Carlos Mesa: Esperanza e incertidumbre
18/12/2003
- Opinión
Han transcurrido dos meses del gobierno de Carlos Mesa y nos
hallamos entre la esperanza y la incertidumbre. Esperanza por las
promesas: gobierno de transición hacia un nuevo campo político,
donde gobernar equivale a interactuar con la sociedad.
Incertidumbre, por el tiempo y las pocas señales para lograr lo
deseado, ya que, permanecen viejas enunciaciones y prácticas
políticas convencionales.
Hace dos meses, frente a la profunda crisis que derivo en la
renuncia de Sánchez de Lozada a la presidencia y la huida del país,
Carlos Mesa asumió la primera magistratura en base a un programa
mínimo de contención de la protesta social: consulta vinculante
respecto al gas, modificación de la Ley de Hidrocarburos y,
convocatoria a la Asamblea Constituyente. Tres aspectos centrales y
vinculados a la conciencia colectiva para iniciar un periodo de
transición hacia la configuración de un nuevo modelo de interacción
económica y política.
A partir del reconocimiento, por parte del nuevo presidente, de la
necesidad de avanzar en la transformación y reorientación del modelo
se abrió un tiempo de esperanza. En ella, a través de la
redefinición de la política del gas y de los hidrocarburos se
pretende sentar las bases y replantear el modelo económico y; a
través, de la Constituyente redefinir los términos de interacción
política entre el Estado y la sociedad. No podía existir mejor
actor, por todas las consideraciones estratégicas, que Carlos Mesa
para encabezar ese proceso.
Consiguientemente, las primeras decisiones del gobierno se
enmarcaron en el cometido: gabinete ministerial encabezado por
personas de confianza y de probada capacidad profesional. Asimismo,
se han dado señales de nuevas prácticas políticas: la apertura de
las oficinas gubernamentales para escuchar y abrir escenarios de
interacción con los actores de la sociedad civil. Todo ello, después
de los dos meses, nos dice que: aunque lento las cosas avanzan a
mejor.
Sin embargo hay cosas que permanecen y tienden a regresar con
fuerza: por una parte, el discurso enmarcado en una tradición
conservadora y, por otra -como una derivación de lo anterior- las
prácticas de anulación de la política. Ambos, peligros reales para
la estabilidad democrática y los objetivos del gobierno de
transición.
El discurso del presidente si bien es de interpelación y debate
público, necesarias para la construcción de la democracia, los
contenidos son todavía recursos discursivos de la vieja política: la
constante negación del conflicto y búsqueda de corrección moral
desde arriba. Al parecer para Carlos Mesa, después de la
desafortunada comparación de su personalidad con el expresidente
Tomas Frías en torno al desinterés respecto al poder, la política es
civilización y disciplina del "otro" en función a un bien colectivo
que él presume representar.
Esta concepción de la función de gobernar, no es más que una lectura
elitista y racista de la política, pues parecería decirnos que nos
hace un favor al ser presidente de la República. Ya que, según su
declaración, no tolerará ser presionado por los conflictos o por los
sectores radicalizados, puesto que no tiene ningún interés en el
poder para amarrase a él frente a las contingencias. Así, también,
parece no darse cuenta que al reducir y estigmatizar los conflictos
y actores de esa forma, lo que crea es la figura del enemigo en el
"otro" de siempre: los plebeyos, los indios, los siempre vistos y
calificados como ultra-radicales e intransigentes.
Por otra parte, es contradictoria una postura como la anterior, al
silencio mantenido por su investidura a las declaraciones del
expresidente Sánchez de Lozada en Miami y Europa, donde los
bolivianos, los miles que participaron en las movilizaciones de
septiembre y octubre, son calificados como simple masa al servicio
del terrorismo y el narcotráfico internacional.
Estas posturas revelan, todavía la presencia de una tradición
perniciosa de decir y hacer política; contra los débiles: el
chantaje o la disciplina a la letra muerta de la Ley; contra los
poderosos que a viva voz conspiran: el silencio, o la interpretación
maniquea de las disposiciones legales.
Ojalá, que, después de estos dos meses de esperanza e incertidumbre,
podamos asistir a un mayor campo de decisiones para identificar en
Carlos Mesa mayor compromiso con la democracia y la transición, más
allá de la simple retórica del mismo; pues gobernar no sólo es
administrar, sino, fundamentalmente, decidir. Y en política, decidir
es interpretar, juzgar, narrar y deliberar el pasado y presente para
abrir un camino, si se quiere, de corrección moral a futuro.
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