Con su habitual compostura que combina la elegancia del atuendo con un inmaculado desriz, propicio para un lasiado de cabello, Condoleezza Rice desembarcó en Europa y, en menos de lo que se cuenta, deshizo los entuertos relacionados con las cárceles y los vuelos clandestinos para el traslado de prisioneros. No es maga, es la jefa. Anticipándose a interrogatorios impertinentes, la Secretaria de Estado dejó claro que no comentaría información de inteligencia que pudiera comprometer operaciones en marcha o proyectos futuros. De paso legitimó las acciones de la CIA al declarar que habían evitado ataques contra Europa y salvado la vida de muchos europeos. Antes de embarcar hacía el viejo Continente, Rice admitió que elementos sospechosos de terrorismo fueron sacados de su país con miras a su interrogatorio, sin precisar dónde fueron llevados ni en qué aeropuertos hicieron escala. Tampoco comentó que los traslados se hicieron necesarios porque en territorio norteamericano, la tortura es ilegal. El problema se originó porque, con matices, tales preceptos rigen también en toda Europa, en Asia y Africa. Se trata de derechos universales que asisten al individuo, al menos teóricamente, en cualquier parte del Planeta. Eso explica la secretividad. Es obvio que en el momento en que un individuo, voluntariamente o no, ingresa en el territorio de un Estado, para todos los efectos, se coloca bajo su soberanía y el imperio de sus leyes, cuyo cumplimiento es vigilado por el poder judicial, independiente del gobierno, por los parlamentos, las organizaciones de la sociedad civil, la prensa y por diversas personalidades y organizaciones. Fue a esas entidades y a la sociedad en su conjunto a la que se le ocultaron los hechos, cuyo descubrimiento puso en situación embarazosa a prácticamente todos los gobiernos europeos. Nadie cree que los servicios secretos europeos y por tanto los gobiernos a los que rinden cuenta, pueden haber estado ajenos al trasiego de miles de prisioneros en más de 800 vuelos, que a lo largo de cuatro años implicaron a prácticamente todos los grandes aeropuertos de Europa. Cuando tales operaciones trascendieron a la opinión pública, en una maniobra de género bufo, para ganar tiempo, los gobiernos europeos acudieron al expediente de hacerse los desentendidos, fingieron ignorancia y, de mentiritas, pidieron explicaciones a los Estados Unidos. Como parte de la comedia, Bush envió a Condoleezza Rice a Europa. Sin mucha creatividad, actuando según su estilo, que no incluye las explicaciones, omite las disculpas y revierte las situaciones, la Rice introdujo una variación y con fingida humildad reconoció que: "Estados Unidos no es perfecto y puede cometer errores". De la humildad pasó a la arrogancia: "Las detenciones preventivas, dijo, no sólo son legítimas, sino necesarias.Esas operaciones, sentenció, han evitado ataques a Europa". Se trata por tanto de decidir si quieren o no seguir colaborando". Es decir: lo toma o lo dejan. Como cansada de la farsa, Rice puso las cosas en claro: "Este ha sido un trabajo conjunto de las agencias de inteligencia de nuestros países, ha permitido paralizar acciones terroristas y ha salvado muchas vidas inocentes en Europa, EEUU y otros países". Para la sociedad y los defensores de los derechos humanos, los únicos que lo ignoraban todo, fue una oportunidad perdida. Rice no aclaró nada ni nadie la presionó para que lo hiciera y en lo que parecía el momento más difícil de su gira, la reunión con los pesos completos de la OTAN, utilizó toda su capacidad de seducción, desactivando el conflicto con el simple expediente de ignorarlo. El final fue surrealista. Europa ha quedado satisfecha con explicaciones que en realidad no pidió y que nadie le ha dado.