¿La migración, problema político o religioso?

07/06/2017
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Análisis
Patera migracion afros europa small
-A +A

Toda auténtica actividad humana es diálogo.

La tentación peculiar del pensamiento es

el monólogo: basta encerrarse en el propio 

sistema y negar otro para aniquilarse a sí mismo.

El pensamiento verdadero, en cambio, es diálogo.

Solamente el alma puede dialogar consigo misma 

cuando ha sabido acoger al otro, cuando ya el otro está en ella.

 (J. Lacroix. El sentido del diálogo, 1964, p.11).

 

Enfoque del tema

 

Para cualquier tema a tratar, considero de importancia el enfoque que se adopte. Nuestro tema de hoy es averiguar por qué el fenómeno de la migración, tan lacerante en nuestras sociedades, lejos de solucionarse parece que se agrava cada vez más, sin que se sepa o quiera encontrarle salida. Al final, parece que la solución o negación escapa a los ciudadanos y se ventila malamente entre los políticos. Sería una cuestión política.

 

Yo creo que no, que no es primordialmente una cuestión política.  Por más que así aparezca. Echemos si no, una mirada al mapa poblacional de hoy y veremos cómo las guerras que se están librando pertenecen a bandos, que abarcan en términos generales, a Oriente y Occidente. Bandos configurados mayormente el uno por la religión judeocristiana y el otro por el Islamismo. 

 

Mi tesis sería ésta: la historia de las religiones es el tema de las historia de los hombres con Dios, una historia   que se   proyecta en la historia real de unos pueblos con otros. Se entiende entonces que la solución o negación del tema se remanda al ámbito de lo religioso y no al ámbito político, directamente por lo menos, hasta el extremo de poder afirmar que si la política migratoria de los Estados yerra y se ve inmersa en grandes conflictos bélicos, lo es primero y en gran parte porque las religiones que animan a unos y a otros defienden presupuestos que sustentan esos conflictos bélicos. De manera que, en nombre de un Dios único, se harían las guerras los unos a los otros.

 

Quizás, desde esta perspectiva, podamos entender las palabras del teólogo Hans Küng: “No habrá paz entre las naciones, sin paz entre las religiones. No habrá paz entre las religiones, sin diálogo entre las religiones. No habrá diálogo entre las religiones si no se investigan los fundamentos de las religiones” (Hans Küng, El Islam, Trotta, 2006, pg.9).

 

 Pudiera aclarar esto la siguiente reflexión: en os procesos humanos   descubrimos contradicciones. Pero, entre esas contradicciones siempre hay una que es principal y otras que son secundarias y subordinadas. Importaría, por tanto, averiguar cuál es la contradicción principal. Pienso que en este tema la contradicción principal es la contienda entre las diversas religiones, que supone distanciamiento, hostilidad y oposición. Resuelta esta contradicción, las otras podrían resolverse sin tanta dificultad.

 

La religión fuerza central en la vida de los pueblos

 

 Si miramos la historia de las religiones monoteístas, -Judaísmo, Cristianismo, Islamismo- en todas ellas encontramos la tentación cuando no el hecho de querer constituirse como la única religión verdadera, negando validez a las otras. En ese presupuesto está el germen de cuantas descalificaciones, condenas y persecuciones han nacido de unas religiones contra otras, acompañadas luego por la subpolítica de cada uno de sus Estados.

 

El saber histórico resalta la verdad de esta conexión de las religiones con la vida de los pueblos. La encontramos en la antigüedad con las rivalidades de los sumerios con los egipcios; en la modernidad con la reforma protestante y la contrarreforma católica; y la vivimos hoy con el auge del fundamentalismo islámico y ciertos fundamentalismos neocon del cristianismo. Los conflictos del final del siglo XX y los comienzos del siglo XXI muestran la influencia de este hecho religioso en Irlanda, Kosovo, Cachemira, Afganistán, Iraq, etc.

 

Lo ocurrido en la historia apenas tendría explicación sin un trasfondo religioso. Lo subraya Samuel P. Huntington en su libro El choque de civilizaciones: “En el mundo moderno, la religión es una fuerza central, tal vez la fuerza central que motiva y moviliza a las personas… Lo que en último término cuenta para las personas no es la ideología política ni el interés económico, aquello con lo que las personas se identifican son las convicciones religiosas, la familia y los credos.  Por estas cosas luchan y estarían dispuestas a dar su vida “(1997, p.  79).

 

El inglés Chriswtopher Dawson (1889-1970), gran historiador de las culturas (Dynamics of World Histury, 1957, p. 128), afirma: “Las grandes religiones son los cimientos sobre los cuales reposan las civilizaciones”.

 

Leonardo Boff comenta a este propósito: “Las religiones son el point d´honneur de una cultura, pues a través de ella proyectan sus grandes sueños, elaboran sus dictámenes éticos, confieren un sentido a la historia y tienen una palabra que decir sobre los fines últimos de la vida y del universo.  Solamente la cultura moderna no ha producido ninguna religión. Encontró sustitutivos con funciones idolátricas, como la Razón, el Progreso sin fin, el Consumo ilimitado, la Acumulación sin límites y otros.  La consecuencia fue denunciada por Nietzsche que proclamó la muerte de Dios.  No que Dios haya muerto, pues no sería Dios.  Es el hecho de que los hombres mataron a Dios.  Con eso quería significar que Dios no es ya punto de referencia para valores fundamentales, para una cohesión por encima entre los humanos. Los efectos los estamos viviendo a nivel planetario: una humanidad sin rumbo, una soledad atroz y el sentimiento de desenraizamiento, sin saber hacia dónde nos lleva la historia. (Las religiones y el terrorismo, 2015-01-30).

 

Estas palabras incitan a no perder de vista esta paradoja: desde muy antiguo hemos luchado porque considerábamos a Dios propiedad de una y otra parte; más modernamente porque los mismos, o muchos que lo adoraban, apostatan de él, por encontrar engaño y falsedad en el vivir con recurso a la fe religiosa.

 

En la Europa moderna, no deja de interpelarnos la huida masiva de la religión desde el siglo XVII, tras el acuerdo de Paz en Wesfalia (1640), seguido de la Ilustración, la Revolución francesa, y otros movimientos y revoluciones hasta nuestros días.

 

Hay preguntas que no pueden dejar de hacerse: ¿Acaso nuestra imagen y defensa de Dios, desde las respectivas religiones, no llevaron a exacerbar la hostilidad y persecución hasta extremos tales que la sociedad se sentía impelida a seguir otros caminos y negar la ruta religiosa? ¿No explicaría esto la aparición del ateísmo social contemporáneo?

 

Razón asistía al concilio Vaticano II cuando escribía: “En la génesis del ateísmo puede suceder muy bien que una parte no pequeña de la responsabilidad cargue sobre los creyentes, en cuanto que, por el descuido en educar su fe o por una exposición deficiente de la doctrina, o también por los defectos de su vida religiosa, moral y social, en vez de revelar el rostro auténtico de Dios y de la religión, lo han ocultado” (GS, 19).

 

Cambios del paradigma religioso (teológico cristiano)

 

Frente a la migración, no es difícil descubrir un muro profundo, que lleva a ignorarnos y enfrentarnos. Un muro forjado por siglos. Cierto que se han dado pasos de acercamiento, pero la actitud global subyace todavía temerosa y desconfiada en una y otra parte.

 

Pienso en consecuencia, que debemos seguir horadando ese muro y hacer luz argumentando si queremos quitarnos de encima ese gran peso.

 

Casi inadvertidamente, por obra misma de la globalización, nos vamos despojando de nuestro aislamiento y desconocimiento, de las limitaciones de nuestra cultura, nos volvemos más cercanos, más semejantes, más idénticos en necesidades, anhelos y problemas, beneficiarios de los mismos cambios y adelantos de la ciencia, de la técnica, de la informática, del comercio, de la salud, de la educación, del transporte, en definitiva de la identidad humana. Muchos prejuicios, costumbres, normas y   dogmas se van relativizando, diluyendo y hasta cayendo. 

 

El aislamiento nos empequeñecía y nos hacía creer que nuestro mundo, nuestro Dios, era único e intocable. Lo expresa acertadamente nuestro obispo Pedro Casaldáliga: “Después de mucho siglos de distancias y riñas se viene despertando en ciertos sectores de la Humanidad religiosa la conciencia, culpada por acción y omisión, de ese mal que aqueja a las religiones. Y surge, como una vocación humana y divina, la voluntad inquieta, a tientas, pero esperanzada, de asumir el desafío mundial de transformar en bien de diálogo y colaboración el mal de las incomprensiones y de las guerras religiosas” (Por los muchos caminos de Dios, ASETT, Quito, 2003, pp. 7-8).

 

¿Cómo es posible que Dios, la causa central de todas las religiones, y cuya esencia es el amor y la paz, haya sido utilizado para dividir a los hombres y los pueblos y se lo siga usando para justificar invasiones y dominaciones de las más crueles en nuestros días?

 

Voy a señalar como positivos los pasos que ya se están dando desde el principio fundamental de que “El Dios único, principio de todas las religiones, no puede ser causa de división

 

 

2. Enfoque y condiciones para un nuevo planteamiento del tema

 

La solución de tan histórico desencuentro comienza por admitir que debemos reemplazar una serie de ideas que han sostenido posturas de exclusión y enfrentamiento, entre los cristianos prácticamente hasta el concilio Vaticano II y que perduran todavía. Para acceder y asimilar esta revisión, señalo como precisas algunas condiciones: 

 

Primera, dar como principio válido que Dios –se le llame como se le llame- no hay más que uno, es el mismo para todos.

 

Segunda, que ese Dios quiere la salvación de todos.

 

Tercera, que esa salvación, al no recibirla en directo de Él, nos llega indirectamente a través de caminos y medios diversos. Cada uno, cuando nace, está encuadrado en una historia, en una cultura, en un pueblo y en una religión. Y asume la religión por lo común de su pueblo. Y, por ser muchos y diversos los pueblos, son muchas y diversas las religiones.

 

Cuarta, que Dios ofrece en todas las religiones los medios necesarios para obtener la salvación.

 

Quinta, que todas las religiones son, por tanto, válidas, aunque no sean igualmente válidas. Si lo fueran, no existiría el problema ni tendríamos que plantearlo.

 

Sexta, reconocer que la religión cristiana es una de las que con más vigor ha recalcado poseer la salvación de una manera exclusiva y universal. Exclusividad que, según la tradición, pasaría por la misión salvífica universal de Cristo y, subordinado a él, por la iglesia.  Todos los hombres se salvan, aun aquellos que no han conocido a Cristo, pero su salvación estaría unida de una u otra manera a Cristo y también a la Iglesia.

 

3. El momento del debate actual

 

Nuestra posición excluyente viene de siglos atrás. En el siglo XV, año 1452, el concilio  de Florencia declaraba: “Se debe firmemente creer,  profesar y enseñar, que ninguno de aquellos  que se encuentran fuera de la Iglesia católica, no sólo los paganos, sino también los judíos, los herejes y cismáticos, podrán participar en la vida eterna.  Irán al fuego eterno  que ha sido preparado para el diablo  y sus ángeles (Mt 25,4), a menos que antes  del término de su vida  sean incorporados  la Iglesia. Nadie, por grandes que sean sus limosnas, o aunque derrame la sangre por Cristo, podrá salvarse si no permanece en el seno y en la unidad de la Iglesia católica” (DS 1315).

 

“Extra eclesiam nulla salus”, (Fuera de la Iglesia ninguna salvación).  En aquel momento no existía todavía la Iglesia protestante. Era una afirmación cristiana, constante en toda la Edad Media.

 

 

 

En el siglo XIX   Los Papas León XII, Gregorio XVI, Pio IX y León XIII, conectan y dan continuidad a esta doctrina. Así por ejemplo Gregorio XVI en la encíclica Mirari vos, del año 1832, afirma: “La perversa teoría del indiferentismo enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión… De él mana la locura de afirmar y enseñar a toda costa y para todos la libertad de conciencia”. 

 

Hasta el concilio Vaticano II, la enseñanza constante mantenida por el magisterio se resumía en estos puntos:

 

 a) Es un delirio reclamar la libertad de conciencia, los hombres no pueden encontrar en el culto de cualquier religión la salvación eterna.

 

 b) Fuera de la Iglesia romana apostólica ninguno puede salvarse, a no ser en caso de ignorancia invencible, pues ella es la única arca de salvación. Los que entran en la Iglesia deben ser librados de las tinieblas de los errores y reconducidos a la verdad católica.

 

c) Incluso en el siglo XX Pio XII en la Mystici Corporis afirma “fuera de la Iglesia no hay salvación” y que los que no son miembros de ella (los cristianos no católicos y los no cristianos) pueden salvarse mediante la pertenencia a ellas por deseo o voto, aunque solo sea implícito.

 

 d) En el concilio Vaticano II (1962-65),  se habla por primera vez de que  la salvación se da fuera de la Iglesia, en las otras religiones: “Esto vale no solo para los cristianos, sino para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de Dios de modo invisible… El Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de solo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (GS, 22).

 

Se advierte, sin embargo que, en la doctrina conciliar, aparecen dos líneas, una más positiva que sostiene que   las religiones son salvíficas; y otra más reduccionista que dice son solo expresión de una religiosidad natural.

 

 

El debate siguió y sobrepasó las perspectivas del concilio en el sentido de afirmar, como escribe J.  Depuis, que la salvación se da “sin la necesidad de la obligatoriedad de la pertenencia a la Iglesia ni la mediación universal de Jesucristo”, “(Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso, 2000, p. 269; 297-298).

 

Dios se habría manifestado en las diversas tradiciones religiosas, sin privilegiar la de Dios en Jesucristo como última y normativa. Sería el nuevo paradigma teocéntrico. A lo más se podría privilegiar a Jesucristo como el modelo perfecto en el orden de las relaciones de Dios y el hombre para la salvación. Pero, ni es válido el paradigma eclesiológico, por exclusivo y excluyente; ni lo es el paradigma cristocéntrico por inclusivo; el teocéntrico sería propio del pluralismo religioso” (Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso, 2000, p. 269; 297-298).

 

4. Del aislamiento y enfrentamiento al diálogo y colaboración

 

Llegamos como consecuencia de todo esto, a un hecho insólito: replantear las relaciones entre las religiones, dentro de un clima de diálogo: respeto, autocrítica, aprendizaje, colaboración y enriquecimiento mutuo.

 

Con razón, se puede afirmar que somos la primera generación en toda la historia de la humanidad que se encuentra en esta situación, en un ambiente religioso plural, en el que la oferta de sentidos (culturales y religiosos) es enorme, aunque ciertamente, sin ordenar ni armonizar, pero que supone unas oportunidad de acceso a las diferentes religiones con unas amplitud y profundidad sin precedentes. 

 

Un nuevo planteamiento del terma ha ido avanzando desde el paradigma          eclesiológico, que sería exclusivo y excluyente, al cristocéntrico, que sería inclusivo y del cristocéntrico al teocéntrico, que sería el propio del pluralismo religioso.

 

Aludo a este último, tal como lo propone el A. Torres Queiruga, entre otros teólogos, y que él califica de universalismo asimétrico.

 

Todas las religiones son caminos de salvación.  Dios quiere que todas las personas se salven, sin favoritismos ni discriminaciones. Pero, mirado el problema del lado humano, la desigualdad resulta innegable. Es decir, el don de Dios es para todos igualitario e irrestricto, pero la acogida humana varía mucho en función del contexto histórico, cultural, religioso y libre de su recepción.

 

Siendo todas las religiones verdaderas, todas necesitan de reforma y no todas tienen la misma profundidad. Todas reflejan a su manera y desde una situación particular la riqueza inagotable de Dios. La riqueza de cualquier religión no me empobrece a ninguna otra   y la riqueza de la propia   religión no es tal que en ella esté la de demás religiones.

 

Desde esta perspectiva, yo cristiano puedo sostener que la revelación absoluta y definitiva ha acontecido en Cristo, que en él la relación con Dios alcanza un nivel máximo, dándoseme en ella las claves para entender la actitud de Dios con el mundo y de mi conducta correspondiente.

 

Pero tal descubrimiento hay que presentarlo un proyecto abierto al diálogo, contrastes y verificación, sin imponerlo jamás a nadie: “Aquello sobre lo que, en definitiva, el cristiano apoya su convicción es la experiencia de Dios como Abba, tal como brilló y brilla a través de las palabras y las obras, la vida, la muerte y resurrección de Jesús. Esa es la gloria y la propuesta cristiana” (Del terror de Isaac al Abbá de Jesús, 1999, pgs. 317-318).

 

“Si es imposible llegar a la unificación de hecho entre las religiones, en nuestras manos está la unidad viva en el diálogo intelectual, en el intercambio espiritual, en la colaboración ético- política.

 

En última instancia, la referencia es Dios mismo, y su interés salvador por la entera humanidad. Y él está delante de todas las religiones. La llamada es, siempre y para todos, hacia algo nuevo: hacia una figura inédita a construir en común, cada uno desde el gozo y la cruz de su propia confesión. Nadie debe imponer nada a nadie, sino que todos – cada uno en su propia medida- salen fraternalmente hacia el futuro de Dios, hacia esa plenitud en la que él será verdaderamente “todo en todos” (1 Cor 15,28) (Idem, pgs. 323-324).       

 

El ser humano ley y camino para una auténtica relación entre las religiones

 

  1. Un camino que obliga a todas las religiones    

 

Pero, si queremos que con este paradigma avance el diálogo interreligioso, debemos asegurar el concurso y solidaridad de todas las religiones frente a los problemas importantes de la humanidad.

 

De nada serviría invocar a Dios si esa dignidad viene negada. Y de nada serviría negarlo si esa dignidad es conculcada. A Dios, en sí mismo, de poco le sirve que lo afirmemos o lo neguemos, que exhibamos pruebas a su favor o en contra sí, allí donde se encuentra de hecho, lo desconocemos o maltratamos: “¿Cuándo, Señor, te vimos forastero, sediento, hambriento, desnudo, encarcelado?” “Cuando lo hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños”.

 

Ya hoy, a nivel de pueblos y de culturas, podemos establecer una Carta Ética, con consenso universal, que describe derechos humanos universales, válidos para todos, independientemente de las religiones, sin tener que ser creyente.

 

2. Convergencia y unidad con los no creyentes

 

El mismo concilio no duda en afirmar que Dios mismo se encuentra presente en quienes siguen la voz de su conciencia, aun cuando lo nieguen o no lo confiesen explícitamente (GS, nº 16).

 

Según el concilio, a todos nos une la ley divina del amor al prójimo, la fe en Dios no se opone a la dignidad humana, todos estamos llamados a colaborar en la edificación de este mundo, la casa común, y ningún poder, que respete los derechos humanos, puede establecer discriminación entre creyentes y no creyentes (GS, 21):

 

 “No podemos invocar a Dios, Padre de todos, escribe el concilio, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. La relación del hombre para con Dios Padre y la relación del hombre para con los hombres sus hermanos están de tal forma unidas que, como dice la Escritura, el que no ama no ha conocido a Dios (1 J 4,8). Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica religiosa que introduce discriminación entre los hombres y entre los pueblos en lo que toca a la dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan” (Nostra Aetate, Nº 5).

 

Hoy la libertad religiosa es un derecho. El mal está cuando unos se empeñan en seguir creyendo que el ateísmo es una monstruosidad o que la fe es una alienación. Las desgracias que hemos padecido en este terreno no se han debido a que unos seamos creyentes y otros ateos, sino a que ideas y poderes dominantes se han empeñado en conseguir que las personas fueran a la fuerza creyentes o ateos.

 

Estoy convencido de que tanto un buen creyente como un buen ateo pueden ser buenos ciudadanos. Pero estoy también convencido de que un mal creyente (un creyente dogmático) o un mal ateo (un ateo fanático) son un peligro para la sociedad y para la convivencia. Lo que me lleva a presumir que, en la historia, las purgas y persecuciones sufridas han sido más bien por causa de malos creyentes o malos ateos.

 

Me resulta, a este respecto, admirable la carta que el obispo Pedro Casaldáliga escribía en el 1996 a Fidel Castro:

 

“A estas alturas de tu vida y la mía, y de la marcha de nuestros pueblos y de las Iglesias comprometidas con el Evangelio hecho vida e historia, tú y yo podemos muy bien ser al mismo tiempo creyentes y ateos. Ateos del dios colonialismo y del imperialismo, del capital ególatra y de la exclusión y el hambre y la muerte para las mayorías, con un mundo dividido mortalmente en dos. Y creyentes, por otra parte, del Dios de la Vida y la Fraternidad universal, con un mundo único, en la Dignidad respetada por igual de todas las personas y de todos los pueblos”.

 

Este es el enfoque.

 

Se podrá ser creyente o ateo, pero no extraterrestre. Lo queramos o no, vivimos en el siglo XXI, en la humanidad del siglo XXI.

 

 Y la humanidad de nuestro Occidente es una historia que alumbra pasos y horizontes que ya no se pueden borrar. Y, en Occidente, fundamentalmente cristiano y paradójicamente ateo, se han dado pasos que configuran nuestra vida.

 

Yo soy occidental y, como tal, heredero de un cristianismo originario y de un cristianismo histórico. De un cristianismo histórico, heredero de una civilización múltiplemente colonizadora y de una civilización reivindicadora de la dignidad de la persona y de sus derechos fundamentales; y también heredero de un cristianismo reaccionario, represor y antimoderno y de un cristianismo secularizador, democrático, igualitario y liberador.

 

Y en ese caminar estamos. Se abrió una nueva época. Ya nadie podrá decir:

 

 “Fuera de la Iglesia no hay salvación”, “Entre cristianismo y socialismo hay contradicción”, “El cristianismo es contrarrevolucionario”.

 

La fe en el hombre y en un único Dios van unidas

 

1. Las víctimas como criterio

 

Creo que las diferencias entre unas y otras religiones sólo se miden bien, cuando lo hacemos desde el marco de las víctimas.

 

Este criterio señalar quién es creyente, quién sigue a Jesús, quién es cristiano y quién pertenece de verdad a la Iglesia. Podrá uno presumir de pertenecer a una u otra religión, a la Iglesia católica por ejemplo, de estar bautizado, de cumplir con sus leyes y ritos, de no salirse de la ortodoxia, pero si no está de parte de los pobres, será un cristiano aparente, nominal.

 

La tradición cristiana siempre dijo que el hombre es gloria Dei vivens, una gloria, en el caso de los empobrecidos, maltrecha y desfigurada.

 

Y esa misma tradición dijo: la Iglesia está donde Cristo, pero Cristo está en el pobre: “Cuanto hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños conmigo lo hicisteis”.

 

2. El amor, ley esencial del cristianismo

 

Si todas las religiones coinciden en profesar lo que es ética fundamental de todo ser humano: “Haz el bien, evita el mal”, “lo que no quieras para tí no lo hagas a los demás,” el cristianismo no se aleja en nada de eso, sino que lo asume plenamente.

 

Esta ética del respeto y cuidado, en el cristianismo cobra niveles enaltecidos, precisamente porque Dios, el Dios de Jesús, es amor, un amor que busca el bien del otro, con dedicación a él, a su realización; que perdona siempre; que se desenvuelve en el plano de la igualdad; que prolonga hacia la humanidad el amor mismo de Dios: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado”.

 

Este amor es incompatible con la injusticia, con el culto falso, con la explotación y menosprecio del hombre, con cualquier suerte de discriminación, con los sentimientos de soberbia, avaricia y crueldad.

 

3. En todas las grandes religiones aparece como esencial la pasión por el hombre, por el pobre y por el amor.

 

Desde una ética universal y desde el amor por los más pobres, todas las religiones tienen que encontrarse y dialogar a base de:

 

1- Ejercer la autocrítica.

 

2- No tolerar nada de cuanto daña al hombre.

 

3- Volver a sus fuentes, para recuperar su esencia originaria y normativa.

 

4-Admitir en la búsqueda de la verdad, sus propios sus límites.

 

5-Ejercer una función de garantía y credibilidad de cara a los derechos humanos tantas veces negados por ellas mismas.

 

6-Abrazar como criterio mínimo la defensa de la dignidad humana con sus valores y derechos. Es bueno para el hombre lo que le ayuda a ser verdaderamente hombre.

 

La paz y la hospitalidad vendrán de la mano del diálogo, la colaboración y la integración interreligiosa.

 

Llego al final, y recojo ahora el título con que figura el tema: “La hospitalidad interpela a los cristianos y los musulmanes”.

 

Una red de conocimientos inadecuados, nos han predispuesto los unos contra los otros, hasta el extremo de negarnos el derecho a vivir y programarnos el exterminio

 

¿Cómo podíamos desde ese pensar convivir juntos, ser solidarios y aceptarnos como hermanos? ¿Cómo darnos el abrazo de bienvenida y abrir nuestro corazón a la hospitalidad? ¿Puede resultarnos extraño que asistamos al derrumbe de la hospitalidad y de los derechos humanos?

 

El filósofo Kant dice: “Cuando respetamos los derechos humanos, que son   la niña de los ojos de Dios, hacemos nacer una comunidad de paz y seguridad que pone un fin definitivo a la infame beligerancia”.

 

Renegando de su tradición, surge en Estados Unidos un presidente, Donald Trump, que no respeta las diferencias religiosas, que rechaza a la población musulmana y niega la hospitalidad a todo tipo de gente que acudía a ese país. La ola de odio que está creciendo en el mundo y las discriminaciones contra los refugiados e inmigrantes rechazados en Europa y Estados Unidos están destrozando el tejido social de la convivencia humana a nivel nacional e internacional.

 

La hospitalidad es un test para ver cuánto de humanismo, compasión y solidaridad existen en una sociedad. Detrás de cada refugiado para Europa y de cada inmigrante para USA hay un océano de sufrimiento y de angustia y también de esperanza de días mejores. El rechazo es particularmente humillante, pues les da la impresión de que no valen nada, de que ni siquiera son considerados humanos.    

 

¿Por qué vienen los refugiados a Europa? Porque los europeos estuvieron antes durante siglos en sus países, asumiendo el poder, imponiéndoles costumbres diferentes y explotando sus riquezas. Ahora, que están tan necesitados, son simplemente rechazados.

 

 Ciertamente, nosotros compartimos algo esencial a nuestra naturaleza: convivimos; somos comunitarios, todos aprendemos unos de otros, todos contamos, hablamos y decidimos.    Nadie puede sobreponerse a nadie, si abriga el principio de que toda vida humana es igual en dignidad, derechos y obligaciones. Y quien pretenda considerarse superior por tener más, pervierte su natural modo de ser.

 

Convivir es ser capaz de acoger las diferencias, dejarlas ser y vivir con ellas. ¿Será verdad lo que decía Einstein que “es más fácil desintegrar un átomo que sacar un prejuicio de la cabeza de alguien? 

 

Todo ser humano, más que un extraño es un compañero, al que hay que ayudar a sentirse incluido y no excluido, ayudarlo haciendo que se sienta acogido por el trabajo y la convivencia.

 

 Mientras subsistan cerradas y excluyentes nuestras religiones, subsistirán también cerrados y excluyentes nuestros comportamientos. Tarea a realizar de autoexamen, de conversión y liberación, que haga caer todas las puertas y nos encontremos a la par como hermanos y amigos. 

 

Vistas las causas y depuradas las raíces, brotarán con seguridad los frutos del árbol de la convivencia: la hospitalidad cordial y fraterna.

 

Tarea que queda a la responsabilidad de la   situación de cada uno y a la iniciativa y a la responsabilidad de todos en las circunstancias concretas que nos toque vivirla.

 

Como complemento a esta conferencia, vendría como anillo al dedo, leer las reflexiones sobre el camino de la Europa actual, expuestas por el Papa Francisco en el Parlamento europeo. Concluyo con unas palabras suyas:

 

“Europa se encuentra  dentro y fuera, con demasiadas situaciones  en las que los seres humanos son tratados como objetos, que pueden ser desechados cuando ya no sirven…Situación  de soledad , que podemos ver  en los  numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en vista de un futuro mejor…La dignidad de la persona humana  tiene derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos….Para superar divisiones, favorecer la paz y la unión entre todos, hay que poner en el centro  al hombre, no tanto como ciudadano y sujeto económico, sino como persona dotada de una dignidad trascendente”.

 

Anexo o epílogo: los conflictos religiosos en la Europa moderna dentro de una cultura ilustrada, atea y capitalista. 

Las guerras religiosas en Europa tienen su historia, sin las que no puede explicarse el presente. Nos resulta casi obligatorio hacer un recuento breve para entender su evolución y nuestros pronunciamientos del presente.

 

Resulta interesante subrayar que, a diferencia del proceso de las religiones de origen chino o indio, que son más pacíficas, el nuestro ha sido un proceso de clara hostilidad, regido por el esquema amigo-enemigo.  El citado politólogo Samuel Huntington afirmó sin ambages en el 1993: “Las fronteras del Islam son sangrientas”. Y Hans Küng le replica: “¿Acaso no lo han sido también las fronteras del cristianismo?” (Idem, pg, 19).

 

Sería muy instructivo desarrollar este punto, pero yo me propongo más bien averiguar la entraña ideológica de esa hostilidad, sin preterir por eso los cambios que el cristianismo, principalmente, ha experimentado a partir del siglo XVII. Desde entonces las religiones no es que hayan dejado de ser fuente de conflicto, pues pienso que esas fuentes subyacen muy adentro en el pensar, sentir y obrar de muchos creyentes, siendo clave en muchos conflictos actuales.

 

Fue con la paz de Westfalia (1648) que el poder civil se independizó de los principios religiosos. Los jerarcas cristianos (católicos y protestantes) fueron incapaces de evitar las guerras, cayendo al fin en manos de intereses políticos y económicos. Triunfaron los estados que recibieron de hecho la capacidad de imponer su confesión cristiana sobre su territorio, conforme al principio de Westfalia: «Cuius regio eius et religio», es decir, la religión del reino será la de aquel que lo gobierne. No está la religión sobre el Estado, sino el Estado sobre la religión.

 

De esa manera, la Europa dividida en diversos estados se convierte de hecho en dominadora del mundo, pero en un plano político y sobre todo económico, que ha desembocado en el mundo en que hoy vivimos, dominado ya básicamente por intereses monetarios.

 

La Iglesia Católica, centrada en el Papa, portadora antes de una misión universal, y que creía podía contar con la ayuda de un Imperio al servicio de la fe, deja de serlo. Tras la Paz de Westfalia, cada nación es absoluta en sus fronteras, con poder para imponer una religión sobre los súbditos y con deseos de expansión y dominio sobre el mundo entero, apelando a principios religiosos y racionales (extensión del evangelio y la cultura), pero dejándose vencer por intereses comerciales.

 

Cristiandad y Modernidad

 

Propiamente hablando, la conciencia de Europa como tal comenzó a surgir tras las guerras religiosas, con la división de las naciones-estado, con el avance científico y la lucha por la conquista del mundo. Un proceso que no ha terminado, ni sabemos cómo evolucionará, pero dominado por intereses económicos en lucha con otras culturas.

 

Europa, pues, acabó siendo no sólo un continente pluri-nacional y pluri-religioso, sino un lugar de democracia social y diálogo religioso. Los europeos desarrollaron un proceso de estudios y descubrimientos científicos, que desbordan sus fronteras religiosas y nacionales, creando una especie de comunidad científica mundial (multi-religiosa, multi-política).

 

En esa Europa se dio lo que nadie había logrado: regular la economía de un modo consecuente, aplicando la ciencia a la producción y distribución de bienes, sobre todos en los países de tradición protestante (y en especial calvinista), creando el capitalismo en el que vivimos.

 

En esa línea, camina inseparable el avance de la democracia con el descubrimiento de los derechos, libertades y responsabilidades de las personas.  Un proceso largo y diferenciado pero que se extendió después al mundo entero.  Surgió de hecho una Europa federada, pacífica y guerrera, de pueblos soberanos. Esta situación ha tenido riesgos, pero también la ventaja de exigir un tipo de unidad entre diferentes, sin imperio central ni dictadura de grupo, en diálogo entre varios focos de poder. 

 

En este contexto, lo más cristiano y propio de Europa (con su expansión posterior a USA y otros países del mundo) ha terminado siendo la renuncia a toda imposición religiosa y de un grupo sobre otros; una experiencia de paz dialogal, de raíz cristiana, que se expresa en el rechazo de toda coacción, que se ha ido extendiendo  lentamente, con la presencia de guerras “religiosas” hasta el mismo siglo XX :España (1936-1939), Irlanda o los Balcanes (hasta casi el 2000). Pero el germen de la nueva paz se había sembrado ya, y definirá desde ahora la conciencia de Europa.

 

El teólogo Xabier Pikaza describe con acierto esta evolución de Europa:

 

“La experiencia religiosa y racional de Europa ha tenido (y tiene) la pretensión de abrirse a todos los hombres, desbordando los límites del cristianismo confesional. Esta racionalidad Ilustrada (científica, económica, política) no es ya cristiana particular, sino universal, pero ha nacido y se ha desarrollado en Europa, en vinculación con el cristianismo. Puede volverse universal, no por imposición, sino por diálogo entre todos los hombres, incluso a los de otras religiones y los que no tienen religión ninguna (pero vienen, en nuestro caso, de un fondo cristiano).

 

Este posible poscristianismo europeo no es simple ateísmo (negación de Dios), sino experiencia y tarea de racionalidad dialogal, quizá agnóstica, pero de fondo cristiano, capaz de comunicarse con todas las religiones, e incluso con las no-religiones. En ese contexto podemos afirmar que Europa, un pequeño continente entre otros mayores (Asia, América, incluso África), pues ha tenido y sigue teniendo una vocación de apertura “universal” con los grandes valores y riesgos que ello implica.

 

Nos encontramos, pues, que junto a la Europa de los conquistadores y mercaderes rapaces, está la Europa racional, filosófica y científica, la de una democracia real que debe convertirse en principio de comunión real, incluso económica entre personas y pueblos. Las luchas religiosas desembocaron en la Ilustración, la cual puede llevarnos a lo mejor, pero también a lo peor si se deja invadir por un neocapitalismo consecuente.

 

Europa es, en cierto modo, un proyecto de convivencia humana, libre no sólo para pensar sino para actuar fraternalmente en la diferencia y dentro de una igualdad básica de tipo económico, de fondo religioso. Pero, esa libertad puede llevarnos al riesgo supremo  de un neoliberalismo donde las personas  ya no valen en sí mismas, ni valen los pueblos  y culturas como tales , sino sólo un Capital  convertido en Mamón, el anti-dios concreto, del que habló Jesús (Mt 6, 24)”.

 

Como conclusión, podemos aventurar que la complejidad de Europa abarca cuatro planos principales: el plano cultural y científico; el político; el económico y el religioso.

 

¿Puede Europa mantener su identidad cultural y su modelo humanista, en clave de libertad personal y creatividad social? ¿Puede mantener ese fondo común de búsqueda racional de la verdad? 

 

¿Puede Europa mantener e inmenso “capital” heredado de las potencias antiguas de su entorno oriental, del judeocristianismo, del helenismo y el imperio romano, culminado en la Ilustración de los siglos XVIII y XIX?

 

¿Puede Europa, inventora del capitalismo, mantener su proyecto humano de conocimiento y libertad, de democracia real y comunión sin un cambio económico radical?,

 

¿Puede Europa mantener, su “laicidad”, su autonomía racional, sin apelar a Dios, sin que las religiones (cristianas) determinen su política, retornando al mismo tiempo a la raíz del Evangelio, con su experiencia de libertad y comunión, si dejarse dominar por el dinero?  Sin un retorno creador a sus raíces cristianas (en libertad y diálogo) es difícil que Europa pueda mantenerse.  Ciertamente, la humanidad es más que Europa, pero los problemas de Europa son importantes para el futuro de la humanidad, especialmente en clave cristiana.

 

 

Papa Francisco: volver a la Europa que soñaron sus fundadores

 

El 25 de noviembre de 2014, el Papa Francisco habló en el Parlamento europeo a los representantes de sus 28 Estados.

 

  1. En el centro la persona humana, dotada de una dignidad trascendente.

 

Hablaba a una Europa cambiada, sin bloques contrapuestos, pero dentro de un mundo más complejo y agitado, que la miraba con cierta desconfianza y sospecha.  El Papa les hablaba con la esperanza de poder ayudarles a superar sus dificultades y miedos y, sobre todo, de volver a trabajar para superar las divisiones, favorecer la paz y la unión entre todos ellos, tal como habían soñado sus fundadores “poniendo en el centro al hombre, no tanto como ciudadano y sujeto económico, sino como persona dotada de una dignidad trascendente”.

 

Fueron estas dos sus últimas palabras, las que encarrilaron su discurso.  No en vano, Europa venía atravesada de múltiples violencias, discriminaciones, sufrimientos y sacrificios que le enseñaron a descubrir y promover la dignidad humana, los derechos humanos y la conciencia del valor de cada persona.

 

Desde este caminar histórico, el Papa Francisco pasaba a señalar que Europa “se encuentra dentro y fuera, con demasiadas situaciones  en las que los seres humanos son tratados como objetos, que pueden ser desechados cuando ya no sirven , por ser débiles, enfermos o ancianos”. “La dignidad de la persona humana tiene derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos”.

 

Y pasaba a denunciar -para preservarla de él- “El error de pensar que la persona humana existe desligada de todo contexto social y antropológico, como si sus derechos y deberes  pudieran afirmarse  sin estar conectados  a los demás y al Bien Común de la sociedad misma, originándose por ello fuentes de conflictos y violencias”.

 

Contra este concepción individualista, el Papa Francisco subraya la innata capacidad del ser humano como ser relacional: “La soledad, una de las enfermedades hoy más extendidas en Europa y que se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, en los jóvenes sin puntos de referencia y sin oportunidades para el futuro, en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en vista de un futuro mejor”.

 

Esta soledad se ha ido incrementando en los últimos años: “Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio, de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber pérfido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones”.

 

Sin que por ello, dejen da darse “estilos de vida egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente al mundo circunstante, y sobre todo a los más pobres”.

 

2. Alma y espíritu humanista de la Unión Europea

 

Y es en este punto donde las palabras del ponen al descubierto la causa de todo esto: la absolutización de la técnica, “que acaba por producir una confusión entre los medios y los fines”.

 

Cuando se da esta inversión el camino está abierto para que la persona se convierta en objeto de intercambio o comercio y surja “La cultura del descarte” y del “consumo exasperado”. Y ahí, directamente, como profeta, interpela directamente a los parlamentarios: “Ustedes tienen la gran misión de preocuparse de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar las personas quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la “cultura del descarte. Cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad”.

 

Hacer real este compromiso de esperanza es construir futuro, pero esto el Papa no lo considera posible sin el nexo de los dos elementos presentes en la historia de Europa: “En la historia de Europa hay un encuentro permanente entre el cielo y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, que ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas”.

 

Retos de la Unidad en la Diversidad y de la Democracia

 

En este sentido, es de vital importancia preservar el patrimonio histórico del cristianismo, base de los ideales que la formaron desde el principio: “La paz, la subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto a la persona”.

 

Es precisamente desde estas sus raíces religiosas, “como Europa puede ser más fácilmente inmune a tantos extremismos que se expanden en el mundo actual, también por el gran vacío en el ámbito de los ideales, como lo vemos en el así llamado Occidente, porque es ese olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia”.

 

El Papa, teniendo en cuenta el lema de la Unión Europea, le exige mantener viva la democracia, frente a la imposición de una concepción uniformadora de la globalidad, que intenta ahogar la fuerza expresiva de los pueblos “mediante presiones de intereses multinacionales no universales, que los hacen más débiles y los transforma en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos”.

 

Asegurar un futuro de esperanza, centrado en la primacía de la persona, requiere, en descripción del Papa, dar tiempo y trato a la formación de la persona en los ámbitos educativos: familia, escuelas y universidades, trabajo, ecología, problemáticas asociadas de los inmigrantes.

 

El Papa Francisco cierra su discurso al euro diputado, fijándoles sus tareas fundamentales:

 

“Ha llegado la hora, queridos eurodiputados de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira, defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad.

 

Gracias.

 

Conferencia de Benjamín Forcano, Esglesia plural – “Migra Studium, (Barcelona, 25 junio 2017)

 

https://www.alainet.org/pt/node/186018
Subscrever America Latina en Movimiento - RSS