Más allá del miedo
16/05/2008
- Opinión
Los griegos, que imaginaron casi todo, crearon al dios Pan, dueño de los cielos y la tierra que hacía brillar el sol y trinar a los pájaros, pero de repente descargaba su fuerza ciega sobre los mortales sin motivo alguno. Este dios bifronte y esquizofrénico, creador del pánico, ha reinado durante el nuevo milenio para producir la catalepsia espiritual y moral con que la cultura trata de apagar el nervio de la reacción, la capacidad de resistencia, la fe y la esperanza hasta del más fuerte. Pero esta antigua deidad no es inocente, nace en los fondos más oscuros y necrofílicos de la cultura y del poder, como una forma de control y dominio para llegar al ablandamiento y la obediencia frente a sus caprichos.
Esta cultura del miedo propone un miedo radical más allá de su comprensión racional; frente a la violencia, convoca a la violencia y, frente a la muerte, acciona los dispositivos que conducen a ella. Los costarricenses tuvimos una buena dosis de milenarismo apocalíptico con el TLC: si no lo aprobábamos, nos arrasarían las fuerzas ciegas del mercado; el dios pan del libre comercio nos abatiría con su furia y, ante la negligencia, respondería con la descarga de su fuerza intempestiva. Y la seguimos teniendo con la campaña que despliegan los medios de comunicación y las empresas de publicidad para demostrar que, frente al asesino, solo cabe activar los instintos que buscan exterminarlo y abatirlo a tiros, como un parásito que se ha colado en medio de todos. Pero no se dice nada de una cultura que ha creado los duendes del mal, los demonios del odio y del asesinato. Frente a la muerte, de nuevo solo cabe la muerte, la reacción y el ataque. No hay tiempo para detenerse en las causas que la provocan, porque detenerse en ellas es un lujo que la sociedad no puede darse. La violencia exige una respuesta rápida y contundente, dicen los representantes de esta visión.
El milenio inaugurado hace ocho años marca el reinado del dios Pan griego pero además del Apocalipsis cristiano latino, que bate sus alas sobre las energías utópicas de todos nosotros. Los tiempos que corren se parecen mucho a los tiempos más funestos de la guerra fría, cuando se decía que era insulsa cualquier resistencia frente al juego perverso de las dos potencias, para saber cuál detonaba primero la bomba atómica y nos dejaría a todos dando manotazos en las tinieblas. Es cierto que estamos en una crisis ambiental de dimensiones catastróficas en la que está en riesgo el destino de la vida humana, así como frente a una crisis alimentaria que nos toma sin infraestructura para la producción de granos básicos y se ensañará sobre los más pobres, desmantelada hace años por quienes hoy gobiernan. Pero también es cierto que testificamos el fracaso del pensamiento único y del Consenso de Washington impuesto como pedagogía política para los países del tercer mundo, acogida en Costa Rica por los gerifaltes de la filosofía del éxito y el libre comercio.
Asistimos, además, al resquebrajamiento del fundamentalismo de mercado, de la guerra y la política, esa mezcla venenosa que pasó a ser el destino manifiesto de los Estados Unidos para el siglo XXI, dirigida por un grupo de gendarmes metropolitanos y de capitanes de empresa deseosos de repartirse el mundo a su antojo, y casi lo logran.
Ahora es un buen momento para pulverizar el pánico y desmontar su coartada cataléptica. Es frente a esta miserable pulsión de muerte y abatimiento, cuando más esperanzados, más listos y ávidos de vida tenemos que estar; pero es preciso desligar la reflexión política del catastrofismo como discurso político, lo que no quiere decir que se niegue la realidad tal y como es. Será necesario exorcizarla con un soplo de esperanza y vigor. Hay que volver a hablar de la utopía, como esa forma imaginativa de pensar el futuro desde la interrogación y la comprensión de la realidad actual; hacerlo con humildad y sensatez, palabras que tanto cuestan, cuando se habla de política e ideología, luego de los experimentos utópicos que en el pasado degeneraron en control de la conciencia, la violencia y el totalitarismo.
Frente al pragmatismo de mercado que llenó al mundo de basura, contaminación, miedo y pánico, es preciso volver a la política utópica como método inquisitivo de afirmar la vida, capaz de sacudirse y rebelarse frente a las sentencias de muerte por adelantado.
Más allá del miedo está la opción de resistirlo, y no solo resistirlo, sino de vencerlo. Eso supondrá una buena dosis de valor, una buena dosis de coraje, una buena dosis de optimismo e imaginación. Devolverle a la política su fuerza porvenirista - bella palabra que usó Omar Dengo - es optar por el futuro esperanzado; es la esperanza futurizada que utiliza a la política como manera de decir y afirmar, en cada conciencia, que la patria del hombre son sus ilusiones. Y estas no congenian con el miedo y el pánico.
Esta cultura del miedo propone un miedo radical más allá de su comprensión racional; frente a la violencia, convoca a la violencia y, frente a la muerte, acciona los dispositivos que conducen a ella. Los costarricenses tuvimos una buena dosis de milenarismo apocalíptico con el TLC: si no lo aprobábamos, nos arrasarían las fuerzas ciegas del mercado; el dios pan del libre comercio nos abatiría con su furia y, ante la negligencia, respondería con la descarga de su fuerza intempestiva. Y la seguimos teniendo con la campaña que despliegan los medios de comunicación y las empresas de publicidad para demostrar que, frente al asesino, solo cabe activar los instintos que buscan exterminarlo y abatirlo a tiros, como un parásito que se ha colado en medio de todos. Pero no se dice nada de una cultura que ha creado los duendes del mal, los demonios del odio y del asesinato. Frente a la muerte, de nuevo solo cabe la muerte, la reacción y el ataque. No hay tiempo para detenerse en las causas que la provocan, porque detenerse en ellas es un lujo que la sociedad no puede darse. La violencia exige una respuesta rápida y contundente, dicen los representantes de esta visión.
El milenio inaugurado hace ocho años marca el reinado del dios Pan griego pero además del Apocalipsis cristiano latino, que bate sus alas sobre las energías utópicas de todos nosotros. Los tiempos que corren se parecen mucho a los tiempos más funestos de la guerra fría, cuando se decía que era insulsa cualquier resistencia frente al juego perverso de las dos potencias, para saber cuál detonaba primero la bomba atómica y nos dejaría a todos dando manotazos en las tinieblas. Es cierto que estamos en una crisis ambiental de dimensiones catastróficas en la que está en riesgo el destino de la vida humana, así como frente a una crisis alimentaria que nos toma sin infraestructura para la producción de granos básicos y se ensañará sobre los más pobres, desmantelada hace años por quienes hoy gobiernan. Pero también es cierto que testificamos el fracaso del pensamiento único y del Consenso de Washington impuesto como pedagogía política para los países del tercer mundo, acogida en Costa Rica por los gerifaltes de la filosofía del éxito y el libre comercio.
Asistimos, además, al resquebrajamiento del fundamentalismo de mercado, de la guerra y la política, esa mezcla venenosa que pasó a ser el destino manifiesto de los Estados Unidos para el siglo XXI, dirigida por un grupo de gendarmes metropolitanos y de capitanes de empresa deseosos de repartirse el mundo a su antojo, y casi lo logran.
Ahora es un buen momento para pulverizar el pánico y desmontar su coartada cataléptica. Es frente a esta miserable pulsión de muerte y abatimiento, cuando más esperanzados, más listos y ávidos de vida tenemos que estar; pero es preciso desligar la reflexión política del catastrofismo como discurso político, lo que no quiere decir que se niegue la realidad tal y como es. Será necesario exorcizarla con un soplo de esperanza y vigor. Hay que volver a hablar de la utopía, como esa forma imaginativa de pensar el futuro desde la interrogación y la comprensión de la realidad actual; hacerlo con humildad y sensatez, palabras que tanto cuestan, cuando se habla de política e ideología, luego de los experimentos utópicos que en el pasado degeneraron en control de la conciencia, la violencia y el totalitarismo.
Frente al pragmatismo de mercado que llenó al mundo de basura, contaminación, miedo y pánico, es preciso volver a la política utópica como método inquisitivo de afirmar la vida, capaz de sacudirse y rebelarse frente a las sentencias de muerte por adelantado.
Más allá del miedo está la opción de resistirlo, y no solo resistirlo, sino de vencerlo. Eso supondrá una buena dosis de valor, una buena dosis de coraje, una buena dosis de optimismo e imaginación. Devolverle a la política su fuerza porvenirista - bella palabra que usó Omar Dengo - es optar por el futuro esperanzado; es la esperanza futurizada que utiliza a la política como manera de decir y afirmar, en cada conciencia, que la patria del hombre son sus ilusiones. Y estas no congenian con el miedo y el pánico.
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