Fernando Lugo: Del púlpito al poder
31/07/2008
- Opinión
Predicar la palabra de Dios y pedir para el prójimo, aunque generoso, no deja de ser un trámite que traslada ruegos al Altísimo; mientras que trabajar para que los pobres alcancen por derecho lo que nunca recibieron por caridad, es más complicado. El obispo Fernando Lugo que el próximo 15 de agosto asumirá la presidencia de Paraguay experimentará en breve esa mutación.
Nunca he endosado el punto de vista de quienes, cuando en un país latinoamericano algún representante de los sectores populares triunfa en las elecciones, se apresuran a afirmar que: “Llegar a la presidencia no es lo mismo que llegar al poder”. Se trata de otra dimensión, por cierto más elevada, de la lucha.
Para los revolucionarios y los reformadores sociales, así como para todas las personas que, en cualquier parte asumen la dedicación a la política como acto de bien público, el poder es como una palanca, una herramienta que bien utilizada facilita considerablemente la obra e incluso la hace posible. Afortunadamente, la presidencia o el poder como botín va dejando de ser la regla en la América Latina de hoy.
Aunque Fernando Lugo deberá echar a andar a uno de los países políticamente más atrasado de occidente, un lugar donde el tiempo histórico pareció detenerse, sus opciones de éxito mejoran considerablemente porque a diferencia de otros líderes y procesos del pasado, él no está sólo sino que forma parte de una corriente general que respaldará su gestión, aplaudirá sus éxitos y con certeza ejercitará la solidaridad en los momentos y tareas más difíciles.
La dictadura de Alfredo Stroessner, inaugurada en 1954 y sostenida durante 35 años tuvo un efecto paralizante, no sólo porque marginó a Paraguay de las corrientes y contingencias políticas de toda una era, sino porque tal inmovilismo permitió que la oligarquía y la partidocracia se afianzaran en todos los niveles del poder y estratos de la sociedad y sistemática e implacablemente, liquidaran o empujaran al exilio a elementos de las vanguardias políticas, culturales y académicas, produciendo un debilitamiento de las estructuras que sostienen al movimiento popular.
Paraguay es uno de los países latinoamericanos que, doscientos años después, aún no han logrado rebasar el antediluviano esquema de liberales y conservadores, originado como parte de las deformaciones estructurales establecidas con una independencia que llevó al poder a la oligarquía criolla que asumió al país como botín, circunstancias agravadas por la presencia del capital extranjero imperial que azuzó guerras, conflictos intestinos y finalmente instauró la feroz y primitiva dictadura de Stroessner.
Una de las evidencias más notables del anquilosamiento de las estructuras políticas es la vigencia del Partido Colorado, una formación ranciamente oligárquica que ejerció el poder durante 61 años en los cuales, de hecho se convirtió en una especie de “Partido/Estado” que no dejó margen a ninguna otra fuerza política y ni siquiera practicó la alternancia política con que la oligarquía satisface a sus estamentos y el sistema cubre sus vergüenzas.
El fin de la dictadura de Stroessner fue resultado de un ajuste político al interior de la oligarquía que dejó intactas las estructuras de dominación tradicionales y que no obstante, sirvió como una especie de narcótico que al promover algunas esperanzas mínimas, actuó como elemento paralizante que coadyuvó a la desmovilización social.
Tales circunstancias fueron agravadas porque, además de cosméticos, los cambios iniciados con la salida del poder del dictador coincidieron con la etapa de auge del neoliberalismo impuesto a la América Latina y que anuló los esfuerzos y, en lugar de aportar soluciones, agravaron considerablemente los problemas estructurales de la región. Cuando en unas semanas Lugo asuma la presidencia, Paraguay habrá dado un paso de siete leguas que tal vez le permita saltar sobre doscientos años de iniquidad y medio siglo de estancamiento.
Con todo y sus complejidades, la actividad política, no es donde se concentran los mayores y más inmediatos desafíos ni donde se agrupan las urgencias y las prioridades que se encuentran en la vida económica y en la esfera social. Vencer la resistencia de la oligarquía, que puede ser feroz y enrutar su administración por los difíciles caminos de la lucha contra la pobreza, la falta de atención médica, el analfabetismo, la carencia de oportunidades que engrosa las filas de los emigrantes, la exclusión y la discriminación, son esferas en las que deberá avanzar con el handicap de contar con magros recursos para hacerlo.
Tal vez, entre las mejores opciones del obispo/presidente está mirar a los lados y al frente donde encontrará a las fuerzas avanzadas como aquellas que en Venezuela, Ecuador, Brasil, Bolivia, Uruguay y otros países, cada uno a su aire y con sus formatos, integran la positiva corriente de cambios que como una riada avanza en Sudamérica y pueden respaldar su gestión y reforzar su orientación.
Entre los retos de Lugo está romper la resistencia de los inmovilistas refractarios al cambio, evitar el apremio de los maximalistas, rechazar las tentaciones de la ultra izquierda, ponerse a distancia de los aprendices de brujo que le indicaran fórmulas inviables.
Lo importante para las fuerzas políticas continentales avanzadas, es constatar el hecho magnifico y prometedor de que otro pueblo latinoamericano se ha puesto de píe y echado a andar y apoyarlo decisivamente. Bienaventurados los que avanzan por la senda del bien y la razón.
Nunca he endosado el punto de vista de quienes, cuando en un país latinoamericano algún representante de los sectores populares triunfa en las elecciones, se apresuran a afirmar que: “Llegar a la presidencia no es lo mismo que llegar al poder”. Se trata de otra dimensión, por cierto más elevada, de la lucha.
Para los revolucionarios y los reformadores sociales, así como para todas las personas que, en cualquier parte asumen la dedicación a la política como acto de bien público, el poder es como una palanca, una herramienta que bien utilizada facilita considerablemente la obra e incluso la hace posible. Afortunadamente, la presidencia o el poder como botín va dejando de ser la regla en la América Latina de hoy.
Aunque Fernando Lugo deberá echar a andar a uno de los países políticamente más atrasado de occidente, un lugar donde el tiempo histórico pareció detenerse, sus opciones de éxito mejoran considerablemente porque a diferencia de otros líderes y procesos del pasado, él no está sólo sino que forma parte de una corriente general que respaldará su gestión, aplaudirá sus éxitos y con certeza ejercitará la solidaridad en los momentos y tareas más difíciles.
La dictadura de Alfredo Stroessner, inaugurada en 1954 y sostenida durante 35 años tuvo un efecto paralizante, no sólo porque marginó a Paraguay de las corrientes y contingencias políticas de toda una era, sino porque tal inmovilismo permitió que la oligarquía y la partidocracia se afianzaran en todos los niveles del poder y estratos de la sociedad y sistemática e implacablemente, liquidaran o empujaran al exilio a elementos de las vanguardias políticas, culturales y académicas, produciendo un debilitamiento de las estructuras que sostienen al movimiento popular.
Paraguay es uno de los países latinoamericanos que, doscientos años después, aún no han logrado rebasar el antediluviano esquema de liberales y conservadores, originado como parte de las deformaciones estructurales establecidas con una independencia que llevó al poder a la oligarquía criolla que asumió al país como botín, circunstancias agravadas por la presencia del capital extranjero imperial que azuzó guerras, conflictos intestinos y finalmente instauró la feroz y primitiva dictadura de Stroessner.
Una de las evidencias más notables del anquilosamiento de las estructuras políticas es la vigencia del Partido Colorado, una formación ranciamente oligárquica que ejerció el poder durante 61 años en los cuales, de hecho se convirtió en una especie de “Partido/Estado” que no dejó margen a ninguna otra fuerza política y ni siquiera practicó la alternancia política con que la oligarquía satisface a sus estamentos y el sistema cubre sus vergüenzas.
El fin de la dictadura de Stroessner fue resultado de un ajuste político al interior de la oligarquía que dejó intactas las estructuras de dominación tradicionales y que no obstante, sirvió como una especie de narcótico que al promover algunas esperanzas mínimas, actuó como elemento paralizante que coadyuvó a la desmovilización social.
Tales circunstancias fueron agravadas porque, además de cosméticos, los cambios iniciados con la salida del poder del dictador coincidieron con la etapa de auge del neoliberalismo impuesto a la América Latina y que anuló los esfuerzos y, en lugar de aportar soluciones, agravaron considerablemente los problemas estructurales de la región. Cuando en unas semanas Lugo asuma la presidencia, Paraguay habrá dado un paso de siete leguas que tal vez le permita saltar sobre doscientos años de iniquidad y medio siglo de estancamiento.
Con todo y sus complejidades, la actividad política, no es donde se concentran los mayores y más inmediatos desafíos ni donde se agrupan las urgencias y las prioridades que se encuentran en la vida económica y en la esfera social. Vencer la resistencia de la oligarquía, que puede ser feroz y enrutar su administración por los difíciles caminos de la lucha contra la pobreza, la falta de atención médica, el analfabetismo, la carencia de oportunidades que engrosa las filas de los emigrantes, la exclusión y la discriminación, son esferas en las que deberá avanzar con el handicap de contar con magros recursos para hacerlo.
Tal vez, entre las mejores opciones del obispo/presidente está mirar a los lados y al frente donde encontrará a las fuerzas avanzadas como aquellas que en Venezuela, Ecuador, Brasil, Bolivia, Uruguay y otros países, cada uno a su aire y con sus formatos, integran la positiva corriente de cambios que como una riada avanza en Sudamérica y pueden respaldar su gestión y reforzar su orientación.
Entre los retos de Lugo está romper la resistencia de los inmovilistas refractarios al cambio, evitar el apremio de los maximalistas, rechazar las tentaciones de la ultra izquierda, ponerse a distancia de los aprendices de brujo que le indicaran fórmulas inviables.
Lo importante para las fuerzas políticas continentales avanzadas, es constatar el hecho magnifico y prometedor de que otro pueblo latinoamericano se ha puesto de píe y echado a andar y apoyarlo decisivamente. Bienaventurados los que avanzan por la senda del bien y la razón.
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