Antropología del chavismo

08/05/2011
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La comunicación es el valium del pueblo
SERGE MOSCOVICI: L´age des foules, p.245
 
Hace ya una década el amigo Juan Barreto me hacía una larga entrevista en un emblemático semanario que se llamaba El Correo del Presidente. Allí me preguntaba sobre alguna caracterización del chavismo. La primera puntualización sigue siendo esta: los ismos son constructos en retirada, el último de esos ismos al que se me asocia es al posmodernismo (que bien sabemos que es todo menos un proyecto o una identidad política) Así que se hace necesario devolver la película y empezar por otro lado. En el libro El Discurso Político de la Posmodernidad hay un epílogo consagrado a evaluar, entre otras cosas, unas diez tendencias observables en las prácticas y discursos de los actores asociados al gobierno. Ese texto también tiene ya una década de haber sido escrito. ¿Qué ha ocurrido desde entonces?
 
Lo primero que se destaca es que esas tendencias se han acentuado, en particular, en lo que se refiere a la extensión del pragmatismo como último recurso frente a las prisas y las urgencias que consumen todo. Es casi imposible hacer ninguna consideración que no pase por algún modo de evaluación de la gestión de gobierno. Todo está referido a este ámbito. Las cuestiones ideológicas siempre aparecen como retórica ocasional, prescindibles y en buena medida postizas. Las conveniencias inmediatas (traducidas en votos y popularidad) son demasiado fuertes como para que se puedan desplazar por otro tipo de lógica política. El pragmatismo justifica todos los vacíos y tranquiliza la mala conciencia de un funcionariado evidentemente desprovisto de formación para la complejísima tarea de transformar radicalmente una sociedad.
 
Lo que ocurre en el fondo es que en Venezuela se ha acumulado un tal grado de descomposición--en todo los sentidos--que cualquier gestión de gobierno mínimamente decente tiene por delante obstáculos de tal envergadura que asemejan a los desafíos de una revolución. Estamos lejos de los efectos sustantivos de esa palabra, pero la digestión política del hacer diario funciona con este aderezo discursivo que suscita esta imagen de estar en revolución. El adecentamiento de un territorio poblado como el nuestro, con sus monstruosidades sociológicas como vitrina (violencia, exclusión, pobreza, explotación, rapiña, opulencia, corrupción) puede justificar fácilmente un programa de gobierno de justicia social (sin ningún apellido “socialista”, “revolucionario” o cosas así) y haría más o menos lo que intenta hacer este gobierno. Ello puede operar como la gran coartada para consumirse en un reformismo intrascendente (eso sería en Noruega) pero admitamos realistamente que en países como Venezuela la barbaridad llegó demasiado lejos y que los chances de una mínima recomposición están todavía en veremos.
 
Agréguele usted el sustrato ideológico que ya les presenté en anterior artículo (“Sociología de la Izquierda”): la masa crítica realmente existente que sirve de base de operación en este trayecto es de una precariedad intelectual impresionante. Pero, ¿podría ser de otra manera? Creo que no. Eso es lo que hay. Nuestra izquierda se tiró al abandono teórico desde hace décadas. Su desmantelamiento ideológico viene de lejos, su postración política se hizo lecho habitual.
 
La novedad de este proceso consiste precisamente en haber remontado ese punto de inercia y realizar el milagro de una reanimación de la escena pública cuando parecía más que improbable. Desde allí se disparan todas las alarmas, sobre manera, las de todo tipo de conservadurismo que no alcanza a ver más allá de las triviales reingenierías que se agotan rápidamente. Avanzar en ese modesto camino de adecentar el país sería el colmo del éxito del gobierno (nadie en su sano juicio va a reclamar en serio que la revolución no ha llegado todavía)
 
Para cumplir este cometido previo de recomposición del país se puede prescindir de la mitad del oropel discursivo habitual y sincerar con toda mesura lo que se puede hacer bien hecho, lo que concita gobernanza, lo que hace justicia, lo que pone las cosas en su lugar… lo que deja huella.
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