Trabajo infantil mundial: ¿hasta dónde llegaremos?
19/11/2002
- Opinión
- La etiqueta no permite bostezar en presencia de un
rey, le dijo el monarca. Te lo prohíbo.
- No lo puedo evitar, contestó el Principito, todo confuso.
- Entonces, le dijo el rey, te ordeno bostezar.
Antoine de Saint-Exupéry En un tema como éste, no podemos pretender ser exhaustivos, sólo dar algunas pistas para una reflexión. Bastan algunas lecturas, observaciones y entrevistas sobre el problema del trabajo infantil en el mundo y salta a la vista lo vasto, complejo y perturbador, además, obviamente, de lo sórdido. No es tan simple como plantarse y gritar ¡No al trabajo infantil! Por un lado, las estadísticas son aproximativas y cambian al más mínimo sobresalto económico. Por el otro, los conceptos, incluso los más fundamentales como "infancia", "niñez trabajadora/niñez explotada" y aún "interés superior de los niños", no tienen unanimidad. Nótese, en este sentido, que uno de los documentos de protección infantil que más apoyo obtuvo en el mundo –la Convención Internacional de Derechos Infantiles, de 1989-, no fue ratificado por dos naciones: Estados Unidos y Somalia. Éste es, sin lugar a dudas, el único punto en común entre estos dos países. (1) Ciertamente, las motivaciones para que uno y otro haya rehusado la ratificación, son diametralmente opuestas. Si escarbáramos en esos motivos nos encontraríamos, precisamente, en el centro mismo de la complejidad de este problema: asuntos de tipo histórico, económico, comercial, político, cultural, que dividen a los países ricos y a los países empobrecidos. Y ahí, inevitablemente, estamos hablando de unos temas de mucho peso, difícilmente abordables en este artículo: herencia colonial, eurocentrismo, orden económico y división internacional del trabajo, hegemonía, capitalismo y su última versión, el neoliberalismo corporativista andando muy contento sobre el tren de la globalización. Se habla de todo esto cuando se habla del trabajo infantil. De entrada pues, hay que apartar la idea de que este tema pueda ser abordado exclusivamente desde una perspectiva moral o, peor aún, desde una doble moral. Por supuesto, que un niño –uno solo- se vea en la obligación de trabajar para asegurar su sobrevivencia y no tenga acceso a una formación digna y a los espacios lúdicos propios de su edad, es una vergüenza para toda la humanidad. Peri si ése niño es arrancado por decreto de su lugar de trabajo sin que se le dé el menor apoyo, se lo condena a una forma más terrible de existencia, y probablemente a la muerte. A propósito, he aquí un ejemplo reportado por uno de los mejores especialistas mundiales del trabajo infantil, Michel Bonnet: en 1992, el senador de Estados Unidos, Harkin Bill, presentó ante el Congreso un proyecto para prohibir la importación de productos fabricados con participación de niños. Bangladesh, en un arrebato de pánico, echó a la calle a unas 70.000 niñas menores de 15 años empleadas en empresas textiles. Estas muchachas, sin ninguna instrucción ni capacitación, fueron a parar de un día al otro a un medio social durísimo, entregadas a las peores formas de explotación infantil, con toda su estela de agresiones y enfermedades. La moral en Estados Unidos fue levantada en alto, las niñas de Bangladesh, hundidas en una miseria sin límites. He aquí otro caso. Durante la dictadura de Argentina, el militar gobernador de mi provincia de origen –Tucumán- había decretado que se erradicaría la miseria. Una de sus primeras medidas para lograr la "modernización" fue enviar camiones a la ciudad para recolectar, como basuras, a los niños mendigos y vendedores misérrimos, poniéndolos en la misma bolsa junto con "locos" y "anormales", niños, jóvenes y adultos. Por alguna razón que es todavía un misterio, estas escorias de la sociedad no fueron acribilladas por la metralla, el método habitual de ése momento, sino que fueron abandonados en un páramo desértico entre dos provincias, en plena noche invernal, Estos hechos fueron registrados en la película "La Redada". Aquí, en Nicaragua, más recientemente, tuvo lugar bajo el gobierno de Arnoldo Alemán, una iniciativa similar para "mejorar la imagen de la capital y favorecer el turismo": prohibir, aumentando la fuerza policial, la presencia de niños miserables en las calles y avenidas más frecuentadas. ¿Es necesario decir que tanto en Argentina como en Nicaragua, como en toda América Latina, las condiciones generales de vida de las poblaciones pobres no han hecho otra cosa que agravarse en las últimas décadas ultraliberales? Para hacerle frente a esta hecatombe social, las posiciones más osadas de las ONGs que trabajan en el terreno con los niños, comienzan a jalonar el debate conceptual sobre "niño explotado" y "niño trabajador". Tema para debate, como mínimo. Y la Convención de 1999 de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), parece seguirles el paso, al definir "las peores formas de trabajo infantil" exigiendo al mismo tiempo su abolición inmediata. Uno puede preguntarse si es por la urgencia de enfrentar "lo más grave" lo que empuja a la OIT a redefinir, o si hay una súbita toma de conciencia de la enormidad de los objetivos trazados anteriormente, definidos como "trabajo infantil", o incluso el reconocimiento –tímido- que puede haber otro enfoque cultural del problema, digamos menos "occidental". En todo caso, esto demuestra que el barco navega en un mar agitado, corrigiendo constantemente su norte. En efecto, en los países empobrecidos, más allá del problema de base que es la miseria generalizada, los actores –los niños y sus familias- tienen una visión "realista" que no siempre encaja con el modelo tradicional de la escuela como instrumento privilegiado de educación para la vida. En primer lugar, porque los niños de las zonas urbanas "completan" su formación aliando escuela y trabajo (y se salen así de las estadísticas). Dicho de otra manera, la imposibilidad de poder contar exclusivamente con le escuela como un medio para garantizar un futuro profesional empuja a los padres –y también a los propios niños- a buscar un "aprendizaje concreto" e inmediato. En segundo lugar, en las zonas rurales, se observa una inadecuación entre los contenidos escolares en función del entorno real y además hay una tradición de explotación familiar de la tierra. El campesino, en particular, que jamás ve los resultados concretos de las promesas electorales, que es la primera víctima de las crisis económicas del país y otros ajustes fondomonetaristas, no tiene muchas razones para creer en una escuela que le es propuesta por citadinos. Esto, en el caso de que existiera una escuela en su sector, ya que por lo general los gobiernos no tienen los recursos o la voluntad política de crear condiciones para la escolaridad de los niños campesinos. Y aún si hubiese una escuela, habría que garantizar que los niños tengan los materiales escolares y la salud necesaria para asistir. Se han visto en Nicaragua "programas de desarrollo" que consisten en construir escuelas que actualmente están abandonadas, vacías: no hay dinero para pagar maestros, los padres no tienen para asumir los gastos de escuela, los niños tienen carencias nutricionales tales que no podrían soportar las horas de concentración para el aprendizaje, ciertas comunidades se encuentran a varias horas –a pie- de dichos centros... Por estas razones tampoco se puede comenzar culpabilizando a las familias por el ausentismo, o por la práctica generalizada de trabajo-escuela. Cuanto más es pobre un país, más hay niños trabajando. Cuanto más es pobre el país más le cuesta a la educación tradicional "estar a la altura" del desafío. Y cuanto más floreciente es el "mercado" de mano de obra infantil, más aumenta el número de niños explotados en las peores formas de trabajo. A veces se muestra la explotación sexual infantil como un fenómeno "transversal", que afectaría a todas las sociedades sin reparar en clases sociales ni condiciones económicas. A mi juicio, no hay que confundir la práctica execrable de perversiones de ciertos individuos dentro de instituciones educativas o religiosas, con el lucrativo comercio sexual infantil que se realiza en detrimento de los niños más desposeídos de los países empobrecidos, en beneficio –precisamente- de personas de los países ricos. El primer problema es de orden moral, el segundo, de orden moral y económico. En realidad, siendo los niños los más débiles, los más vulnerables y los más dependientes de la sociedad, son las primeras víctimas de todas las situaciones extremas que vive cualquier país. Están las guerras, pero también las hambrunas, las epidemias, los cataclismos naturales. A pesar de esto, por cualquier camino se desemboca, siempre, en considerar el orden económico internacional. Una sola cifra bastaría para ilustrarlo: los países ricos invierten seis veces más en proteger sus economías, en subvenciones a su agroexportación y en mecanismos de control de los mercados internacionales (llamados "libres"), que lo que invierten en el desarrollo de los países empobrecidos. Y buena parte de esta inversión se hace por la vía de la cooperación, que tiene inevitables condicionamientos futuros. Pero, aquí también, serían necesarias otras páginas para ser más explícito. Sin embargo, a continuación podemos mirar en cifras el panorama general del trabajo infantil en el mundo. Si contrastamos las cifras de la OIT sobre trabajo infantil mundial, que son aproximativas (muchas razones falsean la recolección de la información), con las del último Informe Sobre Desarrollo Humano, del PNUD, nos damos cuenta de que, globalmente, los dos cuadros coinciden en sus contornos principales. Sobre los 250 millones de niños entre 5 y 14 años que se supone trabajan en todo el mundo (número muy por debajo de la realidad, según varios especialistas), 61% viven en Asia, 32% en Africa y 17% en América Latina y el Caribe. Analizando esos porcentajes nos damos cuenta de que el 32% que concierne a Africa representa unos 80 millones de niños, es decir, 14% de su población total. Y esto, sin tener en cuenta esta apabullante precisión que aporta Michel Bonnet: esos millones de niños "están enrolados en una actividad principal (ya que) más de cien millones están relacionados con el trabajo." Y agrega que "ciertas investigaciones hacen pensar que estas cifras representan mínimos". Esto porque, según explica, se excluye de las estadísticas oficiales el trabajo doméstico (niñas), las empresas familiares y el sector campesino. Conclusión: si más de 50% la población africana tiene menos de 18 años y representa 290 millones de seres humanos tenemos, por lo bajo, dos terceras partes de los jóvenes de ese continente que están relacionados, de una o de otra manera, con el trabajo cotidiano. Esta sería entonces, y con creces, la región del mundo donde los niños estarían en las peores condiciones. Pero es la región del mundo donde los adultos –sin emplear el condicional- están en la mayor miseria. Este mismo análisis de las cifras permitiría suponer que Asia tiene el menor porcentaje de niños trabajando (más o menos 5% sobre 3.400 millones de habitantes), y América Latina, con 30 millones –según las cifras oficiales- tiene un 6.5%. Pero estas cifras para América Latina son de 1998: desde entonces, la miseria no ha cesado de aumentar en la mayoría de los países y, sobre todo, no tienen en cuenta la espectacular y brutal entrada de Argentina en este triste cortejo planetario (1). Y, en fin, cuántos niños ni siquiera aparecen en las estadísticas: su trabajo no es pagado ni declarado por los patrones, trabajan en una empresa familiar o, simplemente, como la mayoría de las niñas que trabajan en el servicio doméstico, lo hacen como servidumbre o por otros motivos que las excluyen completamente del concepto "trabajo". En Nicaragua, por ejemplo, el Informe sobre Trabajo Infantil de 1997, organizado por ONGs nacionales, indica que 57% de los niños trabajadores están registrados en la categoría familiar "no remunerada", porque el dinero que aportan es administrado por un adulto. ¿Y Nicaragua en todo esto? Oficialmente, unos 320.000 niños y niñas trabajan en Nicaragua. Un especialista de INPRHU (2), la más antigua ONG nacional, dedicada especialmente a mejorar las condiciones de vida del entorno infantil, me aconsejaba, en entrevista, "multiplicar por dos la cifra". Yo, que vivo en este país, no tengo ningún reparo en aceptar el consejo. Esta ONG creó una base de operaciones en 1990 en la ciudad donde resido actualmente, Estelí (a 150 kms al norte de la capital). Es gracias a las investigaciones de terreno de INPRHU que existen ahora estudios y cifras regionales que muestran la pesada carga que llevan sobre sus espaldas los niños y niñas en la economía del Norte del país. En Nicaragua, 53% de la población total tiene menos de 18 años, es decir, 2.9 millones de personas. Aún cuando tomáramos como dinero contante y sonante la cifra de 320.000 infantes trabajadores, esto representaría 7% de la población total, y 11% de la población joven. Es decir que, en consonancia lógica con la situación de Nicaragua (y Haití) en el concierto latinoamericano de la miseria, los porcentajes correspondientes a la niñez suben en relación a la media continental. En un país como Francia, por tomar un ejemplo, con 56 millones de habitantes, esta relación sería de 3 millones. Como sabemos que su población joven es muy inferior a la de cualquier país empobrecido, el porcentaje aquí sería elevadísimo. Y ya hemos dicho que nuestra cifra de referencia debería ser multiplicada por dos. ¿Cómo viviría la sociedad francesa esto, si lo tuviera ante sus narices? Todo esto se corresponde con las condiciones de vida deplorables de Nicaragua, que no se pueden separar del contexto global. El 80% de la población está afectada por la pobreza, el analfabetismo, la enfermedad, la precariedad, la violencia. La deuda externa, como la de la mayoría de los países proveedores de materia prima, es absolutamente impagable en el esquema del orden económico actual. En ese esquema, 30 mil pequeños mueren de diariamente en el mundo por enfermedades curables y en los dos últimos años se han sumado 20 millones más de indigentes, según cifras de CEPAL. La mitad de los civiles muertos en las guerras de la última década eran niños y niñas, pero vemos que esto no detiene a Estados Unidos a la hora de poner en marcha su maquinaria bélica cuando su economía interna lo requiere. En este minúsculo país, con un promedio de más de 30% de la población infantil con desnutrición crónica -y picos de 40 y 50%- (3), cada recién nacido recibe, como regalito de bienvenida, una deuda individual de varios miles de dólares que aumenta cada día que pasa, pagable al FMI. No se vaya a creer que los líderes de los países ricos se espantan con semejante panorama: ésta es su creación. Mientras esto no "estalle", funciona. Para ellos, la miseria es ahistórica, siempre existió. Por lo tanto, no se resuelve, se administra. Notas y bibliografía – 1: Recordemos que Estados Unidos tampoco firmó la Convención de Ottawa, sobre prohibición de fabricaión de minas antipersonales, las cuales provocan decenas de miles de muertes anualmente, sobre todo de niños y niñas, aún mucho tiempo después de terminadas las guerras.
– 2. En Argentina, que potencialmente podría producir alimentos para unos 300 millones de personas, mueren diariamente unos 30 niños por desnutrición, según la prensa local.
– 3. INPRHU: Instituto de Promoción Humana, creado en 1966, sin fines lucrativos, de inspiración cristiana ecuménica.
– 4. Ver, por ejemplo, "Plantones de Matagalpa", donde se registraron en pocas semanas una docena de muertes infantiles.
– Le travail des enfants : terrain de luttes, M. Bonnet, ed Page deux, 199, Suiza.
– Regard sur les enfants travailleurs, M. Bonnet, op.cit.
– Plan estratégico nacional para la prevención y erradicación del trabajo infantil, gob. Nic, 2000.
– La participación, del derecho al hecho, INPRHU, Estelí, 2001.
– La deuda interna de Nicaragua, CODEN (Federación Coordinaroda de ONGs.
– Informe sobre Desarrollo Humano 2002, PNUD, Naciones Unidas.
– Informe 2002 de UNICEF (Internet)
– Les Identités Meurtrières, Amin Maalouf, Grasset, 1998
– Dos conferencias tomadas del Foro sobre Trabajo Infantil, organizado en Estelí por UNICEF y INPRHU, octubre de 2002: "La situación nacional de la niñez", por Carlos E. López, Procurador Especial de la Niñez Nicaragüense; "Política de UNICEF frente al trabajo infantil", por María Úbeda Castillo.
– Periódicos locales.
- No lo puedo evitar, contestó el Principito, todo confuso.
- Entonces, le dijo el rey, te ordeno bostezar.
Antoine de Saint-Exupéry En un tema como éste, no podemos pretender ser exhaustivos, sólo dar algunas pistas para una reflexión. Bastan algunas lecturas, observaciones y entrevistas sobre el problema del trabajo infantil en el mundo y salta a la vista lo vasto, complejo y perturbador, además, obviamente, de lo sórdido. No es tan simple como plantarse y gritar ¡No al trabajo infantil! Por un lado, las estadísticas son aproximativas y cambian al más mínimo sobresalto económico. Por el otro, los conceptos, incluso los más fundamentales como "infancia", "niñez trabajadora/niñez explotada" y aún "interés superior de los niños", no tienen unanimidad. Nótese, en este sentido, que uno de los documentos de protección infantil que más apoyo obtuvo en el mundo –la Convención Internacional de Derechos Infantiles, de 1989-, no fue ratificado por dos naciones: Estados Unidos y Somalia. Éste es, sin lugar a dudas, el único punto en común entre estos dos países. (1) Ciertamente, las motivaciones para que uno y otro haya rehusado la ratificación, son diametralmente opuestas. Si escarbáramos en esos motivos nos encontraríamos, precisamente, en el centro mismo de la complejidad de este problema: asuntos de tipo histórico, económico, comercial, político, cultural, que dividen a los países ricos y a los países empobrecidos. Y ahí, inevitablemente, estamos hablando de unos temas de mucho peso, difícilmente abordables en este artículo: herencia colonial, eurocentrismo, orden económico y división internacional del trabajo, hegemonía, capitalismo y su última versión, el neoliberalismo corporativista andando muy contento sobre el tren de la globalización. Se habla de todo esto cuando se habla del trabajo infantil. De entrada pues, hay que apartar la idea de que este tema pueda ser abordado exclusivamente desde una perspectiva moral o, peor aún, desde una doble moral. Por supuesto, que un niño –uno solo- se vea en la obligación de trabajar para asegurar su sobrevivencia y no tenga acceso a una formación digna y a los espacios lúdicos propios de su edad, es una vergüenza para toda la humanidad. Peri si ése niño es arrancado por decreto de su lugar de trabajo sin que se le dé el menor apoyo, se lo condena a una forma más terrible de existencia, y probablemente a la muerte. A propósito, he aquí un ejemplo reportado por uno de los mejores especialistas mundiales del trabajo infantil, Michel Bonnet: en 1992, el senador de Estados Unidos, Harkin Bill, presentó ante el Congreso un proyecto para prohibir la importación de productos fabricados con participación de niños. Bangladesh, en un arrebato de pánico, echó a la calle a unas 70.000 niñas menores de 15 años empleadas en empresas textiles. Estas muchachas, sin ninguna instrucción ni capacitación, fueron a parar de un día al otro a un medio social durísimo, entregadas a las peores formas de explotación infantil, con toda su estela de agresiones y enfermedades. La moral en Estados Unidos fue levantada en alto, las niñas de Bangladesh, hundidas en una miseria sin límites. He aquí otro caso. Durante la dictadura de Argentina, el militar gobernador de mi provincia de origen –Tucumán- había decretado que se erradicaría la miseria. Una de sus primeras medidas para lograr la "modernización" fue enviar camiones a la ciudad para recolectar, como basuras, a los niños mendigos y vendedores misérrimos, poniéndolos en la misma bolsa junto con "locos" y "anormales", niños, jóvenes y adultos. Por alguna razón que es todavía un misterio, estas escorias de la sociedad no fueron acribilladas por la metralla, el método habitual de ése momento, sino que fueron abandonados en un páramo desértico entre dos provincias, en plena noche invernal, Estos hechos fueron registrados en la película "La Redada". Aquí, en Nicaragua, más recientemente, tuvo lugar bajo el gobierno de Arnoldo Alemán, una iniciativa similar para "mejorar la imagen de la capital y favorecer el turismo": prohibir, aumentando la fuerza policial, la presencia de niños miserables en las calles y avenidas más frecuentadas. ¿Es necesario decir que tanto en Argentina como en Nicaragua, como en toda América Latina, las condiciones generales de vida de las poblaciones pobres no han hecho otra cosa que agravarse en las últimas décadas ultraliberales? Para hacerle frente a esta hecatombe social, las posiciones más osadas de las ONGs que trabajan en el terreno con los niños, comienzan a jalonar el debate conceptual sobre "niño explotado" y "niño trabajador". Tema para debate, como mínimo. Y la Convención de 1999 de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), parece seguirles el paso, al definir "las peores formas de trabajo infantil" exigiendo al mismo tiempo su abolición inmediata. Uno puede preguntarse si es por la urgencia de enfrentar "lo más grave" lo que empuja a la OIT a redefinir, o si hay una súbita toma de conciencia de la enormidad de los objetivos trazados anteriormente, definidos como "trabajo infantil", o incluso el reconocimiento –tímido- que puede haber otro enfoque cultural del problema, digamos menos "occidental". En todo caso, esto demuestra que el barco navega en un mar agitado, corrigiendo constantemente su norte. En efecto, en los países empobrecidos, más allá del problema de base que es la miseria generalizada, los actores –los niños y sus familias- tienen una visión "realista" que no siempre encaja con el modelo tradicional de la escuela como instrumento privilegiado de educación para la vida. En primer lugar, porque los niños de las zonas urbanas "completan" su formación aliando escuela y trabajo (y se salen así de las estadísticas). Dicho de otra manera, la imposibilidad de poder contar exclusivamente con le escuela como un medio para garantizar un futuro profesional empuja a los padres –y también a los propios niños- a buscar un "aprendizaje concreto" e inmediato. En segundo lugar, en las zonas rurales, se observa una inadecuación entre los contenidos escolares en función del entorno real y además hay una tradición de explotación familiar de la tierra. El campesino, en particular, que jamás ve los resultados concretos de las promesas electorales, que es la primera víctima de las crisis económicas del país y otros ajustes fondomonetaristas, no tiene muchas razones para creer en una escuela que le es propuesta por citadinos. Esto, en el caso de que existiera una escuela en su sector, ya que por lo general los gobiernos no tienen los recursos o la voluntad política de crear condiciones para la escolaridad de los niños campesinos. Y aún si hubiese una escuela, habría que garantizar que los niños tengan los materiales escolares y la salud necesaria para asistir. Se han visto en Nicaragua "programas de desarrollo" que consisten en construir escuelas que actualmente están abandonadas, vacías: no hay dinero para pagar maestros, los padres no tienen para asumir los gastos de escuela, los niños tienen carencias nutricionales tales que no podrían soportar las horas de concentración para el aprendizaje, ciertas comunidades se encuentran a varias horas –a pie- de dichos centros... Por estas razones tampoco se puede comenzar culpabilizando a las familias por el ausentismo, o por la práctica generalizada de trabajo-escuela. Cuanto más es pobre un país, más hay niños trabajando. Cuanto más es pobre el país más le cuesta a la educación tradicional "estar a la altura" del desafío. Y cuanto más floreciente es el "mercado" de mano de obra infantil, más aumenta el número de niños explotados en las peores formas de trabajo. A veces se muestra la explotación sexual infantil como un fenómeno "transversal", que afectaría a todas las sociedades sin reparar en clases sociales ni condiciones económicas. A mi juicio, no hay que confundir la práctica execrable de perversiones de ciertos individuos dentro de instituciones educativas o religiosas, con el lucrativo comercio sexual infantil que se realiza en detrimento de los niños más desposeídos de los países empobrecidos, en beneficio –precisamente- de personas de los países ricos. El primer problema es de orden moral, el segundo, de orden moral y económico. En realidad, siendo los niños los más débiles, los más vulnerables y los más dependientes de la sociedad, son las primeras víctimas de todas las situaciones extremas que vive cualquier país. Están las guerras, pero también las hambrunas, las epidemias, los cataclismos naturales. A pesar de esto, por cualquier camino se desemboca, siempre, en considerar el orden económico internacional. Una sola cifra bastaría para ilustrarlo: los países ricos invierten seis veces más en proteger sus economías, en subvenciones a su agroexportación y en mecanismos de control de los mercados internacionales (llamados "libres"), que lo que invierten en el desarrollo de los países empobrecidos. Y buena parte de esta inversión se hace por la vía de la cooperación, que tiene inevitables condicionamientos futuros. Pero, aquí también, serían necesarias otras páginas para ser más explícito. Sin embargo, a continuación podemos mirar en cifras el panorama general del trabajo infantil en el mundo. Si contrastamos las cifras de la OIT sobre trabajo infantil mundial, que son aproximativas (muchas razones falsean la recolección de la información), con las del último Informe Sobre Desarrollo Humano, del PNUD, nos damos cuenta de que, globalmente, los dos cuadros coinciden en sus contornos principales. Sobre los 250 millones de niños entre 5 y 14 años que se supone trabajan en todo el mundo (número muy por debajo de la realidad, según varios especialistas), 61% viven en Asia, 32% en Africa y 17% en América Latina y el Caribe. Analizando esos porcentajes nos damos cuenta de que el 32% que concierne a Africa representa unos 80 millones de niños, es decir, 14% de su población total. Y esto, sin tener en cuenta esta apabullante precisión que aporta Michel Bonnet: esos millones de niños "están enrolados en una actividad principal (ya que) más de cien millones están relacionados con el trabajo." Y agrega que "ciertas investigaciones hacen pensar que estas cifras representan mínimos". Esto porque, según explica, se excluye de las estadísticas oficiales el trabajo doméstico (niñas), las empresas familiares y el sector campesino. Conclusión: si más de 50% la población africana tiene menos de 18 años y representa 290 millones de seres humanos tenemos, por lo bajo, dos terceras partes de los jóvenes de ese continente que están relacionados, de una o de otra manera, con el trabajo cotidiano. Esta sería entonces, y con creces, la región del mundo donde los niños estarían en las peores condiciones. Pero es la región del mundo donde los adultos –sin emplear el condicional- están en la mayor miseria. Este mismo análisis de las cifras permitiría suponer que Asia tiene el menor porcentaje de niños trabajando (más o menos 5% sobre 3.400 millones de habitantes), y América Latina, con 30 millones –según las cifras oficiales- tiene un 6.5%. Pero estas cifras para América Latina son de 1998: desde entonces, la miseria no ha cesado de aumentar en la mayoría de los países y, sobre todo, no tienen en cuenta la espectacular y brutal entrada de Argentina en este triste cortejo planetario (1). Y, en fin, cuántos niños ni siquiera aparecen en las estadísticas: su trabajo no es pagado ni declarado por los patrones, trabajan en una empresa familiar o, simplemente, como la mayoría de las niñas que trabajan en el servicio doméstico, lo hacen como servidumbre o por otros motivos que las excluyen completamente del concepto "trabajo". En Nicaragua, por ejemplo, el Informe sobre Trabajo Infantil de 1997, organizado por ONGs nacionales, indica que 57% de los niños trabajadores están registrados en la categoría familiar "no remunerada", porque el dinero que aportan es administrado por un adulto. ¿Y Nicaragua en todo esto? Oficialmente, unos 320.000 niños y niñas trabajan en Nicaragua. Un especialista de INPRHU (2), la más antigua ONG nacional, dedicada especialmente a mejorar las condiciones de vida del entorno infantil, me aconsejaba, en entrevista, "multiplicar por dos la cifra". Yo, que vivo en este país, no tengo ningún reparo en aceptar el consejo. Esta ONG creó una base de operaciones en 1990 en la ciudad donde resido actualmente, Estelí (a 150 kms al norte de la capital). Es gracias a las investigaciones de terreno de INPRHU que existen ahora estudios y cifras regionales que muestran la pesada carga que llevan sobre sus espaldas los niños y niñas en la economía del Norte del país. En Nicaragua, 53% de la población total tiene menos de 18 años, es decir, 2.9 millones de personas. Aún cuando tomáramos como dinero contante y sonante la cifra de 320.000 infantes trabajadores, esto representaría 7% de la población total, y 11% de la población joven. Es decir que, en consonancia lógica con la situación de Nicaragua (y Haití) en el concierto latinoamericano de la miseria, los porcentajes correspondientes a la niñez suben en relación a la media continental. En un país como Francia, por tomar un ejemplo, con 56 millones de habitantes, esta relación sería de 3 millones. Como sabemos que su población joven es muy inferior a la de cualquier país empobrecido, el porcentaje aquí sería elevadísimo. Y ya hemos dicho que nuestra cifra de referencia debería ser multiplicada por dos. ¿Cómo viviría la sociedad francesa esto, si lo tuviera ante sus narices? Todo esto se corresponde con las condiciones de vida deplorables de Nicaragua, que no se pueden separar del contexto global. El 80% de la población está afectada por la pobreza, el analfabetismo, la enfermedad, la precariedad, la violencia. La deuda externa, como la de la mayoría de los países proveedores de materia prima, es absolutamente impagable en el esquema del orden económico actual. En ese esquema, 30 mil pequeños mueren de diariamente en el mundo por enfermedades curables y en los dos últimos años se han sumado 20 millones más de indigentes, según cifras de CEPAL. La mitad de los civiles muertos en las guerras de la última década eran niños y niñas, pero vemos que esto no detiene a Estados Unidos a la hora de poner en marcha su maquinaria bélica cuando su economía interna lo requiere. En este minúsculo país, con un promedio de más de 30% de la población infantil con desnutrición crónica -y picos de 40 y 50%- (3), cada recién nacido recibe, como regalito de bienvenida, una deuda individual de varios miles de dólares que aumenta cada día que pasa, pagable al FMI. No se vaya a creer que los líderes de los países ricos se espantan con semejante panorama: ésta es su creación. Mientras esto no "estalle", funciona. Para ellos, la miseria es ahistórica, siempre existió. Por lo tanto, no se resuelve, se administra. Notas y bibliografía – 1: Recordemos que Estados Unidos tampoco firmó la Convención de Ottawa, sobre prohibición de fabricaión de minas antipersonales, las cuales provocan decenas de miles de muertes anualmente, sobre todo de niños y niñas, aún mucho tiempo después de terminadas las guerras.
– 2. En Argentina, que potencialmente podría producir alimentos para unos 300 millones de personas, mueren diariamente unos 30 niños por desnutrición, según la prensa local.
– 3. INPRHU: Instituto de Promoción Humana, creado en 1966, sin fines lucrativos, de inspiración cristiana ecuménica.
– 4. Ver, por ejemplo, "Plantones de Matagalpa", donde se registraron en pocas semanas una docena de muertes infantiles.
– Le travail des enfants : terrain de luttes, M. Bonnet, ed Page deux, 199, Suiza.
– Regard sur les enfants travailleurs, M. Bonnet, op.cit.
– Plan estratégico nacional para la prevención y erradicación del trabajo infantil, gob. Nic, 2000.
– La participación, del derecho al hecho, INPRHU, Estelí, 2001.
– La deuda interna de Nicaragua, CODEN (Federación Coordinaroda de ONGs.
– Informe sobre Desarrollo Humano 2002, PNUD, Naciones Unidas.
– Informe 2002 de UNICEF (Internet)
– Les Identités Meurtrières, Amin Maalouf, Grasset, 1998
– Dos conferencias tomadas del Foro sobre Trabajo Infantil, organizado en Estelí por UNICEF y INPRHU, octubre de 2002: "La situación nacional de la niñez", por Carlos E. López, Procurador Especial de la Niñez Nicaragüense; "Política de UNICEF frente al trabajo infantil", por María Úbeda Castillo.
– Periódicos locales.
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