El Edicto constitucional

20/07/2008
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Llegados los conquistadores a una nueva comarca, reunían a la fuerza a los pueblos indios y los obligaban a asistir a la lectura del Edicto por el cual entraban en posesión de aquellas tierras en nombre de Dios y del Rey. Frente a los habitantes originarios que no entendían el castellano, aquella lectura nos parece hoy un simulacro para justificar, con una suerte de sarcasmo atroz, el despojo y la opresión. Empero, para los indígenas aquello tenía sentido: los conquistadores utilizaban el poder performativo del habla ritual inca. Para los conquistadores era también un acto ritual que fundaba en un solo momento el poder de la escritura y la escritura como poder, una escritura oral, si se nos permite la paradoja: el Edicto era lectura de la escritura.

Despojados del habla pública y social y sin acceso alguno a la escritura, a los indígenas solo les quedaba un habla doméstica, íntima y clandestina. La colonización fue así un enorme acto de enmudecimiento cósmico, de atroz silencio en la negra noche del mundo.

Obviamente, los levantamientos indígenas comenzaron como una rebelión frente el edicto y la escritura.

En los inicios de la rebelión de 1764, un indígena de apellido Llongo –vestido gigñolescamente con camiseta negra, camisa azul y sombrero blanco- arrebató el Edicto que el delegado de la Corona estaba a punto leer en la plaza central, trepó a la Iglesia y en la ventana del coro lo rompió y arrojó los pedazos a la calle.

Rechazar la palabra que los negaba, en suma. En el proceso moderno de emancipación, en cambio, se trata de recuperar la palabra en todas sus dimensiones, como habla y escritura, en tanto pública y privada. La estrategia ha comprendido la reversión del proceso por el que fueron excluidos de la palabra: la alfabetización en quichua, la conquista del derecho al habla pública -es significativa la fuerza de las intervenciones en quichua de los asambleístas indígenas-, el despliegue de la escritura y la declaración del quichua como idioma oficial.

El quichua expresa una concepción del mundo, una cultura. A diferencia de los lenguajes occidentales que parten de la dualización del mundo en sujeto y predicado, sujeto que se apropia cognoscitivamente del mundo, el quichua no parte del yo que conquista el mundo sino del acontecer del mundo como tal. Actitud receptiva, rica en forma concretas, abierta, por ser aglutinativa, a la realidad en devenir. En el quichua, según José María Argüedas, las palabras suenan como las cosas; los sintagmas, estructuras aglutinantes, identifican la cualidad con el objeto, la acción con la persona y, como el euskarra o las palabras-valija de Joyce, forman una totalidad de sentido con un sola palabra. Tal realidad determinó que el quichua penetre en la intimidad de la vida de los mestizos, y su extrema calidez y dulzura sirva para convocar a los seres amados.
Ahora, el quichua exige su existencia pública.

La negativa de la Asamblea Constituyente a reconocerlo como idioma oficial del Ecuador, luego de reconocer su carácter plurinacional, es una aberración. Mantiene la tradición del Edicto colonial.

La Constitución, aun con sus pretensiones salvadoras, deviene así en otro Edicto.

El Telégrafo (Guayaquil- Ecuador) 2008-07-21
https://www.alainet.org/pt/node/128768
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