Inseguridad segura
05/09/2006
- Opinión
La seguridad o mejor la inseguridad, se ha convertido en estos últimos tiempos en materia central de reclamos, promesas, marchas y contramarchas, acusaciones y justificaciones, manejos políticos para conservar o conquistar el poder.
Es un problema que viene agrandándose constantemente y parece insoluble. En realidad no sólo “parece” sino que ha venido siéndolo sin ninguna duda.
No podemos decir que no se hayan hecho esfuerzos por reforzar la vigilancia, multiplicar el número de personas, elementos de comunicación, exigencias reglamentarias, adquisición de armamentos y móviles y hasta de cambio de leyes para detener la delincuencia.
Pero, además de la inseguridad misma, el clima sigue creciendo hasta convertirse para muchas personas, familias y sectores en una especie de miedo concomitante de todas sus acciones y decisiones. No se puede negar que se da una retroalimentación de esas sensaciones, producida por los comentarios de las características de cada caso, y la insistencia de algunos medios en presentarlos como culpabilizantes para los gobiernos, las personas o determinadas clases sociales.
Se las debo si cualquiera de nosotros tuviera que soportar lo responsabilidad de enfrentarse a este problema.
Pero creo también que en muchas oportunidades se olvida lo que son las raíces más hondas de la inseguridad.
Porque hay dos fuentes originarias de esa sensación y clima de inseguridad que se viven. Una, la ineficacia o precariedad de los elementos que ayudan a la seguridad desde afuera, diríamos. Otra, que proviene de adentro de los individuos y las estructuras sociales aunque éstas parezcan comúnmente no tener nada que ver con el asunto.
El factor descuidado es por lo general el interno a los individuos y las estructuras sociales.
¿Cómo explicar la agresividad contra las posesiones ajenas logradas muchas veces con gran esfuerzo, y sobre todo, el desprecio por la vida que suponen tantos delitos cotidianos?
¿Quiénes pueden vivir y actuar de ese modo antihumano que llamaríamos “bestial”, si muchas veces las bestias no fueran más compasivas que nosotros?
La respuesta salta a la vista. Sólo desprecia la vida de los demás quien no valora la propia. O mejor: si alguien no valora la propia vida está muy cerca de no valorar tampoco la de los demás. Y esto es realidad para mucha gente, cada vez más, que no llega a sobrevivir y mucho menos a mantener los vínculos afectivos que son un resorte para la lucha, ya que tienen que renunciar a llevar el pan para sus mesas. No es extraño entonces que arriesguen la vida y, en muchas oportunidades la pierdan. Y no es extraño que acaben buscando una organización delictiva y un adiestramiento y complicidades que les permitan mayor eficacia. Y nada raro que esto se vaya convirtiendo en costumbre y hábito que se amplía incesantemente en cantidad y destreza.
No habrá leyes que disminuyan la edad imputable, o aumenten las penas, o disculpen el gatillo rápido, que traigan soluciones estables. No hay aparato de seguridad que pueda controlar una enfermedad que va por dentro.
No vamos a pensar que la inseguridad social se pueda solucionar en una semana. Pero si se ponen los esfuerzos más importantes en la posibilidad de educación al alcance de todos, y de fuentes de trabajo digno, se estarán dando pasos concretos aunque lentos para una solución más estable.
- José Guillermo Mariano (pbro)
Fuente: www.sintapujos.org
https://www.alainet.org/es/active/13209
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