Tabaré Vázquez, Presidente
El día de los abrazos
02/03/2005
- Opinión
El Uruguay ha
comenzado a echar las bases para renacer como nación. Luego
de años de volteretas sinuosas, en que retazos de soberanía
fueron quedando por el camino, postrando al país, un rayo de
luz comienza a tener más intensidad. Ahora casi nos
deslumbra.
Cuando el flamante Presidente de la República, Tabaré Vázquez,
afirma que “las naciones no se construyen refugiándose en el
pasado, ni resignándose en el presente, ni renunciando al
futuro”, está diciendo mucho. Está traspasando a la gente
toda una concepción nacional que se habían abandonado en el
país los gobiernos burocráticos, clasistas, de los partidos
tradicionales, que fueron incapaces de mantener los parámetros
que sostienen a una nación soberana.
El sol está ahora sorteando nubarrones, algunos de los cuales
se tornasolan al influjo de los rayos tricolores que los
traspasan en una fiesta infinita, los mismos que antes con su
persistencia, convirtieron a los habitantes de esta tierra
purpúrea, en mujeres y hombres desolados, escépticos que
lentamente fueron perdiendo la esperanza.
Allí está como prueba dolorosa la gigantesca diáspora
uruguaya, de cientos de miles de hombres y mujeres que
debieron encontrar en el exterior, quebrando en la lejanía sus
mejores afectos, lo que aquí se les negaba.
Un país de descreídos, de seres abrumados por una
administración pública en que una burocracia gigantesca
famosito, por años, los ingresos del Gobierno, con juegos
clientelísticos que abrumaron a una población que sentía, en
cada acto, que una fauna corporativa convertía en onerosos y,
en algunos casos inalcanzables, a los elementos de la vida
cotidiana producidos por el propio Estado.
Un Estado desprestigiado por sucesivos gobiernos atados a
mecanismos genuflexos de sumisión estricta a las líneas
ideológicas provenientes del norte, que luego del llamado
Consenso de Washington, aplicaron esas recetas foráneas para
convertir a nuestro país en otro eslabón de la división
internacional del trabajo que, en todos los casos, favorecía a
las grandes corporaciones financieras del norte y, en lo
interno, a una oligarquía retardataria y nefasta en su
voracidad capitalista que ni siquiera estimo conveniente, para
alargar su existencia, una distribución más equitativa de la
riqueza que determinara que todos viviéramos en una comunidad
menos convulsionada.
Sin embargo, en ese país agrisado por los nubarrones de la
ineficiencia, del deterioro, del egoísmo, del clientelismo,
siempre existió un rayo de luz, primero débil y heroico, que
fue creciendo en intensidad en el tiempo. Fue la militancia
desinteresada que multiplicó su fuerza pacífica, la del
convencimiento. Hombres y mujeres que desde los Comité de
Base, los sectores y partidos políticos progresistas, desde
los sindicatos y las organizaciones sociales, no dejaron de
organizar a la gente, de hacer comprender a los descreídos las
causas del deterioro, las vergonzantes y vergonzosas acciones
de los gobiernos que, incluso, determinaron que se comenzaran
a perder los valores esenciales que debe tener el sentido
profundo del concepto de nación.
Mostraban invariablemente un camino difícil, intrincado, pero
posible de recorrer, comprendiendo que era posible arribar, en
paz, a una meta que convertiría a las utopías en esperanzas y
a estas en certezas. Por décadas la cerrazón encubrió el tema
de los derechos humanos, el de las violaciones atroces
cometidas en el período dictatorial en contra también de esa
militancia por un país mejor, desoyéndose hasta hoy
invariablemente los reclamos de los familiares que tienen el
derecho de conocer la verdad y de que resplandezca la
justicia, la necesaria para volver a creer en una sociedad
democrática. Para que el Estado nacional responsable
primigenio y final de todo lo ocurrido, implemente a través
del gobierno las necesarias reparaciones, partiendo de la base
de quienes cometieron directamente los asesinatos, fueron
participes de los secuestros y llevaron a las cámaras de
tortura a miles de compatriotas, estaban comprendidos en el
presupuesto nacional. En la noche, asaltaban hogares en
nombre de una Estado Nación, que ellos mismos estaban
pisoteando.
Eran funcionarios de un Estado de corte perverso que actuaba,
a través de la Doctrina de la Seguridad Nacional, a favor de
intereses foráneos y de sectores nacionales, que poco tenían
que ver con los intereses generales de los uruguayos.
Un país con fuerzas armadas cuya existencia, por lo ocurrido,
perdió también sentido. Batallones, regimientos, cuarteles,
escuelas e institutos sin un fin en si mismo, con una
legislación alejada de las necesidades nacionales y una
cerrazón ideológica – incomprensible - que les niega a los
uniformados la posibilidad de realización de tareas en
beneficio de la sociedad, readaptando así su acciones a los
nuevos tiempos, sabiendo que su sentido de ser, las hipótesis
de conflicto, han desaparecido, por lo menos, en nuestro
continente.
Un largo deterioro de una institución que fue vulnerada en su
esencia misma y luego quebrada en sus objetivos específicos
por un Estado clasista, reaccionario, que hizo perder al país
el sentido de Nación, siguiendo para ello los lineamientos del
Departamento de Estado y de los grupos más reaccionarios del
país. Impulsaron a los militares, quienes tienen como
cometido fundamental la defensa de la institucionalidad, a
protagonizar las peores tropelías contra un pueblo que todavía
requiere que se conozca la verdad y que, de alguna manera,
resplandezca la justicia.
Por todo esto y mucho más, es que importa la palabra del
presidente Vázquez que, por supuesto, avanzó más en lo
profundo de los conceptos, porque también habló de algunas
inspiraciones que sustentan su gobierno: en primer lugar de
los principios de libertad, solidaridad e igualdad, elementos
fundamentales, presentes –por su trascendencia - en el ideario
de José Artigas, hoy tan plenamente vigente.
“Libertad, porque la libertad es un impulso que no garantiza
la felicidad humana, pero asegura la condición humana.
Libertad para ser felices, para ser independientes y tener
intereses privados; libertad para colaborar en la construcción
del mundo donde a nadie se le estafe la oportunidad y la
ocasión de ser feliz”.
Conceptos que iluminan el futuro, brillando cada vez con mayor
intensidad ese rayo de esperanza que anidó en quienes hemos
creído siempre en una sociedad donde imperara la igualdad como
derecho básico y como mandato ético.
Los que tuvimos a punto de flaquear en nuestras convicciones y
ahora vivimos una etapa nueva, en que ha renacido la
esperanza, impulsada por un hombre que nunca ha bajado los
brazos. Un intelectual sereno, un profesional de la medicina
con amor entrañable por sus enfermos, quienes se han
convertido en una parte inseparable de su vida, que se nutre
de ese sufrimiento y en el renace, por supuesto, su fe
inquebrantable de poder construir un país mas justo y
solidario, más moderno, en que se resuelvan los cuellos de
botella que parecían endémicos, males que nos habían
paralizado como sociedad, haciendo de nuestro Estado Nación en
un territorio más de esta América Latina empobrecida y
convulsionada.
Comenzó – utilizando palabras de Federico Fasano – el difícil
camino de los mitos a la historia. Tabaré desde el martes lº
de marzo logró un objetivo por el cual luchó sin pausa,
sacando fuerzas de flaquezas, timoneando una coalición de
izquierda que debió ser consolidada para que todas las fuerzas
que la integran, sin contradicciones, pusieran su rumbo en
lograr el objetivo democrático de un gobierno en paz, sin que
nadie utilizara métodos que hubieran cuestionado el todo que
se pretendía.
Por supuesto que no estuvo solo en el camino, pues este país –
por suerte – está lleno de seres que buscaron y buscan
incansablemente la felicidad colectiva sobre la base del
sacrificio personal.
El nuevo presidente de los uruguayos, el doctor Tabaré
Vázquez, tanto en su discurso frente a la Asamblea General
Legislativa como en el pronunciado de la escalinata del
Palacio Legislativo, junto a las medidas que adoptó en su
primera acción de gobierno, afianzó una gigantesca onda de
optimismo, especie de fuerza positiva que aventó bien lejos
esa gris existencia, sin esperanzas.
Este fue un 1º de marzo histórico en que un hombre, un médico
proveniente de una familia humilde, nacido en un barrio de
trabajadores, el de La Teja, se convirtió en el primer
presidente de izquierda de un país democrático y en paz. Fue
un día en que reaparecieron con mayor intensidad las fuerzas
positivas, las responsabilidades y se multiplicaron las
esperanzas.
Fue una fiesta popular, la de la gente, que participó de un
día en que los uruguayos nos abrazamos todos porque sabemos
que sin unos o sin los otros, las cruzadas colectivas no son
posibles.
Fueron abrazos individuales y colectivos, calidos y
esperanzadores.
Fue el día de los abrazos.
https://www.alainet.org/es/active/7720
Del mismo autor
- Uruguay: vuelven fantasmas del pasado 12/10/2016
- El desafío del calentamiento global 05/11/2012
- La homogeneidad no es democracia 16/09/2012
- ¿Existe todavía el MERCOSUR?: Competitividad vs. Proteccionismo 19/09/2011
- La necesidad de que haya soluciones de izquierda 07/04/2011
- Las razones del “golpe” dividen nuevamente a los uruguayos 21/09/2010
- Clientelismo y burocracia en Naciones Unidas 04/06/2010
- En el fin de otra formula de la explotación capitalista 06/01/2010
- Los problemas son de nosotros y las culpas son ajenas 19/05/2009
- Una crispación uruguaya de espaldas al mundo 02/04/2009