En la nueva y en la vieja realidad
Mass media y libertad de prensa
21/03/2005
- Opinión
Parecería, por las declaraciones editorializadas de algunos
personajes vinculados a los medios de comunicación, que
Uruguay es un paraíso libertario, donde la comunicación no
tiene trabas y la libertad de prensa es un elemento que
signa, con su aplicación, el crecimiento de una sociedad
que necesita de su dialéctica para desarrollarse. Otros
tienen otra visión, afirmando que nos encontramos ante una
prensa tendenciosa, mal intencionada, llena de vicios
antidemocráticos. Y no es ni una cosa ni la otra.
Uruguay es un país en que - por suerte- se habla y
publicada de todo sin ninguna cortapisa y, obviamente, en
el que algunos defienden de manera abstracta mecanismos
que, en realidad, no se aplican, y demonizan políticas,
como las reguladoras, que deberían estar en el centro de un
debate que es necesario para el desarrollo de la sociedad
democrática. Y todo ello ocurre porque existen parámetros
ideológicos que son repetidos con insistencia, que colocan
a los “mass media” en un lugar que solo le correspondería
si se desbrozara el camino de obstáculos y vicios que hoy
oscurecen esa libertad de prensa que, ellos mismos tienen,
defienden y aplican.
Pero, vayamos por partes. ¿Hay diferencia entre los medios
escritos, radiales y televisivos? Por supuesto que las hay
y son fundamentales para una valoración de las políticas
que se deben aplicar en torno a los mismos. Los diarios,
semanarios y otras publicaciones escritas, son generalmente
propiedad de empresas editoriales que actúan
comercialmente, casi siempre, vinculadas a sectores
políticos e ideológicos bien definidos. El riesgo les es
inherente a su desenvolvimiento y, por supuesto, su
permanencia es reflejo de sus aciertos editoriales, sus
virtudes comunicacionales y comerciales. Es un sector el
escrito, para caracterizarlo de alguna manera, donde el
Estado, como entelequia de derechos ciudadanos, tiene poco
para hacer. Solamente colaborar, a través del gobierno,
brindando todos los mecanismos de cristalinidad, para que
la información pueda llegar y democratizar el trabajo
comunicacional.
Por supuesto, y como no queremos ser sospechados de otra
cosa, que extendemos este mismo criterio a los medios
electrónicos, pues la libertad de información debe ser un
denominador común para el desarrollo y la profundización de
la democracia.
Pero, es bueno señalarlo, existe una diferencia muy marcada
entre unos y otros. Las emisoras de radio y televisión
funcionan en base a las ondas que otorga gratuitamente el
Estado, las qué usufructúan sin medida empresarios, en una
explotación comercial que nadie les impide y que ha
determinado pingues ganancias y/o niveles de mayúscula
influencia política y social para algunos.
¿Por qué, entonces, no establecer contrapartidas a estas
empresas o medios que existen gracias a la concesión de
ondas que son de todos? ¿Por que no regular, en común
acuerdo, derechos y obligaciones? ¿Por qué no establecer,
por ejemplo, una devolución a través de elementos
culturales, educativos, etc., que favorezcan al desarrollo
de la sociedad en su conjunto?
¿Por qué, no plantear la necesidad de que quienes explotan
gratuitamente las ondas que les otorgara el Estado, deban -
más allá que desde el punto de vista informativo e
editorial tengan, obviamente, todas las libertades -
comprometerse a cumplir con un cúmulo de contrapartidas,
claramente definidas, vinculadas todas ellas a los grandes
cursos de nuestra sociedad? ¿Acaso no son bienes supremos
el pluralismo, la igualdad racial y de género, los valores
culturales universales, etc.?
Algunos dirán que tras una "regulación" que tienda a
defender en los medios electrónicos algunos valores
vinculados a nuestra esencia como país y, fundamentalmente,
como Nación, existen los peligros de que la norma se
convierta en una tiránica manera de establecer cortapisas a
la información e intentar contar con una prensa
domesticada. Claro, esos males, pueden estar en el centro
del pensamiento de muchos que tienen otras concepciones.
Pero otros - la mayoría de los atentos receptores de los
mensajes - se han quemado con leche, observando como a
través de las ondas que el Estado ha entregado
gratuitamente, se transmiten mayoritariamente programas del
más bajo nivel cultural, en que el entretenimiento
pasatista desplaza a la educación y la tontería chabacana
se impone a los mecanismos comunicacionales que afiancen el
desarrollo cultural. Claro, tiene que haber de todo, pero
algunos elementos esenciales deben preponderar en el
acuerdo que necesariamente debe existir entre los
permisionarios de las ondas y la sociedad en su conjunto.
Entonces, regular la relación entre el Estado que entrega
las ondas - que no quiere decir gobierno - y los
permisarios de la mismas, es una acción básica que esta
vinculada al necesario afianzamiento de valores
fundamentales para el desarrollo de la democracia.
Son esenciales para la construcción de una sociedad
democrática - dijimos en alguna ocasión - la libertad de
prensa, la libertad de expresión y el derecho a la
información mediante la promoción de la ética, la
investigación, la precisión y el uso de las nuevas
tecnologías en el ejercicio periodístico, así como la
protección de los periodistas, sin duda, uno de los
eslabones más débiles, junto con los receptores de la
información, de todo el proceso comunicacional.
La libertad de prensa
Estamos cansados - lo decimos con el mayor de los respetos
- de escuchar las elucubraciones aparentemente libertarias
de algunos colegas que sostienen que la libertad de prensa
es un bien supremo y, a la vuelta de la frase, afirman que
un dirigente político hace tanto o cuanto tiempo no le da
reportajes a determinado medio.
Con ello tratan de demostrar una dualidad que, obviamente,
no existe. Tiene tanto derecho el medio de prensa de
entrevistar a quién quiera, como el político o el ciudadano
a elegir si acepta o no la entrevista.
Por supuesto que la cosa cambia cuando se trata de
funcionarios públicos que, obviamente, deben establecer
mecanismos de transparencia en la función que cumplen y
abrirse a la información, que debe estar a disposición de
todos.
En lo personal, claro está, cada uno puede tener una visión
distinta, diferente, sobre los medios.
Qué haya gente que se molesta con una información y
reacciona cerrándose a dar notas al soporte de la misma, es
algo obvio. Ello es inherente también al funcionamiento de
la democracia. Si en una publicación se agravia a una
persona, o para ser menos drástico, se la molesta, ¿cómo se
puede reclamar ante la lógica negativa a ser entrevistado,
sosteniéndose que esa actitud viola fundamentos esenciales
de la comunicación? ¿Es que una persona necesariamente
tiene que estar abierta a todos los requerimientos
periodísticos que se le hagan? ¿No tiene libertad de
decirle “no” a un periodista?
Pero también existen otros aspectos: un político puede,
obviamente, establecer pautas estratégicas para sus
apariciones en la prensa, de acuerdo a concepciones de
oportunidad. ¿Por qué no tiene derecho a hacerlo? Hay otras
personas que prefieren trabajar en la reserva, a las que no
le gustan ni los destellos de las luces, ni las letras de
molde. ¿No hay que respetar las decisiones que puedan
adoptar como resultado de ese perfil personal?
Un comunicador se podría agraviar y estaría en su derecho
si la información de una dependencia estatal, no fuera
transparente o no se entregara de manera plural. Pero, ¿es
lícito, que se rasgue las vestiduras, si un político u otra
persona le dice que "no"?
Señalar – como se hizo reiteradamente - que un candidato
presidencial no le daba entrevistas a una determinada
publicación es, evidentemente, un exceso que no deja de
ocultar un fuerte contenido político. Ese candidato estaba
en su derecho a elegir sus interlocutores periodísticos y
sus decisiones - más allá de las determinantes que las
impulsaran – deberían haber sido respetadas.
Otra cosa sería que durante el gobierno se estableciera una
política discriminatoria, de "amigos y enemigos". La
información, en democracia, debe ser pareja para todos y
las opiniones editoriales no deben ser tomadas en cuenta
para establecer los mecanismos que hagan cada vez más
transparente a la administración.
Y los medios deben atenerse a las generales de la ley.
¿Cómo es posible que algunos sostengan, incluso
periodistas, que la libertad debe ser tan ilimitada que la
gestión de un simple derecho de respuesta puede estar
conculcando valores fundamentales y jaqueando a la libertad
de prensa?
Sin duda, se trata de un análisis insustancial e
interesado, destinado a subir al Olimpo a una actividad
humana que tiene las mismas virtudes y defectos que todas
las otras ¿Es lícito sostener que los periodistas estamos
más allá del bien y del mal y, que como los “dioses”, no
debemos responder ante nadie?
¿Si mancillamos reputaciones, mentimos o perjudicamos a
personas e instituciones en base a informaciones falsas,
por qué vamos a tener a nuestro servicio una especie de
tácita ley de impunidad, que nos de vía libre, para hacer
lo que queramos? ¿Es que los ciudadanos no pueden
defenderse también de la prensa utilizando el arbitrio de
la ley?
Sostener lo contrario es por lo menos polémico; se trata de
un razonamiento que parece ser el producto de una soberbia
desmelenada, en base al qué se intenta establecer un
privilegio para un sector que, más allá de su obligación de
informar, tiene que acatar las reglas del juego que marca
la convivencia en una sociedad democrática.
* Carlos Santiago es periodista.
https://www.alainet.org/es/articulo/111624
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