El pueblo, sujeto soberano del poder político

La vacuna contra el virus –de ayer y de hoy- que nunca muere

15/05/2020
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  • Opinión
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            La experiencia del Coronavirus ha puesto al descubierto , quizás como nunca, a ese otro virus,    que apenas se menciona y que,  sin embargo,  es el que hace posible la aparición sucesiva de otros muchos virus en el tiempo.

 

        El poder económico es necesario, quién lo duda, y sirve para resolver las múltiples necesidades, problemas y derechos de la ciudadanía en todo tipo de Sociedad.

 

        Pero, ese poder se ha concentrado en unas minorías tecnocientíficas que se auto otorgan el derecho de propiedad sobre los bienes producidos por la sociedad, siendo ellas también las que dictaminan el precio y destino de todos esos bienes.  Su ética no es otra que el menosprecio de la dignidad del ser humano – valor primero y nunca medio- y así poder asegurar un mayor lucro y beneficios con el subsiguiente efecto de una crecida desigualdad, injusticia, discriminación, empobrecimiento, hambre y muertes sin cuento. 

 

        Nadie duda de la magnitud de este virus, aposentado prácticamente en los cinco Continentes y que, al parecer, nadie cuestiona políticamente, pues utilizan ellos mismos al poder político como mediación y altavoz   de que el capitalismo neoliberal –hoy cínico- ostenta   la mejor forma de convivencia democrática para el bien de todos.   Y ahí, en ese consentido instante de sutil y   omniabarcante manipulación, se consuma la cómplice y cobarde capitulación de los políticos y el pisoteamiento de la cándida credibilidad popular.     

 

        Creo que, envuelto de una u otra manera, es este CORONAVIRUS el que necesita una vacuna eficaz, universal, si queremos acabar con el escándalo, hoy ya inocultable, de seguir asistiendo año tras año, en un lugar o en otro, a los devastadores conflictos de unos pueblos con otros, que salen marcando   en cifras aterradoras,   los desastres   de invasiones y guerras con sus horribles consecuencias de esclavitud, empobrecimiento,  hambre,   sufrimiento y muertes.

 

        Este virus viene actuando, aún después de las dos guerras mundiales, aún después de la creación de la ONU y aún después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aún después de que en todas las naciones existen Poderes POLITICOS que las gobiernan.

 

        Los hechos de una y otra parte, a nivel nacional e internacional, dan para afianzar cada vez más la idea de que lo que más ha degradado nuestra convivencia ciudadana ha sido la ineptitud, la cobardía, el sometimiento y la arrogancia de los políticos.

 

        Ha imperado el poder financiero, sigue arrapando;  todo porque los políticos viven desconectados del pueblo, alejados de sus problemas, necesidades y derechos y se subordinan servilmente al poder financiero.

 

         Es decir , eso de que son elegidos para garantizar el Bien Común, nanain marimorena. En cuanto se sientan en la silla ,  creen que tienen la voluntad de mandar, la dominación: “yo tengo el monopolio del poder”;  el monopolio más bien habría que decir,  de la coacción, del absolutismo antidemocrático. Les ha faltado las más de las veces la conciencia, la honestidad y el coraje de admitir que el poder reside en el pueblo:  el pueblo es el único soberano político, que delega a los políticos para que sean sus representantes y servidores.

 

         Pero, en nuestras “democracias liberales”, la representación por el simple voto en las urnas –y nada más- se ha convertido por lo general en una representación vacía.   Ahí, en el votar, se acabó toda la participación del pueblo. Y una representación sin la participación del pueblo, a todos los niveles, es pura ficción: los políticos no saben, no conocen , no sienten, no hacen suyas las quejas, las demandas , las carencias y necesidades, los derechos de la ciudadanía, porque están lejos de ella, despegados de su marginación, frustración y empobrecimiento.

 

        Sin participación directa de los ciudadanos,  que llene la mente, el corazón, la palabra, las deliberaciones y las leyes de los diputados en Cortes,  la representación es vana. Es éste el gran desafío que nos espera: construir una teoría política, que defina cómo hay que gobernar.  

 

        Nadie apenas ha descrito y argumentado qué es un Gobierno de veras político, cómo funciona, con qué principios,  en qué debe incidir, con quiénes y para qué. Los políticos, incluso “demócratas de nuestro tiempo”, han buscado en general, batir al adversario y vencerlo, no ocuparse de conocer, resolver y garantizar la vida, las necesidades y los derechos de los ciudadanos.

 

        La política está en barbecho, han dimitido, la han puesto a los pies del egoísmo, de la soberbia y    de la avaricia insaciable de los grandes especuladores financieros. ¡Manda y arrasa el poder económico más inhumano, ajeno a toda ética!

 

        Hacer una teoría política servidora y liberadora del pueblo,  está por hacer, no la hizo ni Marx y es, en este sentido, posmarxista, ha escrito muy fundadamente Enrique Dussel.    

 

        Y qué bien describe todo esto el sentir popular cuando dice: Los políticos tachan a los ciudadanos de ineptos para la política, están no más que para servirles y escuchar de ellos   promesas y promesas que nunca cumplen, predicen el futuro sin dar una y se insultan unos a otros de ladrones y corruptos en el mismo hemiciclo parlamentario.

 

        Una democracia, que no garantiza la vida del pueblo, no se justifica como democracia.

 

-Benjamín Forcano es teólogo

 

https://www.alainet.org/pt/node/206590
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