De satélites, fugitivos y expulsiones en Bolivia
26/12/2013
- Opinión
El año cierra en Bolivia con su firme ingreso a la era espacial. El satélite Tupac Katari fue puesto en órbita y, además de los beneficios que proporcionará en telecomunicaciones, elevó la autoestima nacional y el sentimiento de que lo que parecía imposible se puede realizar. El suceso es producto de una situación macroeconómica estable, con un crecimiento del 6.5%, reservas internacionales que rondan los catorce mil millones de dólares, y colocación internacional de dos emisiones de bonos (instrumentos de deuda) por quinientos millones cada una. Como consecuencia de esto y de subsidios directos en beneficio de ancianos, escolares y mujeres embarazadas, entre otros, un porcentaje significativo de la población logró salir de la pobreza extrema. Sin embargo, aunque se proclame el Vivir Bien e incluso se publicite el modelo como una vía al socialismo, lo que funciona es un tipo de capitalismo con cierto control y voluntad de administración estatal. Durante el año que termina se emitieron fuertes señales favorables a los tradicionales grupos de poder económico, beneficiándolos con una ampliación de plazos en el cumplimiento de la función social de la tierra, el perdón a deforestadores, y la consigna de ampliar la frontera agrícola, que en la práctica significa multiplicar los cultivos de soya y deteriorar tierras, en particular en la región oriental. Por otra parte, aunque se exporta más de lo que se importa, un 70% de las exportaciones bolivianas corresponden a recursos no renovables (petróleo, gas y minerales).
Uno de los que advirtió las ventajas del modelo fue el estadounidense Jacob Ostreicher. Apareció con millones de dólares para producir arroz, se asoció con una empresaria colombiana ligada al narcotráfico, y al poco tiempo cayó preso. De ahí en adelante se desarrolló un culebrón que incluyó la actividad de un equipo de funcionarios gubernamentales especializados en extorsión y estafa, la aparición en escena de Sean Penn, primero homenajeado por el gobierno como embajador itinerante, para ser luego borrado de la fotografía cuando comenzó a abogar a favor de su paisano en desgracia. Como todo buen folletín, incluyó un final inesperado: Ostreicher fugó del país, a pesar de estar con arresto domiciliario. Con absoluta impunidad atravesó de este a oeste el ancho territorio nacional y apareció en Perú. Meses antes, un senador de oposición asilado en la embajada brasileña había hecho lo mismo, sólo que en dirección geográfica contraria ¿burlando? todos los controles. Sólo dos ejemplos, entre muchos, que hacen patente una vez más la profunda corrupción de dos instituciones, policía y poder judicial, que se han mostrado notablemente impermeables al “proceso de cambio” y sólo muestran eficiencia cuando se trata de esquilmar a la ciudadanía.
Entre la fuga del arrocero y el lanzamiento del satélite, el Ministro de la Presidencia anunció la expulsión de una ONG escandinava, asegurando que no sería la última. Colocó de nuevo en la opinión pública, y en particular en ciertos dirigentes y movimientos sociales que suelen repetir acríticamente lo que se les indica, la sospecha generalizada en torno a la cooperación extranjera, forzando una vez más la simplificación de de un tema que tiene múltiples aristas y complejidades. Lo más sorprendente es que el ministro denunciante, hoy férreo defensor de la dignidad nacional, porta una insólita hoja de vida: ex miembro de las fuerzas armadas, becario en la Escuela de las Américas (conocida como Escuela de Asesinos), funcionario del dictador Hugo Banzer en su etapa de disfraz democrático, y miembro de la Red de Seguridad y Defensa de América Latina financiada por George Soros y la National Endowment for Democracy. Estas aparentes paradojas no son tales cuando descubrimos que lamentablemente el oportunismo está incrustado y aún naturalizado en ciertas conductas políticas locales. Ya en el marco de los afanes independentistas de 1826, algunos de los protagonistas como Urcullu, Olañeta o Serrano habían operado en realidad como sólidos aliados de la corona española hasta pocos meses antes. Fueron los llamados “doctores dos-caras”. Una modificación en la correlación de fuerzas los hizo cambiar velozmente de principios y de bando.
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