Sociología de la derecha

18/04/2011
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Hay verdades tales que son las cabeza mediocres
las que mejor las perciben, pues son las más conformes
a ellas; hay verdades tales que sólo poseen atractivos
y fuerzas de seducción para espíritus mediocres…”.
F. NIETZSCHE: Más allá del bien y del mal. P. 209
 
En otros lugares he comentado la curiosidad venezolana de una derecha que tiene vergüenza de su condición. En Europa la derecha se asume derecha sin ningún rollo. Entre nosotros la derecha rehuye esa identidad como si se tratara de un insulto. Este pareciera un asunto anecdótico que sólo interesa a las páginas sociales de la prensa dominical; pero tiene un trasfondo sospechoso que conviene explorar. Veamos.
 
El primer subterfugio con el que se suele torear este asunto es con el cuento de que “derecha” e “izquierda” ya no existen. Los aludidos ponen cara de sobrados y lanzan las típicas letanías de la ignorancia ilustrada: “son términos del pasado”, “eso está superado” (este es el momento en el que usted mira discretamente el cuadro de la “Mona Lisa” y le susurra algo así: “o sea… superado como la noción de pintura… o sea”) Claro que hay unas derechas y unas izquierdas, independientemente de los criterios cambiantes y relativos con los que cada quien se maneja para hacer estas caracterizaciones. Las derechas están allí. Más visibles en el terreno político-ideológico, más brumosas en el campo estético o astronómico.
 
El segmento más retrógrado del conservadurismo vernáculo está representado por la derecha histérica: síndrome deplorable de ignorancia enciclopédica, odio biliar, arrebatos convulsivos y nulidad radical sobre cualquier noción de la política. Este fenómeno no es tanto una fracción del conservadurismo reinante sino una enfermedad (eso que se ha llamado por allí con el término de “disociación psicótica”) Semejante perturbación se produce sobre manera en algunos sectores medios bastante precarios en su densidad ético-intelectual, que nunca se interesaron por el espacio público y que de repente se encuentran en el torbellino de la política sin entender en absoluto de qué se trata (salvo el potente resorte psicológico del odio y el desprecio)
 
La fracción ilustrada de la derecha que se interesa por la acción política es muy exigua en Venezuela. Los operadores visibles que hacen vida en aparatos diversos son una calamidad. Los niveles del discurso político que se propaga desde estos tendederos son una espantosa mezcla de anacronismos, cursilerías y acomodos rupestres del sentido común dominante. Cuesta mucho entresacar de estos tremedales aquellas vocerías que estén dotadas de cualidades y competencias de carácter éticas e intelectuales que inspiren algún respeto y consideración.
 
La derecha europea, por ejemplo, ha contado desde siempre con referentes intelectuales de primer orden (no hablo desde luego de especimenes tan grises y contrahechos como Sarkozi, Berlusconi o Rajoy) Ello tiene una clara incidencia en el nivel del discurso político, en una cierta densidad del debate público, en la calidad del diálogo democrático entre gente diferente. ¿Por qué en Venezuela es tan elemental el discurso de la derecha? No estamos pretendiendo que al señor Enrique Mendoza se le compare con André Malraux, ni que el filósofo Manuel Rosales sea lo mismo que Raymond Aron o que María Corina Machado sea un clon de Simone de Bovoir. No nos pongamos tan exquisitos.
 
La devaluación del discurso político tiene bastante parecido con la degradación de la figura del artista. Esa patética perversión que se ha establecido entre reinas de belleza y estrellas de la actuación es sólo posible en una subcultura de la banalidad que ha rebasado todo los límites. Va parejo con esa otra perversión del espacio público en la que el protagonismo no tiene nada que ver con virtudes éticas, capacidades intelectuales o talentos para la conducción de procesos colectivos.
 

Tal vez la derecha reniega de su identidad porque no se reconoce en las grandes tradiciones del pensamiento liberal, es decir, porque ni siquiera está enterada de su existencia. Sabemos que ya la Ilustración pasó. Vivimos tiempos posmodernos, ¿podrían enterarse, al menos?

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