Al compás de la agudización de la crisis capitalista
El ocaso de Estados Unidos
03/12/2010
- Opinión
Decadencia: El G-20 entorpece la consolidación de nuevos centros de poder y de otras monedas que reemplacen al dólar. Pero no logra imponer un “nuevo orden mundial”, bajo comando estadounidense. La crisis interna socava el dominio bipartidista. Y la lucha por los mercados mundiales enfrenta a los socios-enemigos. Es el fin de la hegemonía. La Casa Blanca puede confiar sólo en su superioridad militar, mientras retrocede en todos los terrenos. Reaparición de la recesión en Europa, derrota electoral de Obama, deslizamiento hacia el fascismo, son otros tantos signos de la caída.
Barack Obama citó el 18 de noviembre a una reunión de los dos partidos en la Casa Blanca. Los titulares de las bancadas recientemente electos estaban invitados a una cena de gala, donde el Presidente proponía discutir “cómo llevar adelante la agenda del pueblo americano”. Los republicanos no asistieron. Es mucho más que un desaire. Es la expresión insolente de un hecho crucial: la fractura de las clases dominantes. Estados Unidos afronta una crisis política.
Esa grieta en la burguesía imperial más poderosa se extiende como si un terremoto rasgara el territorio sobre el que se asienta el capital en todo el planeta. Y traslada la crisis política estadounidense a las relaciones de fuerza a escala mundial. Por eso fracasó la cumbre del G-20 en Seúl; por eso dieron resultado negativo las cumbres de la Apec inmediatamente después y la posterior con la Unión Europea, el 19 y 20 de noviembre último. En esta última, Gran Bretaña y Alemania encabezaron el rechazo de la Europa liberal a los llamados de la Casa Blanca para sostener la economía con más gasto público, mientras detonaba un nuevo incendio financiero en Irlanda y reaparecían los temores a la reacción en cadena, al pasaje de la UE de crecimiento cero otra vez, a la recesión y al impacto sobre la propia economía estadounidense.
El debilitamiento político interno de Obama se expresa en su verdadera naturaleza y magnitud en el saldo efectivo de esas recientes cumbres del poder máximo: Estados Unidos ya no es la fuerza hegemónica, indiscutible, en los cenáculos donde el capital discute cómo afrontar la crisis que amenaza su estabilidad y su existencia misma.
Sólo en la Otan pudo Obama imponer su voluntad y disciplinar a los aliados-enemigos. Ya en 1999, al celebrar el medio siglo de existencia de esta organización militar creada para enfrentar la amenaza soviética en Europa, había ocurrido un hecho revelador, de extraordinaria trascendencia, aunque relegado por analistas y académicos: reunida por primera vez en Washington, la Otan extendió su radio de acción del Atlántico Norte al mundo entero. Dicho de otro modo: las fuerzas armadas europeas se subordinaron formalmente al mando estadounidense para operar en cualquier lugar del planeta donde Washington lo estimare necesario.
Ahora, en Lisboa, se ha dado un paso más: “Acordamos (con Rusia) cooperar en la defensa misilística, lo cual convierte una fuente de tensiones en el pasado en una potencial cooperación contra amenazas compartidas”, dijo Barack Obama al terminar la reunión. Y agregó: “Vemos a Rusia como socio, no como adversario”. En la misma cuerda sonó la voz de Angela Merkel, después de haber desafinado cuando en representación de la UE se opuso a la estrategia económica implementada por Obama: “esto prueba que la guerra fría finalmente terminó”, se felicitó la premier alemana.
Esgrimiendo su único éxito en los últimos dos meses, Obama se jactó de haber logrado “un apoyo masivo de nuestros aliados para el acuerdo Start, un componente crítico de la seguridad estadounidense y europea”. En abril pasado Washington y Moscú firmaron el compromiso de reducir a 1.550 el número de ojivas nucleares estratégicas. Pero ahora el paso consistió en integrar a Rusia a la construcción de un arma que, hasta el momento, fue motivo de irreductible confrontación entre ambos países: un escudo anti misiles emplazado en el extremo oriental de Europa Central, es decir, con la capacidad de neutralizar todo el poderío atómico ruso frente a las fuerzas de la Otan. “Tenemos muchos planes; trabajaremos en varias áreas, incluido el sistema de defensa misilística europeo”, declaró el presidente Dmitri Medvedev, quien aclaró que los detalles debían ser estudiados y analizados en Moscú antes de formalizar el acuerdo. Y agregó: “El esquema sólo puede redundar en favor de la paz si es universal”.
El éxito de Obama en la Otan es relativo, no sólo por los condicionamientos adelantados por Medvedev, que a su vez suponen una ardua discusión interna en la Federación Rusa. Ante todo importa el hecho de que la sucesión de reveses políticos (derrota en la elección interna, impotencia en el G-20, fracaso en la Apec, abrumadora oposición de los socios-enemigos en la UE) no son atribuibles a un presidente, sino al sistema mismo, incapaz de salir de la trampa recesiva y apelando a medidas que, a medio término, agravan el descontrol de la economía más grande del mundo. “No terminó”, dice con seca contundencia el título de un editorial de The New York Times del 18 de noviembre pasado, refiriéndose a la recesión. Por una vez, se puede coincidir sin reparos en una nota de opinión del órgano mayor del capitalismo.
Fiasco en el G-20
Esa realidad crudamente descripta exigió la adopción de medidas que anularon toda expectativa en la reunión del G-20 en Seúl. En la víspera, la Reserva Federal (FED) anunció que “para aumentar el ritmo de la recuperación económica (...) decidió expandir su tenencia de instrumentos securitizados (...) y buscará comprar 600 mil millones de dólares en títulos a mediano y largo plazo (...) hasta el final del segundo trimestre de 2011, a un ritmo de 75 mil millones de dólares por mes”. Sumada la recompra de activos con vencimiento mensual, el monto asciende a unos 110 mil millones, que al cabo de los ocho meses previstos alcanzan una cifra próxima a los 900 mil millones de dólares. Otro alud de dólares sin respaldo lanzado al océano de la crisis.
Con esta maniobra Estados Unidos devalúa para abaratar sus productos, ganar mercados extranjeros, exportar más y “traer trabajo a casa”. En una nota de opinión escrita tras la derrota electoral y difundida por la prensa mundial antes de partir rumbo al lejano Oriente, Obama explicó: “Necesitamos reconstruir bases nuevas y más sólidas para el crecimiento económico”. ¿Cuáles son esas bases? Lo resume en una línea: “Decidí fijar el objetivo de duplicar las exportaciones en los próximos cinco años (...) El mayor desafío de nuestro tiempo es asegurarnos de que Estados Unidos esté dispuesto a competir por los empleos e industrias del futuro”.
Competir. Disputar. Pelear por consumidores. Aumentar exportaciones a todo el mundo y muy especialmente allí donde hay mayor capacidad adquisitiva: la UE. A los socios menores, para conquistarlos, Obama les ofreció puestos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, como quien dispone dónde se sientan los invitados a una cena en su casa. La novedad es que ahora hasta sus íntimos rechazan la invitación...
La gira por Japón, India e Indonesia siguió al anuncio monetario y sepultó de antemano cualquier posibilidad de acuerdo en Seúl. Con sutil capacidad para el ocultamiento, la gran prensa denominó a esto “guerra de divisas”. Lo es, por cierto. Pero detrás está la guerra comercial, la lucha encarnizada por los mercados. Y ésta ocurre porque en el mundo hay sobreproducción de bienes y mercancías mientras cada día cae más la demanda agregada global. “Guerra de divisas” es el sobrenombre hipócrita endilgado al fantasma innombrable. Sobrecapacidad de producción, caída de la demanda, puja mortal entre los grandes productores... En esto consiste, exactamente, la crisis estructural del sistema. Por eso China, Japón, Rusia, Alemania y Brasil, entre otros, condenaron inmediatamente la maniobra de la FED. El director general del departamento Internacional del Ministerio de Finanzas chino, Zheng Xiaosong, dijo que era “irracional y poco realista” esperar que las economías emergentes eleven su demanda para resolver los “desequilibrios” económicos. Impávido, al aterrizar en Seúl horas después de manipular su propia moneda, Obama respondió con una apología del libre mercado: “Es importante que China, de manera gradual, haga una transición hacia un sistema de divisas basado en el mercado”.
Pronósticos elocuentes
Un mes atrás el Fondo Monetario Internacional estimó un crecimiento global del 4,2% en 2011. Días después el economista jefe de esa organización, Olivier Blanchard, redujo aquel pronóstico a “entre 3% y 4%”. Las economías desarrolladas crecerían entre el 1% y el 2%, mientras los países emergentes lo harían en un rango de entre 6% y 8%. También consideró que las tasas de desempleo seguirán siendo altas en 2011 y 2012 en los centros capitalistas. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde), en su informe “Previsiones económicas y de política monetaria”, advirtió también “nuevos síntomas de ralentización” que se harán notar en 2011, como así también niveles de déficit y deuda “insostenibles”. Para la Ocde sus países miembros crecerían entre el 2% y el 2,5% en 2011, tasa menor a la de 2010.
¡Aquellos eran buenos tiempos! El fracaso del G-20 puso un límite a la ya escasa posibilidad de recuperación de Estados Unidos. Y de inmediato vino la nueva amenaza en la UE, con la quiebra de Irlanda y su onda expansiva sobre el viejo continente, que a su vez afecta la posibilidad de reactivación de la primera economía mundial.
Primera... por ahora. Porque si las proyecciones del FMI se mantienen, en siete años el PBI del viejo G7 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia y Canadá), será similar al de un nuevo G7, compuesto por el Bric (Brasil, Rusia, India y China) mas Corea del Sur, Turquía e Indonesia. China podría desplazar a Estados Unidos como primera economía mundial en 2016 e India a Japón como tercera en 2012.
No hace falta esperar tanto: sólo tres de los países del G7 histórico –Estados Unidos, Japón y Alemania– se mantendrán entre las primeras siete economías al terminar el año. El Bric aportará los otros cuatro integrantes, porque Rusia y Brasil terminarán de relegar a Francia y Gran Bretaña si se cumple lo pronosticado por el FMI.
Si en 1990 el G7 concentraba el 55,82% del PBI mundial, en 2009 su participación había caído al 40,8% y, según las estimaciones del FMI, se reducirá al 36% en 2015. Para ese año los otros siete países mencionados (Bric, Indonesia, Turquía y Corea del Sur) contarían por el 33.7% de la economía mundial. Y de mantenerse las tendencias, en 2017 rebasarían al antiguo G7.
Estados Unidos no se resigna, desde luego. Frente a China, mueve incontables hilos diplomáticos, políticos, conspirativos y militares, tras la estrategia utilizada por el Departamento de Estado, con Zbigniew Brzezinsky a la cabeza, frente a la antigua Unión Soviética: la implosión del gigante asiático; su desarticulación en cantidad de repúblicas. Por el momento, semejante perspectiva excede las posibilidades de Estados Unidos: no sólo porque su endeudamiento total asciende a 58 millones de millones de dólares (algo así como la totalidad del PBI mundial en 2009) y uno de sus grandes acreedores es, precisamente, China; sino principalmente porque Washington ha perdido la iniciativa política a escala planetaria.
Más aún: en el mundo de hoy, como si distara varios siglos de 1990, el arma más poderosa que empleó el capitalismo occidental contra la Unión Soviética, la idea de democracia, está mellada e inservible. En Estados Unidos crece la irracionalidad fascista, el racismo, el odio a los extranjeros, que ya predominan en detrimento de los Wasp (white, anglo saxon, protestant –blanco, anglosajón, protestante), clasificación otrora dominante y altanera, que debe tragarse ahora la afrenta de verse exigida a elegir un presidente negro. En Europa avanza la ultraderecha y proliferan los grupos neonazis, a la par de crecientes movilizaciones juveniles que repudian la caricatura de democracia liberal que los margina y oprime. En el resto del mundo, en cada lugar donde hay una rebelión contra la opresión y la miseria, la bandera no es la de la democracia capitalista simbolizada en la estatua de la Libertad emplazada en Nueva York. El mundo busca otro emblema. Y lo está modelando.
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G-20: el león parió un ratón
Dos comunicados emitidos tras la reunión del G-20 en Seúl plantean la necesidad de un compromiso mundial para mejorar la cooperación multilateral y así resolver la crisis económica. La Declaración de Líderes y el Documento de la Cumbre admiten la existencia de “riesgos” por el alto nivel de desempleo y la lenta recuperación económica de muchos países. Pero elogian medidas pasadas: “Nuestros coordinados estímulos fiscales y monetarios sin precedentes rescataron a la economía mundial del borde de una depresión”.
Lo más significativo es el Plan de Acción de Seúl: “Vamos a avanzar hacia sistemas de tipos de cambio más determinados por el mercado y aumentar su flexibilidad para reflejar los fundamentos económicos subyacentes y evitar devaluaciones competitivas de las monedas”, se comprometen los presidentes. Por el momento las medidas unilaterales van en sentido contrario. El plan reafirma el “compromiso con el libre comercio”, considerado “fundamental para la recuperación mundial”; “los países resistirán el proteccionismo bajo todas sus formas”, aclaran, mientras por una u otra vía cada uno actúa en sentido inverso.
La responsabilidad de “implementar plenamente las nuevas normas de capital y liquidez para los bancos” y la reforma del Fondo Monetario Internacional (FMI), que le dio a países como China y Brasil mayor peso de decisión en el organismo (ganarán hasta un 6% de voto) son las únicas medidas concretas que se traducen de los comunicados. En otro punto del documento, el G-20 asegura que desarrollará, con apoyo técnico del FMI, “guías indicativas” para identificar desequilibrios comerciales importantes que “requieran acciones preventivas y correctivas”.
“Hemos acordado seguir trabajando en reformas de regulación financiera”, anuncian. Nada más. En resumen, sólo expresión de buenas intenciones. Y una advertencia, que a algunos sonó como amenaza: “Acciones políticas no coordinadas globalmente conducirán a peores resultados para todos”.
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Síntomas de una sociedad enferma
“Soy responsable de no haber logrado todo lo que debíamos”, admitió Barack Obama tras la dura derrota electoral del 2 de noviembre, a dos años de su asunción como presidente de Estados Unidos. El Partido Demócrata perdió 60 escaños y la mayoría en la Cámara de Representantes, seis bancas en el Senado y siete gobernaciones.
“Esperamos que el Presidente respete ahora la voluntad popular, cambie el rumbo y se comprometa a hacer los cambios que la gente reclama”, señaló el legislador John Boehner, del Partido Republicano, que asumirá la presidencia de la Cámara de Representantes. ¿Cuál es la “voluntad popular” que interpretaron los republicanos? “Votaremos para congelar y cortar el gasto discrecional”, aclaró el actual presidente del Senado Mitch McConnell y aseguró: “Hay que imponerle ajuste y austeridad al gobierno”. El Partido Republicano enarboló su clásica receta en tiempos de crisis económica: reducir los impuestos, el tamaño del Estado y fortalecer el individualismo. Pero una serie de encuestas del PEW Research Center, The New York Times y CBS señalaron que la mayor parte de la población se opone a la congelación del gasto social y prefiere mantener los servicios sociales en manos del Estado.
Obama sólo pudo celebrar los triunfos en California y Nueva York, distritos claves para las elecciones presidenciales de 2012, donde los Demócratas obtuvieron siete millones de votos en total y se impusieron holgadamente. Pero su capital político quedó reducido a la mínima expresión. Si hace dos años su candidatura fue apoyada por una importante movilización popular esperanzada, la ausencia de resultados económicos positivos reinstaló el sentimiento de frustración en la población.
Al borde del 10% desde 2008, con picos que lo cuadruplican en ciertas regiones, el desempleo fue el principal freno para su popularidad inicial. 14 millones 800 mil de estadounidenses sin trabajo, 12 millones de subocupados, 43 millones 600 mil personas que viven debajo de la línea de pobreza, salarios que perdieron terreno ante el aumento de precios, mayores costos en vivienda, educación y salud.
En el otro extremo, el capital de las 400 personas más ricas de Estados Unidos creció un 8% en 2009. Una desigualdad que ya se ubica al nivel de Camerún o Costa de Marfil, superior a todas las naciones industrializadas de occidente. Uno de cada cinco niños es pobre según la Oficina del Censo nacional.
Las elecciones confirmaron un rebote reaccionario, xenófobo y ultraconservador de la crisis económica en el centro del capitalismo. El extremismo nacionalista convenció a una parte importante del electorado y empantanó la puja política ante la ausencia de fuerzas de izquierda, afectando tanto al Partido Demócrata como al propio Partido Republicano que lo acogió. La respuesta post electoral consiste en recortar los gastos sociales, restringir subsidios a desocupados, bajar impuestos a las grandes fortunas (para que inviertan, claro) y aumentar la edad jubilatoria a 69 años.
Estados Unidos no sólo pierde su hegemonía mundial. También pierde el equilibrio interno que apuntaló su impetuoso crecimiento durante más de dos siglos. Y con él, acaso el valor más importante para una potencia imperial: la capacidad de seducción ideológica ante una humanidad expectante.
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Irlanda y el castillo de naipes
Contenido recuadro “Todo está en juego: si fracasa el euro, fracasa Europa; nuestra tarea es definir una nueva cultura de la estabilidad en Europa”. A mitad de camino entre el diagnóstico y la amenaza, horas antes de partir a la cumbre del G-20 en Seúl, la canciller federal de Alemania Angela Merkel expuso esta conclusión dramática ante el congreso de su partido, la derechista Unión Demócrata Cristiana (CDU). Y adelantó su respuesta al gobierno estadounidense, frente a los llamamientos a limitar el superávit comercial germano: “nunca aceptaremos que se nos castigue por fabricar productos de gran calidad”.
No exagera Merkel. La oficina estadística comunitaria Eurostat difundió índices económicos que no dejan lugar a duda:
- Grecia (15,4%), Irlanda (14,4%), Reino Unido (11,4%) y España (el 11,1% del PIB), son los cuatro países con más elevado déficit público.
- En toda la Unión Europea el promedio del déficit público ascendió del 2% del PIB en 2008 al 6,3% en 2009 y 25 de los 27 estados empeoraron su porcentaje respecto al año anterior. .
- La deuda pública para el conjunto de la UE se ubicó en 2009 en 74% del PBI, contra el 61,8% de 2008. .
- 12 países registraron una deuda superior al límite del 60% del PIB permitido por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento: Grecia (126,8%), Italia (116%), Bélgica (96,2%), Hungría (78,4%), Francia (78,1%), Portugal (76,1%), Alemania (73,4%), Malta (68,6%), Reino Unido (68,2%), Austria (67,5%), Irlanda (65,5%) y Holanda (60,8%).
Como eco de la revelación de tales datos, ese mismo día 15 de noviembre fracasó la aprobación del presupuesto de la UE para 2011, por las diferencias entre los 27 gobiernos y el Parlamento Europeo (PE); abriendo una incógnita sobre la financiación para el próximo año. Un grupo de Estados, encabezados por el Reino Unido y Holanda, se negaron a aceptar las demandas del PE, que exigía una serie de compromisos políticos a cambio de renunciar a su pretensión de aumentar el presupuesto del próximo año en un 6%. Los eurodiputados querían garantías por escrito acerca de su papel a la hora de decidir el futuro de la financiación comunitaria y la apertura de un debate para dotar a la UE de más recursos propios con los que financiarse.
La respuesta a tales desequilibrios no es original: el Parlamento alemán aprobó un aumento en las contribuciones de los empleados y empresarios para el sistema de salud con el objetivo de luchar contra el déficit de 10 mil millones de euros que tiene el sector. Ahora, el aporte total pasa del 14,9% al 15,5% (8,3% lo pagará el empleador y el resto recae sobre el asalariado). En Inglaterra, estudiantes se manifestaron en las calles con una intensidad nunca vista desde las protestas contra el alza de impuestos, hace 20 años. El 11 de noviembre, más de 50 mil personas paralizaron Westminster con una marcha contra la propuesta de incrementar las colegiaturas en general, resultante de los recortes del Gobierno. La multitud rebasó a las fuerzas de seguridad e irrumpió en los cuarteles del Partido Conservador en Millbank. El primer ministro conservador dijo que no se apartará de sus planes de aumentar las tasas universitarias a 9 mil libras (unos 14.500 dólares) por año.
Como parte de esos ajustes, el gobierno anunció que los desempleados que rechacen ofertas de trabajo serán penalizados con la pérdida de sus beneficios de cesantía durante tres años. El programa anunciado por el ministerio británico de Empleo y Pensiones es considerado como la más dura sacudida al sistema de seguridad social desde su creación, tras la Segunda Guerra Mundial.
El contagio En el caso de Irlanda, las historias que se tejieron alrededor de la crisis durante los días del G-20 son memorables. Se decía “está todo bien”; “no necesitamos rescate”; “lo estamos pensando”; “queremos preservar nuestra soberanía” mientras los países más poderosos presionaban al gobierno de Dublín para que acepte ayuda financiera y evitar así el contagio. “El rescate es lo más conveniente”, sostenían. La historia se definió a favor del ajuste cuando el país fue visitado por miembros de la Comisión Europea (CE), el FMI y el Banco Central Europeo (BCE).
El 24 de noviembre, el gobierno irlandés anunció un drástico plan de ajuste cuatrienal para ahorrar 15 mil millones de euros (20 mil millones de dólares). El programa prevé recortes de 3 mil millones de euros en prestaciones sociales, el ahorro de 1.200 millones con la eliminación de casi 25 mil empleos y la subida generalizada de impuestos..
El plan establece, además, que el salario mínimo interprofesional se reducirá en un euro hasta los 7,65 euros la hora. El Gobierno espera que los salarios más bajos contribuyan a reducir la actual tasa de desempleo del 13,5%.
Además, se incrementará progresivamente el impuesto sobre el valor agregado (IVA) hasta llevarlo al 23% en 2014. Las tasas universitarias aumentarán en 500 euros, hasta alcanzar los 2 mil euros anuales. El primer ministro irlandés advirtió que los impuestos sobre la renta volverán a los niveles de 2006 y prometió que el Estado buscará revertir su gasto público a los valores de 2007. La magnitud y la amplitud del ajuste se grafica con un dato contundente: por primera vez en su historia, Irlanda pagará por el uso de su agua potable. Antes de 2014 se instalarán contadores (medidores) de agua en todos lo hogares.
El Gobierno asegura que no modificará las actuales “pensiones estatales” cuando no superen los 12 mil euros anuales. Pero a partir de esa cifra se deducirá un porcentaje acorde con los ingresos, mientras que los nuevos jubilados cobrarán directamente un 10% menos. Las modificaciones al sistema provisional incluyen elevar la edad de jubilación hasta los 66 años en 2014 y, progresivamente, hasta los 68 en 2028.
Seguramente habrá más medidas de ajuste, de acuerdo al compromiso asumido por el Ejecutivo para acceder al rescate de su economía, en función de un análisis moderadamente optimista. El déficit público del país que en las décadas de 1980 y 1990 fue el ejemplo del capitalismo europeo deberá bajar hasta el 9,1% del Producto Interno Bruto en 2011, después de haber llegado este año al 32%. Alguien tenía que pagar los 35 mil millones de euros inyectados en el sector bancario irlandés.
En septiembre pasado el gobierno de Dublín tasó el rescate de su banca en 50 mil millones. Pero tres meses después los análisis privados hablaban de casi 70 mil millones. La danza financiera va dejando secuelas: la entidad Allied Irish Banks (AIB), nacionalizada en septiembre pasado, anunció que la falta de confianza de los mercados internacionales había provocado una fuga de depósitos desde principios de este año de 13 mil millones de euros. El estado irlandés nacionalizó al AIB pero no pudo evitar a fuga de divisas.
El Fondo de Estabilidad Financiera al que va a acceder Irlanda es un mecanismo establecido por la UE para suministrar ayuda a los países que encuentren problemas para hacer frente al pago de su deuda. Está dotado con 750 mil millones de euros y es el reaseguro contra el efecto contagio al que tanto temen los líderes europeos. Pero, íntimamente, pocos –si acaso alguno– creen que esa cordillera de billetes sea suficiente para impedir el alud. .
El mismo 24 de noviembre en que Dublín anunciaba formalmente su plan de ajuste, Portugal se paralizaba por una huelga general convocada contra los planes de ajuste del gobierno. Diez días antes, el ministro portugués de Finanzas, Fernando Teixeira dos Santos, sostuvo que existe un “alto riesgo” de que su país tenga que solicitar ayuda financiera de emergencia a la comunidad internacional, ante el temor de los mercados a un contagio de la crisis irlandesa en la eurozona. “El riesgo es alto porque no estamos afrontando sólo un problema nacional o de un país. Es el problema de Grecia, Portugal e Irlanda (…) esta es la razón por la que el contagio es el escenario más probable”, dijo con claridad extrema el ministro Teixeira dos Santos.
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Unasur o G-20: desafíos para una clave latinoamericana
La necesidad de integración económica y financiera de Suramérica frente a la crisis de los países desarrollados estuvo presente en los discursos presidenciales durante la Cumbre de Guyana. Pero las urgencias de Unasur y los intereses de las burguesías de los principales países impiden una estrategia común frente a las recetas de Europa y Estados Unidos.
La crisis económica y financiera que sacude a Europa y Estados Unidos estuvo presente en la cumbre de presidentes de la Unasur que se realizó el 26 de noviembre en Guyana. Al menos lo estuvo en algunos discursos como el del presidente anfitrión, Bharrat Jagdeo, al asumir la presidencia anual temporaria del bloque suramericano, cuando pidió la consolidación de una economía continental cada vez más fuerte.
“Veo a Unasur como crucial para alcanzar nuestro destino continental. Ahora tenemos que construir nuestra economía a través de instituciones democráticas, tomando decisiones para abrir nuestras economías, reconstruir nuestros servicios sociales y promover infraestructuras comunes”, señaló.
“Debemos explorar qué puede hacer Unasur para tener más prosperidad y progreso social para nuestros ciudadanos (...) Debemos construir un modelo económico que evite distorsiones”, añadió el mandatario.
Los presidentes de Ecuador y de Brasil abonaron esa tesis. Rafael Correa pidió una mayor integración financiera regional mientras que Lula Da Silva señaló que “ahora en Latinoamérica tenemos mayor soberanía y autodeterminación”, en referencia a la escasa incidencia que tuvo en la región el impacto que la crisis genera en países desarrollados.
Efectivamente, como resaltó Lula Da Silva, Suramérica logró disimular durante 2010 los graves síntomas económicos de un capitalismo empantanado. Pero muchos gobiernos sospechan que terminarán siendo arrastrados cuando los compromisos hilvanados en el G-20 se resquebrajen por las urgencias de las grandes potencias.
Desde lo político, Unasur está expuesta a que dos de sus principales pilares, Brasil y Argentina, se tienten con la idea de que un nuevo orden mundial capitalista, con o sin hegemonía de Estados Unidos, sea la respuesta estratégica que Suramérica necesita.
La incorporación de Brasil y Argentina al G-20, a fines de 2008, significó un golpe para la confianza regional. Hasta cierto punto, esa pertenencia congeló la ofensiva emancipadora suramericana.
La estrategia de Unasur frente a la crisis capitalista global no llegó a plasmar en términos políticos ni en económico-financieros. Sólo las torpezas del imperio en desgracia y las urgencias de los pueblos al sur del Río Bravo forzaron una resistencia colectiva que terminó fortaleciendo al bloque suramericano.
Pese a todo, hay cuestiones que deben ser acreditadas a favor del proceso de integración. En septiembre de 2008, Unasur mostró tener reflejos políticos ante hechos graves, cuando la extrema derecha de Bolivia alentada por el Departamento de Estado asesinó a una veintena de campesinos en Pando con el fin de desestabilizar al gobierno de Evo Morales.
Luego, los graves acontecimientos entre Venezuela y Colombia a mediados de 2010 y el intento de golpe en Ecuador, en coincidencia con la designación del ex presidente argentino Néstor Kirchner como secretario general, le dieron una dinámica especial a Unasur, rompieron cierto letargo y renovaron la confianza.
La presidencia temporaria anual ejercida por Ecuador fue fructífera, activa y solidaria. El gobierno del presidente Rafael Correa, la diligencia de su canciller, Ricardo Patiño y la fugaz participación de Kirchner, mostraron una buena dinámica. Lograron que los congresos de Perú, Chile y Surinam aprobaran el tratado constitutivo de Unasur y consiguieron el compromiso de los legisladores de Uruguay y de Colombia de aprobarlo antes de fin de año. Hasta el momento, ocho países adhirieron al acta constitutiva de la Unión Suramericana. Bastará con que al menos uno de los Congresos de los países aún en mora (Brasil, Colombia, Paraguay y Uruguay) apruebe su pertenencia al bloque para que Unasur tenga existencia jurídica formal.
El nuevo período anual del bloque suramericano que se abrió en la cumbre de Guyana encontrará desafíos complejos, sobre todo en materia de integración financiera y económica. Servirán de aprendizaje algunos aspectos más que evidentes materializados en 2010. La reaccionaria exposición del ahora ex canciller de Colombia, Jaime Bermúdez, en la reunión de ministros de Quito, el 29 de julio, para tratar la crisis entre su país y Venezuela es un buen ejemplo. De hecho, la política guerrerista de Álvaro Uribe se alimentó de las falencias internas de la Unasur cuando Bermúdez reprochó la ausencia del secretario general en aquella reunión de Quito, la inasistencia de varios cancilleres (reemplazados por funcionarios de rango menor) y la falta de consenso para fijar una posición común. Aquel fracaso temporario de la reunión de Quito fue un llamado de atención, finalmente bien resuelto por el eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires.
Otro frente se abrió a la hora de fijar posición frente al gobierno de Porfirio Lobo en Honduras. La convicción demostrada por la mayoría de países contrastó con los pronunciamientos de Colombia, Perú y Chile, como quedó evidenciado en la cumbre que se realizó en mayo en Buenos Aires. Tampoco hay que olvidar una cuestión central de la estrategia armada imperialista: las bases militares que Estados Unidos opera en Colombia, producto de un pacto declarado inconstitucional por la Corte colombiana, son una prueba de la vulnerabilidad regional.
La rápida respuesta de Unasur a éstas y otras acciones es elogiable y alentadora. Pero falta en la región una estrategia ofensiva de magnitud que se involucre en la nueva dinámica mundial y que también haga sentir la voz suramericana ante el gigante herido del Norte. La ausencia de un sucesor para Néstor Kirchner en la cumbre de Guyana vislumbra la necesidad de un acuerdo sólido. Aún faltan el Banco del Sur, el gasoducto del Sur y la integración energética; falta cohesión en las decisiones políticas sobre temas trascendentes. Es sintomático que el sitio oficial de Unasur tenga en blanco la página dedicada a la “integración financiera” y que no haya boletines de noticias relacionados con la integración energética. Y falta también contagiar a los principales países suramericanos de ese espíritu de cooperación que envuelve a los miembros del Alba.
América XXI, Año VIII, Número 68 - 69 – Diciembre 2010 / Enero 2011
https://www.alainet.org/es/active/42770
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