados.
- Tampoco puede evangelizar bien quien repite los métodos de siempre, sin mostrar la creatividad y audacia requerida en nuestra sociedad. Es hora de ensayar otras formas de presencia, diálogo y participación, yendo a su territorio propio. Hay que dejar, dice el Papa, que los obispos obren con mayor iniciativa y autonomía, dando ellos respuesta a situaciones y problemas concretos que les atañen. Yo debo comenzar por dar ejemplo descentralizando el ministerio petrino.
Nadie puede evangelizar:
- Si no acierta a distinguir lo secundario de lo principal, y lo principal es el Evangelio y, dentro de él, el amor y la misericordia. Ahí, resplandece la máxima omnipotencia de Dios.
- Es entonces cuando descubrimos que la moral cristiana no es una moral estoica, un catálogo de pecados y errores, “La moral de la Iglesia, sin el amor, puede convertirse en un castillo de naipes”.
- “Evangelizar hoy requiere conocer, respetar y aplicar los avances de las ciencias humanas y bíblco-teológicas. El lenguaje, la doctrina y las circunstancias de nuestra época han cambiano y son muy distintas de las del pasado, no podemos seguir dando solución a situaciones y problemas de hoy con respuestas del pasado. La Iglesia, al actuar de esta manera, se mantiene con las puertas abiertas: escucha, acoge, acompaña, no niega los sacramentos por una razón cualquiera. La Iglesia es facilitadora de la gracia, no controladora; puerta abierta, no aduana; su misión es llegar a todos y sobre todo a los pobres que son los destinatarios privilegiados del Evangelio: ”El vínculo entre nuestra fe y los pobres es inseparable”. (Nº46-49).
“Prefiero, concluye el Papa, una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.
Más que el temer a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite: “¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37). (Nº 46-49)
Seguno: El PRINCIPIO MISERICORDIA
Sería interesante contabilizar las veces que el Papa Francisco utiliza esta palabra y, más aún, los lugares y personas en que habla de ella. Veríamos enseguida que son aquellos en que más aparece la necesidad, la pobreza y el sufrimiento. En este caso, es el teólogo J. Sobrino quien, pegado con su corazón a los pobres, describe de maravilla – y estoy seguro que el Papa Francisco bebe de él- el alcance de este principio en la vida de Jesús y, por consiguiente, en la nuestra.
Hemos convenido que nuestra vida es un proceso poseído por el amor, que nos hace caminar en una determinada dirección. Es la misma que poseyó Jesús.
Los narradores bíblicos nos cuentan cómo Dios escucha y ve los sufrimientos de su pueblo y decide bajar para liberarlo. Esta acción es la actuación de la misericordia, que se interioriza motivada por el sufrimiento. Es la que configura el modo de ser de Dios, lo revela tal como es y exige cómo debe ser la historia, una historia de justicia y, a la vez, de nuestro modo de obrar con misericordia con los demás.
Es la misma acción, que configura toda la vida de Jesús, su misión y destino. Y, por consiguiente, la de sus seguidores.
El samaritano es todo un ejemplo de lla reacción de la misericordia, propia de un ser humano cabal. Y no la acción viciada del sacerdote y del levita, que ven y pasan de largo, -muy piadosos ellos- . El samaritano actúa y cura por compasión, exactamente como el padre del hijo pródigo, que lo añora, lo espera y, cuando regresa, lo abraza y celebra fiesta.
La forma concreta del amor aquí se llama misericordia. Es lo primero y lo último, ejemplo sumo porque actúa movida por la misericordia, no por otras razones. Actitud ésta fundamental ante el sufrimiento para erradicarlo, no hay escapatoria posible.
La realidad histórica está configurada por la antimisericordia, que hiere y mata a los seres humanos y también a los que la hacen. Jesús antepone la curación a la observancia del sábado. Sus adversarios, no, son duros de corazón y actúa contra él, buscando cómo lo eliminan.
Cuando la misericordia provoca la reacción ante el sufrimiento, la antimiericordia reacciona contra la misericordia y ejecuta a los que la practican.
¡Dichosos los misericordiosos! Es lo más hondo del ser humano y lo que más lo asemeja a Jesús. El quiere que seamos felices, todos, y que lleguemos a estar juntos unos con otros, en la mesa compartida. Y necesitamos de ella, hasta que no logremos sentarnos todos en esa mesa de la fraternidad.
“Quien ejercita la misericordia, está salvado”, llega a ser el hombre cabal. Todo lo demás es irrelevante y hasta peligroso.
Y entiendo que los malos políticos lo son porque carecen de misericordia. No son corresponsables ante la pobreza y el sufrimeitno que poduce. La supremacía humana la tiene la misericordia.
El egocentrismo hace imposible la misericordia. El sacerdote y el el levita –y una lista que cada uno puede completar- dan rodeos y no defienden al herido.
Se aplauden las obras de misericordia, y a aquellos que ocasionalmente la practican. Pero no a quienes actúan y viven guiados por la misericordia. El “principio de misericordia” denuncia a los salteadores de las víctimas, estos ocasionales benefactores encubren la mentira de la opresión, que practican y no animan a las víctimas a liberarse. Los explotadores no toleran a quienes quieren y luchan para que dejen de mentir y no sigan produciendo víctimas. A nadie meten en la cárcel por hacer obras de misericordia, ni lo lo hubieran hecho con Jesús si no hubiera ido más allá. Pero lo seguirán haciendo con cuantos actúen según el principio de misericordia y con cuanto pongan al descubierto la mentira: subvierten los valores últimos sobre los que se apoya el sistema.
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