Los "nuevos" defensores del modelo

En el ojo de la tormenta

26/05/2003
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Algunos defensores criollos del modelo neoliberal, no explican que el mismo es de aplicación sistemática en los países de la periferia de EE.UU., el que se contenta internamente con la continuada utilización de un neokenesyanismo modernizado. Esos "teóricos" entienden que el fracaso del modelo, fenecido en la Argentina y que sigue resquebrajándose en Uruguay, está en diferencias esenciales de las dos lamentables "experiencias". Entienden que el derrumbe en un lado y el paulatino deterioro en el otro, se vincula a procesos distintos. El primero (caso argentino) es el resultado de la corrupción, dicen, que se vivió en el país hermano y el segundo (caso uruguayo), en razón de contingencias externas a las que les atribuyen todos los males. Ahora que Néstor Kirchner es el nuevo presidente argentino, quién se ha manifestado - para horror de algunos economistas que siguen aspirando a algún cargo en un organismo internacional de crédito - como un neokeneysiano convencido e Inacio Lula Da Silva da sus primeros pasos para quebrarle el espinazo al modelo, de este lado del Río de la Plata los integrantes del equipo económico, los mismos que timonearon el barco del país en el rumbo más peligroso y dirigiéndolo al centro de la tormenta, siguen al firme manejando el timón sin haber advertido que los vientos en la región han cambiado. Por supuesto que equivocan tozudamente lo indicado en la bitácora básica, que aconseja un rápido golpe de timón que modificaría el signo que hoy sigue provocando destrucción de riqueza. Deberían aceptar, por los menos, que los vientos han cambiado, modificando el derrotero hacia uno parecido al que se evidencia en la región donde comienza a jugar de nuevo un papel protagónico el MERCOSUR. Es verdad que el presidente Jorge Batlle en algunos aspectos ha modificado su discurso pero eso es muy poco, cuando es necesaria una política de reactivación interna que está muy lejos de alcanzarse, pese a las ventajas comparativas que está viviendo el país producto del atraso cambiario que sufren los países vecinos. Y ello ocurre porque el grupo de hombres que está al frente de la economía, con solo algunas excepciones, son simples partiquinos de los organismos multinacionales de crédito, en especial el FMI., y actúan en consecuencia. Los paradigmas y el modelo Con el advenimiento del neoliberalismo como modelo económico, abriendo la sociedad a una competencia tangible por los bienes materiales, se fueron modificando los paradigmas individuales y colectivos. Se desembocó en la última parte del siglo XX en lo que es el denominador común de todas las sociedades en que se ha intentado ese camino tan extranjerizante como excluyente. Se desencadenó, en el marco de un proceso con altos niveles de corrupción, una sangrienta y brutal lucha por la apropiación del ingreso, la que se manifestó en forma dramática en la Argentina, en que Uruguay, obviamente, tampoco ha quedado fuera de sustancia. Una profundización de un proceso implacable de extrasión de riqueza que no solo afectó a los asalariados sino también a la burguesía nacional. No en vano la destrucción de riqueza, medida en el año de la más profunda crisis (2002), determinó una perdida medida en la caída del Producto Bruto Interno superior a los 10 mil millones de dólares. En la primera parte de este siglo pasado – para manejar una serie de ejemplos – el objetivo paradigmático de nuestros mayores y de algunas generaciones subsiguientes, que se derramaba indistintamente en las distintas clases sociales, era ir construyendo la imagen del buen padre de familia, trabajador, honrado y sobrio en su conducta. La pobreza austera era un elemento que se llevaba con orgullo y los valores que la sociedad premiaba eran muy distintos a los de hoy. Era austero el industrial, el productor agropecuario, el comerciante, los empleados, los obreros. La ostentación de riqueza, pese a que nuestro país tuvo períodos de "vacas gordas", no era de buen recibo. El desarrollo del hombre, como unidad individual y de la sociedad, como expresión colectiva, eran fundamentos de una comunidad que se afirmaba en sus valores democráticos. Era evidente la seriedad del trabajador común que más allá de la lucha por sus reivindicaciones, con una conducta intachable se esforzaba para llevar el pan a su casa y educar a sus hijos en los valores republicanos, dentro de una moral con clara influencia del cristianismo, más allá de que muchos optaran por posturas para nada confesionales (anarquistas, marxistas, batllistas, etc.) El ejemplo de la austeridad Los líderes de esa etapa del país mostraban con su ejemplo de vida, en el marco de una sociedad de construcción inmigratoria aluvional, lo que era el paradigma que se alimentaba en esa época. José Batlle y Ordóñez fue un ejemplo de austeridad republicana, así como su alterego político, algo más joven, pero también ejemplo de modestia, austeridad y sentido común, como fue el nacionalista Luis Alberto de Herrera. Si enfrentamos la realidad de ese pasado no muy alejado de nuestra actualidad - pues un siglo de distancia no es mucho en la historia - con lo que está resaltando por estos días, podemos advertir la profundidad de una crisis social que fue deteriorando las bases mismas de la convivencia. Que un ladronzuelo corrupto, de guante blanco, perseguido por nuestra escuálida justicia, esté viviendo de manera ostentosa en Miami, no solo es una afrenta para los organismos de seguridad que debieran detenerlo, sino una demostración del nivel de mediocridad de esos señores. Roban para ser participes de una vida rumbosa, vacía de contenido. Personajes, delincuentes, que son deshonrados por todos, incluso por los representantes del poder globalizado que, en ocasiones los utilizan, pero que continuamente desprecian. Lujos pagados con dinero robado, cientos de millones de dólares, de una institución financiera que prácticamente les fue regalada al grupo que la vació por uno de nuestros gobiernos. Lujos afrentosos e indignos que los uruguayos estamos pagando a ese siniestro personaje con facturas que deberemos cubrir entre todos, mientras muchos conciudadanos, agredidos por la claudicación del modelo, viven el drama del hambre y la expresión de la más impía pobreza. Una cuenta muy onerosa para un pueblo empobrecido, golpeado por la crisis, que sufre un proceso de marginación más que dramático. También indigna que varios de los cómplices de una de las mayores estafas cometidas en el país, también responsables de las maniobras del Banco Comercial, sean procesados sin ser completada la sentencia con un período de prisión ejemplarizante que muestre que en este país, por lo menos en esta ocasión, esas expresiones corruptas propias de una cultura impuesta por el neoliberalismo rampante, comienzan a desvirtuarse en un intento de reestructuración de los valores. Algunas décadas atrás era de recibo ser un buen artista, un músico de nota, un pintor, un buen padre de familia (veamos el crédito social que obtuvieron "post mortem" los llamados "impresionistas", todos ellos humildes caballeros que murieron no disfrutando el imperecedero éxito de su arte, sino en el marco de una pobreza franciscana. Lo que valió fue su obra, su maravillosa creación, no los frutos materiales resultantes de la misma). Reflejos parecidos tuvimos en nuestra sociedad: recordemos a Florencio Sánchez, nuestro principal dramaturgo, a Juana de Ibarburú, a Roberto Ibáñez y a otros tantos. Pensemos en las veladas culturales que nuestros prohombres de principios de siglo realizaban en el marco de algunos cafés, como el Tupí Nambá, donde se construía belleza y paralelamente se discutían las bases que conformarían luego los cimientos fundamentales de la cultura del país, sin medir las monedas que unos y otros tenían en sus bolsillos. Analicemos, por ejemplo, el trabajo que realizan científicos y técnicos, que tratan de multiplicar el conocimiento en el país, que viven apreturas económicas insólitas. Mientras tanto, grupos de zánganos vinculados a la política viven sus escandalosos "acomodos" en el servicio exterior cobrando sueldos alejados de la realidad uruguaya. Y no olvidemos nunca a los banqueros. Verdaderas mafias atadas a los conglomerados políticos tradicionales que, obviamente, serán uno de los escollos que tendrá cualquier futuro gobierno que quiera modificar este aberrante estado de cosas. El capitalismo como sistema y el neoliberalismo como modelo, han cambiado los paradigmas que movilizaban a las sociedades. Hoy se compite por la riqueza y con la riqueza y la sociedad, por la deformación cultural impuesta por el mismo modelo, se resquebraja en sus lineamientos solidarios. El objetivo de los individuos es competir con buenas y malas artes para multiplicar los bienes terrenales, sea como sea. Los valores morales no importan, tampoco los lineamientos éticos. En la Argentina las deformidades del modelo comenzaron a mostrar en su momento como una sociedad había sido impregnada en su ideología y que, en lugar de repudiar a los ladrones, a los corruptos, los comenzó a alabar e, incluso, a darles lugares en las más altas esferas de la decisión. El proceso vivido con menemismo, en este sentido, es aleccionante. Lograron –según el paradigma impuesto por los mentores del neoliberalismo- lo que los buenos padres de familia de antaño no querían y repudiaban. La ostentación de la riqueza, traspasando esa imagen al resto de la sociedad que buscó en el logro material de los individuos la realización general de una sociedad que, sin entenderlo, comenzó a destruirse. La corrupción implícita La corrupción está implícita en el neoliberalismo como modelo, midiéndose a las personas por sus logros materiales no por sus cualidades humanas, morales o éticas. Entonces que no se diga que en la Argentina el neoliberalismo fracasó por la alta dosis de corrupción allí existente, pues la misma es una consecuencia del modelo. Alta dosis de corrupción que también se ha explicitado en Uruguay. No funcionó porque puso la economía al servicio del gran capital financiero, que destruyó la riqueza nacional creando los mecanismos perversos, destinados a la exclusión a mansalva de sectores, logrando el triste récord de que hoy el 53 por ciento de la población argentina se encuentre por debajo de la línea de la pobreza. Una crisis brutal en que tuvo un papel de primera importancia la caída del mercado interno, proceso que derrumbó a miles de empresas que no pudieron soportar un achique de consecuencias impensables. Un derrumbe nacional fue impulsado por la gigantesca transferencia de ingreso hacia el exterior, por sectores poderosos vinculados al sistema todos ellos representantes del volátil capital financiero multinacional. El llamado "corralito" no es un engendro del cavallismo, sino el desborde final de un modelo agotado que, cayendo en el abismo, fue capaz de intentar expropiar ahorros, sueldos y prestaciones jubilatorias, depositadas en el sistema financiero. El estertor final, la demostración palpable de una sociedad capaz de violentar hasta el máximo los lineamientos jurídicos, base de la convivencia, y culturales, para continuar con el mismo proceso de acumulación de riqueza, cada vez en menos manos. Otro estertor final Lo ocurrido allí no fue muy distinto a lo concretado por el gobierno de Batlle, que además de establecer también un "corralito" para ahorristas e inversores los que, todavía, no saben si alguna vez cobrarán las deudas que reclaman, cometió el imperdonable desatino de hipotecar al país para financiar a los mismos banqueros que, en retirada, se robaban el dinero depositado. Algunos de estos señores todavía siguen sin mácula, aunque no hagan nada para pagar sus deudas con el país y la gente. Sectas foráneas, encabezadas por extraños personajes con aire místico, pero de estilo mafioso, que utilizaron los beneficios dados por los distintos gobiernos, para utilizar el dinero depositado en sus bancos en beneficio de sus empresas y para enriquecer a sus dirigentes. Otros, elegantes y desafiantes, que lograron en halago de todo un sector de nuestra sociedad que, casi, los endiosó. No en vano algunos de los que robaron a mansalva cientos de millones de dólares, mientras cometían sus tropelías ostentaban cargos al frente de la Asociación de Bancos y, todavía, osaban delinear políticas destinadas a responsabilizar de las sucesivas crisis al sindicato de los trabajadores del sector. A esta altura ya no es de recibo que alguien siga diciendo que en la crisis uruguaya el determinante esencial fue el factor externo. Lo ocurrido de un lado y otro del Río de la Plata son procesos paralelos de deterioro, en los que influyó la índole de un modelo rapiñador de la riqueza que, además, instauró paradigmas que solo se pueden alcanzar en base a la acción corrupta. * Carlos Santiago. Secretario de redacción de Bitácora. Uruguay.
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