Monseñor Romero, un prócer de la nueva época de El Salvador

25/01/2015
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Monseñor Jesús Delgado (Foto: Juan José Dalton)
 
Mons. Jesús Delgado revela su relación personal con Oscar Arnulfo Romero, a quien asistió como su secretario personal; también achaca su asesinato a un grupo de “señoras ricas” 
 
Mons. Jesús Delgado, además de ser un reconocido sacerdote salvadoreño, con una larga trayectoria como académico de la Universidad Centroamericana (UCA) y dentro de la propia iglesia local, es un destacado intelectual y hasta ahora, el más importante biógrafo del asesinado Arzobispo Oscar Arnulfo Romero. Hablar con él sobre el futuro santo salvadoreño es como revivir pasajes del hombre ejemplar y como Mons. Delgado lo define: el prócer del nuevo El Salvador.
 
“Chús” Delgado nació en San Vicente en 1938 y fue ordenado en agosto de 1962 como sacerdote. En su biografía se dice: sus estudios para ser sacerdote no los terminó en el Seminario San José de la Montaña ya que fue elegido para una beca para poder así continuarlos en la Universidad Católica Lovaina en Bélgica recibiendo los títulos: Doctor en Teología Bíblica a los 22 años, además se graduó de Licenciado en Historia y Licenciado en Filosofía.
 
Como biógrafo de Oscar Arnulfo Romero tiene tres libros: Monseñor Romero. Biografía; Pensamiento de Monseñor Romero en sus cartas. Así tenía de morir, porque así vivió. ¡sacerdote! Mons. Oscar Arnulfo Romero.
 
Esta es la importante y privilegiada conversación que sostuve con Mons. Delgado.
 
¿Cómo conoció usted a Monseñor Romero? ¿Qué recuerda?
 
Lo conocí antes de que fuera arzobispo de San Salvador, todavía era auxiliar de Monseñor Chávez y González. Lo conocí en Santa Ana de manera muy fortuita: sucede que el obispo de Santa Ana lo tenía como el predicador de pacotilla, de nota alta para las fiestas patronales de Santa Ana. Él predicaba todas las fiestas de los 26 de julio. El talante para predicar de él era algo conocido de todos, pero una vez se anunció que no podía venir porque tenía una enfermedad que le había llegado al estómago y que se sentía molesto y no podía predicar y se le notificó al obispo de Santa Ana, por lo que el obispo tuvo que buscar a alguien que predicara y me dijo: “tú tienes que predicar”.
 
Yo era un joven sacerdote en ese momento, yo conocía a Monseñor Romero solamente de oídas, incluso no era Monseñor, era padre Romero todavía. Me tocó predicar en la misa de la Señora Santa Ana y saliendo de catedral le dije al obispo: yo tengo que irme rápido porque tengo clase que impartir, porque yo daba clases en la UCA, tenía clases a las dos de la tarde, la predicación terminó a las once.
 
Saliendo estaba de catedral cuando me tropiezo con un sacerdote. “¡Hay disculpe!”, le dije… casi nos damos en la nariz, yo salía y él entraba.
 
-“¿Usted quién es?”- me preguntó
 
-“Yo soy el padre Chus Delgado”- contesté
 
-“Ah, el que acaba de predicar, lo he escuchado en la radio, que linda predicación”.
 
-“Y usted quién es”, le pregunté,
 
-“Yo soy Oscar Romero” contestó.
 
-“No me diga que usted me está diciendo que predico bien, si usted es el pico de oro del Señor en este mundo”- contesté.
 
Ahí nos conocimos, nos dimos la mano, nos piropeamos. Él entró a saludar al obispo y yo me fui a San Salvador de regreso, de ahí no nos vimos más.
 
Él seguía su trabajo y yo seguía en la UCA -tenía mucho trabajo en ese tiempo- formaba parte del equipo con (Ignacio) Ellacuría y tenía muy poca relación con el resto del clero. Cuando tocó el relevo de Monseñor Luis Chávez y González, fue elegido Monseñor Romero tras una elección bastante difícil, porque ninguno de los obispos que existían en ese momento, que eran cuatro, quería asumir porque veían las cosas muy duras. Cosa extraña porque todos los obispos quieren ser arzobispo y pasar a la lista de los grandes, pero esa vez no. Entonces el Nuncio, instado por señores de la gran sociedad salvadoreña que conocían bien a Monseñor Romero durante su tiempo en San Miguel y le tenían una estima enorme, le sugirieron que promoviera a Monseñor Romero como arzobispo.
 
¿Era de los que no quería asumir?
 
No, pero era joven, Romero era el más joven de todos. Entonces sabiendo el Nuncio que por ser joven le dirían que no, y aún sabiendo que Romero tenía una gran devoción al Papa porque para él lo que el Papa decía era mandato divino, platicó con él y le dijo: “El Papa quiere que usted sea el arzobispo”, ahí lo amarró completamente. No tuvo más que decir.
 
“Qué se haga la voluntad de Dios, pero sepa que no estoy preparado para eso”, le dijo Romero. “Dios te ayudará, Dios nunca pide alguien hacer algo sin que le dé la gracia…”, le dijo el Nuncio.
 
Le cuento esto porque cuando él tomó posesión, fue la segunda vez que yo lo vi; eso fue en la parroquia San José de la Montaña, ahí se presentó el Nuncio, el arzobispo saliente, Monseñor Chávez y González, él y otros obispos, todo el clero, por supuesto, llenísima la iglesia de sacerdotes y monjas, pero el clero no quería a Monseñor Romero para nada.
 
¿Por qué?
 
Porque el Monseñor Romero que conocimos aquí, siendo auxiliar, era un hombre de derecha si queremos hablar de un estilo, hombre tradicionalista, muy conservador, muy pero muy quisquilloso frente a las ideas de Medellín. No podía escuchar esas cosas y hasta llegó a decir que le daba náusea escucharlo. Nunca iba a las reuniones del clero porque era muy de avanzada y se guiaba por las ideas de Medellín. El clero no lo quería para nada.
 
¿Usted nunca habló de esos temas con él?
 
No, yo no lo conocía por esos tiempos, él me conocía más a mí. Vuelvo al acto de toma de posesión, tomó la palabra el arzobispo saliente Chávez y González, y toda la gente de píe, llorando. Él era muy querido; 38 años de arzobispo, él puso esta Arquidiócesis, él la organizó, es el gran pastor, para mí no ha habido mayor organizador de la arquidiócesis que él, junto con Monseñor Rivera y Damas.
 
Entonces, el Nuncio le dio la palabra al nuevo arzobispo, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, él era muy nervioso, agarró el Cristo que llevaba en su pecho - era para él una fuerza enorme- y temblando empezó a hablar.
 
Habló muy lindo como siempre, pero nadie aplaudió. Todos se quedaron sentados, nadie se puso de píe, la iglesia parecía un sepulcro hasta que a un sacerdote se le ocurrió gritar: “Bueno y por qué no vamos a tomarnos un cafecito caliente”, le aplaudieron, qué bochorno… Todos salieron rapidísimo de la iglesia al seminario a tomar el café.
 
Yo estaba tomando mi cafecito, hablando con alguien, cuando siento que alguien me tomó del cuello y me jaló para atrás, cuando vuelvo a ver era Monseñor Romero. Me llevó aparte y me dice: “Padre Chus ayúdeme a conquistar al clero porque no me quieren, yo sé que a usted le siguen y le escuchan”. Yo en ese tiempo daba muchas pláticas espirituales con ellos, retiros espirituales, pláticas de teología, todo eso.
 
“Con mucho gusto excelencia, usted es el jefe”, yo soy hombre de iglesia y me guste o no me guste el individuo, si el Señor lo ha nombrado es jefe, padre y pastor”. “Desde ahora usted va a ser mi secretario personal”, me dijo. Ahí fue donde me empecé a codear bastante, era un hombre de un trabajo enorme.
 
Yo tenía mi casa cerca de la UCA. Una vez tocaron la puerta como a las dos de la madrugada, yo dije que era la Guardia que me vienen a pepenar, porque yo trabajaba en la UCA.
 
-¿Quién es?-, dije desde adentro.
 
 -Soy yo-…
 
-¿Quién es yo?- contesté…
 
-Yo le digo, abra-
 
Era él, Monseñor Romero a las dos de la mañana.
 
-Mirá, quiero que me revises este documento, que debo enviarlo a Roma inmediatamente, a las ocho de la mañana.
 
-Vaya Monseñor, déjelo- le dije yo.
 
-No, yo aquí me quedo- me dijo.
 
Se quedó en la mecedora para verme trabajar, él lo había escrito todo a mano. Desde ahí comenzó mi relación muy estrecha con él, calidad en la que él me cita poco, claro está porque era algo personal, nadie tenía que saber lo que hacíamos, ahí empecé a conocer bien profundamente y lo llegue a amar evidentemente.
 
Él empezó a dejarse trabajar por el espíritu para ver cómo entraba en consonancia con la doctrina del Vaticano y el Vaticano aceptado por América Latina que es Medellín. Aceptación quiere decir que la doctrina de un concilio universal es apropiada y puesta al servicio de la Iglesia de un continente; Asia tenía que hacer el suyo, África para ellos y nosotros para nosotros, el modo de cómo se aceptó la doctrina del Vaticano aquí, fue Medellín.
 
Eso era lo que a él no le entraba mucho y empezamos a trabajar en eso: “Leamos juntos Medellín usted trate de explicarme”, me decía, y él buscaba apoyo, hasta que llegó un cardenal que se llamaba (Eduardo) Pironio, que fue su verdadero padre espiritual en la doctrina de Medellín y la Iglesia Latinoamericana, él fue muy perseguido en Argentina por sus propios correligionarios pero finalmente fue cardenal de la iglesia católica en el Vaticano encargado de un dicasterio, o sea, un ministerio para las misiones.
 
Así conocí yo a Monseñor Romero; primero esporádicamente; segundo ya intensamente.
 
¿Qué elementos cambian a Monseñor Romero?
 
Le he de decir que a Monseñor Romero, lo cambian las circunstancias y él trató de responder a Dios en las circunstancias en las que le hablaba, todo era ayudarle a descifrar las circunstancias al principio, después él las asumió como propias. Monseñor Romero no cambió como hombre, era un sacerdote y lo fue siempre igual.
 
El libro que yo escribí, “Así tuvo que morir porque así vivió”, demuestra que este hombre no sólo cambió, también progresó en la visión sacerdotal de ser ministro de la Iglesia, ministro de Dios ante el pueblo, de una fidelidad grande a Dios, al Papa, a la Iglesia… Eso no cambió para nada. Lo que tuvo que cambiar él, era su modo humano de asumir la voluntad de Dios y la realidad frente a la realidad. Él fue formado en una época antes del Concilio, igual que yo un poco, era un tiempo de culto, la Iglesia estaba centrada en el culto que hay que dar a Dios, leyes del culto, leyes canonícas, entre otras cosas.
 
Volcarse al pueblo de Dios antes del Concilio Vaticano Segundo era prohibido, por ejemplo, la experiencia de los sacerdotes obreros de Francia, el Papa los dejó seguir, pero no eran bien vistos; en cambio era bien vista la celebración del culto, misas, iglesias bien dotadas, todo en el culto, pero fuera del culto era como que se escapaba todo de las manos de la Iglesia.
 
Es lo que dijo Juan XXIII: “Vamos atrasados respecto al mundo, tenemos que ponernos al día con el mundo, caminar con el paso del mundo, no con su paso pero si con ese paso de trasformación que se está haciendo”. Y entonces ya con el Concilio Vaticano Segundo la iglesia se pone a caminar con el pueblo, ya no solo desde la iglesia sino con la gente hacía la iglesia santa de Dios.
 
Este fue el paso que tuvo que dar Monseñor Romero, pero lentamente, pasar de una iglesia de culto, a una iglesia del pueblo de Dios, de una iglesia jerárquica a una iglesia del pueblo de Dios, que lo marca bien el documento Lumen Gentium, que es de los primeros grandes documentos del Concilio Vaticano. Este documento se distanció de todos los documentos de la iglesia en este sentido, primero hablaban de iglesia, luego de jerarquía y luego del pueblo de Dios; éste le dio vuelta, habla de la iglesia fundada por Cristo, habla de pueblo de Dios y dentro del pueblo de Dios, la jerarquía, lo que cambia totalmente la perspectiva.
 
Esto es lo que le costó a Monseñor Romero percibir porque él fue educado en la teología de iglesia fundada por Cristo, jerarquía y luego pueblo de Dios. Dándole vuelta, primero pueblo de Dios y dentro como servidores los jerarcas, cambiaba todo.
 
Eso le costó a él asimilarlo, pero un hombre del espíritu, hombre de Dios, un hombre santo, recto, y comunicado con el espíritu como lo fue él, lo fue asimilando poco a poco. Le costó más porque tuvo que dar ese paso de la iglesia como jerarquía y culto, a una iglesia del pueblo de Dios, y tuvo que dar ese paso aquí en San Salvador en unas circunstancias bien difíciles desde un principio; porque le mataron al padre Rutilio Grande, y ese fue el primer choque tremendo que tuvo.
 
¿Usted recuerda este día?
 
El día en que lo mataron lo supimos todos, yo estaba en la UCA y él me llamo rápido, para preguntarme qué era lo que se debía hacer en esa situación.
 
¿Qué recuerda de esa circunstancia?
 
Él me dijo en ese momento: “No sé qué está pensando, este gobierno que me está matando al sacerdote mejor que yo tengo”. “Pues hable con el presidente Molina”, le dije yo y así lo hizo. Después de haber ido a hacer una misa al padre Rutilio, fue a hablar con el presidente Molina – él lo trataba como de tú- y le dijo: “Mirá Oscar aquí hay 70 sacerdotes que según nosotros o tienen que ser sacados por ustedes del país o aquí corren el peligro de que los maten como a Rutilio”.
 
Romero contestó: “A mí no me toca ningún sacerdote nadie ni el altar ni ningún sacerdote. Tocar un sacerdote es tocarme a mí, por eso estoy aquí, no tengo que poner afuera mis sacerdotes, son pastores, no son ustedes los que van a decidir quién va estar aquí o no, somos nosotros los pastores”.
 
Se despidieron así tensamente, pero esa tarde Molina tuvo una inauguración no recuerdo de qué y los periodistas preguntaron: “Parece que Monseñor Romero estuvo con usted esta mañana”, el presidente contestó: “Sí, y hablamos muy lindamente como amigos que somos, le expuse la situación y él está muy de acuerdo en que vamos a ver cómo hacemos para que esos sacerdotes salgan del país”.
 
Cuando supo esto Romero dijo en la homilía del domingo: “Desde ahora ya no visito más al presidente en particular, él y todos van a saber lo que el Señor quiere de ellos desde aquí, desde el pulpito de la verdad”. Desde ese momento inicia las homilías y el análisis de la realidad en que habla de un ministro, de un presidente, por ese motivo empezaron la homilías, porque manipulaban la verdad y la ponían de su lado.
 
¿Monseñor redactaba sus homilías o usted en su carácter de secretario le ayudaba?
 
No, eso era algo muy sagrado para él; él era un orador nato, yo tengo su fichero de su ideario desde que era joven sacerdote, él leía muchos libros y de los libros sacaba párrafos y los escribía en fichas y tenía su fichero. Cuando iba a predicar de un tema solo agarraba el fichero y de ese tema leía las notas y rápido se acordaba de todo y lo actualizaba más todavía. Para la realidad nacional sí, él se hizo asesorar de un economista, de un sicólogo de esto y lo otro…
 
¿Recuerda nombres?
 
No recuerdo, pero cambiaban. Casi todos venían de la UCA, algunos de la Universidad Nacional.
 
¿Ellacuría en particular?
 
No, él no estaba. De la UCA eran siempre civiles, profesores, no sacerdotes. Depende las circunstancias venían unos, venían otros, cada quien deseaba asesorar a Monseñor Romero para las cosas de la realidad nacional; por lo que concierne a la doctrina no, a eso nadie le ayudaba porque estaba consciente de lo que tenía que hacer y tenía una formación teológica bastante fuerte.
 
¿Cómo recuerda usted esos momentos trágicos, cuando Mons Romero empieza a confrontar sobre el tema de los derechos humanos?
 
El me dijo un día: “Estamos atrapados entre dos fuerzas, nosotros debemos seguir en el camino recto, por un lado, están mis amigos de derecha que no quieren entender que hay que convertirse; por otro lado, los que se están haciendo de amigos de izquierda, quienes quieren que yo jale de su lado con ideas revolucionarias y eso no puede ser. Ni puedo estar con estos mis amigos porque los de la derecha son mis amigos también, entre ellos los grandes ricos de San Miguel, que se vinieron a vivir a San Salvador; ni puedo dejar que ellos sigan en ese camino porque se pueden condenar”.
 
Monseñor Romero siempre hablaba en términos teológicos profundos. Por ejemplo: “No quiero que mis amigos se condenen, pero tampoco puedo seguir las directrices de alguien que quiere que yo sea revolucionario. Voy a tratar de seguir el camino de Pablo VI, quien es para mí, el guía en todo esto”. Además Romero lo admiraba como exponía la doctrina, las actitudes y lo consultaba mucho cuando iba a Roma. Pablo Vl siempre le daba un espaldarazo y le decía: “Siga adelante Monseñor, siga adelante, va muy bien, ud. es el pastor de San Salvador”, de forma que él trató de mantener una línea media de Cristo, tratando de convertir a unos y a otros, eso era su ideal, convertir no solo su alma sino la actitud en este mundo, a unos los llamaba para practicar la justicia, a otros no dejarse llevar por la violencia.
 
Él era el único que hablaba de que no teníamos que ir a lanzarnos, “aún no hemos gastado el cartucho de la palabra de Dios, debemos mantener un diálogo a través de la palabra”, decía. De hecho el 24 de marzo de 1980, cuando fue asesinado a las 6:20 de la tarde, a eso de las 7:00 de la noche era una completa balacera en todo San Salvador, balas por todos lados y se desencadenó todo. Eso lo pudo en ese momento detener con la autoridad de la palabra de Dios y con esa autoridad que le dió el respaldo internacional y que acuerpaba la línea de Monseñor Romero, llamando al diálogo y a la reconciliación.
 
A pesar de que Monseñor fue en esencia mediador, por su palabra, orientador del pueblo, sin duda la derecha es quien lo asesinó, ellos desde un principio sabían lo que iba a hacer, cortar todo intento de diálogo. ¿Qué se sabe de esto?
 
Según la Comisión de la Verdad, evidentemente es de la derecha que viene la bala, así lo establece; la Iglesia no pone hincapié en eso, sino en que fue asesinado en contra de la fe, porque la iglesia no condena a uno ni a otro, sino que nosotros tenemos el deber de salvar las almas de todos, por ende, la iglesia cuando va a beatificar o canonizar a alguien no es que al determinar que fue asesinado por o en contra de la fe, es que los otros son pecadores y se van al infierno, no, esto no es consecuente, además la iglesia no va a señalar. A decir verdad, Monseñor Romero murió por todos los salvadoreños, él quería un El Salvador hermano, en donde los pobres caminaran junto con los ricos, los ricos con los pobres, pero en un ambiente nuevo, por supuesto, que no podía seguir la vida social como estaba entonces… De hecho urgando, urgando y urgando, la muerte de Romero no la decide ningún partido político, sino un conjunto de señoras de alta oligarquía que eran muy amigas de él y que se dijeron: “Nosotras lo llevamos al arzobispado, nosotras quitémoslo”, entonces de ahí viene, es por ello que el primer chizpazo de la muerte de él no viene de ningún partído político, ni facción política… ahora bien si le pidieron ayuda a gente que esté dentro de la vida militar que organizara el crímen, eso sí todo esto está presente en la causa que se ha presentado en el Vaticano.
 
Según escritos recientes, el Vaticano confirma, de forma unánime, que Monseñor Romero muere, es asesinado por odio a la fe. ¿Qué puede decir al respecto?
 
Ese es un término objetivo no subjetivo, es decir, odio a la fe no se pone imcapié en quién lo mató sino en qué sucedió, por ejemplo, yo tengo entendido por todas mis investigaciones que a quién estas señoras encargaron que hiciera eso fue a (Roberto) D´Aubuisson, pero él no fue quien puso la mano en el gatillo, ellos contrataron a alguien diferente, pero lo que pasa es lo siguiente: La muerte de Monseñor Romero sucede en un momento en el cual tanto la derecha como la izquierda lo habían amenazado, A fines del año 1979 yo recogí panfletos de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), en los que hacían un llamado a juicio a Monseñor, porque había apoyado la Reforma Agraria, y que los militares de la Junta no era revolucionaria sino reformista y contrainsurgente, es decir, que pedían un juicio popular en contra de él. Si bien recuerdo Monseñor me dijo: “Hoy si estamos fritos, no solo la derecha me amenaza, sino también estoy amenazado por la izquierda ¿Qué hago?”. “Ud. siga adelante como sacerdote, ud. es un pastor”, le dije.
 
Ahora bien cuando yo escribo en la biografía de Monseñor Romero digo que pudo haber sido asesinado por la derecha o por la izquierda, ya que lo habían desauciado los dos, solo que Ellacuría reaccionó frente a ese panfleto ante la convocación y se habló con los dirigente de las FPL, es más encontré ese panfleto en una universidad, porque alguien que después fue gran dirigente de los guerrilleros, me dijo que habían recogido todo rápido a insinuación de Ellacuría, quien les había dicho: “Ustedes están amenazando a la única personalidad que es la salvación de este pueblo”, por ende lo recogieron pero se les escapó uno y no me dejaron sacar ese panfleto, pero sí le saqué copia, sin embargo al visitar al gran dirigente de ellos a quién no mencionaré porque aún vive, se lo entregué… por esa razón no lo tengo.
 
En ese entonces muchos católicos habían entrado a las FPL en la lucha armada, por eso le tenían una gran estima a Monseñor Romero, en mi opinión puedo decir, que ellos rodeaban a Monseñor en efecto, de cuido, sin que él se los pidiera, porque no quería y él mismo decía: “Yo no he pedido eso, ni quiero que lo hagan”, pero ellos siempre lo hacían, lo rodeaban cada paso que daba él. Pero cuando Monseñor dió el aval de la Reforma Agraria todos desaparecieron, lo dejaron al desamparo y dijo: “Ya estoy frito”, hablando en términos de San Lorenzo que lo martinizaron y lo pusieron sobre una parrilla, diciendo: “miren ya de este lado estoy bien rostizado quienes quieran puedan comer, demen vuelta”, es de ahí que viene la palabra de Monseñor “Ya estoy frito”, con cierto humor.
 
Después de 20 días transcurridos supo que fue retirada la amenaza, y fue desde ese momento que ya no necesitó quien le manejara el carro.
 
Recuerdo la entrevista que transcribí de Mario Meléndez , en la que la pregunta era: Si tenía miedo que lo mataran, su respuesta decía que miedo tenía, pero él iba a seguir cumpliendo su papel de pastor, aunque sea darle los santos auxilios a los moribundos. ¿Qué me puede decir al respecto?
 
Varias veces se le preguntó eso a Monseñor, y respondía: “Yo soy pastor, me tiemblan las canillas, pero no me voy porque soy pastor, no político, quienes huyen son los políticos y se van a otros países, yo no, el pastor no abandona sus ovejas”, y eso lo hacía que mantuviera las fuerzas, aunque varias veces lo bombadeaban en las radios. Ese es el Monseñor Romero que yo logré conocer, así como la primera vez que me abordó fue halandome el cuello, la última vez que lo ví fue lindo también, ya que el 24 de marzo de 1980 que lo asesinaron, a eso de las 10:00 de la mañana lo visité en sus oficinas y le dije: “Monseñor yo le pido por favor que se vaya a descansar, los periodistas lo van a bombandear por la homilía de ayer”, cuando dijo: "Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cesen la represión y cuando les ordenen matar a alguien obedezcan la voz de Dios, que dice “NO MATARÁS”, fue tremendo. Yo le dije que se fuera y él me respondio: “Gracias padre Chus, pero esta mañana voy a estudiar unos documentos con otros padres al mar; en la tarde a eso de las dos iré donde mi padre celestial, como yo soy el pecador no puede ir usted en mi lugar; a las 3:00PM voy donde mi padre confesor; a las 4:00PM donde el odontólogo; a las 5:00PM donde mi psicólogo y a las 6:00 hay una misa en el hospitalito”, y me dijo “váyase, si yo no llego a tiempo a la misa, usted la inicia y yo me incorporo cuando regrese”. Yo me sentí bien porque me permitió ayudarle, sin embargo, solo había dado unos pasos cuando me dijo, mejor no, no quiero compremeter a nadie yo haré la misa,y fue justamente esa homilía en la que lo asesinaron, pero quien cometió ese crímen no lo conocía, más bien le ordenaron matarlo. Así se dio la muerte de Romero, si Dios quería un martir, ese fue él.
 
En esos momentos del asesinato yo me encontraba dando clases en la UCA, pero cuando un alumno me dijo que habían asesinado a Monseñor salí corriendo y pensé que llegaría tarde porque era hora pico, pero en realidad no me fue difícil, todo estaba, tranquilo como si fuese el juicio final. Cuando yo llegué, él estaba muerto en el Hospital Policlínico, y fue un impacto tremendo, no solo en el país sino que en el mundo entero.
 
Al momento de ver el cádaver de Monseñor Romero ¿Qué hizo usted?
 
Entre lágrimas me puse a rezar, surgió algo extraño cuando le sacaron las entrañas, las pusieron en una bolsa plástica y la dejaron así a la vera de todos, mientras a Monseñor lo arreglaban y una viejita del Hospital Divina Providencia, agarró la bolsita con las entrañas y se las llevó hacia el pecho cubriéndolas con el hábito y se las llevó al hospitalito y dijo: “Miren estas son las entrañas de Monseñor Romero”, entonces ellas sugirieron enterrarlas en el jardín de donde vivía y así lo hicieron. En 1983 vino el papa Juan Pablo II a visitar el país por primera vez y ellas dijeron que probablemente el Papa iba a visitar la casita de Monseñor Romero y como a él le gusta la virgen María, pongamos una imagen en el jardín. Muy bien dijo una de ellas, pero reparó en que ahí estaban las entrañas de Monseñor, por lo que debían sacarlas antes de que los obreros pongan manos; las fueron a sacar pero al parecer seguían igualitas como se habían enterrado, frescas, rosadas y sin mal olor. Fueron donde Monseñor Rivera y Damas, quien es especialista en derechos canónicos y dijo: “Este es un milagro, debemos presentarlo al Papa”, pero las cosas transcurrieron y no hubo tiempo, el Papa no vino a la casa de Monseñor Romero ni nada de eso. El vino un 3 de marzo, el 20 de marzo yo estaba en Roma porque me invitaron a predicar por el aniversario de Monseñor Romero que es el 24 de marzo, me habían planificado una entrevista con el Papa, en donde aproveché a llevarle en un vaso pedazos de las entrañas y le dije “Santo Padre, el arzobispo le envía esto y le di explicación”; el Papa me respondió “Monseñor Romero no necesita milagro, él es un mártir”, entonces le pregunté si podíamos iniciar un proceso de beatificación, a lo que dio total aprobación. Desde entonces él intuía que Monseñor era un martír, y él lo decía siempre “Monseñor Romero fue asesinado celebrando el acto más grande de la iglesia que es la eucaristía, es un martir”, esas últimas palabras que me dijo me calaron fondo, en verdad, Dios quería que Monseñor Romero estuviera ahí, ya que yo pude haber celebrado la homilía pero no fue así.
 

En lo personal y en su corazón, ¿qué simboliza Monseñor Romero para todos los salvadoreños?
 
Un hombre de Dios, un salvadoreño que ama a su país y a su gente, es cierto, que él se codió en San Miguel con gente rica pero no es que él los buscara, eso es normal, era su gente, sus feligreses. En lo personal Monseñor significa un prócer de la nueva época de El Salvador, él nos ha liberado de las ataduras de tanto miedo, condicionamientos sociales y personales que existen en este país desde hace mucho tiempo. Siendo un prócer con sello verdaderamente cristiano, considero que es un enviado de Dios como el profeta Jeremías que en su libro dice “Yo era un sacerdote, Señor, y pastor de ovejas, tú me sacaste del sacerdocio, del pastoreo y me metiste de profeta”, a diferencia de Jeremías, Monseñor no se quejaba, sino que decía: “¿Señor qué quieres de mí?” y poco a poco se dio cuenta que el Señor lo quería como instrumento de la fraternidad salvadoreña, pero una fraternidad que se lograría a través de sacrificios, penalidades, sufrimientos, sangre. Pero todo esto se beneficiarán las nuevas generaciones para que se podrán edificar un El Salvador más justo, fraterno, más hermano, que está sintetizado en Monseñor Romero.
 
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