Universidad: tres veces no
01/01/2011
- Opinión
“La sociedad suele identificar al poder político con el poder a secas, y culpar al mismo de no lograr ciertas transformaciones deseadas, que en verdad muchas veces son impedidas desde los poderes fácticos preexistentes (y co-existentes) a cualquier gobierno”. ROBERTO FOLLARI:
La alternativa neopopulista, p. 113
La alternativa neopopulista, p. 113
NO a la simplicidad de pensar la transformación universitaria como una disputa politiquera de unos chavistas contra unos escuálidos. Esa es justamente la lógica que está agazapada detrás de los balances cuantitativos: hemos hecho más de esto, más de aquello. Como si una revolución fuera el “mejoramiento” de lo que hace mal la contrarrevolución. En esas disputas electoreras el fondo queda intacto. Cuando alguien dice “queremos que todos voten para elegir a las autoridades”, por ejemplo, lo que está por detrás es la candidez de pensar la universidad con autoridades, como una fatalidad. ¿Qué es eso de “autoridades”? ¿Quién dijo que la universidad debe tener “autoridades” ajuro? Pero es peor que eso: en tal razonamiento lo que está prefijado es la figura del “Rector”, del “Vice-Rector” y tonterías parecidas.Este esquema empobrecido se repite en todos los ámbitos. La gente que no ha pensado a fondo la cuestión de la crisis del modelo de universidad que ha colapsado no puede así nomás visualizar otros caminos. Es por eso que vemos con tanta ingenuidad a la gente que parece muy radical agotada en las simplezas presupuestarias o en los “logros” de esta o aquella autoridad.
NO a la perversión de una educación para pobres. Es cierto que puede colearse una importante distorsión elitista en la discusión del tema de la calidad. Pero llegado a un cierto punto no queda otra que enfrentar la realidad que está en todas partes: cualquiera sea el criterio de calidad con el que nos manejemos, tenemos universidades de primera, de segunda y de tercera, es decir, hay un gran diferencial en la calidad de procesos que termina marcando la distinción. Ese no es un dato menor a la hora de valorar qué tipo de formación estamos procurando para el conjunto de la sociedad. Es obvio que la presión por el acceso--que es una reivindicación fundamental--ejerce un importante impacto en las condiciones de gestión de la formación universitaria. Si esto se deja por su cuenta, terminará en los hechos deteriorando los niveles de calidad de todos los procesos allí involucrados. Al final se reproduce una lógica perversa en la que los derechos de los excluidos de siempre no pasa de la caricatura del “acceso”: a transporte para pobres, a medicina apara pobres, a alimentos para pobres, a trabajo para pobres.
NO al estatismo que se esconde detrás de ciertos enunciados de políticas públicas donde el funcionariado controla todo. En el campo específico de la formación universitaria es vital expandir la esfera de la autogestión responsable, es decir, plena asunción de todos los asuntos concernidos en la gestión académica. Ello incluye una idea de la autonomía que no tiene por que estar condicionada (“autonomía sí, pero…”) a ninguna consideración gubernamental (del gobierno que sea) Todo estatismo es sospechoso. Todo afán de control burocrático debe ser rebatido. Toda tentativa de alinear el mundo académico a presuntos “planes de la nación” termina siendo una coartada para funcionalizar el pensamiento. La universidad no es una fábrica de cabillas sino un ambiente intelectual de complejísimas relaciones humanas: heterogéneas, conflictivas, incluso antagónicas. Allí no se enlatan sardinas sino que se construyen sensibilidades, maneras diferentes de relacionarse, modos de pensar alternativos, olfato crítico para tomar distancia. Querer comandar estos procesos desde los aparatos de Estado es lamentable. Empeñarse en “controlar” lo que allí acontece es demasiado ruin. Inquietarse porque la gente se rebela es una miseria del espíritu.
La transformación de la universidad, incluida la formulación de una apropiada Ley de Educación Universitaria, pasa hoy por recuperar con seriedad el rol de la política y, sobre manera, por rebelarse frente a creencias ingenuas, dogmas y desvaríos.
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