Un dibujo de la derecha chilena

13/09/2011
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A fines de 1997, tres periodistas tuvimos un encuentro informal con Pablo Longueira, parlamentario de la derechista Unión Demócrata Independiente (UDI), donde se nos explicó el diseño de su colectividad para, en las elecciones parlamentarias de aquel año, pasar a ser la principal fuerza electoral de su sector y el 2001, la del país. Su presagio se cumplió. Impensable para muchos, la UDI, identificada, entre otras cosas, con el pinochetismo, es hoy la principal fuerza electoral de Chile.
 
A aquellos periodistas nos quedaron varias percepciones. Una de ellas, que la falta de información precisa sobre los contenidos y planes de la derecha, y su escasa difusión, llevaba a conclusiones equivocadas y a no prever comportamientos y logros de este sector ideológico, político y orgánico.
 
Porque si hubo un proyecto dictatorial compartido y en parte protagonizado por la derecha política chilena, también ese sector tuvo un proyecto para el periodo transicional pos/tiranía, asumiendo su re/estructuración, una suerte de re/fundación y un re/posicionamiento en la sociedad chilena.
 
Ello, inscrito en el asidero de que la derecha política, como representante de la clase dominante chilena, tuvo una estrategia de dominación integral en Chile y que, como lo vaticinara Longueira, incluía un posicionamiento en el mundo popular/social que, entre otras cosas, se reflejara en lo electoral.
 
El primer plan
 
En efecto, cuando se avecinaba el término del periodo dictatorial y se aparecía la opción de un periodo transicional hacia la llamada “recuperación de la democracia”, un grupo de ideólogos y dirigentes de la derecha política –la inmensa mayoría de ellos ministros, subsecretarios, alcaldes, gobernadores y funcionarios de la dictadura, así como grandes empresarios y personeros de grupos económico/financieros y de medios de comunicación conservadores- comprendió que había que generar estructuras políticas y electorales que, de un lado, les permitiera adentrarse al nuevo escenario –ellos incluso preveían que podía ser con Augusto Pinochet como presidente legalmente electo-, y, de otro lado, les posibilitara dar continuidad al modelo institucional, económico, militar e ideológico impuesto por la dictadura.
 
Principalmente en ello confluyeron segmentos del gremialismo conservador de los años sesenta, del pinochetismo, de una “derecha liberal”, antiguos sectores conservadores y golpistas.
 
Los pasos más concretos comenzaron en 1983, cuando al menos ingenuamente, muchos hablaron de un proceso de “apertura de la dictadura” porque se metieron civiles al gabinete pinochetista y se hablaba de “respuestas” a la creciente protesta nacional antidictatorial. Un signo de aquello fue la designación de Sergio Onofre Jarpa, ex presidente y ex parlamentario del Partido Nacional, como Ministro del Interior. La verdad es que era un “juego de piernas”, frase del box que el propio Augusto Pinochet gustaba usar.
 
Ese año, un grupo de ex legisladores conservadores creó el Comité de Acción Cívica y otro grupo de connotadas figuras de la burguesía nacional quiso rearticular el Partido Nacional.
 
Pero en la línea de la re/organización y re/fundación de la derecha política, los pasos decisivos los dieron, de un lado, los gremialistas/pinochetistas, y de otro, antiguos dirigentes de la ultraderecha que combatió al gobierno de la Unidad Popular, y que querían representar una fuerza de re/cambio político y generacional y que incluso, más tarde, se presentarían como “derecha liberal”.
 
Ello dio origen al Movimiento Unión Nacional, liderado por el ex líder estudiantil de la Juventud Nacional, Andrés Allamand; el Frente Nacional del Trabajo, conducido por Jarpa; y al Movimiento Unión Demócrata Independiente, encabezado por el ideólogo de la dictadura, Jaime Guzmán.
 
Estas fuerzas, junto a otros grupos y segmentos derechistas y pinochetistas, crearon a fines de los ochenta, la alianza Renovación Nacional. Era la expresión sublime del referente político y electoral de la derecha chilena que le otorgaba la base necesaria a la dictadura –esto no debería olvidarse- y a los sectores dominantes para posicionar su proyecto hegemónico en el nuevo periodo que se abría en el país. Esas colectividades constituían la herramienta de la derecha, de la dictadura, de los militares, de los grupos económico/financieros, de los propietarios de medios de comunicación, de sectores ultraconservadores de la Iglesia católica, para entrar a la fase transicional y ser parte legitimada en la democracia formal.
 
Fue parte vital de la estrategia de la derecha para prolongar y cuidar su proyecto hegemónico.
 
Es así que el pacto político incluyó apoyar el SI a la tiranía y al tirano en el plebiscito de 1988, defender la Constitución autoritaria/dictatorial de 1980, fortalecer el modelo económico neoliberal, blindar a las Fuerzas Armadas y Carabineros, reforzar su aparato ideológico/comunicacional y contener avances populares, sociales, ciudadanos y de la Izquierda hacia transformaciones en la estructura dominante.
 
Hay factores que ayudaban. No es menor que el 44% de la población chilena votara SI en el plebiscito que, por cierto, tuvo un buen nivel de participación. Tampoco podía pasar por alto el hecho de que la “cultura neoliberal” y rasgos autoritarios impuestos por la dictadura, habían calado en grandes capas de la sociedad, de manera transversal. Se había producido, por decirlo sintéticamente, un triunfo de la derecha política, derecha económica y la derecha cultural.
 
Claro que llevar eso a cabo era complejo, contradictorio y paradójico. El inicio del proceso transicional puso sobre la mesa las demandas democratizadoras e incluso populares y transformadoras, junto a las exigencias de sectores socialdemócratas y del centro político. La presión internacional para un real avance democratizador en Chile era evidente. Por lo demás, la derecha estaba exigida a mostrar que real y no tan formalmente, estaba comprometida con esa democracia formal. Eso atrincheró  al sector más duro y pinochetista, representado básicamente en la UDI, y al mismo tiempo le abrió un espacio a la llamada “derecha liberal” que ya en esos años acuñó el concepto de centro derecha y “derecha moderna”, que sería identificada en RN.
 
Eso, junto a las pugnas por la hegemonía del sector, peleas por candidaturas, tensiones con sectores económicos, discusiones del fondo y forma de la táctica a seguir, posición frente al tema de las violaciones a los derechos humanos, acuerdos con la emergente Concertación y posibles modificaciones maquilladoras de la institucionalidad autoritaria, generaron choques en el pacto de la derecha y a finales de los ochenta se dividieron. Desde allí, se proyectaron por sí solos la Unión Demócrata Independiente y Renovación Nacional.
 
Claro que eso no des/comprometió a ningún sector de la derecha del proyecto institucional autoritario, ni del modelo de libre mercado, ni del dominio ideológico/comunicacional, ni del poder militar conservador, ni los alejó del diseño global de su estrategia de dominación integral.
 
La instalación de la UDI y RN
 
Iniciado el periodo transicional, la derecha, a través de la UDI y RN principalmente, logró el objetivo de verse legitimada como parte de la democracia formal, entró de lleno a la competencia electoral y la negociación política. Personeros de la dictadura y altos representantes de la derecha económica se convirtieron en parlamentarios e interlocutores políticos. Junto a eso, Augusto Pinochet continuó al frente del Ejército, los militares y carabineros mantuvieron sus cuotas de poder y el modelo neoliberal siguió profundizándose, ahora a manos de gobiernos de la Concertación.
 
Durante las dos décadas de democracia formal civil, la derecha política –como se verá- creció electoralmente, se posicionó en ámbitos sociales y académicos, consolidó el control de medios, mantuvo el blindaje de las FF.AA. y Carabineros, mejoró sus ligas internacionales y se convirtió en interlocutor válido para la Concertación con la cual desarrolló la “política de los consensos” y los pactos de todo tipo.
 
Durante las dos décadas posdictadura, la UDI y RN se fueron consolidando como las fuerzas representativas de la derecha lo que incluyó un pacto político/electoral primero con la Alianza por Chile y ahora con la Coalición por el Cambio con la que llegaron a La Moneda. En un momento incluso, en la dinámica de renovar su propuesta táctico/estratégica y sobre todo llegar a los sectores medios y populares, la derecha chilena habló –por allí del año 2004- de generar una gran Alianza Popular, imitando de alguna manera al Partido Popular de España, de lo cual fueron portavoces los actuales ministros Joaquín Lavín (UDI) y Andrés Allamand (RN). Pero, como en otras oportunidades, si bien podían estar de acuerdo en el propósito de fondo, persistieron las pugnas por la hegemonía del sector, adornadas por la competencia de instalar candidato presidencial, y eso no fraguó. El año pasado, el gris ex secretario general de RN, Rodrigo Hinzpeter, nadie sabe bien si para posicionarse como presidenciable o darle agüita a Sebastián Piñera, lanzó aquello de “la nueva derecha” para que el sector cuente con un marco doctrinario renovado. Eso tampoco ha avanzado.
 
Desde el colofón de la dictadura y hasta años recientes, surgieron otras expresiones dentro de la derecha. Agentes represivos crearon Avanzada Nacional; el cuestionado empresario Francisco Javier Errázuriz inventó la Unión de Centro Centro Progresista que durante algunos años hizo alianza con RN y la UDI; nació el Partido del Sur para representar a segmentos regionalistas; hace pocos años, ex militares y ultraderechistas crearon grupos como Nueva Fuerza Nacional y el Movimiento Unitario Nacional. Hay informaciones de la existencia del Partido por la Libertad, que llevaría de candidatos a alcalde el próximo año a la hija y al nieto de Augusto Pinochet: Lucía y Rodrigo García. Caso cuando menos curioso –con razones quizá insospechadas- es el del grupo Chile Primero, dirigido por dos ex personeros de la Concertación, que hizo alianza con la UDI y RN en las elecciones pasadas, formando parte de la Coalición por el Cambio, donde también participó el Movimiento Humanista.
 
Como sea, desde aquel año 1987 en que se organizan la UDI y RN hasta hoy, parecía insospechado que llegarían a ser la primera y segunda fuerza electoral de Chile, superando a la Democracia Cristiana y desplazando hacia atrás a la socialdemocracia y a la Izquierda chilena.
 
Cuentan con una amplia representatividad en el Congreso y a nivel municipal. Tienen base electoral y base social. El 2010 ganaron la Presidencia de la República, por primera vez de manera legal después de medio Siglo. Reconstruyeron lazos internacionales y consolidaron un cuerpo doctrinario. Pero sobre todo, se legitimaron en el marco institucional de la democracia formal.
 
Logros estratégicos
 
Parece indesmentible que, finalmente, la derecha logró, entre 1974 y 2010, consolidar un triunfo estratégico. Esto está dado por la consolidación de su poder económico/financiero, su poder militar, su poder institucional, su poder ideológico/comunicacional y construcción de base electoral/social.
 
Lograron articular su eje de dominación a partir de la defensa y promoción del modelo neoliberal, de libre mercado, de la Constitución autoritaria/militar de 1980, de su ligazón con los altos mandos y la doctrina de las Fuerzas Armadas y Carabineros, del control casi total de los medios de comunicación, del armazón de centros de estudios y universitarios, de la incidencia de “poderes fácticos” surgidos por ejemplo de poderosas corrientes de la Iglesia católica, de la “cultura neoliberal” que se metió en la sociedad chilena y valores autoritarios/conservadores.
 
En la actualidad, tanto RN como la UDI, se oponen a cualquier reforma sustancial de la Constitución heredada de los militares y, de plano, catalogan como una locura plantearse una Asamblea Constituyente para generar una Nueva Constitución Política. Varios ex comandantes en jefe de las FF.AA. y ex Generales Directores de Carabineros son parlamentarios de la derecha, están en el gobierno de Piñera o encabezan centros académicos conservadores. Una gran cantidad de ministros y funcionarios de la administración piñerista y dirigentes de la derecha son miembros del Opus Dei, de Legionarios de Cristo y tienen lazos con jerarcas ultraconservadores de la Iglesia católica. Personeros de RN y la UDI forman parte de consejos editoriales de los medios hegemónicos y los dueños de estos militan doctrinariamente en la derecha. El poder financiero de este sector ideológico penetró gran número de universidades y generó fundaciones y centros de estudio donde prepara sus cuadros, atrayendo a muchos jóvenes. Continuaron teniendo en sus manos gobiernos municipales que les otorga una posición privilegiada para sus planes políticos territoriales. Y persistieron en diseñar y plantear política públicas asistencialistas, populistas, clientelares, efectistas, de bonificaciones, instalando que para la derecha es una prioridad los asuntos sociales en ámbitos como vivienda, infraestructura, empleo, avance regional y comercio.
 
No son menores herramientas como el sistema electoral binominal vigente, que por su fórmula cuantitativa perversa, logra que la derecha esté sobre/representada. A ello se unen las denuncias continuas de actividades de cohecho y clientelares de las colectividades derechistas y sus candidatos, que les reditúan en votos.
 
El especialista Omar Cid, sostuvo que en la derecha “descubrieron nuevas formas de control social, en el transcurso de 35 años (generaron) las bases suficientes para administrar el poder político, económico y cultural del país. Para lograr dicho objetivo tuvieron que renovar sus formas, adecuar sus discursos, instalarse en lugares y temas que en otro momento histórico no tenían la misma importancia”.
 
Por cierto que la estrategia de dominación encuentra un cierre del círculo cuando en marzo del 2010 la derecha –digamos política, económica, militar, ideológica- llega a La Moneda.
 
UDI Popular
 
La UDI reunió desde su origen a cuadros del Movimiento Gremial conservador surgido a fines de los sesenta en el combate a la reforma universitaria y al ideario revolucionador de la época, y a cuadros del pinochetismo que provenían de las “organizaciones civiles” de la dictadura, del aparato estatal, del grupo de “alcaldes designados”, jefes regionales y de círculos ideológicos autoritarios. La UDI fusionó el gremialismo/pinochetismo.
 
Partieron de cinco premisas a instalar (y que mantienen hasta hoy): fortalecer las “sociedades intermedias” (gremios, clubes, asociaciones, federaciones, juntas de vecinos, grupos académicos y religiosos); promover la “subsidiaridad”, aplicable desde un Estado pequeño; fortalecer la “libertad individual” por sobre ideas “colectivistas y totalitarias”; promover la familia como “base de la sociedad” y los valores cristianos a ultranza.
 
Junto a eso, consolidar el proyecto neoliberal, preservar la institucionalidad autoritaria de 1980, construir una fuerza orgánica/política, potenciarse electoralmente e instalarse en la base social.
 
No es despreciable un elemento de la subjetividad: la UDI siempre inspiró un halo místico interno, transmitido con dosis proféticas, donde su ultimado ex senador Jaime Guzmán pasó a tener un rol relevante, graficado en aquella confesión de Pablo Longueira, de que Jaime le había hablado desde el cielo. Y la promoción interna de la figura de Simón Yévenes, dirigente poblacional muerto por acción de un grupo armado, como símbolo del trabajo social de la UDI.
 
Lo más audaz de la estrategia de la UDI –junto con robarle electorado a su aliado RN y a la Democracia Cristiana y construir base en sectores sociales- se sintetiza en sus frases identificatorias en estas dos décadas de democracia formal. Se erigieron como la “Fuerza Creadora”, luego plantearon que “La UDI es el cambio”, lanzaron “UDI, esperanza popular” y luego reforzaron con “UDI, el motor del cambio popular”.
 
Hace unos años los UDI volvieron a patear el tablero cuando se definieron como la colectividad del pueblo al inscribir el sello “UDI Popular”.
 
Desde fines de los ochenta, la UDI, a quienes varios atribuyen la asimilación “de hecho” de normas leninistas, muy eficaces en la concepción partidaria, estableció prioridades organizativas que serían claves para sus logros.
 
Creó el Departamento Poblacional, destinado a desarrollar toda la labor social y territorial en ámbitos populares, el cual estuvo encabezado por prominentes militantes como Jaime Guzmán, Pablo Longueira, Luis Cordero y Cristián Leay; en esa área trabajaron desde muy jóvenes varios de los actuales diputados y alcaldes de la UDI. Creó la Fundación Jaime Guzmán, que actúa como escuela de cuadros permanente de la UDI. Impuso una férrea disciplina política y orgánica interna, que durante años la mantuvo lejana de quiebres, tendencias y fisuras, mostrando una colectividad monolítica y ordenada. En la UDI y sus entidades prima también una eficiencia en la gestión dada por una disciplina militante.
 
En un texto partidario, se señala que la UDI se fundó “sobre un triple perfil: popular, de inspiración cristiana y que apoya el sistema social de mercado…Desde sus inicios, la UDI buscó tener un carácter popular, con el firme propósito de terminar con la división de clases”.
 
Jaime Guzmán sentenció que en la fundación de la organización están “quienes nos enorgullecemos de haber impulsado el pronunciamiento militar del 11 de septiembre de 1973” y que el propósito fue responder “al anhelo de ofrecer un cauce de servicio público, un movimiento que luche por una sociedad integralmente libre y que interprete a las grandes mayorías silenciosas –tradicionalmente ajenas y reacias al quehacer partidista- sobre la base de un nuevo estilo político, moderno, ágil, eficiente y serio”.
 
Entreparéntesis, hoy Sebastián Piñera usa aquel concepto de “mayorías silenciosas” para defenderse de las masivas movilizaciones sociales.
 
Donde la UDI gusta de mostrar sus logros está la consolidación del modelo neoliberal que, dice, comparte hasta la Concertación, su trabajo social y territorial y su notorio éxito electoral. Los ejemplos son elocuentes. En elección de senadores, en 1989 la UDI obtuvo 4,85% y el 2009, 19,66%; subió casi 15 puntos. En la de diputados, pasó de 9,32% en 1989, a 21% el 2009, es decir, 11 puntos más. En las municipales, considerando los mismos años, pasó de 10,19% a 13,24%. Dejó atrás a RN y más atrás a la DC.
 
Hoy, con los cambios de gabinete, consolidó su hegemonía política al interior del gobierno de Sebastián Piñera y tiene perfilados a lo menos cuatro candidaturas presidenciales para el 2013.
 
RN liberal
 
Renovación Nacional tiene una matriz en lo que fueran el Partido Nacional y la Juventud Nacional, expresiones de la ultraderecha y el conservadurismo que alcanzaron su mayor posicionamiento durante el periodo de la Unidad Popular, cumpliendo un rol opositor, desestabilizador y golpista. También en su origen destaca la participación de connotados funcionarios de la dictadura, como Sergio Onofre Jarpa, Alberto Cardemil, la alcaldesa designada María Angélica Cristi y el abogado Miguel Otero. Varios financistas y empresarios que hicieron o consolidaron sus fortunas durante la dictadura, entre ellos Sebastián Piñera, formaron parte del grupo fundacional de RN. En  sus inicios también ingresó un grupo de jóvenes académicos que si bien compartían la obra de la dictadura, estaban por introducir modificaciones liberales a la institucionalidad dominante y ya miraban aquel concepto de construcción de una “derecha moderna”. Todos ellos crearon el Movimiento Unidad Nacional.
 
RN, al igual que la UDI, siempre defendió el proyecto neoliberal, reivindicó el Golpe de Estado y la Constitución de 1980 (abriéndose a leves modificaciones), aunque tuvo matices en lo valórico y político representado en personeros liberales.
 
En la primera década del periodo transicional, se fueron agudizando las contradicciones entre el sector más duro, identificado plenamente con la dictadura y sus logros, y otro sector liberal que quería presentarse doctrinariamente como centroderecha y “derecha moderna”. El primer gran choque se produjo a fines de los noventa en un Consejo Nacional  en Temuco, donde los ultraderechistas afianzaron sus posiciones, liderados por Cardemil, Onofre y Otero. A ello se sumaron derrotas políticas y electorales de liberales como Andrés Allamand y Sebastián Piñera, que estuvieron un par de años replegados. Por cierto, varios de esos golpes fueron a manos de la UDI y segmentos de la derecha económica.
 
Las posturas de los liberales –que en un momento se agruparon en la llamada Patrulla Juvenil, pretendiendo representar el cambio generacional y político- y las asonadas de los ultraderechistas llevaron, por cierto, a que incluso desde la Concertación se comenzara a hablar de “una derecha democrática” en Chile.
 
Sin embargo, los tenues avances democratizadores, nuevas realidades en el país, el natural desgaste generacional y por cierto el avance de la UDI en los ámbitos social y electoral, junto a una consolidación del trabajo interno de los liberales, fueron desplazando a los más duros dentro de RN. En ello, por lo demás, incidió también que personeros como Allamand y Espina endurecieron algunas posturas, retomaron un discurso más derechista, reforzaron el ideario de libre mercado e institucional/autoritario, encararon duramente a la Concertación y buscaron el rescate de votos de sectores históricamente ligados a ellos. Claro que con matices electoralistas y populistas como los establecidos por Piñera, que hoy lo tienen en serios apuros con sus correligionarios de la UDI y el propio RN.
 
Lo cierto es que la Declaración de Principios de RN es la que dibuja mejor a esta colectividad. Parte con algo decidor: “Existe un orden moral objetivo, fundamento de la civilización cristiana occidental, al cual debe ajustarse la organización de la sociedad”. En otro acápite, señala la doctrina de RN que existen derechos ciudadanos “sin perjuicio de la necesidad de contar con normas excepcionales que permitan cautelar el orden social”, lo que apunta claramente al ejercicio de medidas represivo/autoritarias. Junto con pegado, la doctrina de este partido estable que “las Fuerzas Armadas y Fuerzas de Orden simbolizan la unidad de Chile” y que tienen la misión de garantizar “la identidad histórico-cultural de la Patria y han de garantizar el orden institucional”. Y agrega: “RN destaca el patriotismo y espíritu de servicio de las FFA y FO, cuyo origen y gloriosas tradiciones se identifican con el surgimiento y defensa de la chilenidad…incluida su acción libertadora del 11 de septiembre de 1973, que salvó al país de la amenaza de un totalitarismo irreversible y de la dominación extranjera”.
 
RN promueve a la familia como núcleo de la sociedad, defendido principalmente por el rol de las mujeres, la “subsidiaridad”, el libre mercado, desarrollo de los “estamentos intermedios” de la sociedad, la institucionalidad surgida de la Constitución de 1980, libertad individual por encima del concepto de masas, estableciendo conceptos como que “la empresa privada es el pilar básico e irremplazable en una sociedad libre”.
 
Todo ese ideario está vigente en la colectividad de Piñera.
 
RN busca asentar su base social y electoral consolidándose en sectores propios y atrayendo a segmentos de la población que se identifican con el centro político y particularmente con la DC. Si bien en las elecciones senatoriales bajaron 8 puntos entre 1989 y 2009, en las de diputados y municipales se mantienen con oscilación de apenas un punto.
 
Vínculos regionales
 
La derecha chilena vivió una especie de trauma cuando terminó la dictadura: la repulsa internacional, que incluyó inclusive a partidos conservadores en Latinoamérica y Europa. Era evidente que uno de sus desafíos era mostrar una carta de buena conducta democrática, lo que resultaba difícil dada su identificación con el pinochetismo y la dictadura.
 
Los primeros en hacer acercamientos fueron los dirigentes de RN, con su discurso de centroderecha liberal y supuestos constructores de una “derecha democrática”. Lograron reforzar la presencia en la UPLA, la Unión de Partidos Latinoamericanos. Y de allí saltaron también a la International Democrat Union, que tiene como referentes a Margaret Tatcher, Jacques Chirac y George Bush. A inicios de los noventa, RN quiso esa parcela sólo para ellos, y logró desplazar a la UDI, que tenía el perfil pinochetista. Pero los logros electorales de esa colectividad y su habilidad política la llevaron a ocupar espacios regionales y actualmente el senador Jovino Novoa, funcionario de Pinochet y fundador de la UDI, preside la UPLA, y el joven diputado de la colectividad, Felipe Salaberry es el Auditor Político de la instancia regional. Ahí también participa el Movimiento Humanista Cristiano, prácticamente desconocido aquí en Chile.
 
La UPLA declaró, ante el triunfo de la derechista Coalición por el Cambio, que “la llegada de Sebastián Piñera a la presidencia de Chile es un impulso para la centro derecha en América Latina y un contrapeso a la negativa influencia que ejerce el gobierno de Hugo Chávez en el continente”.
 
Hoy, desde el gobierno, desde sus colectividades políticas y sus centros de estudio y universitarios, la derecha desarrolla y consolida vínculos con la administración estadounidense, el presidente golpista de Honduras a quien reconocieron sin tapujos, los Mandatarios conservadores de Colombia y México, la contrarrevolución cubana (expresado en las recientes y promovidas visitas de Huber Matos y Carlos Alberto Montaner), con José María Aznar (Partido Popular de España), Mauricio Macri (Propuesta Republicana de Argentina), Nicolás Sarkosy -Rassemblement pour la République (RPR) y Union pour un mouvement populaire (UMP)-, el escritor Mario Vargas Llosa, y entidades conservadoras como la Sociedad Mont Pelerin, el Instituto Cato, la Fundación Heritage y el Fondo Nacional para la Democracia.
 
Donde se generó una alianza estrecha, fue con los ultraderechistas colombianos liderados por Álvaro Uribe. Hay algo escrito sobre eso –que debería ser mejor y más difundido en Chile- pero basta decir que Sebastián Piñera, como candidato presidencial y Mandatario, y Andrés Allamand, como senador y ahora Ministro de Defensa, efectuaron actividades conspirativas, de Inteligencia y represivas orientados por Uribe (quien estuvo dando consejos por aquí hace una semana, como priorizar el orden público para contener las movilizaciones estudiantiles), que incluye el acusar de terroristas a ciudadanos chilenos, promover extradiciones, compartir métodos represivos a partir de la doctrina de la Política de Seguridad Democrática, aliarse en el concepto de operaciones extraterritoriales y compartir el plan de “lucha contra el terrorismo internacional” diseñado en la era de George W. Bush.
 
Derecha Dominante
 
Se podría afirmar, más allá de mitos, deseos o retóricas, que la derecha chilena logró un éxito redondo en Chile: económico, ideológico, militar, comunicacional, institucional y político/electoral.
 
Pese a diseños tácticos y mediáticos, tanto la UDI como RN, y otras pequeñas agrupaciones, tienen una matriz autoritaria, neoliberal, militar/represiva, religiosa, conservadora y nacionalista.
 
Las pugnas, controversias y diferencias al interior de la derecha política y electoral, no llegan al punto de producir un quiebre estructural o de proyecto dominante, ya que a estas alturas existe una plena coincidencia, compromiso y cohesión en torno de la sociedad de mercado, conservadora, cristiana y autoritaria, que quieren defender y profundizar. Más que antes, sería una falacia hablar de una “derecha democrática”, tal como lo demuestran sus discursos y acciones.
 
Mirando el escenario actual, es evidente que tanto la UDI como RN defenderán la institucionalidad autoritaria (se oponen y opondrán a la demanda de una nueva Constitución Política), el rol protector de las FF.AA. y Carabineros (que ejercen un papel represivo acentuado contra las manifestaciones sociales y ciudadanas), el dominio en los medios de comunicación (clausurando la participación del Estado y condenando la emergencia de medios sociales y ciudadanos), la preponderancia conservadora en universidades y ámbitos académicos y de estudio (promoviendo la educación con fines de lucro), los valores cristianos como ejes del funcionamiento de la sociedad (aplicados a políticas públicas en temas como el aborto, la anticoncepción, definición de familia), y sobre todo el modelo económico neoliberal, privatizador y de libre mercado (avanza la privatización del agua, las garantías a las trasnacionales, las medidas proempresariales en el campo laboral, etc.).
 
Junto con ello, se constata una postura rígida, represiva, intolerante, agresiva y altamente cuestionadora ante la izquierda, el movimiento indígena, las organizaciones y las acciones del mundo popular, social y sindical, la prensa contrahegemónica, los sectores medioambientalistas, de diversidad sexual, feministas, anticapitalistas y antineoliberales.
 
Se aterriza lo planteado por el sociólogo Antonio Cortéz Terzi de que la derecha se siente destinataria y continuadora “de una misión histórica refundacional totalizadora…que comprende una reconversión integral del país”.
 
Es así, que todo indica que en Chile, como en el pasado, la derecha defenderá a sangre y fuego su poder, y para ello unirá su poderío electoral, ideológico, militar, económico y comunicacional.-
 
(Ponencia presentada en el Panel “Derecha popular: ¿mito o realidad?”, dentro del Seminario “Estrategias de dominación en el Cono Sur”, organizado por ICAL y la Fundación Rosa Luxemburgo).
 
Reporte. Stgo. 01/09/011
 
https://www.alainet.org/es/active/49431
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