El club me ha mandado, hoy, la citación

Fútbol Infantil, el sentido del juego

23/02/2005
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Dos pibes de diverso origen se abrazan y celebran. A su alrededor una quincena de compañeros salta y canta. Desde atrás del alambre los padres agitan pañuelos y banderas. Los entrenadores se saludan y buscan mostrar sobriedad, pero están contenidos. Esos dos chicos, como sus compañeros, son valorados por los talentos que poseen y por el esfuerzo realizado: en el fútbol infantil, pese a las excepciones que nunca faltan, rige una dinámica competitiva genuina que permite el reconocimiento. Hasta cierto punto, contrasta con la organización económica argentina, pues resulta extraño que se impongan los peores. Constituye la posibilidad democrática más interesante de miles de chiquitos que, en otra actividad, deberían correr en desventaja. Es cierto: hay padres que pretenden salvarse y presionan demasiado; hay entrenadores corruptos y otros, marmotas; hay errores arbitrales y circunstancias imponderables que pueden transformarse en desagradables sorpresas. Pero se trata de excepciones. Lo que sí hay es el esbozo de belleza generado por chiquilines cuya madurez psicomotriz aún no ha llegado, el esquive que preanuncia una hermosa gambeta pocos años más adelante, el vuelto casi armónico del arquero valiente, el toque abierto de quien comprende que levantar la cabeza contiene la llave de la victoria. Pero también: el cierre en tiempo de un zaguerito rápido; la caricia para el que jugó mal y el grito ofuscado para el que decidió no luchar; el aplauso de un padre para el relevo de su propio hijo. Hay momentos de buen juego, otros de abulia y muchos de emoción. Aunque también, cada tanto, emergen instancias mágicas: un nueve se retrasa y recibe en posición de diez; el centrodelantero retacón, futuro ocho quizás, clava su pie izquierdo y hace pasar de largo al volante rival; retoma el balón con su pierna, la derecha, y observa (percibe apenas) que entre el dos y el seis hay una brecha invisible. Desde afuera se escucha el consejo adecuado: "cruzala que el siete entra sólo", pero por alguna razón inexplicable desoye la sugerencia y la corta para sí mismo en medio de los marcadores; queda sólo frente al arquero y se da cuenta (percibe apenas) que si mueve su cintura, o su pancita, hacia la izquierda y arranca hacia la derecha, el mundo será suyo. Lo hace; el niño con guantes queda descolocado y el delantero la toca justo para que ingrese antes del cierre apurado, o más bien desesperado, del tres (que se avivó tarde). El mundo es, efectivamente, suyo, y el festejo se prolonga porque el nene se acerca hasta donde está la madre, a la cual el corazón le da brincos desbocados. Hay momentos de ida y vuelta, otros de enriedo y varios de discusión. Aunque también, de vez en cuando, surge la vieja magia, renovada. Porque sobre el final del partido decisivo, cuando el equipo va ganando uno a cero, un mediocampista aguerrido comete una infracción letal a tres metros del área grande. Y todos saben lo que eso significa: pateará el grandote, cuya presencia despertó dudas acerca de su edad; y el grandote es goleador, porque tiene potencia y dirección. "Un penal con barrera" lamenta el técnico mientras se muerde la lengua para no recriminar al inoportuno infractor. El arquerito, mientras arma la presunta muralla, se ve pequeño, pequeñísimo en el arco de siete metros (siete metros y un poco más). Un piojo rojo y gris enguantado, con el pelo revuelto que intenta observar el balón en medio de las mil piernas. El grandote patea, y el problema es que, como se preveía, patea bien. La pelota sale rápida y precisa hacia el costado derecho. El pequeño arquero utiliza medio segundo en impulsarse mientras se va estirando: en el instante siguiente sus bracitos se tensan hasta parecer independizarse y con la punta de los dedos desvía el remate. El técnico baja sus manos de la cabeza y trata de descifrar lo ocurrido; los chicos rodean al arquerito y varios padres se persignan. El árbitro decide que ya no queda tiempo para más. El fútbol infantil es una de las experiencias más atractivas que puede ofrecer la vida a un niño argentino. Hay victorias y derrotas, risas y lamentos, felicitaciones y gritos. Se aprende a disfrutar del cansancio. Hay grupos imposibles de amigos inseparables que jamás se hubieran conocido en otras circunstancias y que aunque lo hubieran hecho, de no mediar esta actividad, nunca hubieran sentido lo que es formar parte de un equipo ni conocido "ese" tipo de amistad. En todos late el sueño de jugar en primera división pero no en todos está encendida la llama que permitirá concretar el anhelo; de hecho, sólo el seis por ciento de los jugadores infantiles logra semejante privilegio, un éxito en sí mismo. Pero quienes atravesaron por esa dimensión, saben que tienen una marca y saben también que existen momentos absolutamente inexplicables que necesitan del fútbol para abrise camino en medio de la realidad. Muchos padres, y no pocos entenadores, deberían tomar en cuenta que esa selección salvaje y razonable que deriva en un embudo muy angosto a medida que se avanza en las divisiones inferiores, es lo que explica con nitidez aquella norma impuesta por Carlos Griguol en Gimnasia acerca del estudio obligatorio de los deportistas: ¿Qué pasa cuando alguien que dedicó su vida al fútbol no puede, por motivos diversos, jugar al fútbol? Y lo que es más: ¿Qué ocurre con el tipo de 40 años que deja de practicar el juego? Se trata de interrogantes trascendentes que tienen la obligación de realizarse quienes poseen algún tipo de responsabilidad sobre los pequeños que desean divertirse, y triunfar. Hay algunos textos valiosos que analizan el exceso de presión y ciertas irregularidades; hay una zona mental absurda en la cual se espera que el niño resulte contratado por una entidad europea. Hay egoísmos y acomodos. Se trata de situaciones que merecen especial cuidado y consideración, así como una presencia estatal rectora y firme. Por supuesto que el Estado está ausente en este nivel, al igual que en casi todos los demás, a pesar de tratarse de una de las canteras deportivas más notables del planeta. Pero suponer que esos aspectos son los que caracterizan a los torneos infantiles de AFA, a las Ligas y al baby nucleado en la Federación Amistad de Fútbol Infantil, es un importante error de apreciación: allí palpita el sentido mismo del fútbol; allí, el más moreno y petisón de los chiquitos se sentirá unido por siempre al atlético galancito que empieza a conmover a las pibas del colegio. Y viceversa. Ambos lucharon, gritaron, vencieron y perdieron, juntos. Eso es intransferible. E inolvidable. La Señal Medios / Revista Questión Latinoamérica
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