Entre Rio +20 y la guerra en el Cauca. Ideas para un balance

08/08/2012
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Casi no hay análisis que no remita al lugar común de señalar que estamos en crisis, algunos venimos sosteniendo hace ya varios lustros, que se trata de una crisis civilizatoria, afirmación que solemos acentuar diciendo que es simultánea y complejamente crisis económica, política, social, ética, espiritual y ambiental. Sin embargo, me queda el sinsabor de estar recurriendo a un esquema estereotipado, que en nada modifica ya el análisis. Creo que las revistas de modas y vanidades pueden darnos una pista de cómo derivar el análisis hacia asuntos más concretos. En ellas encontramos noticias de grupos selectos, gentes de las elites, que a veces incluso se mezclan con los de abajo, y que son quienes en su propio beneficio, quienes para sostener su glamour su modo de vida, sus apuestas de desarrollo, su poder y  su influencias políticas sobre el conjunto de la sociedad, se apropian, destruyen y trasforman territorios, cuerpos, lazos sociales y culturales. A veces llego a creer que incluso hay quienes entre ellos no perciben las relaciones entre su lucro y las desgracias del planeta. En estos ámbitos, revelan esas fuentes, se cuecen valores que parecieran ser, que invitan a ser, compartidos por toda la humanidad y logran de esa manera una legitimidad que es consensuada y a la vez impuesta.
 
La crisis civilizatoria se encuentra plasmada en esas fotografías de las actividades de las elites estimulando en los desposeídas pulsiones deseantes, y en el fondo, seamos tajantes, también  la frustración. Es en este intersticio entre deseo y frustración donde se instalan las promesas de bienestar, de desarrollo, de alivio a la pobreza, de prosperidad, que nunca se cumplen y siempre regresan como placebo para los de abajo.  El cambio civilizatorio, la descolonización del pensamiento, la liberación de la tierra, que está en el centro de las luchas en el Alto Cauca, pasa precisamente por romper con esas ataduras, pasa por restructurar  y componer  estructuras deseantes apropiadas al lugar, identitarias, instaladas en un territorialidad, fundamentadas en el cuidar y el compartir, que rescatan lo esencial de la felicidad fiestera, menuda y sencilla de los de abajo.
 
El despojo es uno de los mecanismos mediante los cuales esas funciones de sometimiento operan. La ciencia es útil para que se nos despoje de la idea de lo que las cosas son, la tierra no es la Madre Tierra sino un factor de producción, el agua no es sagrada sino H2O, etc. El despojo es también de la idea de para qué las cosas son: la naturaleza no es para vivir sino para comercializarla, las cosas no valen por lo que sirven sino por lo cuánto se tranzan. También hay un despojo de la función social que hace que se olviden las prácticas, al médico tradicional se le dice brujo y se le proscribe, a las bebidas festivas y ceremoniales se las prohíbe para que se abran mercados a productos industriales como el aguardiente y la cerveza. Se despoja además de la historia y las gestas sociales quedan en textos y fotos inescrutables que congelan la fuerza viva que hace posible la identidad y el futuro colectivo. El despojo, lo hemos dicho, es más que un hecho objetual, es un hecho total de todas las esferas de la existencia.
 
Sin duda, entre las fuerzas motrices que catalizan la situación de guerra que padece actualmente, hoy 08 de agosto de 2012, el Norte del Departamento del Cauca están las formas de ocupación del espacio y de poblamiento que expresan la distribución inicua de los factores de producción, de la riqueza y de los dones de la naturaleza, manifestándose en el constreñimiento del espacio habitacional, del espacio de movilidad, del espacio para la recreación y para la reproducción social de los pobladores negros, indígenas, mestizos… y del espacio para la reproducción ecológica de sus fuentes de vida; mientras simultáneamente se produce el ensanchamiento del espacio productivo de los industriales del agro, la manufactura, los servicios (energía, gas, etc.), la minería y de las economías ilegales.
 
Lo que contrasta en la región es, de una parte, las estructuras basadas en la explotación de la naturaleza y de los seres humanos para lucro de las elites nacionales y de la región y de otra parte, sin que esto sea una dicotomía en sentido absoluto, las luchas de sectores de la sociedad por la defensa de los bienes comunes, del agua, de la atmósfera, de los suelos, de las culturas y cosmovisiones, mientras se intentan ejercicios de justicia social en la distribución del acceso a los dones naturales y a los servicios ambientales, es en definitiva una lucha entre formas de ocupación y poblamiento del espacio que van configurando paisajes erosionados y desolados, con pequeños resquicios de resistencia que encarnan la sustentabilidad, las justicia ambiental y social deseadas y otros mundos posibles.
 
La concienciación de esta situación es la que marca la imaginación de nuevas y recreadas utopías donde es posible dejar atrás estructuras que se instalaron como pilares del mundo globalizante, entre ellas principalmente el lucro y el individualismo. Estrategias de construcción de escenarios políticos de defensa de las soberanías de los pueblos: alimentaria, energética, ecológica, política son fundamento de ese paradigma que viene de la historia pero que se renueva y remoza donde la justicia y el la construcción del buen vivir se constituyen en sus alicientes. A esta postura podría sumarse un proyecto político de la izquierda que superara las limitaciones para entender que el desarrollismo es una limitación suya para asumir las agendas ambientalistas, y también podrían sumarse los ambientalistas que podrían superar la incapacidad para desplegar las fuerzas de un movimiento ambientalista de raizal retrayéndose del “oenegeismo” de subsistencia, legitimo pero insuficiente. Ambientalistas e izquierda están en mora de asumir los retos políticos que un movimiento social con fuerza auto-organizativa, no lineal, no jerárquico, no mesiánico, pluriétnico y pluricultural, plantea de manera particular en Colombia.
 
Mientras en el Norte del Cauca se da la lucha concreta contra el proceso de globalización hegemónico, no dejan de haber ideas y reflexiones que hacen el balance de un hecho que es un hito en la lucha por la sustentabilidad del planeta, reflexiones que no distan de las que nos proponemos para nuestro terruño. El proceso de Río más 20 ha sido una oportunidad para evaluar los resultados de las políticas y acuerdos que se hicieron en Río 92 y para ponderar las tendencias y alcances de los nuevos compromisos oficiales en el seno de las Naciones Unidas. La situación del Cauca y el estado del Movimiento Ambiental frente a Rio + 20 señalan invitan al análisis autocrítico al interior de los movimientos sociales, para refrendar nuestras apuestas y compartir nuestros propósitos. ¿Cuál es el alcance de la autocritica y cuál el norte de nuestras apuestas?¿Qué lecciones hemos aprendido? ¿Hay para quienes basta la corrección tecnológica?¿Acaso aupar el desarrollo –sustentable, humano, verde- ha frenado los problemas ambientales? ¿Cuánto se ha conciliado el desarrollo -ahora economía verde-, con el alivio a la pobreza?¿Cuál es la efectividad de las denuncias y los planteamientos políticos de ecologistas y ambientalistas?¿En dónde están los caminos que nos permitan re-diseñar los mundos que decimos posibles? ¿Somos hoy más soberanos que ayer? ¿Cómo parar las guerras, que son una, in extenso?
Todo pensamiento está siempre adherido al cuerpo, toda invención está precedida de lo aprendido. Por ello es fundamental saber que hemos aprendido. Nada surge de la nada. Rio 92 ofreció erradicar la pobreza y 20 años después solo se propuso aliviarla sin mucho aliento. Hace 20 años se habló del derecho al desarrollo y al acceso de los pobres a los recursos para enfrentar los problemas ambientales y sin embargo hoy lo que se ve es mayor concentración de la riqueza y un intercambio ecológico desigual más exacerbado. ¿Para qué entonces nuevas promesas?
 
Las promesas son compromisos. Pero son palabras. Si bien el lenguaje tiene potencia creadora, no habría lenguaje sin que hubiese algún mundo donde instalarse. ¿De qué sirve el lenguaje sin mundo? ¿De qué sirven las promesas de economía verde o de paz para una región si lo que el aparato productivo capitalista sigue produciendo a chorros es más miseria? ¿De que sirve que se hable de energías alternativas si el capital no descansará hasta obtener la ultima gota de lucro de los combustibles fósiles? ¿De qué sirve hablar de soberanía de las naciones si todo el sistema de naciones unidas parece cada vez más una estructura que solo sirve a los intereses de las grandes corporaciones trasnacionales y poco a los pueblos?
 
¿Cómo hemos llegado a las crisis que hoy la humanidad-mudo afronta? ¿Por qué si tales crisis y sus raíces no han sido ajenas al pensamiento contemporáneo no ha sido posible detener la destrucción del mundo que habitamos? ¿Si el humanismo se instaló en el pensamiento moderno por qué no hemos humanizado nuestros mundos? Los diagnósticos abundan, y en general son coincidentes: todas las esferas del planeta están cada vez más destrozados, pedósfera, litósfera, hidrósfera, biósfera, atmósfera, sociosfera... ¿Cuáles son las razones? ¿Cuáles las causas?¿Acaso las causas materiales se acompasan con las causas racionales?¿La certeza de los acontecimientos parece no coincidir con el acierto de los racionamientos? Explicaciones y justificaciones pueden terminar apartándonos aún más de las soluciones. ¿Acaso la certeza de lo vivido genera por sí misma confiabilidad en lo pensado?; o por el contrario ¿Será que la rica imaginación de salidas ha sido derrotada por la contundencia de los hechos? ¿Es acaso falso que la sociedad moderna puso en mundos separados la ontología y los raciocinios y se olvidó los sentimientos, ahora desquiciados?¿Será posible acoplar estos mundos en una pléyade de mudos-razón-sentimiento-materia?. Si fuese así: ¿En qué lugar y en qué momento se está produciendo, o se podrá producir, tal conjunción? ¿Acaso no es eso lo que se refleja en el conflicto en el Norte del Cauca?
 
Al referirnos a las decisiones que venidas del pasado han dado forma al mundo unilateral que se nos impone, no podemos ignorar que muchas de ellas se adoptaban en estado de ignorancia. No podemos ignorar que hemos ignorado. No podemos pensar que tuvimos siempre la razón. En eso está la capacidad de enmienda, de corrección, de rectificación. Pero no es esto lo que encontramos en los análisis que conducen a nuevas decisiones. Lo que encontramos es la justificación de la ignorancia, la arrogancia de la razón. Esa es la actitud del Estado colombiano frente a los grupos étnicos en la región y esa es la actitud de los poderes hegemónicos en la ONU frente a la crisis civilizatoria.
Haber desconocido, haber ignorado ex profeso el impacto de las actividades destructivas sobre la atmósfera, la diversidad biocultural, la salud humana y ambiental ha sido el signo contumaz del capital. Lo hemos evidenciado en todas las escalas que van desde lo local a lo global. Mantener la ignorancia ha sido una estrategia del poder hegemónico de los capitalistas. Los avances en el conocimiento del comportamiento de la materia, en el conocimiento de las fuerzas de la creación de la mente humana, han sido vedados para la humanidad en su conjunto. El aparente acceso a la información que provee los medios de comunicación es un placebo frente a la ignorancia de las causas y de las estructuras causales de la crisis civilizatoria. Los poderes densos se complacen de que vivamos en estado de ignorancia.
 
Mirar en estado de ceguera hacia el pasado puede llevarnos a sesgos, a ocultar los errores, a subvalorar los dilemas vividos. Situados en el lugar en donde se tendrán que tomar decisiones sobre nuestro propio futuro, un abanico de posibilidades se abre en el devenir. La flecha de la historia puede tomar cualquier ruta y, seguramente, podrá tomar con mayor probabilidad unas rutas que otras, pero siempre en el futuro estarán presentes alternativas múltiples. Mas cuando se trata de mirar atrás, de ver la trayectoria ya tenida, se pierden de vista los dilemas que entonces nos devanaban el cerebro y nos atormentaban los sueños. La historia hacia atrás tiene menos grados de libertad que la historia hacia adelante. Dicen Prigogini y Stengers (1983, p 284) que: “La entropía llega a ser <<un indicador de evolución>>, y traduce la existencia en física de una <<flecha del tiempo>>: para todo sistema aislado, el futuro está en la dirección en la cual la entropía aumenta.”
 
¿Cómo abordar de manera verdaderamente crítica nuestra experiencia para obtener lecciones actuales y no simplemente un recuento de hechos sin perspectiva? ¿Cómo confrontar teóricamente nuestras creencias y razones del pasado sin escudarnos en un pacato conformismo? Para que realmente la experiencia de lucha en la región, la experiencia del movimiento social internacionalizado en las últimas décadas, para que la agenda que los movimientos sociales por la paz, la agenda después de Rio +20 sea significativa, como esperamos que lo sea, debemos llevar esta reflexión con una actitud vigorosamente autocritica y creativa. ¿Qué son los resultados de las luchas populares? ¿A donde está la soberanía? ¿De qué autonomía estamos hablando?
 
Mientras me hago estas preguntas, la andanada de asesinatos y desapariciones no cesa, la persecución al sindicalismo sigue fraguándose en los clubes privados, el despojo de tierras y territorios sigue siendo objetivo del capital. Mis compañeros de organización, del Proceso de Comunidades Negras en el Palenke del Alto Cauca preparan movilizaciones para impedir la condena de los líderes que han sido detenidos y que están siendo juzgados alevosa y arbitrariamente. La historia prosigue mientras preguntamos por la historia. Diríamos que estamos viviendo una historia mientras indagamos sobre otra historia.
 
Esta reflexión invita pues a examinar esa experiencia de manera que pueda ser el lugar común donde nos miremos en el proceso de construcción de territorios de paz, de sociedades simbióticas, de territorialidades “pluriversas” (Escobar 2011), que se constituyen en bastiones de alternativas globales al paradigma de desarrollo imperante, a la civilización hegemónica.
 
Desafortunadamente la piel de los movimientos que suele tener olor a tierra, olor a barrio popular, sabor a ventorrillo callejero, olor a barricada callejera y a huelga obrera, no está protegida de discursos los discursos pesudo-radicales e inmovilizadores institucionalizados de la izquierda y de ciertas ONG que a veces sin mesura se autoproclaman voceros interpretando fríamente luchas que han temido librar o que conocen desde escritorios. Sin embargo, el movimiento popular, en general, sigue construyendo con su experiencia los referentes de lo verdaderamente transformador, los pilares de otros mundos posibles, sin que su discurso ni su experiencia pase muchas veces por las tarimas públicas. Estas contradicciones reales, aunque secundarias no hay que ocultarlas, sabiendo que lo esencial es confrontar acá el discurso frívolo de los gobiernos, gerenciados muchos de ellos desde los clubes privados y exclusivos de las elites económicas y sus burocracias trasnacionales. El futuro que ellos quieren no es el que nosotros queremos, como el presente que quisieron no es el que nosotros quisimos. Es una lucha de paradigmas teóricos y de maneras de vivir y relacionarnos entre nosotros y con el mundo. Nuestra soberanía no es la soberanía de ellos. La matriz energética nuestra no es la de ellos, la nuestra no quiere fósiles, la de ellos se lucra de eso, la nuestra no quiere nucleares, la de ellos se lucra de eso, la nuestra no quiere grandes hidroeléctricas ellos las fabrican. Nuestros compromisos son nuestra palabra y no engañamos con ellos; sus compromisos son una farsa publicitaria.
 
Nosotros no estamos proponiendo una nueva arquitectura para el gobierno ambiental del mundo, ni la paz de los sepulcros, nosotros estamos proponiendo reforzar las solidaridades entre los pueblos, reforzar los acuerdos políticos entre las organizaciones del movimiento social y sus fuerzas políticas, nuestra apuesta no es la gobernanza de las instituciones sino la soberanía de los pueblos. Todos acá lo sabemos, no nos llamemos a engaños. Ni "el comercio de carbono", ni la "geoingeniería", ni "la agricultura climático inteligente" ninguno de esos placebos restaurará las redes de la vida y las culturas que han sido destruidas. Mientras el mundo de los raciocinios y las decisiones no se acerque y comprenda verdaderamente la crisis civilizatoria las medias serán paliativas. La economía verde solo es una oportunidad que está buscando el capital para un nuevo ciclo de reconversión tecnológica que le permita desde su perspectiva colonialista, patriarcalista y eurocéntrica seguir el dominio del mundo. Eso es lo que sucede en las grandes extensiones de caña que rodean el Norte del Cauca. Esa no es nuestra apuesta, ese no es el mundo que estamos construyendo nosotros y nosotras.
 
https://www.alainet.org/es/active/57095
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