Ralco: Un conflicto mal resuelto y sus lecciones
28/09/2003
- Opinión
El 16 de septiembre pasado se llegó a un acuerdo entre el gobierno, Endesa y las
últimas cuatro propietarias pehuenche – Berta Quintreman, Aurelia Marihuan,
Mercedes Huenteao y Rosario Huenteao – que, a la fecha, no habían permutado sus
tierras ancestrales en el Alto Bio Bio, impidiendo con ello la finalización del
proyecto hidroeléctrico Ralco. Según los antecedentes disponibles, dicho acuerdo,
suscrito en La Moneda, se habría materializado a través de dos "memorandos de
entendimiento" que se refieren fundamentalmente a las compensaciones económicas
a ser pagadas a las mujeres pehuenche en razón de este proyecto. En el primero de
estos memorando, suscrito por las mujeres pehuenche y Endesa, en que el gobierno
actúa como garante, se establece que Endesa otorgará $200 millones y 77 has. de
terrenos similares a las tierras por ellas permutadas. Además, la empresa
aportará $ 300 a una institución definida de común acuerdo entre las partes para
impulsar programas de desarrollo indígena a favor de los llamados "afectados
indirectos" por la construcción de Ralco. Las mujeres pehuenche, por su parte, se
comprometen a desistirse de las acciones judiciales y administrativas que han
presentado en contra de la central.
En el segundo memorando, suscrito por el gobierno con las propietarias pehuenche,
este se compromete a adquirir 1.200 has. del Fundo vecino El Porvenir, tierras
que serán transferidas gratuitamente a los familiares directas de las mujeres
pehuenche (12 en total). Además, se compromete a otorgar subsidios
habitacionales, vías de electricidad, pensiones y becas de estudio para ellas y
sus familiares directos.
El acuerdo ha sido calificado por la prensa como "exitoso", un paso de vital
importancia que abre paso a la "solución final" del conflicto que ha tenido lugar
en el Alto Bio Bio por ya más de una década. El Presidente de la Republica – por
su parte - quien ese mismo día recibió a las mujeres pehuenche en su despacho,
manifestó su satisfacción con el acuerdo y recordó que les había prometido a las
familias pehuenche que la central se ejecutaría "respetando sus derechos".
Para los que hemos seguido a través del tiempo el conflicto generado por Ralco,
central que cubrirá un total de 3 mil 500 hectáreas y que implicará la
relocalización de 675 personas, 500 de las cuales son pehuenche, este acuerdo,
que estaría poniendo fin al conflicto ambiental y cultural más emblemático del
país en los últimos años, resulta sorprendente.
Ello, en primer término, por cuanto se produce luego de que un fallo del Sexto
Juzgado Civil dictado en mayo de 2003 declarara la nulidad de derecho publico del
proceso de evaluación de impacto ambiental (EIA) y de la autorización ambiental
de la central Ralco, confirmando la existencia de graves vicios en el proceso de
aprobación gubernamental de esta central. A ello se agrega una resolución del
mismo tribunal dictada en junio de 2003 frente a una medida precautoria de
paralización de las obras de Ralco solicitada por los abogados de las mujeres
pehuenche, resolución en que se prohíbe a Endesa la inundación de la presa
mientras no se resuelva el fondo del asunto.
El mismo acuerdo resulta sorprendente, además, por cuanto se produce luego de que
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, ante la denuncia
presentada el año pasado por las mujeres pehuenche por la violación de sus
derechos humanos contenidos en la Convención Americana (1969), había acogido en
el mes de agosto pasado una medida cautelar solicitada por ellas, y ordenado al
gobierno de Chile a abstenerse de realizar cualquier acción que modificase el
"status quo del asunto", en especial "evitar o suspender la ejecución de
cualquier acción judicial o administrativa que implique el desalojo de las
peticionarias de sus tierras ancestrales."
Finalmente, éste resulta sorprendente también, por cuanto solo aborda una parte
de los compromisos adquiridos por el gobierno con las mujeres pehuenche ante la
CIDH en Washington DC en febrero de este año en un documento que establece las
bases de acuerdo para una solución amistosa del conflicto Ralco. Entre los
compromisos asumidos por el gobierno en dicho documento se encuentran la adopción
de medidas de perfeccionamiento de la institucionalidad jurídica de protección de
los derechos de los pueblos indígenas (entre ellos la reforma constitucional y la
ratificación del Convenio 169 de la OIT por el estado chileno; la adopción de
medidas tendientes a fortalecer la identidad territorial y cultural pehuenche,
incluyendo la creación de una comuna Alto Bío Bío y el fortalecimiento del Area
de Desarrollo Indígena allí existente; la adopción de medidas tendientes al
desarrollo y preservación del ambiente; la adopción de medidas respecto a las
causas judiciales que afectan a dirigentes indígenas procesados por acciones
relacionadas con la construcción de Ralco. Ello además de los aspectos relativos
a la satisfacción de las demandas particulares de las familias pehuenche,
incluyendo tierras y compensación económica (Bases de Acuerdo, 2003).
El acuerdo difundido por la prensa en los últimos días también constituye una
ocasión para recordar las irregularidades del camino hasta ahora recorrido en la
ejecución de este proyecto, así como a identificar las lecciones a aprender de
este conflicto.
En efecto, Ralco fue aprobado por CONAMA en 1997 a pesar del rechazo inicial de
20 servicios públicos en razón de sus insuficiencias en el cumplimiento de la
normativa ambiental, y más grave aún, contra la voluntad expresa de las dos
comunidades directamente afectadas (Quepuca Ralco y Ralco Lepoy, 1996). CONADI,
por su parte, aprobó en 1999 las permutas de tierras pehuenche por tierras no
indígenas de similar valor comercial requeridas por la ley indígena (art. 13 Ley
19253 de 1993) luego de la remoción por el ejecutivo de sus dos primeros
directores nacionales, los que se opusieron a Ralco por afectar los derechos de
los indígenas. A ello cabe agregar las presiones que Endesa ejerció sobre los
pehuenche a objeto que suscribieran los contratos de permuta de sus tierras, las
que se encuentran bien documentadas.
Se trata de irregularidades que han sido constatadas por prestigiosas entidades
internacionales, como la Federación Internacional de Derechos Humanos, la que
luego de misiones en terreno (1997, 2002), ha emitido informes cuestionando el
accionar de ENDESA y del gobierno al intentar imponer el proyecto Ralco sin un
proceso de consulta adecuado de los pehuenche, sin su consentimiento, y sin
garantizar de un modo adecuado sus derechos humanos básicos.
Las mismas irregularidades fueron constatadas más recientemente por el Relator
Especial de Naciones Unidas para los derechos indígenas, Rodolfo Stavenhagen,
quien luego de su visita al área en misión oficial a Chile en el mes de julio de
2003, sostuvo sobre Ralco:
"Debido a faltas en el origen y diseño del proyecto desde el punto de vista de
los derechos de los pueblos indígenas, los afectados resultaron ser víctimas de
un proceso que los rebasa, en vez de constituir parte de un cambio que les
beneficia con el resto del país." (Stavenhagen, 2003).
El mismo Relator advierte sobre este caso en un reciente informe (2003) sobre los
proyectos de desarrollo de gran escala y su impacto en los indígenas:
"...el caso de Ralco ilustra claramente las tensiones sociales que surgen entre
un modelo de desarrollo "modernizador" y los costos sociales, ambientales y
culturales que debe soportar el pueblo que carga con el peso de esa
transformación económica."
No son pocas las lecciones que podemos aprender de este conflicto que reviste el
doble carácter de étnico y ambiental. El caso Ralco deja en evidencia la
inexistencia en nuestra sociedad de una cultura de diálogo, donde la legitimidad
de las perspectivas y representaciones del otro, en especial la de los sectores
carentes de poder, como los pueblos indígenas, sea reconocida.
Ralco nos plantea la necesidad de fortalecer, a través de reformas legales y
políticas, la participación ciudadana en proyectos de inversión bajo evaluación
ambiental, de modo de hacerla real y no meramente decorativa como ha ocurrido en
los últimos años en el país. También nos obliga a introducir reformas que
permitan la adecuada consideración de la dimensión cultural de los impactos
asociados con proyectos que involucren a pueblos indígenas. Finalmente nos obliga
a pensar en la reforma de la legislación indígena de modo de garantizar, en
consonancia con las tendencias internacionales, la consideración efectiva de la
voluntad colectiva de los pueblos indígenas y de sus comunidades a través del
establecimiento de mecanismos para su consulta, así como para garantizar la
efectiva protección de sus tierras y recursos naturales amenazadas por este tipo
de iniciativas.
No cabe hablar en este caso, entonces, de un acuerdo exitoso para la solución del
conflicto Ralco, sino más bien de un conflicto que la sociedad chilena y el
Estado no han sabido resolver adecuadamente, y que ha resultado en una violación
manifiesta de los derechos de los pueblos indígenas del país.
* José Aylwin es Coordinador del Programa de Derechos Indígenas del Instituto de
Estudios Indígenas de la Universidad de la Frontera, Temuco.
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