Militarizar la seguridad interior?
20/04/2004
- Opinión
El recién presentado Plan Federal Integral de Seguridad del
gobierno nacional descarta la idea de que las Fuerzas Armadas
presten algún tipo de colaboración directa en materia de seguridad
interior. Se trata de una decisión acertada que no sólo tiene
asiento en la legislación vigente -leyes de Defensa y de Seguridad
Interior-, sino también en la traumática experiencia de los países
de la región que optaron por esa vía: Colombia y Brasil.
La iniciativa que fuera planteada por el ministro de Defensa, José
Pampuro, despertó inmediatamente la polémica sobre sus eventuales
alcances e implicancias, aunque no es nueva en absoluto: los
proyectos e intenciones de que las Fuerzas Armadas colaboren en la
lucha contra el delito vienen de mucho tiempo atrás, y fueron muy
conversados en el 2001, durante la gestión de Horacio Jaunarena en
Defensa.
Como recuerda Marcelo Sain, ex subsecretario de Seguridad de la
provincia de Buenos Aires, durante los años '60 y '70 la defensa
nacional estuvo circunscripta a lograr la "seguridad nacional", la
que abarcaba tanto la protección frente a agresiones militares
convencionales de estados como la conjuración de riesgos surgidos
en la esfera de la seguridad interior. Bajo la mira de este último
supuesto estuvieron los conflictos resultantes del enfrentamiento
contra grupos políticos internos de carácter insurgente, o apenas
opositores, en el marco de la denominada "lucha contra la
subversión".
El fin de la Guerra Fría y de los conflictos regionales derivados
de ésta, el proceso de distensión, cooperación e integración
desarrollado en el plano subregional, la debacle provocada en la
guerra de Malvinas y la democratización del sistema político local
iniciada a fines de 1983, convirtieron en anacrónico aquel modelo
de organización del sistema defensivo-militar. Y más tarde, el 13
de abril de 1988, el Congreso de la Nación sancionó la ley de
Defensa Nacional, que el Ejecutivo promulgó 13 días después. Su
artículo dos, que nunca fue modificado, dice lo siguiente: "La
defensa nacional es la integración y la acción coordinada de todas
las fuerzas de la Nación, para la solución de aquellos conflictos
que requieran el empleo de las Fuerzas Armadas, en forma disuasiva
o efectiva para enfrentar las agresiones de origen externo". Del
que se desprende la imposibilidad de remitir a las Fuerzas Armadas
a cuestiones de seguridad interior.
En el Brasil, simultáneamente, se ensaya la vía contraria y se
involucra a las fuerzas armadas en conflictos entre bandas de
narcotraficantes en la ciudad de Río de Janeiro. Allí han sido
desplegados los 4.000 soldados del ejército que fueron solicitados
por la gobernadora del citado Estado al gobierno federal. Tropas
que según el secretario de seguridad, Anthony Garotinho, serán
utilizadas para cumplir labores policiales en zonas adyacentes a
las favelas.
No se trata de un hecho nuevo. El ejército brasileño fue convocado
por primera vez en Río de Janeiro en ocasión de la Cumbre de la
Tierra de 1992, que congregó a más de 100 jefes de Estado. En el
2003, las fuerzas armadas también fueron movilizadas cuando los
traficantes del Comando Vermelho -que controlaba la mayoría de las
favelas cariocas- atacaron edificios públicos y hoteles para
exigir que fueran suavizadas las condiciones de detención de su
líder recién encarcelado, Fernandinho Beira Mar.
Los resultados de esa política de intervención militar en asuntos
internos de naturaleza policial son a todas luces frustrantes,
debido a que no ha contribuido sino a agudizar los conflictos
entre las bandas y a exacerbar una carrera armamentística sin
precedentes en la historia del Brasil.
Es necesario recordar una vez más que las iniciativas de utilizar
personas o aparatos logísticos de las Fuerzas Armadas en temas de
seguridad interior implican un avance innecesario e imprudente
hacia la militarización de las políticas de seguridad. Opción que
a la vez de fortalecer la vía represiva omite considerar que la
seguridad ciudadana es un eslabón más entre otros logros sociales,
respecto de los cuales el Estado tiene un rol protagónico, aunque
no excluyente. Esos otros logros tienen que ver con la vigencia
efectiva de los derechos sociales: acceso a la educación, a la
salud, a la vivienda y al trabajo. Y subrayarlo ahora no es un
ejercicio de mera banalidad intelectual, puesto que entre el
delito y aquellas manifestaciones de la inseguridad en las áreas
sociales mencionadas hay tan sólo un paso: ambas se potencian
recíprocamente y se encuentran indisimulablemente vinculadas entre
sí.
En función de esta realidad, mucho más conveniente que militarizar
la seguridad resulta ser su socialización horizontal. Y ello se
logra, al menos desde una perspectiva analítica, poniendo en un
plano de igualdad a la inseguridad proveniente del delito con
aquellas otras manifestaciones que emergen de las omisiones
estatales en la referida área de los derechos sociales.
Luego, fortaleciendo la red de servicios públicos básicos, entre
los cuales se encuentra la seguridad ciudadana, a fin de extender
su acceso y goce a cada uno de los habitantes de nuestro país. De
otro modo, seguiremos abonando un concepto de seguridad de
raigambre exclusivamente policial, que pierde día a día su sentido
social, fomenta la disgregación y aumenta sin percibirlo la
tensión en las relaciones intersubjetivas.
La experiencia indica que conviene desechar el llamado a las
soluciones mágicas. Aquellas que operan en el universo simbólico
con apenas alguna incidencia en la vida cotidiana de los
argentinos.
https://www.alainet.org/es/active/6004
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