El agua es de todos, no de algunos
04/11/2005
- Opinión
Cerremos los ojos y retrocedamos doscientos años en el tiempo. ¿Pronosticaríamos que el agua se iba a convertir en un lujo para los privilegiados? Nos costaría trabajo poner un precio a un líquido que cae del cielo o que emana de la tierra. Hoy, es otro el valor del oro azul.
A lo largo de la Historia, el hombre le ha cambiado el precio a las cosas. Colón no habría llegado a América sin la fiebre del oro que lo empujó y que cambió para siempre la historia de la humanidad. Hasta hace poco, el oro determinaba la riqueza y el poderío de las naciones.
Después de las revoluciones industriales y de los descubrimientos del petróleo a finales del siglo XIX, se le dio ese valor al petróleo. El oro negro ha determinado desde el siglo pasado hasta hoy la economía y la política en el mundo. Los aumentos en los precios de este efímero recurso sacuden las economías y ponen de manifiesto la dependencia que tenemos de un producto que se terminará, como muy tarde, dentro de sesenta años. Así lo indican varios estudios.
El agua nunca se agotará. Se evapora, se condensa o se congela, pero no desaparece. Sin embargo, la actividad del hombre dificulta el acceso a ella. El delirio por la fiebre del petróleo ha evitado plantear las consecuencias futuras y ya presentes de las carencias de agua limpia en muchas zonas del planeta. Una de las causas es precisamente el calentamiento global y la contaminación, potenciados ambos por la combustión de hidrocarburos.
El agua cubre dos terceras partes de la superficie de la Tierra, pero sólo el 2,5% de ella es dulce. De esa mínima proporción, dos terceras partes se encuentran congeladas en los glaciares. Una quinta parte del tercio restante se concentra en lugares remotos y lo demás llega, muchas veces, en forma de monzones y de huracanes. Todo esto quiere decir que la especie humana tiene acceso a menos del 0,1 % del agua del planeta.
Para el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, la falta de agua, el calentamiento global y la explosión demográfica son los problemas más graves del nuevo milenio. El 70% se utiliza en agricultura y, aún así, seguimos contando los muertos de hambre por miles cada día. La clave está en distribuir mejor las reservas de agua, reducir su desperdicio y optimizar su uso. Mil toneladas de agua producen una de trigo, por ejemplo.
Una de cada cinco personas no tiene acceso a agua potable. La suciedad de las reservas y su carencia agudizan la insalubridad en muchos pueblos. El estancamiento del oro azul, junto con las altas temperaturas en las zonas de los trópicos, favorecen la aparición de enfermedades como la malaria y el dengue, que para los países del norte no existen pero que para millones de personas son mortales.
Las zonas con mayores problemas tienen varias características en común: sobrepoblación, sequía, deficientes sistemas de captación, grandes índices de desperdicio por la agricultura y por el uso irresponsable, y la contaminación de las reservas. La Ciudad de México es un claro ejemplo. Quisiéramos retroceder otra vez en el tiempo para impedir que los españoles ordenaran que se secasen los grandes lagos de la Gran Tenochtitlán. En los últimos años, las aguas subterráneas han sido un parche que cubre pero que no soluciona el problema, pues el éxodo rural masivo ha tomado por sorpresa a una ciudad que no estaba preparada para acoger a toda esa población. El 40% del agua corriente se pierde en las tuberías desgastadas. Las toneladas de agua de lluvia que caen de julio a septiembre se desperdician a falta de un sistema eficaz de captación.
No deja de sorprender que la crisis del agua esté detrás del conflicto entre Israel y Palestina desde 1967. El Río Jordán, el Litani y los bancos del Mar de Galilea comprenden la mayor parte de las reservas de aguas israelíes.
Quizá lo más preocupante sea que, argumentando a favor de la eficiencia, los gobiernos cedan ante las presiones de las multinacionales para privatizar las reservas. Pasará como con la luz eléctrica en Perú: muchos no pudieron pagarla. Si permitimos que unos cuantos se apoderen de un bien al que todos tenemos derecho, para que nuestros nietos no tengan que avergonzarse porque habiendo podido tanto nos atrevimos a tan poco.
- Carlos Mígueles es periodista, Centro de Colaboraciones Solidarias, Madrid.
https://www.alainet.org/es/articulo/113425?language=en
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