De paradojas y paramilitares
20/07/2003
- Opinión
Paradójicas fueron las posiciones de Uribe durante su
campaña frente a la guerrilla y los paramilitares.
Mientras para la primera anunció diálogos a través de la
ONU y fuera del país, para los segundos creó una comisión
especial conformada por sus delegados directos, quienes
se desplazaron hasta los santuarios del paramilitarismo.
Pero, más allá de las paradojas, al igual que en el
anterior gobierno hoy la sociedad colombiana está ausente
y excluida de unas negociaciones secretas entre
adversarios que en realidad son amigos políticos (si la
"confesión" de Castaño es cierta), de las que se relegó
la comunidad internacional tras alertar sobre la
restricción que los derechos humanos imponen a cualquier
proceso de paz: la de no permitir indultos a los crímenes
contra la humanidad, que como todos sabemos en Colombia
cometen a diario la guerrilla y los paramilitares.
Antes del perdón –condicional o no–, cualquier
negociación debe incluir los principios de justicia,
verdad y reparación. Sin esta trilogía, el proceso de
"paz" servirá tan sólo para legitimar el paramilitarismo
con la complicidad gubernamental, convertirá el diálogo
en un proceso de lavado de activos del narcotráfico con
la garantía del Estado, y terminará por avalar la
eliminación de la protesta social y política ejercida por
quienes desde la oscuridad de los clubes y las altas
esferas del poder nacional y regional han apoyado
económicamente al paramilitarismo.
Colombia no puede pasar por alto la realidad del
paramilitarismo como una política que durante años ha
desangrado, torturado, mutilado, masacrado, desplazado y
despojado a ciudadanos y ciudadanas inermes en casi todos
los rincones del país. Tampoco puede dejar de lado el
hecho de que detrás de la negociación no sólo se
encuentran campesinos reclutados voluntaria o
forzadamente, sino también militares, ex militares,
policías, autoridades locales y nacionales, fiscales,
industriales, terratenientes, ganaderos, empresarios y,
como si fuera poco, narcotraficantes. Entre éstos últimos
sobresale el flamante inspector general de las Auc,
Adolfo Paz, fundador de una poderosa estructura
paramilitar financiada por los reductos reagrupados de
los carteles de Medellín y el Norte del Valle.
Reconocer la verdad garantiza la posibilidad de cerrar
los múltiples capítulos de la barbarie con un nunca más,
pues no se trata sólo de aceptar la comisión de crímenes
con actos simbólicos de contrición, sino también develar
los nombres de quienes desde las élites colombianas han
apoyado a los paramilitares durante décadas, como el
Grupo de los Seis –que en realidad son siete–, cuyos
nombres ya se mencionan en algunos círculos. Estos
personajes deben dar la cara ante el país y asumir la
vocería de la negociación, pues de lo contrario Colombia
corre el riesgo de repetir el paramilitarismo.
El derecho a la reparación debe traducirse en el acceso
de millones de desplazados a millones de hectáreas
tomadas a la fuerza por el paramilitarismo y sus
patrocinadores, gracias al uso de los excedentes de la
cocaína o al abuso de la motosierra, y en el acceso a la
indemnización económica de las decenas de miles de
familiares de humildes asesinados por estos grupos.
Sólo entonces, cuando el proceso de paz con el
paramilitarismo sea sellado con verdad, justicia y
reparación, podremos perdonar a Castaño y a quienes desde
el poder lo auspiciaron, pues también podremos decir con
tranquilidad: Nunca Más.
Bogotá – Colombia, 21 de julio de 2003
https://www.alainet.org/de/node/107928?language=es
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