El Papa Francisco desautoriza a Woytila

05/05/2013
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Desde que inició su pontificado, el Papa Francisco ha realizado cambios más bien de forma que mantienen el estilo   que lo caracterizaba en su natal Argentina, pero ahora le corresponde emprender otros que vayan más al fondo de las cosas.
 
El Ministro vaticano Vicenzo Paglia informó hace algunos días que se había desbloqueado el proceso de beatificación de monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador, que fue asesinado el 24 de marzo de 1980.
 
Para esa fecha, los cambios que se habían iniciado en esa nación centroamericana con la rebelión de la juventud militar, habían sido cooptados por los militares de mayor graduación, por los sectores políticos de derecha y por la posición adoptada por Estados Unidos.
 
La junta de gobierno integrada inicialmente por el catedrático Román Mayorga, el dirigente social demócrata Guillermo Ungo y el ingeniero Mario Andino en representación de los empresarios de clase media, no tuvo mucha oportunidad de gobernar efectivamente y desarrollar su programa.
La Juventud Militar había lanzado una proclama que esbozaba los cambios a que aspiraban y en las aulas de sus institutos se empezaron a dar clases a cargo de figuras políticas latinoamericanas, en las que se hablaba mucho de Voltaire, que despertaba gran interés, y de los procesos sociales más importantes históricamente hablando, en especial los europeos.
 
Pero al mismo tiempo se desarrollaba una pugna en la que Estados Unidos esperaba que los sectores demócrata cristianos, que eran una de las fuerzas políticas, se impusieran a los social demócratas que encabezaba Ungo y que tenían el respaldo de la Internacional Socialista.
 
En el plano militar, el ministro de defensa, general García, no tomaba en cuenta la proclama de la Juventud Militar. A eso se agregaba la confrontación entre los militares y los estudiantes y trabajadores, la que no excluía enfrentamientos armados.
 
El día que entrevisté a los integrantes de la junta civil de gobierno, me retiraba de la Casa Presidencial en los momentos en que ingresaba a ella un grupo de uniformados.
 
”Parece que hay reunión de militares”, comentó Ungo. Era algo más, los uniformados ingresaron luego a una reunión de gabinete y demandaron respaldo de los civiles en su confrontación con los jóvenes, que habían jugado un rol importante en el cambio político.
 
Fue el comienzo del fin. Regresé a México con las copias de las renuncias aún no hechas efectivas de todos los integrantes del gobierno.
 
Poco después ese gobierno se colapsaba, la juventud militar era cooptada y se desataba una represión a gran escala.
 
Romero y Juan Pablo
                                                                                                                        
La gravedad de los acontecimientos salvadoreños determinó que el arzobispo Romero decidiera viajar al Vaticano y envió una solicitud para entrevistarse con el Papa. Pero cuando llegó a su destino, nadie sabía nada al respecto, no habían recibido su petición.
 
Finalmente, logró acercarse al Pontífice en la audiencia dominical y éste lo recibió al día siguiente. Romero le llevó una caja que contenía informes sobre la situación de su país.
 
Los detalles de la entrevista se los contó el propio arzobispo el 11 de mayo de 1979 a María López Vigil, autora del libro “Piezas para un Retrato”, publicado por la Universidad Centro Americana el año 1993.
 
El Papa no miró los documentos y reclamó “Ya les he dicho que no vengan cargados con tantos papeles”. No miró nada. Romero le mostró la fotografía de un sacerdote muerto por los militares, que tenía el rostro aplastado por una tanqueta y un corte con machete en el cuello.
 
El Pontífice no hizo ningún comentario y cuando Romero explicó que lo mataron, que era un guerrillero, le preguntó ¿“Y acaso no lo era?”
 
Luego le indicó:”Usted, señor arzobispo, debe esforzarse por lograr una mejor relación con el gobierno de su país” y agregó: “Una armonía entre usted y el gobierno salvadoreño es lo más cristiano en estos momentos de crisis”.
 
Para terminar, le señaló: “Si usted supera sus diferencias con el gobierno trabajará cristianamente para la paz”. Romero replicó “Pero, Santo Padre, Cristo en el evangelio nos dijo que él no había venido a traer la paz sino la espada”.
 
Mirándolo fijo el Papa sólo le respondió “No exagere, señor arzobispo” y ese fue el fin de la audiencia. Se recomendaba tolerar los abusos.
 
El 23 de marzo de 1980, el arzobispo Romero, en una homilía dirigida al ejército, la guardia nacional y la policía, les señalaba que ningún soldado estaba obligado a cumplir una orden de matar a sus hermanos.
 
Les pidió recuperar su conciencia y obedecerla, antes que a la orden del pecado y afirmó” La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación”.
 
En nombre de Dios, les pidió y ordenó que cesaran la represión. La respuesta no se hizo esperar, a las 6 de la tarde del día siguiente, cuando celebraba una misa en un hospital, el arzobispo Romero fue asesinado por un francotirador.
 
Se acusó del crimen al Mayor Roberto D´Abuisson pero investigaciones periodísticas posteriores han permitido establecer que el autor del crimen fue un militar de más baja graduación, que junto a otros implicados buscaron refugio en lugares apartados del país.
 
Viven en condiciones bastante primitivas para evitar ser condenados por el crimen. En cuanto a D´Abuisson la vida se encargó de hacer justicia, murió de un cáncer que le comenzó en la lengua.
 
Y mientras todos los implicados en estos crímenes pagan sus culpas de una u otra manera, la figura de Monseñor Romero crece y al conmemorarse el 33 aniversario de su muerte fue objeto de emotivos homenajes tanto en El Salvador como en Naciones Unidas.
 
- Frida Modak, periodista, fue Secretaria de Prensa del Presidente Salvador Allende.
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