Mitos que obstaculizan el diálogo y la profundización de los cambios democráticos
04/03/2002
- Opinión
Frente a la agudización de la conflictividad política y social que vive el
país, presentada bajo la forma de una confrontación de dos polos
aparentemente irreconciliables, Provea ratifica su llamado a la población a
buscar salidas a través del diálogo y en el marco de la institucionalidad que
establece la Constitución de 1999.
A juicio de Provea, existen al menos 3 mitos que obstaculizan la posibilidad
de tal diálogo y que ameritan ser develados para enfrentar el reto de
construir en el país una verdadera democracia con justicia social. Estos
mitos son los siguientes:
Mito 1: El país está dividido radicalmente entre chavistas y antichavistas
Pese a que la información que circula a través de los grandes medios masivos
hace pensar que el país estaría dividido en dos bloques radicalizados (uno
afecto y otro desafecto al gobierno), la realidad es que cerca de un 70% de
la población, según señalan las encuestas, no pertenece a los "apoyos duros"
del chavismo o del antichavismo, no se siente reflejado en las posturas
extremas de ambos bandos. Esa mayoría desea un clima en el que se reduzca la
beligerancia y desatiende los discursos maniqueos, independientemente de
donde provengan. Lamentablemente, se trata de una mayoría poco escuchada,
dado que los espacios de debate están copados por representantes de un 30%
constituido por sectores radicalizados que suelen gritar su deseo de "salir
de Chávez a como dé lugar" o "decretar estado de excepción para profundizar
la revolución". En parte, esto explica por qué existe en el país la
sensación generalizada de estar viviendo un momento límite en el que "va a
ocurrir algo muy pronto". Se trata de una crisis, en buena medida,
artificial, en tanto está fundada en la amplificación del conflicto entre dos
minorías muy activas.
Por otra parte, es evidentemente simplista pensar que las principales
contradicciones que surcan al país entraron por un embudo que desemboca en
una "contradicción principal" que las resume (chavismo - antichavismo). La
diversidad de demandas sociales y políticas existentes en el país no acepta
ser reducida de tal manera. Al menos desde Provea, en donde reivindicamos la
integralidad de los derechos humanos, no tenemos reparo en coincidir con el
diseño de algunas políticas de espíritu inclusivo y consistentes con los
derechos sociales diseñadas desde el gobierno, al tiempo que cuestionar los
enormes déficit en la ejecución de las mismas, así como el retroceso y
evidente autoritarismo en otras de sus políticas. Algo similar entendemos
que ocurre con la mayoría de la población.
Las mayorías no deseamos la violencia y por eso rechazamos los extremos.
Deseamos profundizar cambios que conduzcan, con más y no con menos
democracia, hacia la justicia social. Por tal razón, desde Provea
consideramos como un reto que el espacio político sea reconquistado por esa
mayoría, no para fingir que en el país no hay enormes diferencias que
enfrentar, ni múltiples demandas contradictorias, sino para expresarlas y
canalizarlas, evitando lógicas de suma cero desde las que, en caso de llegar
a la violencia, todos perderíamos.
Mito 2: El autoritarismo está en el otro bando
La representación que la oposición difunde del gobierno es la de una
dictadura. Incluso desde antes de que Chávez fuera presidente en ejercicio,
ya lo presentaban como un "tirano". Al mismo tiempo, se representa a sí
misma como la única posibilidad democrática del país, presenta sus acciones
como la expresión inequívoca de la "sociedad civil", mientras que las de
simpatizantes del gobierno son presentadas como propias de "turbas". Por su
parte, el gobierno pretende que en su actual composición y redes de alianzas,
se encuentra la única posibilidad para avanzar hacia una democracia con
justicia social. Sataniza, recurrentemente, críticas legítimas provenientes
tanto de la oposición, como de sus propios aliados y de sectores autónomos.
Muestra un escaso nivel de tolerancia tratando como enemigos a todos los que
lo adversan, lo que condujo a la radicalización de la oposición y a la
reducción de su base de alianzas.
La realidad es que en Venezuela ningún sector tiene el monopolio del estilo
democrático de acción política. Por el contrario, el riesgo del
autoritarismo está presente en los sectores radicalizados de ambos bandos y
esto se expresa, entre otros factores, en estilos y modelos políticos poco
inclusivos, en la disposición a violar la ley siempre que favorezca sus
posturas y en llamados a que la FAN apoye sus parcialidades.
La mayoría de la población rechaza opciones autoritarias, tanto golpes
antichavistas como autogolpes chavistas. Lo que parece pertinente es que las
diferencias sean resueltas por los canales democráticos establecidos en la
legalidad, sin componendas de élites sino con participación popular en el
debate de los principales problemas del país. Esa mayoría se encuentra tanto
en sectores afines al gobierno como a la oposición y en muchos otros que
prefieren mantener su autonomía en esa confrontación. La perspectiva
democrática es transversal a la confrontación entre los partidarios del
gobierno y de la oposición. Se trata de personas y organizaciones que
reivindican la democracia y su profundización con justicia social, como un
asunto de principios que trasciende cualquier coyuntura y cualquier gobierno.
El reto que se impone en la actualidad es que esa perspectiva transversal,
articulada o no, aumente su incidencia, desde diversos espacios, para
neutralizar los autoritarismos.
Mito 3: La solución a los problemas del país pasa por la salida de Chávez
La oposición exhibe multitudinarias manifestaciones y publica encuestas que
señalan que la popularidad de Chávez cayó verticalmente, con lo que justifica
la necesidad de que abandone el poder ejecutivo de inmediato. Dependiendo
del sector de la oposición del que se trate, esta salida es estimulada por la
vía del golpe de estado con apoyo civil o por la vía institucional.
La realidad es que las encuestas muestran que el presidente, luego de tres
años de gobierno, pese a que ciertamente disminuyó en su popularidad, todavía
tiene un importante porcentaje de algún tipo de apoyo que varía, dependiendo
de la pregunta, entre un 40% y un 48% (según una encuesta de febrero del
Instituto Venezolano de Análisis de Datos), al tiempo que una gran cantidad
de población le demuestra en la calle su respaldo. Pero, en todo caso, la
permanencia de un Presidente en el gobierno no se sustenta, en nuestro modelo
de sociedad, en los resultados de encuestas o en la magnitud de las
manifestaciones a favor o en contra, sino en los resultados electorales. En
este terreno, es un hecho indiscutible que Chávez fue electo y luego
ratificado por una importante mayoría de la población.
Quienes propugnan un alzamiento militar están desconociendo la voluntad
popular expresada en los procesos electorales de 1998 y 2000; están
pretendiendo, en el mejor de los casos, que para obtener más democracia es
necesario optar por caminos antidemocráticos. Esta postura es, a todas
luces, inaceptable. Tal opción, no sólo no conduciría a mayores niveles de
democracia sino que ocasionaría un enfrentamiento violento prolongado que
involucraría tanto a sectores civiles como militares.
Quienes propugnan una salida institucional, hablan de una renuncia
presidencial, una asamblea constituyente plenipotenciaria, un referéndum
consultivo, un referéndum revocatorio o un juicio que inhabilite al
presidente. Ninguna de esas opciones luce probable en el corto plazo. En
parte por el apoyo social e institucional con el que cuenta aún el presidente
y en parte también porque acabamos de transitar tres años de intensos
procesos electorales que dejaron exhausta a la población.
Los problemas de Venezuela no se resolverán con un cambio inmediato de
presidente. Por el contrario, una salida abrupta, alejada de la voluntad
popular, los profundizaría. Quienes desean la salida de Chávez de Miraflores
tienen derecho a trabajar para que esto ocurra en el futuro, al tiempo que el
deber de ofrecerle al país, para su discusión, proyectos alternativos que
permitan combatir la exclusión social y profundizar la democracia. Por
ahora, más importante que las personas que están en el poder, es la capacidad
del pueblo organizado para obligar a esas personas a comportarse de manera
consistente con los derechos de la población. En este sentido, la oposición
puede considerar ya como un éxito, que en parte le pertenece, la reducción de
la beligerancia presidencial iniciada desde el discurso de Maracay en el que
se comprometió a tomar con su mano más activa "el arado" y pidió ayuda para
envainar "la espada".
En esa tarea, la oposición se encontraría con una parte de la población que
actualmente le brinda algún tipo de apoyo al gobierno sin que por ello le
esté dando un cheque en blanco. En efecto, la misma encuesta citada arriba
señala que un 80,3% quiere que rectifique su estilo confrontador, lo que
implica que no sólo la oposición, sino también parte del sector que lo apoya,
le pide cambios. Incluso entre algunos de los sectores que expresaron en la
calle su apoyo al gobierno, es frecuente encontrar críticas al centralismo
del partido de gobierno, a la militarización y a la ineficiencia de la
gestión. Algunos de esos sectores defienden más una posibilidad de cambios
que una realidad y al respaldar al gobierno, fundamentalmente se están oponen
a "una vuelta al pasado".
El gobierno no puede ignorar la voluntad de quienes, apoyándolo o
adversándolo, le piden cambios. No puede ignorar su descenso en las
encuestas, ni la gran capacidad de movilización y creatividad que demuestran
los sectores sociales que lo adversan. Un diálogo con todos los sectores del
país es una obligación para el proyecto que lidera el presidente Chávez.
Dialogar no significa traicionar los principios expresados en sus ofertas
electorales y en la Constitución aprobada por mayoría en 1999, sino ofrecer
el espacio para que las diferencias se expresen y para que cada cual
demuestre con argumentos qué es lo que considera más conveniente para el
país. También es la posibilidad de reconocer con valentía los errores
cometidos y proponer enmiendas.
El reto para las mayorías que deseamos justicia social, paz y profundización
de la democracia, más allá de ésta o cualquier otra coyuntura, es construir
organización social y mecanismos de control sobre nuestros representantes que
nos permitan impedir que ni ellos ni otros desenvainen las espadas, al tiempo
que obligar a la ejecución de un arado que permita la inclusión social.
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