Carta abierta a la OMC

17/11/2004
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Carta Abierta Dr. Supachai Panitchpakdi
Director General de la Organización Mundial de Comercio Estimado Director General, No sé si debiera escribirle, no sé si la simpleza de escribir una carta abierta puede reemplazar los complicados mecanismos que acercan o alejan los comunicados a tan alto dignatario del sistema multilateral. De todas formas he decidido escribirle suponiendo ingenuamente que en algún momento pudiera leerla. Hace algunos días recibí un mensaje de un país de A. Latina, era simple, nada nuevo, informaba que una mujer de un pequeño pueblo de pescadores había perdido a su niño de seis meses porque no pudo ser atendido en un hospital público, no tenía un cheque para la garantía. No pudo ingresar a la sala de primeros auxilios y murió algunas horas después. Enfermedad infecto- contagiosa dice el parte médico oficial. Ahora esa mujer camina extraviadamente por su pueblo y seguramente no volverá a sus faenas de pesca. Nada extraño, 22 niños mueren cada minuto en el mundo; nada extraño, más del 10 por ciento de la población mundial sobrevive con memos de 1 dólar norteamericano al día y 23 millones de pescadores artesanales comparten la suerte de millones de pobres entre los más pobres del planeta, aunque estos últimos siguen aportando con la mejor proteína de origen animal que anualmente consume la humanidad. Nada extraño dirá Ud., esa es entre otras razones, por qué se ha incorporado en la agenda internacional la discusión sobre el hambre en el mundo y se preparan medidas de mitigación, el 10, el 15, el 20, el 50 por ciento como metas para la reducción del hambre en esta década. En la próxima bajo esta misma lógica, tendremos que reducir el porcentaje restante y de esa forma en 20 años más o 25 años (por si acaso) podremos estar satisfechos. El hambre será un mal recuerdo sólo digno de los libros de historia. Ud. dirá la OMC no es responsable que la raza humana sea tan, cómo decirlo…, propensa a la codicia, al lucro, a la buena mesa, al dispendio, a la división de clases sociales, a explotación, a la miseria y por lo mismo, era necesaria la creación de una super organización encargada de regular todos los aspectos de la vida moderna para no caer en tan irrefrenables conductas. Es decir, la OMC viene a ser algo así como un territorio en que el planeta puede estar a salvo de sí mismo. En este sentido, admiro su valor, la superioridad de sus decisiones, la responsabilidad de llevar acuesta el mundo, la determinación para empujar la política mundial y sobre todo su arrojo y audacia frente a las compañías transnacionales y gobiernos fuertes y débiles, autoritarios y democráticos, corruptos y honestos. Frente a esta carga, la mujer y su niño no son nada de nada y comprendo que no se puede andar por la vida llorando por cada uno de los que pasan hambre y menos aún gastar tiempo recordando a Lee kyung Hae de Corea. La salvación del mundo requiere tiempo completo, consagración completa, apostolado completo. Es una vocación. La OMC es una Vocación. Ud. y perdone que me inmiscuya en asuntos personales, pero esto de la vocación es algo que ya nos puso en ese terreno, nació en el corazón de Asia, Bangkok es un buen lugar para nacer, uno puede ser el último o el primero en la sagrada cadena de la evolución humana, puede ser un indigno o puede ser un estudiante de Erasmus. No es su culpa, su vocación por la planificación y el desarrollo dieron el resultado esperado y he aquí, desde Asia misma, pobre y rica, misteriosa y miserable, encumbrado en la más alta ola de la historia humana reciente, la OMC. Ud. y yo sabemos que en el plan de la globalización nunca estuvo contemplada la dignidad humana, que el comercio y sus transformaciones sólo son un instrumento para que pequeños grupos controlen prácticamente todo el quehacer humano y que las reglas de mercado no son sinónimos de bienestar y desarrollo. Eso, estoy seguro se enseñaba en la Netherlands School of Economics de Rótterdam y si no lo enseñaban, gastó malamente su tiempo, no era una buena escuela, no acepte sus reconocimientos. He de confesarle que leo con detalle el informe sobre el estado del comercio mundial, repaso con verdadera obsesión cada uno de sus capítulos como para hacer un auto exorcismo; algunos me dicen que hay que mirar con ojos positivos los avances; otros dicen que se acabó el tiempo de las grandes protestas; otros dicen que hay que entrar a su organización y "democratizarla", esto último es lo que más me da vueltas; y leo el informe buscando las huellas del progreso humano, busco las cifras (que siempre son importantes sino imprescindibles, sin cifras no se puede hablar y menos escribir en estos tiempos), busco las caras, las manos, los ojos, las alegrías o las tristezas que representan esos números, esas mercancías, esos gráficos, pero no las encuentro. No hay rastro en el informe que se asemeje siquiera a reflejar una actividad humana. El comercio dejó de ser una actividad al servicio de lo humano, no sé quién mueve tantas mercancías, qué fuerza las impulsa cada día, pero ahí están y los números no me coinciden con lo que veo cada día. ¿Cómo puede ser la OMC un organismo que no refleje lo humano?, ¿Cómo se logra este desaparecimiento? Eso sí es un verdadero aporte al mundo contemporáneo. ¿Entonces cómo democratizar lo que ya no tiene factura humana?, claro, esta pregunta no es para Ud. que la contesten los otros me dirá, y tiene toda la razón. Busqué también los indicios de la Caja de Desarrollo y de los G20, pero no sería adecuado interrogarla Ud. ni pedir precisiones en el informe sobre el estado del comercio porque eso se cocina, sospecho, en otras aguas. Querido Dr. Supachai (me gusta ese nombre que tiene alguna resonancia en español popular) acepte un consejo desde tan lejanas tierras; imagine que cambiamos la OMC, que cerramos la puerta a las transnacionales, que nos enojamos con los abusivos, que hablamos de comercio justo y que hacemos que el comercio vuelva a tener rostro humano. Ud. saltará por los aires, no recibirá honores después de su mandato, volverá a la calle como un mortal más, pero tendrá la satisfacción de haber soñado, algo que en la globalización suena como tiempo perdido. Atte. Pedro Avendaño
Director del WFF
https://www.alainet.org/es/articulo/110898

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