Haz esto y vivirás

09/06/2007
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Hay un pasaje en el Evangelio donde Jesús deja claro el criterio para obrar de quien quiera seguirle: amar, “Haz esto y vivirás”. No hace falta que recordemos el pasaje del buen samaritano.

Siempre ha estado claro que el amor y no su teoría ha sido el distintivo de los discípulos de Jesús. No hay mejor señal para conocerlos. Y son muchos los campos de vida individual y social donde  hemos visto aplicado dicho principio.

Pero hay un campo donde la realidad es netamente contradictoria: el político. Ahí, la presunción es de que la política es irrredenta,  empecatada  como está  por un poder de dominio,
 de injusticia  y de egoísmo. En consecuencia, se la da como perdida e  incompatible con la fe.

Los resultados están a la vista: individualismo feroz, insolidaridad, idolatría del tener, imposición de la ley del más fuerte. Y, en Occidente, somos mayormente cristianos, herederos de un mensaje de amor. Y, en España, presumimos de ser católicos, portadores del mismo mensaje.

Observando y analizando el panorama político de nuestro días, la impresión se nos queda en susto: corrupción,  falsificación de los hechos, acorralamiento del adversario, descalificación, endiosamiento de las propias ideas.  Se dicen  cristianos lo que tal  hacen, ¿pero son cristianos sus comportamientos?  La simple  pregunta  reporta  ironía y  sarcasmo.

Sin embargo, la política es la gran oportunidad para la fe y el compromiso cristiano, porque en ella principalmente se barajan los medios, las estrategias  y los fines que promueven y aseguran el Bien Común. El común vivir es el bien común, el amor abarca el bien de todos.   

Es, por esta razón, que me parece urgente trasladar el amor al terreno político. El concilio Vaticano II lo hace con entera naturalidad: “Conságrense al servicio de todos con amor”.
Desde la perspectiva del amor, el Vaticano II subraya algunas de sus importantes dimensiones en el terreno político:

1. El amor (entraña del Evangelio) garantiza la dignidad humana y sus derechos  La personal dignidad  y libertad  del hombre no encuentra  en ninguna ley humana mayor seguridad  que la que encuentra en el Evangelio de Cristo, confiado a la Iglesia. Pues este Evangelio  proclama y enuncia  la libertad de los hijos de Dios , rechaza toda esclavitud , respeta como cosa santa la dignidad de la conciencia  y la libertad de sus decisiones, amonesta continuamente  a revalorizar todos los talentos  humanos en el servicio de Dios  y de los hombres,  encomienda a todos a la caridad de todos”(GS, 41).

2. La tarea política  requiere ser vivida como un servicio de amor a todos

“Hay que procurar con todo cuidado la educación cívica y política que en nuestros días es particularmente necesaria,  ya para el conjunto del pueblo, ya, ante todo, para los jóvenes,  a fin de que todos los ciudadanos  puedan desempeñar  su papel en la vida  de la comunidad política.  Los que son, o pueden llegar a ser , capaces de ejercer  un arte tan difícil, pero a la vez tan noble,  cual es la política, prepárense para ella  y no rehúsen dedicarse  a la misma  sin buscar el propio interés  ni ventajas materiales. Obren con integridad y prudencia contra la injusticia y  la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo, sea de un hombre o de un partido,  y conságrense  al servicio de todos  con sinceridad y equidad; más aún con amor y fortaleza política” (GS, 75).

3. Los laicos  no esperen de   sus  pastores  solución concreta a muchos problemas

Son ellos los que se esforzarán en adquirir verdadera competencia en todas las actividades y profesiones seculares, colaborando gustosamente con cuantos buscan idénticos fines, sabiendo que  en ese campo corresponde a ellos cargar  con la propias responsabilidades.  En caso de pluralidad de opiniones políticas, no podrán  reclamar  en su favor exclusivo la autoridad de la  Iglesia: “recuerden  que a nadie  le es lícito en esos casos  invocar la autoridad de la Iglesia  en su favor exclusivo. Dialoguen, háganse luz mutuamente, guarden la debida caridad y busquen sobre todo el bien común” (GS, 43).

4 .Idoneidad, consistencia y  autonomía  del ser humano en la búsqueda del bien y de la  verdad

El Vaticano II se dirige a la humanidad entera, a ese mundo en  que “creyentes y no creyentes están , por lo general, de acuerdo  en que todo lo que existe en la tierra  se ha  de ordenar hacia el hombre como hacia su centro y culminación” (GS 12). La conciencia nos da a conocer  la ley fundamental del bien y del amor y, en el cumplimiento de esa ley, “los cristianos se unen a los demás hombres  en la búsqueda de la verdad  y en la acertada solución  de tantos problemas morales  que surgen en la vida individual y social” (GS, 16).   

Estos textos del Vaticano II encierran unas pautas y un espíritu de amor  que  deben ser  guía del actuar público de los cristianos.

Primera: No más prisioneros de un maniqueísmo político

Llevamos un tiempo en que la vida política se ha convertido en una cancha de eliminación del contrario. Lo lógico, en una convivencia de seres humanos, es que haya pluralidad, conflicto, diálogo y entendimiento.  Pero, en nuestra vida política las cosas acaecen de otra manera: no se admite nada bueno del contrario, el objetivo es desacreditarlo, negarle validez en la gestión política, para lo cual vale todo: la calumnia,  el insulto, la mentira.
Los intereses del pueblo, -el único que delega el poder y  tiene derecho a que se le represente con obediencia y honestidad-, son siempre los mismos, se trate del partido que sea. No es consecuente, por tanto,  que los políticos se ataquen obstinadamente como si de intereses distintos se tratara. La perduración de esta dialéctica partidista produce confusión y malestar  y subrepticiamente va inoculando fobias de  hostilidad y menosprecio.

Segunda: los obispos promotores de unidad y no de división

Para los momentos actuales, el Vaticano II ofrece unos puntos, que no dejarán de sorprender a muchos: “Y aunque las soluciones propuestas por unos u otros, al margen  de su intención, por muchos sean presentadas  como derivadas del mensaje evangélico, recuerden que a nadie le es lícito en esos casos invocar la autoridad de la Iglesia  en su favor exclusivo . Procuren siempre, con un sincero diálogo, hacerse luz mutuamente, guardando la debida caridad y preocupándose, antes que nada, del bien común “ (GS, 43)

La Iglesia española había, después del Vaticano II, avanzado mucho en este sentido. Los obispos españoles deberían leer alguna vez las palabras que ellos mismos dejaron escritas  en la  Asamblea Plenaria del 73:   “Los obispos pedimos  encarecidamente a todos los católicos  españoles que sean conscientes  de su deber de ayudarnos, para que la Iglesia no sea instrumentalizada   por ninguna tendencia política partidista, sea del signo que fuere.  Queremos cumplir nuestro  deber libres de presiones.  Queremos ser promotores  de unidad en el pueblo  de Dios educando a nuestros hermanos en una fe comprometida con la vida, respetando siempre la justa libertad de conciencia en materias opinables” (Asamblea Plenaria, (17ª), 1973). 

Como hacía tiempo no ocurría, los obispos han hecho pública una preferencia política partidista  (la del  PP), prestándole  autoridad y bendición, con lo que automáticamente se han  convertido en factores de división. Los obispos, como cualquier otro ciudadano, pueden tener sus preferencias políticas; pero como obispos, no pueden exhibirlas ni  defenderlas en beneficio de un partido. Anularían automáticamente  su misión de animar y preservar la unión de la comunidad. “Deben reunir la familia de Dios como una fraternidad, animada hacia la unidad”(LG, 28).




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